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Las fotografías inéditas de la película de Andrés Caicedo y Carlos Mayolo

Este sábado, en Lugar a Dudas, Eduardo 'la rata' Carvajal hablará sobre cómo durante más de tres décadas, ha sido testigo de la historia del cine nacional. Historia de una 'foto fija'.

16 de mayo de 2014 Por: Catalina Villa | Editora de GACETA

Este sábado, en Lugar a Dudas, Eduardo 'la rata' Carvajal hablará sobre cómo durante más de tres décadas, ha sido testigo de la historia del cine nacional. Historia de una 'foto fija'.

Para cualquier aficionado al cine nacional, visitar a Eduardo Carvajal puede resultar lo más parecido a una fiesta sorpresa. Y es que si él se lo permite –cosa que no siempre es probable- podrá encontrar en un archivo impecable, ordenado por fechas y en orden alfabético, fotos y negativos de casi todas las películas que desde 1972 se han filmado en Colombia. Si alguien busca una foto de Marcela Agudelo y David Guerrero protagonizando ‘Aquel 19’ de Carlos Mayolo, Eduardo la tiene. O ¿qué tal una de la bellísima Florina Lemaitre en la legendaria y vampiresca ‘Pura sangre’ de Luis Ospina? Allí la encontrará. Lo mismo aplica para Camila Loboguerrero, dirigiendo ‘María Cano’ o Lady Tabares en las calles de Medellín, protagonizando ‘La vendedora de rosas’. Casi podríamos llenar estas dos páginas con la interminable lista de actores y actrices, directores y asistentes, sonidistas y extras que aparecen en sus fotos y que hacen parte de uno de los archivos históricos más valiosos del cine en el país. Ya ni hablar del Caliwood, que está allí, bien guardado, con sus vivos y sus muertos, en esos cajones negros, incrustados en una amplia biblioteca y escoltados por un aire acondicionado a prueba de los treinta y tantos grados que acosan, por las tardes, los muros de su pent house en el barrio Centenario. Algo debió haber intuido este hombre risueño de ojos vivaces, que lo llevó a conservar, tan acucioso, tan diliegente, esos negativos Kodak Tri-X, esas películas pancromáticas de 35 milímetros que le iban quedando de cada filme que fotografiaba. Es que ‘la Rata’, como lo llaman sus amigos, ha sido el encargado de realizar la foto fija de buena parte de las películas del cine nacional.Y algo debió intuir este fotógrafo que trabajó con Focine y otras entidades del Estado que tuvieron alguna relación con el cine, porque nunca, “NUN-CA”, dice despacio, y duro, entregó negativos a nadie. Solo copias. Los negativos se los quedaba para él. Años más tarde, una visita a Bogotá le daría la razón. “Entré a un sótano de Focine y me encontré con arrumes de cajas llenas de negativos, completamente mojadas”. La historia del cine a merced de los hongos y la humedad. Gracias a esa intuición, a esa diligencia, a esos celos enfermizos con los que ha cuidado, por décadas, su tesoro fílmico, es que hoy los caleños pueden apreciar en la sala de Proartes 16 fotografías inéditas de ‘Angelita y Miguel Ángel’, la legendaria y malograda película de Andrés Caicedo y Carlos Mayolo, filmada en Cali en 1972, y que narra la historia de amor de dos jóvenes de la alta sociedad caleña y su encuentro con una pareja que habita la zona marginal de la ciudad. La ciudad de la salsa. Recorrer la exposición es como devolverse en el tiempo. Es ver, de nuevo, al Andrés Caicedo de pelo corto, vestido de policía, despertando a Miguel Ángel, porque son las 9 niño Miguel Ángel, para que llame a Angelita, la niña más linda que ha conocido jamás. Es verlo, de nuevo, trepado en un árbol, aferrado a sus ramas, a punto de caer. “Niño Miguel Ángel ¿quiere un mango”, parece gritar Caicedo desde el papel. Un delicioso déjà vu. Un déjà vu, claro, que no habría sido posible sin el documental ‘Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos’, dirigido por Luis Ospina en 1986 y en el que reconstruyó, para los sobrevivientes, buena parte de la película inacabada. La idea de la exposición, cuenta Eduardo, fue del curador Miguel González quien, al conmemorarse los 35 años de la muerte de Andrés, le sugirió mostrar el material inédito de la película. “En total encontré 45 negativos que no habían sido mostrados. Pero decidí presentar solo 16. Los otros quedarán para otra exposición”, dice, como un niño que solo quiere compartir parte de sus caramelos.Entre las golosinas que sí se podrán ver, las que ya están colgadas en las paredes, aparece un Carlos Mayolo descamisado y parado de cabeza; una juvenil Astrid, quien interpreta a la novia de Fabián, el muchacho del barrio marginal que roba la pañoleta a Angelita en plena Avenida Colombia. Un Andrés melenudo, previo a haber interpretado al policía, caminando frente a un parqueadero de la carrera 5, entre calles 8 y 9, en pleno centro de Cali, justo al lado de un puesto de revistas. “Me gusta por la moda, los pantalones bota campana, las botas de Andrés que nunca se quitaba”, dice. La otra, la que más le gusta a Eduardo, premonitoria quizás, es aquella en la que Andrés aparece con la mirada perdida, sentado al lado de Mayolo y el resto del grupo. Quien sabe si ya para entonces las diferencias entre ambos estaban cantadas y Caicedo intuía que la película nunca se terminaría. Esos detalles no los recuerda Eduardo con precisión. Ni siquiera sabe qué fue lo que pasó. Eso dice. Tal vez un final en el que no estaban de acuerdo lo echó todo a perder. “Tenían personalidades y puntos de vista muy distintos. Ambos con un afán terrible por hacer cine”, recuerda. No obstante, le parece mejor que hubiera sido así. Cree que le añade misterio al mito de Andrés y que ya no vale la pena darle importancia a ese detalle. Puede ser. Lo que no deja de sorprender, en cambio, al ver estas imágenes, es entender cómo era posible hacer cine en esa época, cuando todo era tan elemental. Cuando el sonido lo hacía la rubia Ute Broll, micrófono en mano, con una grabadora muy básica y los disparos de una Leica no molestaban la filmación. Cuando no existía iluminación, ni siquiera con icopor. Cuando había que grabar con una cámara que llegaba de Bogotá para hacer un comercial de televisión y entonces se pedía prestada por un día más. Cuando el cine no lo hacía un equipo de producción de cien personas, sino un puñado de cinéfilos con el afán emular los planos de Buñuel y de Hitchcock. En fin, aquella época en la que el cine lo hacían, en realidad, unos pocos buenos amigos.

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