Los creadores de Santa Palabra, el colectivo que le saca risas a los caleños en San Antonio
Cristian Fraga y Jhohann Castellanos consolidan una industria cultural que vive del cuento.
Cristian Fraga y Jhohann Castellanos consolidan una industria cultural que vive del cuento.
Cristian Fraga y a Jhohann Castellanos no hay que preguntarles nada. Lo que empezó como una entrevista, terminó siendo una historia como las que cuentan al público cada fin de semana en el teatrino de la Colina de San Antonio. Ellos nacieron con la palabra a flor de boca y en sus labios, esta se torna mágica, seductora. Cual palabreros del tercer milenio, este par cautiva en cada función a un público que los reclama, los acoge, los aplaude y además les paga, solo porque les echen el cuento. Como una versión masculina y contemporánea de la imaginativa Sherezade, con su verbo le hacen competencia a los dispositivos electrónicos, las redes sociales, la internet... y ganan. Fraga, como llaman a Cristian en el mundo de los cuenteros, y Santo, como bautizaron a Jhohann sus amigos, logran seducir por igual a adultos psicorrígidos, adolescentes desubicados, jóvenes enamorados, niños inquietos y turistas extranjeros. Salpimentada con una buena dosis de humor colombiano, van tejiendo una frondosa, amena y emotiva historia con más risas que llanto, al calor del sol y la brisa del atardecer en la colina de San Antonio. Santa Palabra surgió espontáneamente hace 13 años en Casa Café en el tradicional barrio, cuando Santo y otros amantes de la palabra, buscaron un espacio para departir en torno a la literatura, debatir y contar cuentos. En Casa Café vieron que él tenía las historias y ellos el público, así que le dieron la bendición. Era el boom de la cuentería que había despertado el cubano Francisco Garzón Céspedes. En los años 80, él sacó la narración oral del teatro, donde era el patito feo, y la llevó a los espacios públicos. Y la devoción llegó a Colombia en los 90, se tomó las universidades y surgió el encuentro Unicuento. Se contagiaron ingenieros, filósofos, comunicadores, literatos... y Santo y Fraga, que vieron el narrador que llevan dentro. En 2003, ya admiraban a Clandestino Rueda (Julio César Rueda Ceballos), un cuentero que marcó a toda una generación con el arte de la cuentería. Incluido Santo, a quien le dio el chance de debutar con él una tarde en La Loma de la Cruz. Fraga, estudiante de sociología en la Universidad del Valle, donde Santo también estudiaba literatura, se conocieron y coincidieron en su visión de la cuentería, no como un pasatiempo, sino como una actividad artística profesional. La idea era hacer cuentería con un buen nivel académico y humor, pero con reflexión. "Me gusta mucho el humor, pero no ese de reírme del negro, del blanco, del gordo, del gay; hay que buscar una risa inteligente, sin caer en la exclusión ni que la gente se sienta discriminada, argumenta Fraga, nacido en Ipiales, Nariño, tierra de tradición oral y el arte y muy joven recibió talleres de cuentería, cuando trabajó como recreacionista. Entonces surgió la idea de conformar una empresa cultural con todas las de la ley. No sabían cómo llamarla, pero el cuñado de Jhohann abrevió el proceso: A usted le dicen Santo y trabajan con la palabra, pues póngale Santa Palabra. Y así fue bautizada y en 2008 registrada en la Cámara de Comercio de Cali, como una forma de dignificar el oficio, lograr que los tomaran en serio y no los consideraran unos vagos, desocupados o recogemonedas callejeros. Una mentalidad que les costó tiempo y esfuerzo cambiar, dicen hoy. Lo que hasta entonces había sido una forma de rebusque como estudiantes, ahora lo asumían como una profesión. Comenzaron a tomarse el espacio del teatrino de San Antonio, cuyo público ya no les pierde función los fines de semana. La brisa, el paisaje, es propicio, y el público que ellos han ido formando y cultivando. Como San Antonio es un referente para los turistas extranjeros, una española que los escuchó, los conminó a divulgar su expresión artística en el exterior. Nadie en la parroquia les había dicho que eran buenos, muy buenos en su cuento. Incluso, les prometió unos pasajes y cuando los llamó para pedirles los datos, pensaron que era un cuento chino. Pero al recibir los tiquetes para ir a Chile o Argentina, quedaron sin palabras. En 2011 se decidieron por Chile y recorrieron desde Valparaíso hasta Argentina, donde deleitaron con su picaresca criolla. Esto nos permitió mostrar el nivel de los narradores orales colombianos, que tenía algo de tropical, buena onda para contar y humor, dice Fraga. Regresaron haciendo funciones en La Paz, Cuzco, Lima, en una gira que los convenció de que ése era su cuento. Nos dimos cuenta que la cuentería forma parte de nuestra riqueza cultural y que dedicarnos a esto, era retornar al origen y elegimos tomar la oralidad como embajadora de la literatura, explica Santo. Lo bonito y poético del cuento es que convocan un público diverso. Turistas extranjeros asisten como a una clase de español y para entender el humor colombiano. Luego de cada función, no es raro verlos tras ellos pidiéndoles que repitan un chiste para ver si lo comprende. Mejor aún cuando la gente los saluda en la calle. Como un señor con su hijo adolescente, que les contó que nunca olvidan lo que se divirtieron el día que fueron a verlos... porque no tenían con qué celebrar el cumpleaños del chico. El público asiduo se les vuelve cercano. Como la señora que sufrió cinco preinfartos y le recetaron compartir mucho en familia. Entonces va con sus hijos, yernos, nueras y nietos de 8, 10, 12 años, un grupo muy bonito que disfruta cada semana. Es leyenda el profesor de una escuela de Siloé que llevaba a los niños de su clase. Él decía que lo hacía no solo con fines recreativos, sino educativos, recuerda Fraga. O las parejas que van a pedir la mano de la novia en plena función, los noviazgos que se han reconciliado y los que no, en fin, allí va todo el que quiere. A San Antonio la gente va a reír, dice Fraga. Pero a la vez esa es una responsabilidad muy grande porque es un arte que obra como un bálsamo sobre la gente cuando está muy cargada, complementa Santo. Lo han sentido en las cárceles. Este dúo logra paliar la monotonía y el tedio intramural mientras va soltando la madeja de sus historias urbanas, picarescas, mitológicas, románticas. A los internos les gusta y cuando salen, vuelven a la colina, nos saludan y nos dicen: hola, yo era el del patio 4, cuentan. Este es un espacio de inclusión, de convivencia, todos se conectan para escuchar la historia, aquí todos son bienvenidos, dice Fraga. Y como son Santa Palabra, se esmeran en el mensaje. Creo firmemente en Dios, soy un convencido de que hay que portarse bien, entonces contamos con un propósito, opina Santo. Por ello, aplican normas acorde con un espacio cultural y con su nombre: Santa Palabra no dice groserías y mucho menos permiten consumo de alucinógenos en sus funciones. Si hay personas fumando cigarrillo o marihuana o bebiendo alcohol, ellos les recuerdan con humor, pero con respeto, que allí van las familias con los niños y por lo tanto no son permitidas estas conductas. Claro que no falta el que se resiste. Como un hombre que estaba bebiendo licor y cuando le llamaron la atención, él se ranchó: ¡Yo voy a tomar y qué!. Entonces hubo que llamar a la Policía del CAI contiguo. También van visitantes de la calle. Martica es una de ellas, una chica que no pierde función, lo único que la hace dejar su frasco de pegante, mientras escucha atenta en primera fila. Pero un día llegó pasada de nota y no quiso soltar el pegante. Vino la Policía del CAI a sacarla y ella empezó a correr por el teatrino y los agentes detrás la seguían y ella se les escabullía. Ese día ella ella dio el show al mejor estilo de Benny Hill. Santa Palabra incluso causa añoranza en personas que viven en el exterior. Como el caleño que se fue a trabajar a Corea y nostálgico de la colina y sus cuenteros, su familia llevó el portátil y vio toda la presentación vía Skype. Es que la magia del verbo de Santa Palabra ya es una leyenda urbana en Cali y en otros lados del mundo.