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La increíble historia de la censura en Hollywood

Que un sujeto haya enterrado en el olvido cerca de 125 propuestas de guiones en seis años, aparte de mutilar un número indeterminado de películas, no es cuento. Sucedió en los años 30, nada menos que en Estados Unidos. Esta es la historia de un código de censura, el Código Hays, y su adalid, que prometía poner freno a cualquier asomo de drogas, alcohol y, por supuesto, sexo.

13 de diciembre de 2013 Por: Víctor Diusabá I Especial para El País

Que un sujeto haya enterrado en el olvido cerca de 125 propuestas de guiones en seis años, aparte de mutilar un número indeterminado de películas, no es cuento. Sucedió en los años 30, nada menos que en Estados Unidos. Esta es la historia de un código de censura, el Código Hays, y su adalid, que prometía poner freno a cualquier asomo de drogas, alcohol y, por supuesto, sexo.

Primera escena: Ancaria, la lesbiana más bella del imperio romano, se contonea ante los ojos de la virgen, cristiana y devota Mercia. En vano, valga decir, no solo porque Mercia no se da por enterada de los escarceos de la diosa sino porque su fe no solo parece mover montañas sino amarrar instintos.Segunda escena: un gorila (un gorila de verdad, no del Planeta de los Simios), amenaza con abusar a la indefensa mujer atada a un madero, mientras, alrededor, cristianos y paganos se sumen en una batalla fenomenal de la que, por lo visto, nadie saldrá indemne. En el siguiente cuadro, la cámara pierde de vista a la extraña pareja y se queda con las espadas y los gritos de guerra… ¿Y el gorila? ¿Y su presa? No es el guión de alguna función caliente de medianoche en la televisión por cable y menos algún estreno en ciernes. Es el cine en los Estados Unidos de América en los años 30.La película se tituló ‘The sign of the cross’ y hubiera pasado a la historia por el hecho de ser una superproducción: costó escandalosos 650 mil dólares, tuvo más de cuatro mil extras – aparte de utilizar cuanta fiera habitaba entonces los zoológicos de Los Ángeles y alrededores – y fabricó una Roma en miniatura, a la que, con Nerón de por medio como coprotagonista, se le hizo cenizas.¿Cómo hizo ‘The sign of the cross’ para superar la más feroz de las censuras, aquella del tristemente célebre Código Hays, que, tijera en mano, se convirtió en la santa inquisición del cine de su época? Aunque suene raro, ya lo veremos, nada diferente a echarse la bendición y seguir para adelante, a la espera de un resbalón de los censores, que a veces tropezaban con sus propios dogmas de fe, tal y como sucedió en este caso. Otros productores y directores accedieron a reemplazar las escenas más comprometedoras; mientras un buen número prefería resignar el proyecto en curso, muchas veces cuando estaba en un punto de no retorno, con las consecuencias inmediatas que casi siempre rimaban con quiebra.Lo que sí estaba claro es que negociar era un imposible. La comisión encargada de aplicar el código era radical, según se desprende de la fabulosa investigación que Gregory D. Black hizo para su libro ‘Hollywood censurado’ (Editorial Akal), en que se muestra el trabajo de demolición para cerrarle paso a todo lo que se saliera del estrecho marco moral que se permitía a los hacedores de cine. Ese camino de espinas estaba inspirado por un sacerdote, el padre Daniel Lord, primero en lanzar en esos años su voz de advertencia sobre la inaplazable necesidad de poner freno a la exaltación (“glorificación” la llamaba él) de lo que calificaban como pecado. En su orden: criminales, drogas, alcohol, destapes, mestizajes y, antes que nada, todo aquello que cobijara el temible radio de acción del sexo. El malo de la películaTras la queja vino la legislación. Y enseguida la férula. Esa que encarnó un tipo llamado William Hays, de quien toma nombre la mordaza. Hays, senador republicano y presidente de la asociación cinematográfica, diseñó manuales y contravenciones. Y con un lema bajo el brazo: “los no y los tenga cuidado”, enterró de manera oficial, al menos, 125 propuestas y guiones en seis años, aparte de alterar un número indeterminado de películas que salieron de sus garras para proyectarse mutiladas. Entonces, ¿qué pasó con ‘The sign of the cross’ para que se salvara de ir al infierno? Para entenderlo hay que ir un poco atrás. La película era una nueva idea del ya consagrado director Cecil B. DeMille (1881 – 1959), uno de los fundadores de la Academia y director de ‘Los Diez Mandamientos’), quien ya figuraba con antecedentes ante la temible Comisión por otra película atrevida: ‘Madam Satan’, en la que había salido librado a medias. Esa cinta, ‘Madam Satan’, contaba la aburrida relación entre un play boy, Bob Brooks, y su esposa Ángela, quien descubre que su marido tiene una amante y elige, para ganar la partida, ser más tigresa que la joven competencia que le acaba de resultar. Para el efecto, arma una fiesta de disfraces en donde la media luz y el todo vale están a la orden del día. Al final, el galán despacha a la muchachita y vuelve a comer perdices con su mujer. En otras palabras, el pecado pierde frente a la virtud, así esta haya tenido que echar mano de algunos recursos pecaminosos.Sin embargo, a la Comisión le hizo poca gracia el recurso de Ángela para recuperar el terreno perdido. En síntesis, los medios no eran los mejores y los destapes, menos. Por ejemplo, en la fiesta de marras, ella se cubría la cara pero se destapaba más de la cuenta. A la hora de sumas y restas, los censores interpretaron que la gente le podía dar la razón al adúltero en los primeros momentos de la película cuando el tipo se queja de haberse casado con quien, así lo dice, parecía nada más que una “maestra de escuela”.Para salvar su pellejo y el de la película, DeMille toma entonces el camino del medio y cubre mucho más a sus mujeres en la noche de disfraces, incluso a algunas a las que había dejado a merced del clima con minúsculas hojas de parra. Un camisón transparente que se había convertido en materia de discusión, también desapareció de escena. Al final, ‘Madam Satan’ ganó la partida un poco más recatada, aunque no del todo. Igual, por ese rifirrafe, DeMille entró en la lista de la comisión de aquellos que merecían ser puestos bajo la lupa. Era de esperarse que con semejante antecedente, que fue comidilla de la época, el estreno de ‘The Sing of the cross’ trajera consigo mucho más que expectativa, aparte de la que ya tenía por cuenta de los costos millonarios que había demandado. No fue sino que se proyectaran las primeras funciones, cuando la artillería de los sectores, más conservadores se hizo sentir: “Nauseabunda”, “intolerable”, “Altamente ofensiva”, “barata”, “asquerosa”, “atrevida” e “inmunda”, fue lo menos que le dijeron. Y eso que ya la comisión le había echado tijera.¿Qué pasó?DeMille argumentó que los valores religiosos podían con todo y para eso él había puesto como protagonista de su historia a Mercia (Elissa Landi), una joven cristiana de quien andaba no solo prendado sino loco Marco Sepubo (Fredric March), segundo de abordo de Nerón (Charles Laughton). Vista así, la trama no era más que un capítulo de la historia de la cristiandad. Pero DeMille armaba, a partir de esos tres personajes, y de una más, Popea, la mujer de Nerón, un cuadro en el que aparecían muchas cosas encendidas como la escena lésbica aquella del primer párrafo y luego el gorila con cara de abusador. Y, como eran los tiempos de Nerón, pues no faltaba el rancho ardiendo. Esa suma de lujurias y trapisondas puso a la comisión a buscar flancos por donde minar. Por ejemplo, una escena erótica, la de Popea, la mujer de Nerón, bañándose en leche, se cayó por sí sola, a pesar, dicen las memorias, que costó metros cúbicos de filmación porque, por efectos del calor de las luces, la leche se hizo queso. Tampoco clasificó el vestuario que dividía a las paganas de escotes y aberturas, de las pacatas cristianas, envueltas en túnicas que tapaban todo, incluso la imaginación. Y como eso no fue suficiente, grupos de la iglesia católica se lanzaron a boicotear la película en las propias salas. Ahí, cuando todo parecía perdido, comenzando por los 650 mil dólares, la opinión de Louis Emmerth, un religioso marista del norte del estado de Nueva York inclinó la balanza. Luego de verla cuatro veces le dio la bendición. Otros colegas salieron del closet para opinar en ese mismo sentido, incluido uno, Joseph Drefort, en Michigan, que llevó a sus monaguillos a verla. Ninguno pudo ver al gorila en procura de la santa, amarrada a su suerte, pero el resto se salvó. Igual, aunque de alguna manera el reverendo Lord y el amo de censura Hays se dejaron meter a veces gato por liebre, su espíritu sigue vigente. Hace poco más de dos décadas, el cardenal de Los Ángeles, Roger Mahoney, pidió el regreso de la legislación de la censura, la industria cinematográfica representaba una agresión a los valores de la mayor parte de la sociedad norteamericana. Su objeción al cine y a lo que significa como medio de expresión, resultó denegada. Igual, no será el último intento. Los censores nunca duermen, menos en el cine.

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