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Las confesiones del librero Felipe Ossa, el alma de la Librería Nacional

La Librería Nacional cumple 75 años de existencia, con lo que se convierte en la librería vigente más antigua de Colombia. Hablamos con su librero mayor, Felipe Ossa, quien lleva 55 años al frente de este ícono cultural. Qué libro prestó por amor y jamás le devolvieron, las joyas de su mesita de noche, su héroe de cómic favorito, quién inventó el ‘parfait sorpresa’ y más revelaciones. Diálogo bibliófilo.

27 de noviembre de 2016 Por: Por Paola Guevara | Editora de Gaceta

La Librería Nacional cumple 75 años de existencia, con lo que se convierte en la librería vigente más antigua de Colombia. Hablamos con su librero mayor, Felipe Ossa, quien lleva 55 años al frente de este ícono cultural. Qué libro prestó por amor y jamás le devolvieron, las joyas de su mesita de noche, su héroe de cómic favorito, quién inventó el ‘parfait sorpresa’ y más revelaciones. Diálogo bibliófilo.

Felipe Ossa lleva 55 años en las entrañas de la librería más antigua de Colombia. En los años 60   buscó empleo en la Librería Nacional de la Plaza de Cayzedo, en Cali,  y desde entonces tiene el trabajo de sus sueños: el de  librero.  

Felipe, ¿cómo celebrará la Librería Nacional estos 75 años?

Como aporte cultural donaremos a la Biblioteca Nacional de Colombia $300 millones de pesos en libros, que serán irrigados a las 1.460 bibliotecas de todo el país, privilegiando las de regiones, ciudades y pueblos con menos recursos. Para motivar la lectura y la escritura hemos creado, además,  un premio literario para jóvenes escritores colombianos, es decir, que tengan hasta  18 años de edad. 

¿En qué consistirá este premio?

Es una alianza entre la Librería Nacional y  Editorial Planeta, para publicar la obra del  ganador. Hemos visto que hay muchos jóvenes de 12 o 14 años que escriben, y a raíz de un muchacho en Cali nació la idea de crear este premio. 

¿Qué tuvo que ver ese joven caleño y por qué les llamó la atención su caso?

Nos contactó y nos trajo seis novelas que él escribió. Quería que lo ayudáramos a buscar una editorial que pudiera estar interesada en publicar sus obras. Se llama Alejandro Bastidas y solo tiene 17 años. Él ha publicado sus novelas con sus propios recursos, con la ayuda de su familia, ¡una de sus novelas tiene 700 páginas! Estudia en un colegio bilingüe de Cali y sus novelas las ha escrito en inglés. A raíz de esta experiencia decidimos crear un premio que apoye a muchachos como él, apasionados por la lectura y la escritura.  

Usted lleva 55 años en el corazón de  la Librería Nacional, ¿cómo comenzó esa aventura? 

La librería nació en Barranquilla. La fundó Jesús María Ordóñez, un santandereano que pasó su juventud en La Habana, Cuba. En los años 30 él trabajaba en una librería llamada ‘La moderna poesía’, frecuentada por  intelectuales cubanos y de todo el mundo. En esa época Cuba tenía editoriales y librerías de las mejores de América. Ese joven se casó, tuvo hijos en Cuba y un día llegaron a la librería unos inversionistas colombianos que le propusieron crear algo similar en Barranquilla. Don Jesús María decidió aceptar el reto. Regresó a Colombia y fundó la Librería Nacional, llamada así porque no la quería local y chica, sino amplia y capaz de llegar a muchas ciudades de Colombia. 

¿Cuál fue su factor diferencial?

La creó con un  modelo diferente a todas, que hasta ese entonces eran librerías de mostrador, cerradas, alejadas del cliente. Si uno quería comprar un libro tenía que saber el nombre del autor y de la obra, y pedirle al librero que le alcanzara el libro. Había autores con nombres extranjeros que la gente no sabía pronunciar, así que a muchos les intimidaba el hecho de tener que ir a pedir el libro. 

 ”En los años 30 y 40, en Colombia, las librerías eran un lugar sagrado y rígido,   con un mostrador que separaba al encumbrado librero del  lector común, quien se sentía muy intimidado“.

¿Cómo resolvió él ese problema de distancia con  los libros?

Don Jesús María inventó en Colombia el autoservicio, para que la gente pudiera acercarse libremente a los libros y tocarlos. Y eso que en esa época ni siquiera había grandes cadenas de supermercados en el país. 

¿Qué otra novedad trajo a Colombia don Jesús María?

La de crear cafeterías dentro de las librerías. Eso no se había visto nunca en el país. Hasta ese entonces las librerías eran un lugar sagrado, intocable, reservado para los intelectuales, pero don Jesús María abrió para todo el mundo y empezó a vender café y helados. Para esto, creó su propia fábrica de helados al interior de la librería, inspirado en la tradición de los helados Copelia, de Cuba. Y tomó ejemplo, también, de algunas cafeterías de los Estados Unidos, donde se vendían revistas y periódicos pero también snacks, malteadas y café. 

Trajeron  a Colombia la muy famosa revista  Selecciones…

Sí, se vendían las revistas Time, Life,  Bohemia (esta, de Cuba). Y la librería fue pionera en distribuir en Colombia  la popular ‘Selecciones’, del Reader’s Digest. La librería se convirtió en el lugar de tertulia de la intelectualidad de la época, porque allí se ponían cita Álvaro Cepeda Samudio, Gabriel García Márquez, entre muchos otros, pues don Jesús María abrió sedes en Santa Marta (hoy no existe), dos en Cartagena, tres en Barranquilla... 

La historia de la Librería está muy ligada a Cali, ¿por qué? 

En 1961 Jesús María se fue a vivir a Cali, atraído por el buen clima, y decidió traer a su nueva ciudad la gran aventura de su librería. En esa época en Cali había librerías como la Central, la Colombiana; y la muy tradicional Climent, de un librero español al que yo visitaba mucho. La primera Librería Nacional que abrió sus puertas fue la del centro, en la Plaza de Cayzedo, en un local donde quedaba el Banco de Londres, diagonal al local de ahora. El señor Jesús María buscaba locales que tuvieran sótano para poder instalar allí las heladerías. La Librería Nacional del Centro, en Cali, pronto atrajo a los artistas, intelectuales, periodistas, estudiantes, profesores. Eran los años 60, la Cali culta, literaria, intelectual y cívica, una ciudad muy vibrante de ideas que encontró allí un nuevo punto de reunión. 

A diferencia de otras iniciativas, que nacen en Bogotá y se expanden al resto del país, en este caso el negocio nació en las regiones  y luego conquistó Bogotá….

Sí, semejante a los personajes de Balzac, que vienen de provincia y después de muchos avatares y luchas triunfan en la capital. 

Tengo una curiosidad motivada por la gula: ¿Quién diseñó la carta del restaurante, el clásico helado  parfait sorpresa, el steak sándwich, y otros platillos?

Fue la esposa del señor Ordóñez, María Luisa Márquez, quien era muy activa en la empresa. Era buena gastrónoma y diseñó muchos de los platos de la carta que han permanecido a lo largo del tiempo. En ese entonces Colombia estaba muy atrasada y doña María Luisa trajo platos,  recetas y helados novedosos para esa época, como el parfait sorpresa, las sodas con helado  y otras delicias que a ella le gustaban de las cafeterías del mundo, en especial de los Estados Unidos. Fueron líderes muy audaces, incluso trajeron el yogurt a Colombia.

¿El yogurt? Cómo es eso...

Don Jesús María importó de Alemania los bacilos para hacer yogurt. En la sede de la Plaza de Cayzedo fabricaban el yogurt y lo envasaban en botellitas de vidrio que él mismo mando a hacer. Incluso, con etiquetas, explicaban qué era el yogurt, para quienes no lo conocían. Él fue un extraordinario visionario, un líder, porque aparte de ser un gran comerciante amaba de corazón los libros. Si esta librería ha perdurado, a pesar de todos los cambios tecnológicos y los avatares de la economía en siete décadas, es porque las bases que él sentó fueron tan fuertes, tan firmes, que han sostenido esta aventura de amor por los libros. 

 Ustedes fueron los primeros en entrar a centros comerciales a vender libros, ¿por qué esa estrategia cuando nadie más lo hacía? El primer centro comercial de Colombia se abrió en  Medellín; el segundo fue Unicentro, en Bogotá, y allí estuvimos. Las editoriales nos decían que era una locura abrir una librería en un centro comercial, pero nos aventuramos. Las ventas entre semana eran terribles, pero los fines de semana la gente salía de paseo al centro comercial y de repente se antojaba de un libro, así como de un helado o de unos zapatos. Ante el éxito que tuvimos fuimos abriendo en otros centros comerciales de Colombia. El señor Jesús María pensó: “Si la gente no va a la librería, la librería debe ir a donde estén los lectores”. Nos ha ido extraordinariamente bien gracias a ese riesgo que él tomó.  ¿Y la entrada a los aeropuertos?Pensamos que debería haber librerías en los aeropuertos colombianos, como había en los mejores aeropuertos del mundo. Por ejemplo, en el aeropuerto del DF, en México, hay cinco diferentes librerías. Por un aeropuerto pasan a diario miles de personas; la gente que viaja busca llevar consigo una revista o un libro policial. La primera que abrimos en un aeropuerto fue en el Bonilla Aragón, de Palmira y, de allí, al resto del país.  ¿Cómo se hizo usted librero? Todo comenzó en Cali, en la Plaza de Cayzedo en 1963, cuando la Librería tenía solo dos años de creada. Fue mi primer trabajo y desde entonces no he tenido que salir a buscar otro empleo, he estado siempre aquí. Me siento orgulloso de haber disfrutado la Cali de esos años 60, vivir ese fervor cultural. Las primeras modelos que tuvo Cali iban a tomar sodas y helados a la Librería Nacional, y la gente se volvía loca.  ¿Qué piensa sobre los apocalípticos que le dan al libro tiempo contado de vida?Hace años leí un artículo que hablaba de la llegada de la radio, que supuestamente iba a acabar con los periódicos; luego vino la televisión y se dijo que iba a acabar con el cine. Y resulta que nada de eso ha sucedido, hay un ecosistema de medios que coexiste. El libro no ha dejado de producirse desde su creación, ni siquiera con la llegada de Internet. Tal vez sí los diccionarios y las enciclopedias han pasado, porque es más fácil consultar una duda por internet. Pero la novela, el libro de lujo, el libro infantil… perduran. Porque el libro es el invento perfecto. Una vez dijo Umberto Eco que hay inventos que nunca pasan de moda, como el plato, la cuchara, el tenedor y la rueda. ¿Es cierto que entre las nuevas generaciones se  está dando un regreso al libro de papel? El libro es uno de esos inventos que tienen magia propia. O cómo  explica usted que los jóvenes, que tienen tantas opciones de entretenimiento hoy en día, se queden absortos leyendo novelas de siete tomos de sus sagas favoritas. Los jóvenes de hoy sienten pasión, fervor por el libro físico, teniendo incontables videojuegos, internet y series a su disposición. Tan lejos está de desaparecer el libro de papel, que en español se publican 60.000 novedades al año, sin contar con la producción anglosajona.   Cuál es el principal enemigo de la lectura, ¿en su opinión?El tiempo disponible. Porque hoy hay muchas cosas para hacer. Pero si tienes el hábito, no sueltas el libro. ¿Si voy a su casa, ahora mismo, qué libros encontraré en su mesita de noche?Ahora mismo tengo en mi mesita ‘De animales a dioses’, de Yuval Noah Harari, qué libro tan extraordinario, nos cuenta cómo se desarrolló la humanidad. El segundo  es ‘Años de vértigo’, del historiador alemán Philipp Blom, que cuenta los primeros 14 años del Siglo XX. También estoy leyendo  ‘El problema de los tres cuerpos’, de ciencia ficción, del novelista chino Cixin Liu; además, las memorias del espía británico Frederick Forsyth, entre otros.  Cuántos libros tiene en su biblioteca personal…Le confieso algo: tengo 9000 libros, que comprenden títulos de historia, literatura, memorias, biografías, y desde los 5 años de edad colecciono cómics. De estos últimos tengo unos 1.500 ejemplares, entre libros y revistas.  Si los cómics son su debilidad, ¿cuál es su personaje preferido?Me fascinan las historietas del italiano  Hugo Pratt. Su personaje principal es un marinero llamado Corto Maltés, que viaja por todo el mundo. Pratt es un dibujante extraordinario y sus cómics son un compendio sobre política, historia, filosofía, un cómic europeo muy diferente del americano, muy culto, muy serio. Entre los americanos me gusta mucho Joe Sacco, cuyos cómics son muy críticos sobre la situación de Gaza, Bosnia, Palestina, etc. Mi pasión han sido los libros y tuve la fortuna de encontrar el trabajo perfecto para mí. ¿De quién aprendió usted el amor por los libros?Mi padre era un bibliófilo absoluto. Él compraba y vendía libros, tenía una librería frente al Palacio de Nariño, en Bogotá, pero la perdimos tras los hechos del 9 de abril, pues la zona estuvo acordonada mucho tiempo después de los hechos de ciolencia y el negocio no pudo sobrevivir. Mi padre compraba libros y dejaba los que quería para él, su biblioteca personal llenaba una habitación inmensa. Luego la llevó a Buga cuando quebramos. ¿Por qué Buga?Su abuelo era un hombre muy rico de Buga, y le regaló a mi padre una casa enorme para que viviéramos allí, cuando dejamos Bogotá. Esa casa tenía patios y habitaciones  inmensas, y allí mi padre acomodó su biblioteca en tres grandes salones. Llegó a tener 15.000 ejemplares.  ¿Y qué pasó con esa biblioteca?La biblioteca de mi padre, para mí, era el universo. Yo creía que el mundo entero cabía allí. Era,  para mí, más importante que el colegio. Pero mi padre era un bohemio, un hombre rodeado de amigos, que amaba el arte, la música, la buena charla... Un día lo perdió todo y tuvo que entregar la biblioteca. Ese fue el acontecimiento más trágico de mi vida porque yo adoraba esos  libros. Yo tenía 17 años cuando ocurrió, y había estado en esa biblioteca desde los 6 años. Toda mi vida he tratado de reconstruir la biblioteca de mi padre y muchos de esos libros he venido a encontrarlos en diferentes países a los que he viajado. Cuando los compro,  siento como si encontrara a un hijo perdido. En busca de la biblioteca perdida... ¿Pudo conservar algunos libros de la colección de su padre?Sí, rescaté algunos libros míos y es increíble cuando ahora los veo. Pasamos tiempos en la ruina absoluta, y aún así conservé la poesía de Keats, un ejemplar de ‘La isla del Tesoro’, de 1927, ‘La cultura del  Renacimiento en Italia’ (del historiador suizo Jacob Burckhardt), entre otros. Los veo y me digo ‘no sé cómo pude salvarlos’.   ¿Cuál es el  libro entrañable  que prestó y que, por supuesto,  nunca le devolvieron?(Risas) Esa es otra historia triste. Fue una colección de cómics en revista, de Dick Tracy, de los años 40 y 50. La tenía toda, ¡completa! Y alguna vez llegó una vecina muy bonita, yo tendría 13 años y ella 16, y me ‘engatusó’ (risas). Yo obviamente caí rendido a sus pies  y le presté mi colección. Lo peor de todo es que a parte de no devolvérmela rechazó mis pretensiones amorosas. No me dio ni un beso, siquiera. Fue pérdida total... ¿Qué libro pedirá para Navidad?(Risas) No, yo no podría atreverme a eso. Porque a mis manos llegan cada mes las novedades que envían las editoriales. En un mes llegan unas 1.000 novedades, pero yo no puedo seguir llenándome de libros porque viene el problema: ¿Cuáles podré leer con el tiempo que me queda de vida? Ya tengo 72 años. ‘Cómo tener 100 años’, ese es el libro que tendría que pedir (risas). Cuando llegan a sus manos, cada mes, esas 1000 novedades editoriales, ¿cómo se siente?El paraíso me abruma. Me siento como un sultán con 400 esposas, sin saber por dónde empezar. El cielo me lo imagino como una enorme biblioteca, cuyos libros me los alcanzan hermosas bibliotecarias.  

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