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Mario Riascos, el maestro de la narración oral

Nacido de López de Micay, fue uno de los poetas invitados a Ola Ventura, una plataforma cultural que busca visibilizar el talento de Buenaventura. Historia de un talento que se hereda.

29 de mayo de 2016 Por: Redacción de GACETA

Nacido de López de Micay, fue uno de los poetas invitados a Ola Ventura, una plataforma cultural que busca visibilizar el talento de Buenaventura. Historia de un talento que se hereda.

Tendría unos 3 años cuando su abuelo Baltazar Riascos Angulo lo tomó de la mano rumbo a la selva para enseñarle a cazar.  Vivían entonces a orillas del Río Micay, en el Cauca, en el municipio López de Micay, nombrado así en honor de José Hilario López quien en 1851 declarara en Colombia el fin de la esclavitud. Ya no recuerda bien si en aquella ocasión iban detrás de una guagua o un armadillo o un tatabro, el hecho es que ambos, abuelo y nieto, emprendieron monte arriba en busca de una aventura que los traería de vuelta con alguna  presa  que llevarían a la mesa. 

En medio del aire esponjoso y húmedo de Buenaventura, y vestido de un rojo encendido que contrasta con su piel absolutamente negra, Mario Riascos cuenta que solo varios años después entendería que más que los misterios de la caza o de la pesca, lo que su abuelo buscaba en esa y otras tantas salidas era transmitirle los secretos de la selva misma, los secretos  del río, para que después él mismo los pudiera contar en verso a sus hijos y a los hijos de sus hijos. “Sin yo saberlo, siendo un niño él me estaba transmitiendo los conocimientos de mis ancestros en forma de poemas”, cuenta. 

Era en esas salidas en las que, con el sol clavado en sus espaldas, el viejo Baltazar le enseñaba el encanto de las quebradas que bañaban esas tierras, la magia de los pájaros que anidaban en las ramas de los árboles, el embrujo de aquellas serpientes que se deslizaban por la tierra. Lo contaba con palabras que rimaban unas con otras. Palabras que, juntas, parecían música. “Mi relación con mi abuelo fue lo mejor que me pasó en la vida. Su crianza fue lo más hermoso para mi”, dice. 

Fue a través de esas historias que don Baltazar, un poeta natural de su tierra, le enseñó a su nieto Mario el arte de contrapuntear. Porque ese viejo que amaba la selva poseía el don de la palabra. Y entonces, fiel a una tradición de su pueblo, era capaz de  debatirse en duelos de versos que podían durar 4 o 5 horas, a veces hasta 6. 

Mario aún recuerda ese primer poema que aprendió del viejo, uno que solía recitar de abrebocas en cada contienda poética: 

“Buenas noches caballero, cómo se llama usted / Se me ha olvidado su nombre, yo le quiero conocer.  

A ver su fama he venido,  que cantemos unos versitos / Porque usted dizque es muy exquisito en su modo de cantar. Yo no sé canciones buenas, pero si me sé expresar /  Yo aprendí la urbanidad entre los cantores unidos.

Dicen que usted hizo el mundo, yo digo que eso es mentira / Porque aquel que hizo el mundo nos está gobernando arriba. 

Cómo se llama la fragata que navega en agua dulce / Cómo se llamao el balandro que parte pa’ Santader. Yo vengo recién llegando,  cómo se llama usted”.  

[[nid:539984;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/05/p6gacetamay29-16n1photo04.jpg;left;{El 21 de mayo, Marios Riascos (derecha) se presentó junto a su nieto, quien heredó de él el oficio de narrar. Foto: Hroy Chávez - Cortesía Ola Ventura | Especial para El País}]]

Era un poema que el pequeño Mario repetía en silencio una y otra vez, al escondido, porque en esa tradición del Pacífico nunca un nieto puede contrapuntear sin que su abuelo  haya muerto. Solo la muerte del viejo le da derecho a tomar la palabra. “Eso es una tradición ancestral. Así como cuando vamos al monte con uno de nuestros mayores, el viejo nunca va atrás de uno, siempre adelante. Es el respeto que les tenemos y eso no lo podemos cambiar”, dice Mario. 

Por fortuna para Mario, su abuelo, a finales de los años 80, le dio permiso para versear porque él ya estaba viejo y cansado. Fue así como el joven, dueño de una mirada afilada y una entonación prodigiosa, empezó descubrir que el verso se le daba, que podía contrapuntear. 

“El contrapunteo es un arte que no puede hacer cualquiera, que hay que aprenderlo de los abuelos porque sino no se hace bien. Uno empieza a versear y el otro a responder. Y al principio uno cree que lo hace bien, pero hay que practicar mucho y no caer en la tentación de ser repentista. Para esto hay que  estudiar”, dice Mario.

 Mario, de 55 años cumplidos, lleva  más de 30 jugando con las palabras para hacerlas que rimen. Y, quizá lo más importante, llevando un mensaje a su gente, y de su gente para el mundo.  

Porque si bien asegura que de su abuelo nunca escuchó una mala palabra, sí le escuchó historias tristes que narraba con dolor e indignación sobre la suerte que corrieron sus antepasados convertidos en esclavos. Esos que fueron despojados de su libertad en África, para luego ser exhibidos en mercados de América y “arrastrados por el fango para internarse en los socavones en busca de oro”.

La  vida de los afrodescendientes en busca de oro en las minas ha sido, de hecho,   un tema central de sus poemas. Como aquel que narra la historia de una mina encantada en la que muchos habían trabajado pero de la que nadie sacaba nada. Hasta que un esclavista español internó a 80 esclavos en un socavón a quienes les dijo con voz de trueno, que cogieran el hacha y la pala para sacar el oro. El oro finalmente apareció, pero un alud de tierra los enterró a todos. 

En poemas como este predominan la franqueza y la denuncia a la injusticia social, características que le han significado amenazas. “Hay gente que no entiende el motivo de mis denuncias. No logran entender que se trata de una problemática social y toman represalias contra mí. A ellos yo les digo que, en realidad, deberíamos unirnos y trabajar juntos, porque esta sociedad algún día debe cambiar. La injusticia algún día se debe acabar”.   

Á pesar de esas injusticias, o quizá porque su gente las ha soportado tanto, cree que la tan sonada paz por estos días sí es posible.  

Entonces se anima a declamar otro poema, uno que escribió para aquellos que están en la guerra. Lo tituló El Guerrillero y lo empieza a recitar:

Estoy pidiéndoles a todos, un poco de cariño / Para todas las mujeres y también para los niños.

La historia nos remonta, a los años del principio / Cuando los hombres nos matamos, sin saber por qué lo hicimos. 

Ya la paz se nos acerca, con principio natural / Abrazarnos como hermanos, y lo hagamos sin llorar. 

Porque todo lo soñado, ya se hizo realidad. 

A los señores militares también les quiero pedir / Encontremos el camino, para yo salirme de aquí.

Y aunque yo soy guerrillero, no me quiero morir / Pues también tengo a mi madre, y un hijo  por venir.

A mis amigos que están lejos, también los quiero abrazar / A mi Buenavetura del alma, que tristeza me da, encontrarme pues tan lejos de su puerto tropical.

Y  lo más triste para todos, que a mis hermanos quise matar / Yo les pido mil perdones, para poder regresar.

Con esta ya me despido en las montañas donde estoy  / Saben cómo me encuentro, con mi mujer,  con al dolor / A punto de dar a luz, a su hijo mayor. 

Y  todavía me queda, la esperanza y el amor / De volvernos a encontrar, en un futuro mejor.

Dice que nunca uno de sus poemas ha llegado al papel. Que nunca ninguno de sus versos se ha convertido en libro. Su forma, añade, de dejar un legado, es transmitirlo cómo lo hicieron con él, dejando una huella en su nieto Pablo Adrián quien hoy es aprendiz de su tradición y que, a sus 12 años, ya ha sido invitado a varios  escenarios de Buenaventura, Cali y Bogotá para recitar las composiciones de su abuelo. Ese, dice Mario, es el rastro oral que deja para la humanidad.     

 

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