El pais
SUSCRÍBETE

Inicio

Cultura

Artículo

‘La hija del pocero’, melodrama a la francesa

Esta película está basada en una película de 1940 que estuvo a cargo del gran Marcel Pagnol. En esta nueva versión, la adaptación y dirección corre por cuenta del actor Daniel Auteuil, quien se concentra en mostrar la cara más amable y el triunfo de la familia unida en tiempos de honor y de guerra.

17 de agosto de 2014 Por: Claudia Rojas Arbeláez | Especial para GACETA

Esta película está basada en una película de 1940 que estuvo a cargo del gran Marcel Pagnol. En esta nueva versión, la adaptación y dirección corre por cuenta del actor Daniel Auteuil, quien se concentra en mostrar la cara más amable y el triunfo de la familia unida en tiempos de honor y de guerra.

Cercana a cumplir sus dieciocho años, la bella Patricia Amoretti se abre a la vida como una flor fragante y sutil. Es una hija consagrada a sus deberes como la hermana mayor de seis hijas en una familia de madre ausente y un padre abnegado que solo vive y trabaja por ellas. Pero en medio de tanta responsabilidad también hay tiempo para el amor y este lo encuentra junto a un río, en brazos del guapo e irreverente Jaques, el hijo del tendero y piloto aficionado. Un par de encuentros bastan para que los convencionalismo que rigen la vida de la bella Patricia caiga por los suelos y termine embarazada. La guerra aprieta y Jaques tiene que enlistarse, sin enterarse jamás de lo ocurrido con aquella chica, hermosa pero pobre, que en apariencia le robó el corazón, aunque no sabemos muy bien cómo lo hizo. Una cosa es cierta: él es uno de los adinerados del pueblo mientras ella no deja ser la campesina hija de Pascal, un experto en pozos. Arranca entonces ‘La hija del pocero’, una película en la que Daniel Auteuil (‘Mi mejor amigo’ 2006, ‘El octavo día’, 1996 y ‘Jean de Florette’, 1986, entre otras tantas) además de actuar, también dirige. Esta podría ser una de las razones por las cuales la película se concentra más en exponer y explicar un argumento simple y lleno de elementos comunes a historias que comparten el mismo tono. Contrario a la sencillez, que sabe explorar la belleza del detalle y de lo mínimo, la simpleza se evidencia en el poco esfuerzo que se hace para contar de una manera distinta, para superar lo ya visto una y otra vez. Así ‘La hija del pocero’ corresponde más a la última categoría y se conforma con contarse como un cuento con final feliz casi desde su arranque. Aquella obviedad que nace desde la construcción (y actuación) de unos personajes bastantes planos y poco intuitivos no le permite a la historia explotar, como bien podría hacerlo, considerando que trae entre manos un conflicto fuerte. Aquí, sin embargo, el drama no progresa y los personajes contenidos, tal vez como producto de los convencionalismos de la época o tal vez por la génesis misma de la historia, no permiten que se conecten con los espectadores, dando como resultado una historia ajena, manipulada. Así, la noticia del embarazo de Patricia se resuelve de manera fácil, con pocos traumatismos y la deshonra pronto se olvida, en una historia que no termina de ubicarse dentro de un tono particular. Para narrarlo, las cuidadas secuencias de paisajes bucólicos llenos de soles y atardeceres de verano puestos allí solo para conseguir un efecto confortable en un público al que bien podría resultarle hermoso todo aquello que no le haga pensar. Como complemento la música que se impregna a los planos de una porción extra de crema chantilly y caramelo. Como si con lo dulce de la historia orquestada no fuera suficiente. En ‘La hija del pocero’ lo fortuito se convierte en constante y las preguntas no son válidas porque así como surgió el amor en un par de encuentros, así también el muerto puede resultar vivo. Situaciones posibles y no probables que hacen del melodrama el género que ejercita las emociones, pero...¡Oh melodrama, cuántos crímenes que se comenten en tu nombre! No por querer conmover hay que manipular al extremo. Tampoco ocultar información necesaria ni permitir que los eventos más relevantes ocurran incluso a espaldas de los protagonistas. Mucho menos cuando se trata de una nueva adaptación de una película que tal vez funcionó muy bien en los años 40, en la que no se hacia necesario mostrar ninguna transformación en los protagonistas y ninguna conversación profunda entre ellos, pero ahora las cosas deberían ser distintas. Esto combinado con una poco asertiva dirección de actores que los hace mover entre la comedia, melodrama y farsa, termina por desubicar más una historia que pudo haberse aprovechado más, al menos desde lo dramático. Pero en ‘La hija del pocero’ la apuesta es clara desde que arranca la historia y aunque algunos esperáramos más, es lo que hay. No me resta más que decir que el azúcar me lo reservo para la ginebra y el vino, pero no me gusta en el café ni en los pasteles, mucho menos en el cine. Con esta confesión solo pretendo poner los puntos sobre las íes y aclarar por qué la película ‘La hija del pocero’ me produjo una sensación similar al malestar que puede sentir aquel que se atasca con dulce al punto del mareo. Pero, como siempre, aquello que no toleramos algunos puede resultar una delicia para otros. Por esto, sabrán perdonarme aquellos a los que el melodrama predecible les resulta maravilloso.

AHORA EN Cultura