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Javier Sicilia, el poeta que no calló

¿Quién es este poeta que hacer salir a la calle a millones de mexicanos en contra de la guerra? ¿El que silenció su pluma porque dice que el mundo no es digno de la palabra, pero habla en nombre de los que no tienen voz? Diálogo con Javier Sicilia, el escritor que moviliza a México.

21 de diciembre de 2014 Por: Lucy Lorena Libreros | Periodista de GACETA

¿Quién es este poeta que hacer salir a la calle a millones de mexicanos en contra de la guerra? ¿El que silenció su pluma porque dice que el mundo no es digno de la palabra, pero habla en nombre de los que no tienen voz? Diálogo con Javier Sicilia, el escritor que moviliza a México.

A Juanelo, como le llamaba su padre, lo hallaron muerto el 28 de marzo del año 2011, dentro de un vehículo junto con otros seis cadáveres en Temixco, Morelos, al centro de México. Los cuerpos tenían una cinta color canela enrollada en el cráneo, la cara, las muñecas y los tobillos. A todos los habían asfixiado y destrozado la cabeza y los pulmones. Y si eso había sido así, con tanta sevicia, tanta brutalidad, tanta barbarie, a nadie le quedaban dudas. Fueron los del cartel, señalaron todos: la Policía, los moradores, el propio alcalde.A miles de kilómetros de distancia, en la lejana Filipinas, Javier Sicilia, el padre, recibía la más demoledora noticia de su vida. Acababa de publicar su novela ‘El fondo de la noche’, cuyo argumento debate sobre la ética de la supervivencia. Una historia real: un sacerdote que sacrificó su existencia en Auschwitz para salvar a un prisionero. A los 94 años, el hombre que debía su vida a otro hace un balance. ¿Merecía acaso sobrevivir? En el vuelo de regreso que lo dejaría ante esos días de horror que aguardaban por él en el D.F., Sicilia se repetía la pregunta contraria: ¿Merecía su hijo morir? Entonces hizo lo de siempre, lo que mejor le salía cada vez que necesitaba respuestas, escribir: “El mundo ya no es digno de la palabra/ Nos la ahogaron adentro/ Como te asfixiaron /Como te (desgarraron) a ti los pulmones / Y el dolor no se me aparta /Sólo queda un mundo/ Por el silencio de los justos/ Solo por tu silencio / Y por mi silencio/ Juanelo”.Fueron sus últimos versos. Porque antes de la muerte de Juan Francisco Sicilia Ortega, que solo tenía 24 años, Javier oficiaba como un poeta cuyas frases eran lo más parecido a la conciencia social de su país. Un ensayista, novelista y periodista mexicano ante el cual los demás callaban porque siempre lograba hacer pensar. México —repetía el poeta— tenía que despertar del letargo; entender que no podía quedarse inmóvil frente a esa peligrosa comunión de narcotráfico y corrupción. Casi siempre el llamado lo hacía a través de las páginas de la revista Proceso, en las que su palabra combativa abordaba temas sobre narcotráfico y política. Por eso dolía que la muerte lo visitara justo a él. Y fue la razón que empujó a ciudadanos mexicanos a marchar exigiendo justicia en las calles de Nueva York, Barcelona, Francia y Argentina. Solo cuatro días después de la pérdida de Juan Francisco, México entero asistía en directo a la imagen de un hombre pulverizado por el dolor que dejaba una ofrenda floral en la Plaza de las Armas en Cuernavaca, a manera de homenaje. Esa mañana leyó el poema escrito durante aquél vuelo desesperado y entre lágrimas se despidió no solo de Juanelo, sino también de la palabra: “Es mi último poema, no puedo escribir más poesía”.Y el hombre cumplió. Lo recalca ahora, detrás de la bocina de un teléfono, en una casa a las afueras de Ciudad de México. Allí vive y reflexiona. Porque este mundo, está claro, quedó mal confeccionado. Pero algo se puede —se debe— hacer. Es casi una obligación. Eduardo Galeano lo supo antes que nosotros: “Este mundo de mierda debe estar embarazado de otro que, sólo si nos lo creemos, puede nacer”. Esa es la fe de Sicilia. La fe del hijo de un empresario textil que de muchacho quiso ser sacerdote jesuíta porque creía fervorosamente en el servicio social. Dar más, recibir menos. Pero entonces se atravesaron los versos de Santa Teresa de Ávila y de San Juan de la Cruz y Sicilia abrazó las letras.Su vocación espiritual tomó luego otro camino. El poeta comenzó a frecuentar un grupo de mexicanos interesados en la experiencia de Lanza del Vasto, italiano —que después se hizo francés— que peregrinó con Gandhi hacia el Ganges y vivió con él en la India en un ‘ashram’, (Arca), comunidad que sigue la filosofía ‘gandhiana’ de la no violencia, de cultivar sus propios alimentos y creer que la sociedad industrial moderna terminará por sus propias contradicciones. A sus 30 años y junto a otros jóvenes, Sicilia quiso fundar un Arca en Morelos. Pero el tiempo corrió en contra y debieron entender que ya no estaban para un sueño semejante. Tenían hijos, una mujer, responsabilidades.Fue luego cuando comenzó a perfilarse el Javier Sicilia que terminó admirando México entero. El fundador de importantes talleres literarios, el guionista de cine y televisión, el profesor de literatura de la Universidad La Salle de Cuernavaca, el director de la extinta revista Ixtus y el ahora cabeza de la revista Conspiratio. El escritor que se quedó con el Premio Nacional de Poesía y el José Fuentes Mares de Novela, dos de los más importantes de su país, pero también el Sicilia polémico que en 1994, cuando se dio a conocer internacionalmente el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), se unió a la propuesta de transformar al país mediante un diálogo nacional. Seguro de esa opción, el escritor viajó hasta Chiapas para defender los Acuerdos de San Andrés sobre los derechos de los pueblos indígenas. Tras la muerte de Juanelo, comenzó a marchar por los 32 estados mexicanos, convocando a los ciudadanos a través de su Movimiento por la Paz. Siempre vestido con sombrero de baquiano y botas de cordón. El poeta que asegura no escribir más versos continúa, sin embargo, haciendo poesía: porque el oficio de un poeta no consiste en nada distinto que en tocar a los otros con la palabra. Y a sus marchas se han unido lo mismo el empresario que el campesino. Lo mismo el obispo que el sindicalista. Unos y otros bajo el lema ¡Estamos hasta la madre! Reconocido como un pensador de izquierda, el poeta que ya no escribe versos lograba lo impensable: una lucha incluyente. Él prefiere asumir con humildad esa hazaña: “Es que no hay otra manera. Estamos al borde de un estallido social en México. Y el enojo es muy grande. Tan grande que me atrevería a decir que estamos al borde de una guerra civil. Ojalá yo esté equivocado”.Lo dice un analista político que es también un hombre de fe. Porque sus caminatas son, al tiempo, una manifestación y una peregrinación. En medio de tanto dolor, Sicilia intuyó que el único camino que podía tomar toda esa indignación era el de la esperanza. “A veces, sin embargo, uno queda a punto de desistir. Tres años marchando, pidiendo paz y un alto en este baño de sangre y entonces sucede lo de Iguala y el descubrimiento, detrás de esa masacre, de una realidad que nos duele: que México es una inmensa fosa común”. Desde que conoció la noticia de la desaparición de los 46 estudiantes de Ayotzinapa, la madrugada del 27 de septiembre pasado, Sicilia ha seguido con ojos atentos esa historia. “Es terrible. Mientras buscaban los 46 cuerpos, nos íbamos enterando de que aparecían fosas con cadáveres que no eran los de ellos. ¿De quién son entonces? ¿Está este país sentado sobre una multitud de cadáveres? Yo lo único que veo es un México donde los jóvenes están matando a los propios jóvenes. Llevamos 160 mil mexicanos asesinados y 30 mil desaparecidos. Y un aterrador 98 % de impunidad”. Javier habla de esa torpeza en la justicia y recuerda que lo primero que hizo una vez se bajó del avión que lo trajo desde Filipinas fue ponerles a las autoridades un plazo para resolver, capturar y castigar a los responsables de la masacre en la que había fallecido Juanelo. “Tienen menos de una semana”, les advirtió. Aún sigue esperando a que alguien pague por la muerte de Juanelo. Y a que el gobierno deje “esa cifritis con la que pretende convertir a las víctimas de en simples números. Es nuestra obligación contarles a todos quiénes eran. Sus nombres y apellidos”. El propio Sicilia emprendió la tarea de colocar placas con esos nombres en las plazas de pueblos y ciudades. Lo hace mientras marcha. Mientras peregrina. Mientras sigue escribiendo a cada paso la más entrañable de su poesía.

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