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La Casa Cultural Tejiendo Sororidades celebra sus cuarenta años

Allí, a través del actividades artísticas como grupos de teatro, danza y manualidades, han aprendido a hacer valer los derechos de la mujer.

3 de abril de 2016 Por: Catalina Villa | Editora de GACETA

Allí, a través del actividades artísticas como grupos de teatro, danza y manualidades, han aprendido a hacer valer los derechos de la mujer.

Sentada en una de las mesas de biblioteca de la Casa Cultural Tejiendo Sororidades, Concepción Sánchez recuerda a esa mujer que fue hace 50 años. Se ríe mientras admite que, salvo el entusiasmo de sus mejores años, le queda muy poco de aquellos días.

“Imagínese, en los años 70 había mucho control del esposo, dependíamos de lo que el señor de la casa dijera”, cuenta. Eran días de obediencia y sumisión. De silencio. “Era como estar ciega; como estar salida de contexto”, dice. 

Quizá por eso da tanto gusto escuchar su historia. Saber que fue ella, para entonces una jovencita que había dejado su hogar paterno en Puerto Boyacá, quien, a la vuelta de unos pocos años de haber llegado a Cali lideró la colonización de uno de los barrios más populosos de la ciudad, el Polvorines, allá en la loma de Nápoles.

Que fue ella quien, cansada de vivir en arriendo y de ser discriminada por tener muchos hijos, se fue a esa zona de la ciudad que le parecía lejísimos, a buscar un lote para construir su casa. Que fue ella quien  empezó a enfrentar a los policías que en las noches venían armados de bolillos para desbaratar en horas las invasiones que ellas habían construido en meses.

Que fue ella quien reunió las firmas necesarias para enviarle una carta a la primera dama, Cecilia Caballero, esposa del entonces presidente de la República, Alfonso López Michelsen, para que “por favor, doña Cecilia, nos dejen tener una casa donde criar a nuestros hijos”. Que fue ella quien pudo compartir con sus vecinas la respuesta del Gobierno de un ‘status quo’ con el que se ordenaba no tumbar más casas.

Eso, claro, no estaba en sus planes. ¿Quién iba a pensar que esa jovencita, que venía de vivir en casa propia, iba a tener que luchar contra la Policía, enfrentarse al establecimiento? “Pero uno por los hijos hace lo que sea y mire, hoy ya somos un barrio establecido y casi el 99 por ciento de las familias tiene su escritura en mano”, cuenta sonriente. 

Eso, sin embargo —y se apura en aclararlo— no habría sido posible sin la Casa Cultural Tejiendo Sororidades. “Yo prácticamente de aquí saqué esa fuerza para liderar a las demás mujeres para que me acompañaran en esa lucha, para que hiciéramos fuerza y nos permitieran quedarnos”, dice.  

Para entonces esta institución llevaba  el nombre de Centro Cultural Popular Meléndez. Había sido fundado por las hermanas Javerianas en 1976 con el ánimo de apoyar el desarrollo cultural del barrio. Pero eso que había empezado como una incipiente biblioteca para que las madres llevaran a sus hijos a hacer las tareas, se fue convirtiendo de a poco en la salvación para muchas mujeres que, presas de los estigmas sociales y los prejuicios culturales de la época, estaban condenadas a no salir del hogar a menos que fuera para hacer el mercado o llevar a sus hijos a las citas médicas. Nada más. 

Primero fueron los talleres de manualidades. Algunos de costura y otros de tarjetería y artesanías. Luego llegarían las charlas. Allí, muchas de ellas oyeron hablar de autoestima por primera vez. También de derechos de la mujer. De diálogo. De concertación. Y ellas a entender que no estaban solas. Que había otras mujeres que vivían su misma situación. Y que juntas podían hacer más.

Por eso, cuando los maridos se empezaron a molestar, cuando empezaron a preguntarles qué tanto era lo que hacían allá e intentaron sobrecargarles las tareas del hogar para impedir su salida, ellas estuvieron en capacidad de dialogar, de exigir sus derechos, de defender esa hora y media al día para ampliar sus horizontes. Porque habían perdido el miedo. 

- ¡Qué tanto es lo que hacen allá, Concha?, le preguntó el marido a Concepción Sánchez.

- “Aprendiendo a vivir, mijo. Aprendiendo a vivir”.

*** 

[[nid:522816;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/04/p6gacetaabril3-16n3photo01.jpg;left;{Carmiña Navia ha ejercido además como profesora de literatura de la Universidad del Valle. }]]Detrás de este Centro, que hoy celebra 40 años, hay una mujer que brilla con luz propia aunque a veces quiera pasar inadvertida. Se trata de Carmiña Navia Velasco, perteneciente a la comunidad de las Javerianas, una mujer apasionada por la literatura y por la defensa de los derechos de las mujeres. 

Con el interés de apoyar a mujeres de escasos recursos en su diario vivir, tuvo la idea de crear un centro comunitario que les ofreciera capacitación en diferentes áreas pero que, a la vez, las convirtiera en personas autónomas, no un apéndice de otra.

“Éramos un grupo de compañeras y compañeros que queríamos estabilizar nuestra presencia en algunos barrios populares y acompañar procesos de liberación en las comunidades. Iniciamos entonces nuestro trabajo con dos frentes: las bibliotecas para acompañar a los jóvenes en sus estudios y ayudarlos a pensar críticamente sobre su propia situación y la de sus familias. Y las clases de manualidades para acompañar a las mujeres en sus procesos de crecimiento personal. No sabíamos cuál iba a ser la respuesta, era una apuesta”, cuenta Carmiña.

Con el tiempo, el trabajo con los jóvenes fue disminuyendo y se fueron fortaleciendo las actividades de las mujeres, pues fueron ellas quienes más respondieron, quizá porque eran las que más lo necesitaban.

 Sin embargo, no fueron días fáciles. Así lo recuerda Carmiña. Cómo olvidar que a finales de los años 70 y principios de los 80 los militares, vecinos a  sus sedes “estuvieron vigilándonos con actitudes de amedrentamiento. Fue complicado. Luego, en los años 90, el ELN, me secuestró, fue un golpe muy duro para todo el conjunto. Y finalmente la resistencia y oposición de muchos maridos ante el desarrollo de autonomía por parte de sus mujeres”.

De eso pueden a hablar con conocimientos de causa decenas de mujeres que han pasado por el Centro Cultural. Como  Lucy Molina, por ejemplo.  Ella calcula que hace unos 30 años visitó por primera vez el centro, pero estaba tan acostumbrada a no salir de su casa que se sintió incómoda y se quiso ir. Es que había sido criado pensando en que todo era para el marido y para los hijos. “Con decirle que a mi me habían enseñado que tenía que ponerle agua para los pies y la toalla al esposo apenas llegara a la casa”.   

Siempre le habían gustado las manualidades, pero  pensaba que solo las podía hacer en su casa. “Estaba tan amarrada al hogar que no me hallaba en un espacio abierto”, cuenta.  Fue a los días  que  decidió por fin  ingresar al Club Femenino que para entonces ofrecía talleres que a ella le interesaban. “Cuando ya despegué, mi esposo me preguntó que si era que no me importaban los hijos.

Él no entendía que yo también tenía derecho  a mi propio espacio y desarrollo. Pero aquí aprendí  de  leyes, de los  derechos para las mujeres, de cómo defendernos y de cómo  desprendernos de los hijos y del marido. Eso no fue de la noche a la mañana sino un trayecto largo. Uno va aprendiendo que tantos derechos tenemos nosotras como los hombres. Hoy en día  ya no soy la misma de hace 30 años, aprendí a valorarme como mujer.

Y lo mejor es que tengo una hija mujer a quien le he ido  enseñando todo,  y a mis hijos hombres desde chiquitos los ponía a arreglar la casa para que entendieran que eso del hogar es un asunto de todos: de hombres y mujeres”, dice orgullosa.

 Los talleres también les han servido a muchas de ellas como medio de sustento. Es el caso Ana Jael Baez, quien ha realizado cursos de modistería, de fabricación de zapatos y  bolsos, además de haber participado en grupos  artísticos, como los de teatro, danza y el coro. Ella vende sus manualidades y eso le ha servido para generar un ingreso adicional para su hogar.

“Es muy satisfactorio ver cómo hemos aportado en el crecimiento interior de las mujeres. Ellas, se han  desarrollado  autónomamente, han crecido como personas”, cuenta Carmiña. En suma, han vivod un auténtico  proceso de liberación. 

Pero ¿qué es para ellas lo más bonito de estos 40 años que están celebrando? Débora Díaz se atreve a contestarlo con un ejemplo. Dice que cuando empezó en el Centro su marido le decía que si se iba a llevar la cama para allá. Hace poco, en cambio, una tarde de miércoles en la que ella hacía sus costuras en casa, él le dijo: “Mija, hoy es miércoles. ¿Acaso no tiene clase hoy? Corra que se la va a perder”.

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