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La ruta de la insurrección de José Horacio Martínez

El pintor vallecaucano exhibirá su reciente obra en el Museo La Tertulia, a partir del próximo 20 de abril. Una propuesta en la que condensa varios años de su trabajo, su origen y su mirada crítica hacia el arte y el entorno.

10 de abril de 2016 Por: Claudia Liliana Bedoya S. | Reportera de El País

El pintor vallecaucano exhibirá su reciente obra en el Museo La Tertulia, a partir del próximo 20 de abril. Una propuesta en la que condensa varios años de su trabajo, su origen y su mirada crítica hacia el arte y el entorno.

“No quería que la pintura fuera un golpe de ojo. Y si la pintura quiere seguir viva tiene que dejar de ser   un golpe de ojo”. 

Esta vez  las paredes de la Sala Maritza Uribe de Urdinola del Museo La Tertulia, no se han vestido de blanco para recibir una exposición. Un tono grafito se ha convertido en la pizarra creativa de José Horacio Martínez Mendez. 

Después de nueve años, el pintor nacido en Guadalajara de Buga y cuya obra ha llegado hasta Singapur pasando por salas de Panamá, México, Miami, Nueva York y Madrid desembarca con su propuesta en La Tertulia desde el  20 de abril. 

Llega con ‘Tratado sobre la insurrección de la pintura o el tercer espejo’ en la que “habla de un nuevo discurso, uno  que tiene que ver con el color local, con un dibujo contemporáneo asociado al cómic, a lo antiguo como el dibujo chino y algo de los mayas, sin olvidar la fotografía. Además, utilizar  recursos como los sellos o el screen es hablar de nuevos medios en el arte”. 

Martínez y su curador, coinciden en que será la oportunidad de ver a un artista maduro.

“Esta exposición no es una retrospectiva, no pretende serlo pero ha necesitado de toda la investigación y de todo el trabajo de tres décadas de desarrollo artístico de José Horacio para llegar a consolidar la propuesta. Su pintura es un trabajo que acude al conocimiento humano.    El acto creativo en el maestro  es un danza entre todas las áreas del conocimiento”, expresa el curador Óscar Roldán Alzate.

En su proceso, Martínez ha recordado  a su fallecido  amigo Pablo Van Wong. “Él siempre pensó que la obra no había sido comprendida y que mucha gente no entendía lo que yo hacía. Nos ha dominado esa idea cerrada en cuanto a lo que era pintura: que es una entidad que sucede dentro de un cuadro y queda muerta para siempre”.

Y en ese sentido, José Horacio piensa distinto. Para él, un cuadro nunca se termina… y eso sí que lo saben bien los coleccionistas de su obra. Ellos saben que no pueden dejarlo a solas con los cuadros porque Horacio siempre les dejará algo nuevo. 

La exposición, con  curaduría de Óscar Roldán Alzate, se  ha denominado ‘Tratado sobre la insurrección de la pintura’, porque ella no está muerta está viva, rozagante,  en piezas cuyas medidas rondan los cuatro y cinco metros y que a veces dan la impresión de ser murales.

El dibujo, la tecnología, los nuevos medios, los sonidos y lo performativo son la nuez de esta propuesta de Martínez que no se desarrollará en el taller del  artista, como es habitual, sino en las instalaciones del Museo. Tan incierto resulta cómo será esta ‘insurrección’ que ni su autor intelectual sabe en qué derivará. “Me encanta no saber en qué va a terminar  esto”. 

Teoría del color

Color es lo que tienen sus recientes colecciones: ‘Travesías’ presentada  en 2015 en México, Bogotá y Singapur; y ‘Tratado sobre la insurrección de la pintura o el tercer espejo’  que invita a dejarse envolver y llevar; y aunque alguien se resista, resulta imposible porque sus piezas superan  los   3 metros. 

Entrar a una sala e intentar ignorar su pintura es tiempo perdido. Resulta más fácil dar el paso al frente y perderse en la inmensidad de una propuesta que se debe recorrer con la mirada centímetro a centímetro.

“Hay que darse la posibilidad de explorarla, de acercarse y alejarse”, señala el creador. 

El color nunca le ha faltado a José Horacio Martínez y reconoce que eso se debe a su herencia negra y a recorrer una ciudad que se movía entre el Gris San Fernando, el Amarillo Crema, el  Crema y Rojo o el Verde Bretaña.

 Escarbando en  su propuesta, hay un tono que, en ocasiones, resalta más que los demás: el amarillo.

[[nid:524663;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/04/p4gacetaabril10-16n1photo02.jpg;left;{En el Museo La Tertulia también se exhibirán, junto a las pinturas, alrededor de 800 dibujos de José Horacio Martínez.Foto: Bernardo Peña | El País}]]

“Cuando estaba estudiando la carrera, había una fábrica de óleos que era de Michael Lynch, ‘El mago del sabor’, fue mi profesor. Yo iba a su fábrica de óleos y ahí pude, por primera vez, tener óleo amarillo en grandes cantidades porque él o me vendía barato o me regalaba. Con un amigo, Guillermo Peña, me daba los galones. Para mí el amarillo siempre fue un color muy fuerte, muy descriptivo y poderoso”. De hecho, su primera obra conocida se llamó 'La casa amarilla' y “hacía referencia a mi casa, era  del 88”. 

De esa misma época hay  un dibujo en tinta ‘Gallos de pelea’ y que en su momento, un maestro en Bellas Artes rechazó: “Eso no tiene sentido, no sirve, no funciona”. Pero hoy, casi 30 años después del episodio, el mismo José Horacio dice: “siento que dí una vuelta grandota para volver a lo mismo”.

Ruta a la insurrección

La gesta para la insurrección de José Horacio empezó hace  años, de manera tímida, callada, expresada en las imágenes de seres anónimos y afrodescendientes que recorrían las calles de Cali y que él retrataba con su cámara fotográfica. 

“Siempre me inquietó qué parte mía podría ser afrodescendiente y cómo me había desarrollado en una sociedad blanca y qué tan negro soy yo. Era una especie de revisión interesante y grata por la fuerza, el color, la dedicación, el sufrimiento y la inteligencia de una raza que se mezclaba y se movía por una ciudad que a veces la negaba”.

Afrodescendientes e indígenas han sido una figuración constante en su trabajo. De hecho, en 1994, en su obra para el Salón Nacional de Artistas apareció un niño negro que miraba hacia el futuro como sorprendido. La exploración con el tema dio vida a Africali, una saga en donde la figura y los rostros ‘afro’ tomaban una mayor forma. 

Luego, para el Hemisférico de Performance implementó un juego singular: sellar a las personas eludiendo el viejo acto  de marcar a los esclavos negros. 

Es así como los sellos empezaron a colarse en su pintura representando imágenes asociados al paisaje y la cultura del Pacífico colombiano:  con el perfil de un rostro afrodescendiente, los hombres pescando, las palmeras y hasta la barcazas usadas para mover droga. 

Estos y otros elementos fueron dándole un ingrediente diferente a la obra y obligando al espectador a explorar qué había en aquello que a simple vista lucía como una mancha, pero que invitaba a revisar  la obra, centímetro a centímetro, siguiendo la hoja de ruta y el mapa que trazaban los pinceles y el color. 

Eso afloró con mayor fuerza en 2015 mientras preparaba una muestra para la Galería OMR en México en donde sus preguntas sobre el Pacífico fueron más intensas. 

“Me di cuenta que  la pintura era el vehículo para construir un mapa, el cual es para mí una creación ideológica fantástica de nuestra cultura porque son aproximaciones del individuo, sin embargo, no deja de ser una forma de ver porque quienes levantaron los primeros mapas hacían una narración muy personal para darnos una idea de cómo ubicarnos en el mundo”. 

De la mano de la exploración pictórica, José Horacio se arriesgó a trabajar formatos más grandes incluyendo además del color dibujos delicados, sellos y pequeñas intervenciones, imperceptibes solo cuando el espectador se da a la tarea de acercarse a la pieza. 

“Hay que estar preparados para habitar una experiencia.  Vamos a traspasar las fronteras de la imaginación. Será una invitación a un viaje porque sus pinturas son como cartas de navegación como mapas”, anticipa Roldán.   

“Pinto para sentirme vivo”

Pintar y volver a pintar sobre lo creado. Eso es lo que hace Martínez, quien reconoce que su pintura “admite la capacidad de enmendar errores y hay muchos”.

 Una respuesta que conecta con la situación  nacional. ¿Eso tiene alguna relación con los tiempos de reconciliación y post conflicto para los que se prepara el país?

“Total. Un cuadro es un campo de operaciones.  Un artista decía que 'Las cicatrices no son para esconderlas sino para exhibirlas'. La pintura tiene la capacidad aparente de cubrir lo que está abajo, pero eso que está abajo no mancha, se siente. Cuando llegue el momento histórico de la reconciliación, vamos a hacernos a la idea de perdón y olvido. Vamos a hacernos a la idea de que esa pintura continúa y en ella vamos a tratar de sobrevivir armando imágenes en una superficie ya existente. La reconciliación debe ser permanente”.

 Reconoce que debajo de cada mancha está su origen, su afrodescendencia, su lado indígena.

Y es que el punto de partida para ‘Tratado sobre la insurrección de la pintura o el tercer espejo’ es el cúmulo de temas que han sido objeto de reflexión por parte del artista: la afrodescendencia, el desplazamiento, el desconocimiento  del origen, la riqueza y el abandono del Pacífico, el querer lucir como otros, la existencia, la realidad de la nación y la realidad que otros no queremos ver. 

Para Martínez su obra “es la idea de la pintura que se resiste a ser encajonada y a morirse. Hoy la idea de la represión ha cambiado. Decimos que somos libres pero nunca hemos vividos tan reprimidos como hoy por cuenta del miedo. Ya no hay cadenas ni sogas. Hoy lo tenaz es el condicionamiento que el ser humano adquiere ante la sociedad. Pero yo pinto para sentirme vivo”.

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