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Gloria Castro, la mujer detrás del Festival Internacional de Ballet

Hoy, 1 de junio, cuando se inaugure la octava versión del Festival Internacional de Ballet de Cali, habrá que poner los ojos sobre una mujer obstinada que hace 35 años decidió que había un mejor destino para los chicos y chicas de barrios populares: el ballet. Su nombre es Gloria Castro. Esta es su historia.

1 de junio de 2014 Por: Catalina Villa | Editora de Gaceta

Hoy, 1 de junio, cuando se inaugure la octava versión del Festival Internacional de Ballet de Cali, habrá que poner los ojos sobre una mujer obstinada que hace 35 años decidió que había un mejor destino para los chicos y chicas de barrios populares: el ballet. Su nombre es Gloria Castro. Esta es su historia.

200 kilómetros por hora. A esa velocidad parecen volar los objetos detrás de su ventanilla en el puesto 31 del Die Bahn. Árboles, postes, puentes, vacas, nubes y casas desaparecen tan rápido como han llegado ante sus ojos.  No hay nada, en todo caso, que se parezca al pequeño barrio donde nació. Nada allí le recuerda la esquina de la carrera 1B con calle 59, en la Urbanización Barranquilla, en donde los chicos jugaban al fútbol con los tenis gastados mientras las madres se apuraban para conseguir un litro de leche o una libra de carne o un trozo de pan.   Oscar Eduardo Chacón toma su iPhone y contesta un correo electrónico: “Ok!! Podremos comunicarnos hoy!! A eso de las 11 en  Colombia pienso que ya habré llegado”. Oscar escribe desde el tren, en algún punto entre Laussane, Suiza y Stuttgart, Alemania. Es uno de los tantos viajes que realiza cada año. Ha estado en la India, en Groenlandia, en Senegal, Taiwan, Costa de Marfil... Esta vez espera cumplir una cita con el Stuttgart Ballet donde compartirá un paso a dos con la estrella alemana Friedemann Voguel. Desde 2002, cuando llegó a la Compañía Bejart, una de las más prestigiosas del mundo, este caleño de pelo ensortijado, delgadísimo, brazos torneados, es uno de los bailarines colombianos más destacados en el exterior. Lo aplauden. Hace parte de un grupo elite  que combina fuerza y capacidad de expresión. Desde allí ha interpretado roles en ‘La Consagración de la primavera’, ‘El compañero errante’, ‘Le presbytère n'a rien perdu de son charme, ni le jardin de son éclat’.Solo ahora, después de contestar el correo, piensa en Colombia. Piensa en aquellos días en que se empeñaba en ser futbolista primero y tenista después. También en llegar a ser una figura del baloncesto. ¿Qué habría sido de su vida si no se le hubiese atravesado el ballet?, se pregunta.  La maestraA nueve mil kilómetros de distancia una mujer de baja estatura vestida de leggings negros, blusón azul y bailarinas lleva el ritmo de ‘Bolero’, de Maurice Ravel,  golpeando su mano derecha contra el muslo. Parece no importarle el sol que se derrama por cada metro cuadrado de la Plaza de Toros de Cañaveralejo en donde se realiza el ensayo de la gala que inaugurará hoy la octava edición del Festival Internacional de Ballet de Cali.  Pero, ¿qué diablos puede importarle el sol a esta mujer, ante el desfile de esos niños vestidos con sus trusas y sus mallas, con sus cabezas en alto, cuellos erguidos, mirando al cielo? Son 420 en total. Los mismos que integran el Instituto Colombiano de Ballet Clásico, Incolballet, la única escuela de su género en Colombia y una  de las tres que existen en América Latina. La escuela que ella, Gloria Castro, tuvo la terquedad de crear hace ya 35 años cuando se pensaba que eso de las zapatillas no era asunto de machos sino de niñas ‘bien’. A su lado, el maestro cubano Alberto Méndez, escoltado con una sombrilla y megáfono en mano, da las instrucciones a los chicos. Elevan las telas, las recogen, hacen giros, dan media vuelta, salen de la arena. Y comienza el ensayo. De nuevo.El destinoGloria Castro nació en un típico hogar caleño de clase media acomodada conformado por seis hermanos, un padre severo y una madre alcahueta. Para entonces, Cali era una ciudad pequeña que ya soñaba con ser grande y culta y a la que de tanto en tanto le llegaban sobresaltos en forma de cantantes o bailarines que venían a presentarse al Teatro Municipal. Los Castro Martínez solían hacer parte de esa incipiente pero entusiasta agenda cultural.Quizá por ello, cuando su madre notó la hiperactividad de la niña, cuando la veía haciendo piruetas en la mañana y figuras con las piernas en la noche, cuando veía que a cada salto le seguía un estiramiento de brazos, sintió la responsabilidad, la obligación casi, de fomentarle el baile. “Recuerdo que las primeras clases que tuve fueron en el foyer del Teatro Municipal, y luego con Carmen Aragón, que tenía dos hijas. Con ellas tomábamos clases de jota y de fandango porque en esa época estaban de moda los bailes españoles en Cali”, cuenta.  No la tenían fácil, Gloria y su madre. Su padre, un hombre mayor, con dos matrimonios anteriores, casi doblaba en edad a la madre y era severo. Aspiraba a que sus hijos rindieran  mucho en el colegio, así que cuando llegaban a casa, luego de la jornada escolar, les tenía al profesor Bolaños, quien les ayudaba a hacer las tareas. “No me olvido nunca: era como estar en dos colegios a la vez”, recuerda. Pero como buenas cómplices, durante años Gloria y su madre se las ingeniaron para escabullirse de las lecciones del bueno de Bolaños y de las airadas reprimendas del padre para asistir, una o  dos tardes a la semana, al zapateo español.  Sin embargo, sería con la llegada a la ciudad del coréografo italiano Giovanni Brinati, en 1956, que no solo se alborotaría un poco más ese hervidero de jóvenes que buscaban alternativas de divertimento y cultura, sino que Gloria Castro encontraría por fin, y sin saberlo, el camino que estaba buscando.“Para entonces mi padre ya había muerto, así que no tuve problema en empezar las clases que dictaba Brinati en la Escuela de Ballet de Bellas Artes, en el Conservatorio. Brinati llegó aquí a sembrar la pasión por el Ballet. Él había sido bailarín de la Ópera de Roma y  por circunstancias  de la vida llegó a América Latina”, recuerda la maestra.En efecto, Giovanni Brinati había migrado al continente. Estuvo primero en Uruguay y luego en Bolivia. Y alguien le habló de una escuela estupenda en Cali. Llegó, se dio a conocer y fue nombrado director de la Escuela de Ballet, en donde durante años trabajaría de la mano de Luz Stella Rey de Romero, cuyo aporte no solo al ballet sino a la cultura de Cali fue enorme.  Creativo, paciente, original, Brinati marcó una época importante en la ciudad durante 13 años. Según lo contaba la misma Luz Stella Rey en reciente entrevista a su hijo Sandro Romero,  la gente se aglomeraba para conseguir los boletos de sus espectáculos. Gozaba de una gran reputación.Fue justamente Brinati quien un buen día aconsejó a Gloria Castro para que buscara un mejor destino en el ballet. Le dejó claro que tenía posibilidades si se iba a Europa, pronto.  Convencida pues de que su futuro estaba en otra parte,  Gloria se embarcó en el proyecto de viajar a Italia. Fue a la Embajada, visitó la agencia de viajes, habló con los operadores del barco que para entonces tenían ese destino. Hasta que tuvo todo listo y zarpó junto a Anatole Mercado, otro destacado bailarín de la escuela.“Brinati me había entregado una carta de recomendación para que le llevara al maestro Ugo dell’Ara, una destacadísima figura del ballet en Italia. Así que creo que fue eso lo que me estusiasmó.  Fue tal la emoción y las ganas que nuestras compañeras italianas nos llamarían luego los Cristóbal Colón a la inversa, porque estábamos descubriendo  la Italia”, cuenta. Luego de varios años en Italia, en donde finalmente pudo trabajar con contrato en el Teatro Massimo de Palermo, Gloria viajó a Praga, República Checa, en busca de una formación. “Cuando llegué a Palermo, una de las cosas que más me impactó fue la impecabilidad de las bailarinas, su destreza, el dominio de la técnica. Pero, claro, si tenían una formación precoz y yo había empezado la formación muy tarde”, recuerda.Quizá el episodio que terminó por convencerla de  estudiar, fue cuando uno de sus maestros le empezó a hablar de un episodio de ‘La Sílfide’ y ella se quedó enmudecida, sin entender lo que le estaban hablando. Fue entonces cuando le dijo al maestro que ella nunca había visto la pieza completa, y que de peso tenía que interpretarla. Ante esos vacíos formativos, Praga resultaba la oportunidad más viable. Y lo fue. Allí estudió durante dos años todas las técnicas del ballet, y en sus ratos libres visitaba las clases de los más pequeños para saber cómo se formaban en las primeras etapas, intuyendo quizá que en el futuro ella podría replicar el modelo.Cuando se habla de Praga, Gloria Castro no tiene reparos en decir que fue una de las mejores épocas de su vida. Y el director de teatro Jorge Alí Triana, con quien coincidió por una larga temporada,  da fe de ello. “La recuerdo como una mujer extraordinariamente apasionada por el ballet. Teníamos  un grupo grande de amigos latinos y con ellos íbamos siempre a los espectáculos de ballet, de ópera. Era increíble. Y aunque ella no era muy política, los otros, yo particularmente, aprovechábamos nuestros encuentros para discutir de política en los restaurantes estudiantiles y las cervecerías. Llegamos a ser grandes amigos, y aunque ella estuvo menos tiempo que yo, hoy entiendo cómo fue que llegó a crear esa gran obra que es Incolballet. Es impresionante”, dice Triana.De esa época vienen los rumores que se crearon sobre su supuesto comunismo. “Cuando llegué a Cali muchos decían que yo era comunista porque contraté profesores rusos. Pero en realidad lo que yo buscaba era la profesionalización de mis estudiantes y sabía que lo podía lograr solo si traía al mejor equipo”.Luego de una lesión sufrida en Praga, en medio de una presión altísima en su entorno académico, Castro decidió visitar a su familia en Nueva York, y de paso visitar Colombia. Pero lo que ella pensó sería cuestión de días, terminó siendo una odisea que ya cumple 35 años y que se convirtió, por encima de su oficio de bailarina, en su gran proyecto de vida. La escuelaEn uno de los salones de baile ubicados en Incolballet, al sur, en las afueras de Cali, esta mujer de baja estatura habla con algunos de los alumnos que se presentarán en la gala del 1 de junio. “Leo, ¿cómo va la espalda?”, le pregunta a uno de los chicos, y él le responde que va mejorando. Sobre ese piso de madera, frente a un ventanal grande que deja ver una zona verde descuidada y agreste, Gloria recuerda que fueron muchos los años que lloró por haber dejado el baile.  “Cuando llegué a Cali y vi la oportunidad que tenía la Escuela de Ballet de Bellas Artes sufrí mucho, porque pocos entendían mi propósito de convertirla  en un sitio que formara a profesionales del ballet. Entonces me preguntaba si valía la pena haber dejado una carrera como bailarina, como aquella del teatro Massimo en Palermo, con contrato, y sin las preocupaciones de luchar por algo que todos consideraban “de locos” como me decían”.Es que Castro, con la formación recibida en Praga, había comprendido que eso del ballet era un arte de formación precoz; que los niños debían empezar a estudiarlo desde los 9 años, por tarde a los 12; que tenían que recibir clases a diario, y no dos veces por semana; que tenían que hacer sacrificios.Pocos entendieron. No entendieron que de los 200 alumnos que había para entonces en ballet, solo 78 podían seguir en la escuela porque eran los que cumplían los requisitos. “Me atacaron, hubo escándalo, los padres decían que ellos no querían que sus hijas se dedicaran al ballet como profesión. Pero ese era mi objetivo”.Por fortuna, tuvo a su lado el apoyo de unos cuantos que no le permitieron desfallecer. “De Susana López, que me animaba siempre; de María Antonia Garcés, que creía ciegamente en esta empresa cuando fue directora de Bellas Artes; de Doris Eder de Zambrano, para entonces ministra de Educación y quien fue, finalmente, la persona que aprobó el proyecto”.  Castro aún recuerda aquellas tardes en que se iba a recorrer los barrios más populares de Cali, megáfono en mano, a contarles a los niños y a sus padres qué era eso de bailar ballet. “La mayoría de la gente nunca había visto un ballet. No sabían qué era eso. Los muchachos pensaban que eso era asunto de homosexuales”, cuenta hoy entre risas. Jairo Álvarez lo recuerda muy bien. Él hizo parte del primer grupo que se inscribió en Incolballet. Tenía 14 años y, cansado de que en su colegio siempre había revueltas, decidió explorar ese nuevo colegio. Hoy confiesa que se quedó frío cuando en el examen de admisión le pidieron que se quitara la ropa y se quedara en calzoncillos. “No tenía idea que iba a aprender ballet”, recuerda. Jairo no solo fue admitido, sino que llegó a tener un nivel tan alto que logró una beca en Rusia. Tras dos años de estudio en San Petersburgo, regresó a la escuela y desde entonces es profesor de danzas folclóricas en Incolballet. No fueron pocas, eso sí, las veces que se fue de trompadas con muchachos del barrio, quienes lo tildaban de maricón. “Eso fue pasajero. Después no tuve problema con nadie. Soy casado, tengo tres hijos y vivo feliz. ¿Usted se imagina qué sería de mi si no hubiera entrado a ese colegio. Seguro sería mecánico o electricista, y no habría conocido ni la mitad de los países que alcancé a conocer cuando fui bailarín”, confiesa. El Instituto Colombiano de Ballet Clásico, Incolballet, fue creado en 1978. Desde entonces, la escuela --pública por cierto--, ha graduado a 257 bachilleres artísticos en Danza Clásica y 46 en Danza Nacional. También 16 licenciados en Danza Clásica.Ha habido momentos de inmensa alegría, como cuando se creó Barrio Ballet, una de sus obras cumbre que llegó a tener casi mil funciones. Ha habido momentos amargos, también, como el cierre de la Compañía de Ballet de Cali, tras 15 años de trabajo. Muchos egresados, incluso de las primeras promociones, no se lo perdonan. Muchos aún esperan que Gloria Castro los llame para un reencuentro, para una reconciliación. Pero siguen esperando. Eso dice Alicia Cajiao, quien fuera bailarina principal de Barrio Ballet. El regresoEntre las presentaciones que este año han generado más expectativas son las de los exalumos que regresan a casa luego de truinfar en el exterior. Unos bailando, otros enseñando.  Entre ellos están Fornier Ortiz, desde Finlandia; Andrés Felipe Figueroa y Diana Catalina Gómez, de Estados Unidos; José Manuel Ghiso, de Inglaterra; Natalia Berríos, de Chile; Adriana Vargas, de Suiza; Óscar Eduardo Chacón, ese chico del barrio Urbanización Barranquilla que hoy se pasea por Europa central para presentarse ante un público exigente que lo aplaude sin cesar.Desde Stuttgart, Óscar contesta el teléfono. Ha pensado en Colombia, dice. En Cali. Piensa en los años que vivió en Incolballet practicando un giro, un salto, un paso de dos.   “¿Que si me imagino qué hubiera sido de mí si no se me hubiera atravesado el ballet? No sé, en mi casa todos han sido muy estudiosos, habría estudiado algo. O habría sido futbolista. A lo mejor  no. Talvez no habría llegado a los 14 años como varios de mis amigos del barrio que fueron pandilleros y los mató la violencia. En todo caso, seguro llevaría una vida más aburrida”.

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