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'La tierra y la sombra', una película de historias contadas con acierto y hermosura

La película colombiana del caleños César Acevedo es la primera en ganarse la Cámara de Oro del pasado Festival de Cine de Cannes. La espera ha terminado y este filme está entre nosotros.

1 de agosto de 2015 Por: Claudia Rojas Arbeláez | Especial para GACETA

La película colombiana del caleños César Acevedo es la primera en ganarse la Cámara de Oro del pasado Festival de Cine de Cannes. La espera ha terminado y este filme está entre nosotros.

El gran momento del cine colombiano está aquí, entre nosotros, y es una película caleña quien lo protagoniza. Aunque la fiesta empezó hace unos meses en el sur de Francia cuando César Acevedo y su película ‘La tierra y la sombra’ ganaron el premio ‘Cámara de Oro’ del Festival de Cannes, ahora por fin somos parte del festín. La espera ha terminado y ‘La tierra y la sombra’ está entre nosotros. Ojalá sea para quedarse un buen tiempo en las salas.

Tras ver esta producción construida con bellas imágenes, hilos dramáticos delicados y emociones honestas es fácil entender por qué el jurado internacional la reconoció como la mejor opera prima del reconocido festival, eso además de otros premios que ha ido cosechando a su paso.

La película, escrita y dirigida por el joven caleño, narra la historia de Alfonso, quien regresa al Valle del Cauca con el ánimo de cuidar a su hijo, Gerardo, que tiene una extraña enfermedad en los pulmones, producto del humo de las quemas de la caña de azúcar.

En aquella casa, que con el paso de los años ha ido quedando inmersa en un extenso cañaduzal, viven el pasado, el presente y el futuro representados en su ex esposa, su nuera y su nieto, con quien Alfonso establece una relación inmediata de complicidad y enseñanzas de abuelo.

A su alrededor, los recuerdos y olvidos se mezclan con la vida cotidiana que avanza a través de los ojos de aquellas mujeres que se desempeñan como corteras, los del hijo enfermo que soporta sus días de encierro sin contemplar ninguna esperanza y los del padre que intenta sobrellevar de la mejor manera su nueva condición.

La entrega del padre y la construcción de su nueva realidad nos engancha en este terreno que tiene más que ver con la resignación que con acuerdos, en un día a día donde el afecto nace en el que nada espera.

Sin embargo, reducir la grandeza de esta película a una línea dramática seria quedarse solo con una mirada miope, sin llegar a profundizar en su riqueza y en sus más profundos tesoros. Los andamios que sostienen esta producción van más allá de lo evidente y superan el sentimentalismo en el que pudo haber caído de manera facilona limitándose solo a mostrar aquella familia que se resigna impotente a ser devorados por el entorno.

Pero esto no significa que Acevedo pase de prisa por la historia de la vida que se extingue impotente, al contrario, encuentra la manera de llevar este drama a otro nivel y así involucra el universo de ‘La tierra y la sombra’.

Entonces aparecen otros actores y otras situaciones tan violentas como las anteriores que apuntalan un conflicto que a todos nos convoca pero del que preferimos permanecer ajenos como si no nos afectara.

En esto Acevedo afinó su vista y le entró al toro por los cuernos, exponiendo que el drama que vive esta familia es el de todos los que aquí habitamos y que hemos doblado las manos ante los intereses particulares. La vida se extingue, el Valle agoniza y nosotros tan dulces.

Así recurre a las metáforas para exponer de manera sutil la más seria de las críticas a la resignación del que vive con las ventanas cerradas, intentando evitar aquello que tanto mal le hace.

De la misma manera en que Gerardo debe vivir encerrado en su propia casa, intentando permanecer aislado de la caña que ahora, en forma de ceniza, lo enferma.

Curiosa paradoja en este escenario íntimo de pieles, texturas y despedidas, siempre presente la tierra ya no habitada por naranjos, ceibas y samanes sino infestada por cañas, las mismas que crecen, agreden y mueren llevándose a su paso vidas como las de Gerardo que termina siendo solo una ficha irrelevante que ahora ya no sirve.

En ‘La tierra y la sombra’ en medio de las tensiones y de cultivos que crecen como una amenaza latente, como un ser con vida propia que todo lo devora, la belleza siempre impera. Pero no una belleza cualquiera, tampoco la de la postal, ni la del folleto turístico.

Sino aquella que duele con la nostalgia del que todo lo ha perdido, y con la tristeza del que no tiene derecho a pensarse una vida mejor porque está condenado por el solo hecho de ser quien es.

En este hermoso retrato de escenas silentes, donde nuestra historia de indiferencias y desarraigos, aflora y puede reconocerse en las estrofas añejas de una canción o de reencontrarse en el dolor de la pérdida.

El arrojo con el que Acevedo pone el dedo en la llaga y aborda de frente un tema tan espinoso como vetado, contrasta con la paciencia con la que exhibe sus secuencias y el tiempo que se toma para dejarnos conocer a cada uno de los cinco personajes que habitan esta historia. Cada quien habita y se relaciona con la tierra de una manera distinta.

‘La tierra y la sombra’ tiene mucho de historia, también una gran puesta en escena protagonizada por Edison Raigosa, Marleyda Soto, Hilda Ruiz, Haimer Leal y José Felipe Cárdenas.

Grande César Acevedo y su equipo conformado entre otros por Mateo Guzmán Sánchez en la fotografía, Felipe Rayo en el sonido y Miguel Schverdfinger en el montaje. A ellos gracias por darnos una película conmovedora y hermosa, una que nunca olvidaremos. ¡Cada vez me gusta más el cine caleño!

@kayarojas

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