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La hija de Leo Matiz evoca la amistad de su padre con Álvaro Mutis

Homenaje. La amistad que el escritor Álvaro Mutis sostuvo con el fotógrafo colombiano Leo Matiz en México y Colombia fue sólida y larga. Tan cercanos fueron que el inventor de Maqroll fue padrino de bautismo de una de sus hijas, Alejandra, con quien mantuvo también una bella amistad. Hoy, tras la muerte del escritor, ella lo recuerda como el hombre creativo y entrañable que fue, dueño, además, de un gran sentido del humor.

1 de octubre de 2013 Por: Alejandra Matiz I Ciudad de México

Homenaje. La amistad que el escritor Álvaro Mutis sostuvo con el fotógrafo colombiano Leo Matiz en México y Colombia fue sólida y larga. Tan cercanos fueron que el inventor de Maqroll fue padrino de bautismo de una de sus hijas, Alejandra, con quien mantuvo también una bella amistad. Hoy, tras la muerte del escritor, ella lo recuerda como el hombre creativo y entrañable que fue, dueño, además, de un gran sentido del humor.

Desde pequeña me sentí orgullosa de tener de padrino de bautizo a Álvaro Mutis, un hombre bello y con gran sentido del humor, un poeta y narrador de altos vuelos y con una prolija imaginación. En Bogotá lo veía a menudo en la galería de mi padre, a donde le encantaba ir a las exposiciones, así como a las tertulias en el famoso Café El Automático, que igualmente frecuentaba un entrañable amigo de los dos, Gabriel García Márquez. Cuando Álvaro ya estaba en México, mi papá lo llamaba y me lo pasaba al teléfono, e invariablemente me hacía reír con sus ocurrencias.Veinteañeros, Leo Matiz y Álvaro Mutis trabajaron durante mucho tiempo para la empresa petrolera americana Esso en Colombia, ahora Ecopetrol, y viajaron por todo el país, durmiendo en campamentos en medio de la selva por el Valle del río Cauca y los Santanderes, en hotelitos o en los hospedajes de la Refinería. De ahí se vino a México, luego de un problema en Colombia por el manejo de unos fondos, y fue a dar a la cárcel.Mutis solía contar que habían sido las fotos de Leo Matiz de México las que lo habían inspirado, así como las historias que mi padre y los muralistas le contaban, por lo que había decidido venirse a vivir y morir en este país maravilloso, que como a tantos otros lo había acogido con los brazos abiertos.Recuerdo luego haberlo visto en el Hotel Tequendama de Bogotá; le comenté que me estaba graduando de restauradora de arte, y me dijo: “¿Por qué no me restauras”… Y nos reímos a carcajadas como otras muchas veces. En aquella ocasión me entregó el texto que le había escrito a mi padre para el libro ‘La lección’ de Leo Matiz, que publicamos en México.Luego nos volvimos a encontrar en Génova, junto con el profesor Sanguinetti, con ocasión del lanzamiento de un libro patrocinado por la Federación de Cafeteros, entidad con la que yo trabajaba por esa época. Paseamos juntos por esa bella ciudad y mi papá y yo le tomamos cientos de fotos para un reportaje en Italia; finalmente no se publicó, pero nos quedaron las instantáneas inéditas y el vivo recuerdo.Él le comentaba a mi papá que se había inspirado en la historia trashumante y aventurera de su vida para escribir su saga sobre Maqroll el Gaviero.La última vez que vi a mi padrino fue en su casa de San Jerónimo, con su esposa Carmen, cuando se hacían unas grabaciones para un documental sobre Leo Matiz que se presentó en Bogotá. Lo vi bien y lucido, a sus ya casi 90 años a cuestas.

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