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Los bemoles de ser un músico clásico en Cali

¿Se puede vivir de ser un músico clásico en esta ciudad? ¿Uno que se pasa media vida perfeccionando y estudiando la interpretación de su instrumento? Durante más de una década, al lado de las notas de sus pentagramas, los 39 integrantes de la Orquesta Filarmónica de Cali se han visto obligados a escribir la palabra crisis. Sonata desafinada.

7 de diciembre de 2014 Por: Lucy Lorena Libreros | Periodista de GACETA

¿Se puede vivir de ser un músico clásico en esta ciudad? ¿Uno que se pasa media vida perfeccionando y estudiando la interpretación de su instrumento? Durante más de una década, al lado de las notas de sus pentagramas, los 39 integrantes de la Orquesta Filarmónica de Cali se han visto obligados a escribir la palabra crisis. Sonata desafinada.

La señora era vecina del barrio Desepaz. Debía rondar los 80 años. Sandalias planas, moño recogido, vestido sencillo. Parado frente a ella, a la salida de un concierto en la iglesia San Felipe Neri, Gustavo Jordán se vio de pronto con sus manos trenzadas a las de ella y sus ojos asomados a un rostro conmovido. “Esta debe ser la música que le ponen a uno cuando se llega al cielo”, le murmuró. Él, un percusionista con más de 20 años afinados en la Orquesta Filarmónica de Cali, entendió que ese día no solo había ido hasta lo más profundo del oriente caleño para dar un concierto: la música —su música— era también una forma de la felicidad. Algo parecido le sucedió a Jorge Mario Uribe, saxofonista y director asistente. Cuatro años atrás, tocando su instrumento junto a otros cuatro músicos en un salón repleto de indigentes, en un hogar de paso del barrio San Bosco, vio cómo un repertorio con quintetos de Joseph Haydn y otros autores del Siglo XVIII se convertía poco a poco en aplausos cálidos y en media hora adicional de presentación, por petición de aquél público improvisado. La música clásica, su música, —vino a comprenderlo Jorge Mario esa tarde— no era pues, como muchos afirman, un asunto de gente refinada. De mentes cultas.Las anécdotas van saliendo mientras Gustavo, Jorge Mario y los demás 37 músicos que integran la Orquesta Filarmónica de Cali se alistan para partir hacia Buga a un concierto. Es uno de los cerca de 45 que emprenden durante el año en barrios de Cali y pueblos del Valle. Conciertos didácticos en donde le explican a la gente cómo se llama y cómo suena cada instrumento. Cuáles son de cuerda. Cuáles de viento. ¿Quiénes son los compositores clásicos? ¿Qué es una sinfonía?Parten, dice Gustavo, con la incertidumbre de no saber cuál será el futuro de la orquesta. En esas se las han pasado él y sus compañeros en la última década. A mediados de este año les habían dicho que era casi inminente que la agrupación acabaría. Sin embargo, un pequeño respiro financiero permitió que les renovaran contrato hasta el final de 2014. Es lunes 1 de diciembre y sus contratos vencen el 31. En enero permanecerán cesantes y, “con suerte, volveremos a tener contrato desde febrero. Pero hoy nada sabemos. Será la misma incertidumbre de cada año por estas fechas”. La historia se repite con el mismo libreto desde 2001. Ese año se desintegró la Fundación Orquesta Sinfónica del Valle, entidad privada nacida en 1979 cuando la agrupación salió de los salones del Instituto de Bellas Artes. Allí, en el seno del Conservatorio, y arropada por un anhelo del mismísimo Antonio María Valencia —uno de los músicos más importantes de la primera mitad del Siglo XX en el país—, Cali había comenzado precozmente, por allá en el 38, la tarea de fundar una orquesta con repertorio de música clásica. La segunda de Colombia después de la Orquesta Sinfónica Nacional.A ese sueño musical de finales de los 70 había aterrizado siendo muy joven, desde Popayán, Ariel Vivas. “Es que llegar a una sinfónica o a una filarmónica es el sueño de cualquier concertista”, dice. Él es violinista y hoy un músico de fuste entre sus compañeros de la Filarmónica. El más veterano. El viejo sabio de la tribu. Lo que vivió por ese entonces, evoca ahora, fueron tiempos gratos: gozaba de un contrato a término indefinido, primas, vacaciones, seguridad social. “Así estuvimos hasta ese 2001”, recuerda Ariel. “Todo cambió porque la Fundación, por problemas financieros, se cerró. A partir de allí perdimos beneficios laborales pues nos pasaron a un contrato de prestación de servicios. La orquesta perdió su personería jurídica. Dejó de existir como entidad y pasó a ser solo un proyecto de Proartes”.Entonces, sobre las hojas de los pentagramas, enseguida de negras y corcheas, comenzó a escribirse la palabra crisis. En esa época se logró que la Gobernación del Valle, la Alcaldía de Cali, el Ministerio de Cultura y la Asociación para la Promoción de las Artes, Proartes, pusieran en partes iguales el dinero suficiente para el sostenimiento de la orquesta. Pero el pacto se rompió desde la administración de Juan Carlos Abadía que un día decidió no aportar más dinero desde la Gobernación. Hoy, para sostener a la Orquesta Filarmónica se requieren $2.300 millones anuales. Gustavo Jordán reconoce que, a pesar de la crisis, él y sus colegas nunca han tenido retrasos en sus honorarios. Un músico de fila, explica el músico, devenga $2.700.000. Y los jefes de fila (hay una fila de cuerdas, de vientos de madera, de vientos de metal y de percusión) $3.400.000. Pero la angustia es otra: trabajar apenas diez meses. En febrero firman un contrato hasta junio. Cesan un mes y en agosto reanudan actividades. De ahí que no conozcan de primas ni de vacaciones. Y del dinero que reciben cada treinta días, ellos mismos deben pagar su seguridad social, que suma alrededor de $400.000 cada mes. Ocurre lo mismo cuando a un músico se le daña su instrumento, requiere renovarle alguna pieza o cambiarlo definitivamente. María del Mar Castaño, violinista de 20 años —la integrante más joven de la Filarmónica— sabe bien que debe destinar, cada tres meses, $200.000 para dotar de cuerdas nuevas a su instrumento. El día que sea necesario cambiar de violín, este no bajará de $15 millones. Y entonces tendrá que hacer lo que todos sus compañeros: endeudarse.Las cuentas también están claras para John Eduard Lozano, el oboísta. Al final del mes, sagradamente, cancela en el almacén La Clave Musical los $180.000 que le cuesta el cambio de la caña, necesaria para hacer sonar ese oboe que interpreta desde niño. El suyo lo compró hace varios años y su esperanza es que lo acompañe por mucho más tiempo. Si llegase a necesitar uno nuevo, no lo conseguiría por menos de $20 millones. Y eso, claro, es una verdadera fortuna. Un gasto parecido hacen los dos para lucir impecables durante las presentaciones de la Filarmónica. Ellos mismos deben costearse el uniforme. Uno nuevo lo compran por $150.000. Y eso, se lamenta Jorge Mario Uribe, “no es justo porque somos profesionales que llevamos más de 20 años de estudio. Que tenemos posgrados, maestrías, incluso estudios y experiencias por fuera del país en grandes orquestas de Estados Unidos y Europa”. ****Consciente de la realidad de la orquesta, Beatriz Barros también saca cuentas. Sentada en su oficina como directora ejecutiva de Proartes comienza a hablar: Que la entidad ha tenido que suplir, como sea, el ‘hueco’ dejado por la Gobernación que no entrega sus aportes desde hace dos años. Que estamos hablando de $600 millones. Que han tocado a las puertas de la empresa privada. Que no ha sido fácil, por supuesto. Pero que siempre —ni ella misma logra explicarse cómo— el dinero aparece.“Somos los primeros interesados en que la orquesta continúe. Que no muera, a pesar de la crisis. Porque que una ciudad pierda una orquesta filarmónica es un golpe a su cultura, a su tradición. Incluso es un golpe para el propio país pues aquí hay pocas orquestas de este tipo”, dice. Son seis. La capital paisa cuenta con tres: la Orquesta Filarmónica de Medellín, que tiene un promedio de 80 músicos —el doble de Cali— y un presupuesto anual de $7 mil millones. La Orquesta Sinfónica de Antioquia, también con 80 intérpretes, y la Orquesta de la Universidad Eafit, con 60 músicos y $3 mil millones para funcionar al año.En Bogotá existen otras dos. La Sinfónica Nacional de Colombia, que suena afinada gracias a los $8 mil millones que destinan para su funcionamiento, gran parte aportados por el Ministerio de Cultura. Y la Orquesta Filarmónica de Bogotá, quizá uno de los proyectos culturales más exitosos y de mayor estabilidad en el país. Su sostenimiento —que vale $35 mil millones al año— corre por cuenta de la Alcaldía de Bogotá. El salario mínimo de un músico allí es de $6 millones. Y ese músico tiene primas, vacaciones y dotación de uniformes y piezas para sus instrumentos. No es, pues, solo una orquesta. Es un proyecto de ciudad.¿Qué ha pasado entonces en Cali? ¿Cómo explicar que una orquesta que es patrimonio de una región año a año esté en riesgo de desaparecer? Alberto Guzmán, profesor de música de la Universidad del Valle, asegura sin titubear que la crisis tiene dos nombres: “falta de voluntad política e intereses oscuros por parte de algunas personas que desean sacar provecho económico de la orquesta”.El profe Guzmán fue director asociado de la Filarmónica entre 2002 y 2011. Es decir, la lideró desde que comenzó la crisis. “Esto es un problema de falta de políticas públicas para la cultura. Ninguna orquesta en el mundo se sostiene con recursos propios, con lo que obtenga por taquilla. Funcionan porque son proyectos de Estado. Bueno, de los Estados que se preocupan por su cultura. La triste realidad es que la Filarmónica, desde hace años, depende financieramente de la voluntad de los gobernantes de turno. Por ejemplo, bajo la administración de Juan Carlos Abadía, la orquesta dejó de recibir lo que debía entregar la gobernación”.El profesor recuerda que en 2011 se planteó públicamente la necesidad de acabar con la orquesta. Era sencillo: resultaba inviable económicamente. Y a finales de 2013 Proartes mismo manifestó que no podía seguirse haciendo cargo.Entonces se planteó la posibilidad —hace memoria el profesor— de que fuera manejada por la Universidad del Valle. Y el asunto iba bien. “Pero, de manera inexplicable, no se logró un acuerdo. Y entonces los músicos volvieron a lo de siempre: la incertidumbre sobre el futuro de la orquesta”.La pregunta que cabe es por qué no se puede replicar en Cali el modelo de la Filarmónica de Bogotá. Roy Barreras, concejal, asegura que a esa corporación llevó la propuesta de subir en 0.3 % la estampilla procultura para garantizar recursos estables para la orquesta. “La opción más viable es que la Filarmónica funcione como una unidad administrativa especial, como opera el Teatro Municipal o Estudios Takeshima. Eso fue lo que consiguió el Concejo de Bogotá en 1968”. Bajo este modelo los músicos de la orquesta “pasarían a ser funcionarios públicos, lograrían estabilidad laboral, hacer una carrera e incluso poder pensionarse”, explica el edil. Gustavo Jordán, el percusionista, conoce la propuesta, pero no se hace ilusiones. “Sí, lo ideal es que a través de una ordenanza departamental o un acuerdo municipal se garantizara el presupuesto. Pero siempre terminamos dependiendo de la voluntad política de cada gobernante. De que entienda que la cultura no es un gasto, es una inversión social en el ser humano”.Beatriz Barros sí está optimista. Para el 2015, dice, se acordó que la Alcaldía y el Ministerio de Cultura aportarían, cada uno, $700 millones. La Universidad del Valle otros $500 millones. “Entonces sí hay esperanza para creer que la orquesta podrá continuar”. Gustavo y sus colegas prefieren esperar. “Cada año, ya lo hemos aprendido en todo este tiempo, trae su propia música. También su propia angustia”.

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