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Herencia de Timbiquí apoya nuevos hábitos musicales en el Pacífico

Desde hace doce años, Herencia de Timbiquí lucha, a través de su fundación, para que la tradición musical del Pacífico siga viva en los más chicos. Acordes de una cruzada silenciosa.

28 de febrero de 2016 Por: Por Lucy Lorena Libreros | Reportera de El País

Desde hace doce años, Herencia de Timbiquí lucha, a través de su fundación, para que la tradición musical del Pacífico siga viva en los más chicos. Acordes de una cruzada silenciosa.

Al maestro ‘Gualajo’ lo veía tocar su marimba durante las fiestas patronales de Guapi y en las imágenes que dejaba escapar el viejo televisor de la casa. Enrique Riascos cargaba por entonces con 11 años, un amor sanguíneo por los bambucos viejos y los currulaos y la frustración de no tener a la mano a un maestro como el sabio José Antonio Torres para que le enseñara los secretos del piano de la selva. 

“Lo veía y me preguntaba si algún día iba a poder al menos conocerlo”, cuenta Enrique. “Solo eso, conocerlo. Pero eso solo se dio muchos años después, durante un Festival Petronio Álvarez. Es que a los viejos marimberos no les gustaba compartir lo que sabían. Eran celosos con sus saberes pues creían que los jóvenes podíamos dañar la tradición por nuestro gusto hacia otros ritmos contemporáneos. Entonces no lo dejaban a uno ni acercarse a las marimbas”.

La historia va saliendo en la sede de la Fundación  Herencia de Timbiquí, en el centro histórico de Cali, en donde Kike, como lo llaman cariñosamente, interpreta la marimba. 

Sentado allí, narra que aprendió a hacerlo en un taller gratuito que dictaron alguna vez en la casa cultural de su pueblo gracias a un alcalde que intuyó con buen juicio lo poco que se hacía en Guapi para preservar las tradiciones musicales. 

En ese espacio una veintena de niños como Enrique torcieron el destino y se convirtieron en la primera generación, después de muchísimos años, en hacer música tradicional. Uno de los más talentosos está en París y se llama Ferney Segura. Es el fundador de Afrotumbao, uno de los primeros grupos que dejó la marimba a los pies de Europa. El otro es justamente Enrique Riascos, que hoy también recorre el mundo con un título honroso: El Rey de la Marimba.    

“De lo que se trataba entonces era de que hoy otros niños del Litoral tuvieran una oportunidad como esa”, dice Kike. Y enseguida comienza a hablar de la Fundación. 

Cuenta que nació hace unos doce años en medio de una charla espontánea en la que él y los demás integrantes de Herencia de Timbiquí compartieron recuerdos tan parecidos a los suyos. Lo difícil que se les hizo acercarse a la música tradicional a través de sus mayores.        

Al final, entendieron que ellos podían cambiar esa historia. Que podían llegar hasta los pueblos más remotos de la Costa Pacífica para enseñarles a los ‘pelaos’ cómo sacarles notas a un bombo, a un cununo, a un guasá.

También, claro, a la mismísima marimba de chonta. El que lo cuenta es Begner Vásquez, el músico que hace 16 años, cuando las melodías del Pacífico sonaban con timidez en el país, apostó por la  creación de Herencia de Timbiquí.  “Lo que veíamos con preocupación es que era necesario formar a una nueva generación de marimberos porque se estaba perdiendo la tradición. Ya no se investigaba, no se estudiaba la música del Pacífico”.

Entonces idearon una metodología que tiene sus raíces en lo más profundo de la tradición oral. Enrique lo hace ver sencillo: “llegamos a los muchachos con temas reconocidos del cancionero popular del Pacífico, currulaos, bambucos viejos, arrullos, y, poco a poco, les vamos mostrando cómo sacarlos con los instrumentos a punta de oído. Solo después de eso es que les damos algo de teoría. Y, a los más virtuosos en la interpretación de los instrumentos, algunos conceptos básicos de armonía y de acordes”.  

También aprenden a distinguir que la marimba no suena siempre igual. “Que no es lo mismo cuando la interpreta ‘Gualajo’, Hugo Candelario o Enrique Riascos. Cada uno ha desarrollado un estilo”. 

Francisco Javier Vergel, asesor social de la fundación, dice que el asunto funciona bien. Lo que pasa, reflexiona, sentado junto a Kike, es que la música en estos pueblos es algo que conversa a diario con la vida cotidiana.

Para la gente del Pacífico la lluvia es música, el sonido del río es música. “Y cualquier pequeña reunión o encuentro social se convierte en un motivo para escucharla, para bailarla, para cantarla”. 

[[nid:511938;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/02/p4gacetafeb28-16n1photo02.jpg;left;{Niños desde los 5 años se vinculan a los talleres que imparte la Fundación Herencia de Timbiquí.Foto: Cortesía Enrique Riascos}]]

Los talleres, que duran entre una y dos horas, comenzaron a dictarse en Guapi con 50 chicos que asistieron con entusiasmo, pese a la resistencia de algunos papás que pensaban que esas horas frente a los instrumentos les robarían su atención de las actividades escolares. 

40 de ellos se enfrentaron a la marimba y el resto a clases de técnica vocal con cantadoras tradicionales como María Caicedo, que entendieron que no podían seguir negándoles a las nuevas generaciones sus saberes ancestrales. 

Lo propio se ha hecho en Timbiquí, en Buenaventura y en algunos pueblos del norte del Cauca como Villa Rica. En todos estos años, más de 300 niños se han llevado a sus casas las lecciones.

Y una de las metas este año, cuenta María Elena Bravo, directora administrativa de la Fundación, es llegar con estos talleres formativos a barrios del oriente caleño, hábitat de miles de inmigrantes del Litoral. Y además, continuar con lo que se han hecho en otros espacios de la ciudad como el barrio El Calvario, donde a través de la marimba les han mostrado a decenas de indigentes que la música puede ser un camino de salida para dejar la calle. 

Los instrumentos para lograrlo se consiguieron inicialmente a través de la Fundación Palma Chonta, que vio la luz hace un par de años de la mano del propio Enrique y su familia, dueña de una larga historia en la construcción de los mismos.

Pero con el tiempo, nació la idea de que fueran los propios niños y jóvenes los que los fabricaran para con ellos acercarlos aún más a las raíces de la música. Hoy, varios  se han convertido en lutieres y otros más les imparten clases a sus compañeros para que el proceso de aprendizaje no se detenga. 

A esta cruzada pedagógica se han ido uniendo todos los integrantes de Herencia de Timbiquí: las clases de bombos y cununos descansan en las manos de Pablo Mancilla y Etiel Alegría, percusionistas del grupo.

El guitarrista Andrés Pinzón hace lo propio, lo mismo que Pablo Mancilla, el de las congas, y Cristhian Salgado, que custodia los teclados del grupo. Y así también Begner Vásquez  y William Angulo, líderes vocales, que han sacado  días enteros en medio de  giras y conciertos.

“La ventaja que tienen varios integrantes es que son músicos formados en el Conservatorio y la Universidad del Valle y entonces aportan muchísimo en la enseñanza de la parte teórica”, asegura Enrique.

A la cruzada también se vincularon otras entidades como la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, Usaid, y las fundaciones Acid Voca y Manos Visibles.

[[nid:511943;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/02/p4gacetafeb28-16n1photo04.jpg;right;{Enrique Riascos, marimbero de Herencia de Timbiquí.Especial para GACETA}]]Con esos apoyos han logrado cambiar la mentalidad de los chicos del Pacífico, reconoce Begner Vásquez, director de Herencia. “Que no solo se apropien de las costumbres de la música del Pacífico, que distingan cómo suena un currulao, o un bombo o un guasá,  que conozcan e investiguen las tradiciones, sino que puedan hacer un proyecto de vida en la música. Esa es la meta de todo este esfuerzo. Que lo puedan ver como una fuente de ingresos en regiones en las que no precisamente abundan las oportunidades”.

Para eso crearon la productora Bombo Récords. El sueño de Enrique, de Bégner, de Cristian y de los demás integrantes es que pronto varios de esos chicos comiencen a componer y grabar sus propias melodías. Que el Pacífico, enhorabuena, tenga nuevos cultores. 

¡Que siga la herencia!

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