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“La escritura nos salva la vida”, dice la escritora Rosa Montero

A medio camino entre la biografía y el ensayo personal, la escritora española Rosa Montero recoge en su último libro, ‘La ridícula idea de no volver a verte’, la faceta más humana y conflictiva de la científica Marie Curie y su propia visión sobre la mujer, la vida, la muerte y, sobre todo, la fuerza salvadora de la literatura. Letras íntimas.

26 de enero de 2014 Por: Lucy Lorena Libreros I Periodista de Gaceta

A medio camino entre la biografía y el ensayo personal, la escritora española Rosa Montero recoge en su último libro, ‘La ridícula idea de no volver a verte’, la faceta más humana y conflictiva de la científica Marie Curie y su propia visión sobre la mujer, la vida, la muerte y, sobre todo, la fuerza salvadora de la literatura. Letras íntimas.

Rosa Montero es una mujer que cree en las casualidades. Algunas son literarias, advierte de pronto al otro lado del teléfono, desde su casa en Madrid, luchado contra una tos necia, legado de una gripa de varios días de la que le ha costado salir ilesa.Casualidad es que te hayas dedicado durante tres años, con sus días y sus noches, a escribir ‘Instrucciones para salvar el mundo’, una novela que nos pone frente a Matías, un taxista que ha perdido a su mujer por culpa de un tumor maligno e implacable. El relato arranca en el cementerio, justo cuando él asiste al entierro de la mujer que amó y en adelante lo acompañamos durante su duelo, hasta que consigue abandonar esos días de dolor y oscuridad. El libro conoció los estantes de las librerías en mayo de 2008. Solo meses más tarde, el 12 de julio, un médico le daba a la escritora y periodista española una noticia que nadie quiere escuchar: su marido, el compañero que había caminado junto a ella durante los últimos veinte años, padecía también un cáncer irreversible. Rosa Montero lo intuyó enseguida: “Me había pasado tres años de mi vida escribiendo mi propia historia sin saberlo”.Y sí, esa es una verdadera casualidad, Rosa. Lo es también que mientras asistes a unos días de inevitable y obligado silencio narrativo —‘la seca’, como la llamaría el chileno José Donoso— intentando llevar a buen puerto una novela que transcurre entre la selva centroamericana, una tarde abras tu correo electrónico y encuentres en la bandeja de entrada un mensaje en el que tu editora de Seix Barral te adjunta un breve diario escrito por la científica polaca Marie Curie, en los días siguientes a la muerte de su marido Pierre Curie, por culpa de un accidente de tráfico que le destrozó el cuerpo. Esa editora aspiraba a que Rosa escribiera un prólogo para una serie de libros cortos, el de Marie Curie, entre ellos. “Pero desde que empecé a leerlo, comprendí que eso que iba a hacer no era el prólogo que me habían encomendado, sino el apéndice de algo mío y ese algo mío era que el libro se me armó inmediatamente en la cabeza”, recuerda Rosa.Adiós a ‘la seca’. Porque ocurrió que la novela, de la que Rosa ya había adelantado tres capítulos y creía tener claridad, nunca fue y a cambio de eso la escritora halló en esas 28 páginas el detonante de su más reciente libro, ‘La ridícula idea de no volver a verte’, relato a medio camino entre el recuerdo personal y la biografía de una de las mujeres más extraordinarias de todos los tiempos.“Me di cuenta —confiesa Montero— que podía aprovecharme de la figura de Marie Curie, gigantesca en todos los sentidos, como una pantalla en la que pudiera rebotar una serie de pensamientos y reflexiones, sensaciones y pensamientos que venían obsesionándome y dándome vueltas en la cabeza en los últimos dos o tres años. El sexo, el amor, las relaciones, la mujer, estos tiempos de vértigo”. Sus páginas arrancan con una frase que te da una bofetada tremenda y provoca ardor en la mejilla por largo rato: “Como no he tenido hijos, lo más importante que me ha sucedido en la vida son mis muertos”...Y cuando uno cree recuperarse, líneas más abajo Montero nos expresa ideas igual de poderosas como esta: “Solo en los nacimientos y en las muertes se sale uno del tiempo; la Tierra detiene su rotación y las trivialidades en las que malgastamos las horas caen sobre el suelo como polvo de purpurina. Cuando un niño nace o una persona muere, el presente se parte por la mitad y te deja atisbar por un instante la grieta de lo verdadero: monumental, ardiente e impasible”. El muerto aquí, el de Rosa Montero, se llama (se llamó) Pablo. Fue el esposo con el que viajó por medio mundo y compartió risas, malhumores, amaneceres, lecturas. El hombre al que quiso con devoción. Hasta que un día, pues, tuvo que levantarse con el sol indeseable de la mañana sin él. Y entonces el duelo. Y entonces también, en medio del desconcierto y la pérdida, sacar adelante —pese a todo— una novela, ‘Lágrimas en la lluvia’ que se publicó en 2011. “Yo misma me admiro de eso, con toda humildad, porque cuando el dolor cae sobre ti, sin paliativos, lo primero que te arranca es la palabra. Pero en mi caso creo que quizás tuve suerte: la literatura nos salva la vida, me salva la vida”.Algo parecido le ocurrió a Marie Curie, a quien la ciencia mundial le concedió dos premios Nobel por sus intensas investigaciones de laboratorio y el posterior hallazgo del radio y el polonio. De esa otra casualidad se enteró Rosa Montero al leer aquel diario enviado por correo. Hasta ese momento ella creía conocer la historia de Curie. “Claro, sus logros científicos y uno que otro dato sobre su vida personal. Ella había sido en mi vida de periodista y lectora un personaje al que llegaba cada tanto, sin proponérmelo. Pero, al leer este diario, escrito tras la muerte de ese esposo con el que había desarrollado por tantos años todas sus investigaciones, es decir, que era más que un esposo, descubrí la fragilidad de una mujer de apariencia fuerte, una mujer de contradicciones. Descubrí cómo aullaba de dolor y desconsuelo ante la muerte porque era, más que cualquier otra cosa, una mujer absolutamente pasional. Y eso no lo cuentan los libros. Creo que no les interesa”.Al de Rosa, sí. ‘La ridícula idea de no volver a verte’ nos dibuja, como es apenas obvio, a la mujer de hierro que consiguió la hazaña de estudiar e ir a la universidad en tiempos pedregosos en los que la aspiración de la mujeres era tejer y sostener la esperanza de un hogar en medio de las guerras. La mujer que tuvo una existencia difícil desde siempre. No tenía ni siquiera un país y una lengua propias cuando nació: en 1867 Polonia no existía y estaba dividida entre Rusia, Austria y Prusia. La mujer que, a pesar de eso, consiguió triunfar en un medio vedado (como muchos otros) para su género: la ciencia. “¡Joder!”. La autora española hizo cuentas: desde el comienzo de los Nobel, hasta el 2011, se han llevado el premio 786 hombres. A cambio, apenas 44 mujeres (poco más del seis por ciento) lo han logrado, en su mayoría en los campos de Paz y Literatura. “Solo hay cuatro laureadas en áreas pesadas como física y dos en química, incluyendo el doblete de Curie, que levanta mucho el porcentaje. Así que eso nos da una idea de la empresa tremenda que emprendió Curie desde muy joven y el tamaño de su conquista”. Pero, bajo la piel de la científica obstinada, vivía un ser humano visceral, frágil, “profundamente conmovedor. Y eso que soy de las que no cree mucho en etiquetas porque he tenido el privilegio de conocer gente famosísima y comprobar que es común y corriente, con las mismas angustias y alegrías de una persona cualquiera, como uno”. Pero el caso de Marie Curie se le antojaba distinto: “Cuando miras sus retratos te asomas, con absoluta sorpresa, a una mujer brillante, pero que mantenía siempre una expresión quebrada. Sonreía poco, muy poco. Era como si su vida fuese una melancolía permanente. Y eso creían los demás también; de hecho muchos cuestionaron no haberla visto derramar ni una sola lágrima en el sepelio de su marido. Parecía como recubierta con una dura coraza”.Pero no. En ese diario que leyó Rosa, Curie reflexionaba sobre el pasar de los días, con la enorme responsabilidad de criar dos hijas huérfanas, sin Piere: “A veces tengo la idea ridícula de que todo esto es una ilusión y que vas a volver. ¿No tuve ayer, al oír cerrarse la puerta, la idea absurda de que eras tú?”.Tras la muerte de Pablo, Rosa Montero confiesa que también se descubrió a sí misma, durante semanas, con la imagen de su esposo en la mente y pensando: “A ver si deja ya de hacerse el tonto y regresa de una vez”...Ella se justifica: “Vivimos tan enajenados con la muerte que no sabemos cómo actuar cuando nos toma por sorpresa. Marie Curie, por ejemplo, estuvo en el abismo de la locura. Tanto, que durante días guardó intacta la ropa que él llevaba puesta el día del accidente que le costó la vida y que quedó plagada de piel y de sesos. ¿Qué persona en pleno uso de sus facultades hace eso?”.Luego, quizá consciente de que los recuerdos de la muerte no se pueden atesorar como relicarios, consignó en su diario: “Con mi hermana quemamos tu ropa del día de la desgracia. En un fuego enorme arrojo los jirones de tela recortados con los grumos de sangre y los restos de sesos. Horror y desdicha, beso lo que queda de tí, a pesar de todo”.Lo que sucede, piensa Rosa, es que la muerte, más allá de la pérdida, nos deja frente a algo a lo que nos cuesta asomarnos: volver a empezar. “Cuando murió mi marido yo bordeaba los 60 años y de manera inevitable terminé asomada al paisaje de lo que sería mi vida en adelante. ¡Joder! A ver si es tan fácil replantearse todo y encontrar rápido las respuestas. Y dices qué estoy haciendo, cómo es la vida que quiero, cómo lo puedo hacer mejor”.Pero el tiempo pasa, dice. “Yo me tomé mis días para hacer mi duelo hasta que fui sintiendo que la vida se iba abriendo paso con la misma terquedad con que la que una plantita minúscula es capaz de rajar el suelo de hormigón para asomar la cabeza”. Quién sabe si Marie Curie haya tropezado con ese momento también. Rosa se lo pregunta. Porque dice que en la vida de la científica se atravesaron los mismos fantasmas con los que hemos tenido que lidiar las tres generaciones de mujeres que hemos venido al mundo después que ella: la ‘culpa’ de cargar con un género que los hombres se empeñan en mostrar como débil (y que Rosa nos presenta en sus páginas con el ‘hashtag’ #CulpaDeLaMujer), la tarea perpetua de honrar a los padres y la lucha permanente de #HacerLoQueSeDebe.“Ella lo afrontó con mucha más fuerza. Y eso nos despejó el camino a las mujeres que hemos llegado luego. A lo mejor Marie Curie superó su duelo y ese diario haya sido efectivo en ese propósito. Quizás un día sintió, como yo —creamos de nuevo en la casualidad— de que la escritura nos salva la vida. Fernando Pessoa lo dice mejor: “La literatura, como el arte en general, es la demostración de que la vida no basta”.Vea aquí la programación completa del Festival.

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