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Estreno en la máscara: 'El grito de Antígona vs. la Nuda Vida'

Los días 27 y 28 de mayo se presentará en el Teatro La Máscara esta suerte de ‘grito poético’ contra la violencia y su olvido. Se trata de ‘El grito de Antígona vs. la Nuda Vida’, una obra que le apuesta a la memoria. Y a la vida.

22 de mayo de 2016 Por: Catalina Villa | Editora de GACETA

Los días 27 y 28 de mayo se presentará en el Teatro La Máscara esta suerte de ‘grito poético’ contra la violencia y su olvido. Se trata de ‘El grito de Antígona vs. la Nuda Vida’, una obra que le apuesta a la memoria. Y a la vida.

Sentado  frente al balcón de aquella casona de San Antonio que durante los últimos 24 años ha acogido al Teatro La Máscara, el actor y director de teatro caleño Gabriel Uribe admite que ‘Antígona’, la tragedia de Sofocles, ha sido una suerte de obsesión en su carrera. 

Hubo etapas en su vida, dice, en las que se dedicó exclusivamente a estudiarla, a investigarla, movido quizá por una necesidad de entender la humanidad que encierra ese personaje y que, en últimas, es una de las cosas que ha buscado siempre con su trabajo: conmover a través del teatro. 

Por eso cree que fue una feliz coincidencia recibir la llamada de  Pilar Restrepo, del Teatro La Máscara, para dirigir un montaje en el que su grupo venía trabajando hacía meses: justamente una obra  basada en ‘Antígona’. 

“En la historia universal  esta obra se ha repetido infinidad de veces. Y lo bonito y singular de ella es que en cada época histórica y en cada país han tomado la trama de Antígona y la han hecho suya”, dice. 

Recuerda de manera especial  la versión del francés Jean Anouilh, escrita en 1942 durante la ocupación alemana de Francia en la Segunda Guerra Mundial. “Fue una versión tan contundente que se convirtió rápidamente en un símbolo de resistencia contra la ocupación nazi”. 

También saca a relucir aquella  de Bertolt Brecht que, de forma similar, y a través de uno de los personajes de la obra, se convirtió en la radiografía de Hitler. 

“Desde su creación, el mito nos sigue hablando. Y eso se debe que esta obra aborda una temática que desde la antigüedad hasta nuestros tiempos no ha cambiado: el dolor que nos produce la guerra. El duelo al que esta nos somete”. 

Y de  ese duelo se trata, también, esta adaptación del Teatro La Máscara. Del dolor y la sangre que la guerra ha derramado en nuestro país a lo largo de los últimos 50 años. ¿O acaso quién en Colombia no ha vivido  de alguna u otra manera el duelo de la guerra? 

‘El grito de Antígona Vs la Nuda Vida’, nombre de la adaptación,  se estrenó a mediados de 2013. Sin embargo, desde entonces ha sufrido varios ajustes y variaciones pues, como sus integrantes lo explican, se trata de una obra que está viva y, desafortunadamente, nutrida por un contexto de guerra. 

Llegar a esta versión fue un trabajo colectivo realizado por los 8 actores que la conforman: Lucy Bolaños, Pilar Restrepo, Sergio Gómez, Susana Uribe, Luz Marina Gil, Nasly Sánchez, Sara Avila y Gabriel Uribe.   Ellos empezaron por leer y analizar varias versiones y a partir de ahí  cada uno  seleccionó aquellos aspectos que eran imprescindibles o más relevantes de la obra. Una vez realizada esa disección, empezaron a crear las imágenes, pero a partir del contexto local. Es decir, alimentada con el imaginario de violencia que les tocó en suerte.  

“Fueron momentos duros, conmovedores, de confrontación, también de dolor, porque si había que nutrir esta obra de algo era del mismo dolor nuestro”, cuenta Gabriel. Entonces recordaron los asesinatos de familiares o amigos, las masacres en las que habían caído allegados, las torturas que leían en la prensa, los secuestros aparecidos en televisión. “Lo más duro de esta obra es que, aunque  ya está de cierta forma ‘terminada’, cada vez que la presentamos el público empieza a contar sus propios dolores,  sus propios muertos, y parece una historia de nunca acabar”, agrega Pilar Restrepo, sentada a su lado. 

Al mejor estilo posdramático, esas imágenes se fueron construyendo a través de unos pocos textos de la obra y, sobre todo, de textos   extraídos de la investigación realizada por el grupo, es decir:  estadísticas, discursos, rituales, documentos, videos, audios, narraciones. 

Para Susana Uribe, una de las actrices, lo que más impacta de esta puesta en escena es la osadía que tuvieron para decir ciertas verdades, “sin llegar a ser panfletarios”, echando mano de la ironía y el humor negro.  

Eso sucede, dice, cuando el público pasa de un ambiente muy alegre y jovial, en medio de esa Colombia de colores y paisajes alucinantes, a un sótano donde todo es podredumbre. Se desciende entonces a lo más bajo de la sociedad en donde, incluso, hay ciudadanos de segunda categoría, cuyas vidas no valen absolutamente nada. 

“A través de un  personaje de la calle, de esos que nos encontramos durmiendo debajo de los puentes sobre unos cartones, de los que hablan de manera desquiciada pero cuyo discurso, en el fondo, tiene mucho sentido, quisimos introducir el concepto  de la Nuda Vida, del filósofo Giorgio Agambem”, explica Pilar. Un concepto  que denuncia cómo  los seres indocumentados, los llamados N.N., o los inmigrantes,  son tratados como cuerpos sin derechos, en contravía de los Derechos Humanos.

También sucede cuando un locutor de radio narra un partido de fútbol con toda la fuerza y emoción del caso, con la única particularidad -cómo si fuera poco- de que en lugar de ser  futbolistas, quienes juegan son paramilitares, y en lugar de un balón lo que rueda en la cancha es una cabeza humana.

También está aquella escena de la niña que habla, a orillas del Cauca, de esa facultad que tienen sus aguas para hacer flotar todo lo que allí cae. Incluso muertos.  

Son tan contundentes las imágenes, que el público se ha manifestado. Sucedió en Pereira, el año pasado. Un señor se paró al final de la obra y les dijo, indignado, que era tan real esa obra, que le daba rabia verla. Al final admitió que nunca había visto una forma de hacer teatro tan  buena, pero tan dolorosa. 

Algo similar sucedió con una amiga del teatro, que trabaja con derechos humanos, y quien tuvo que salirse en medio de sollozos  porque no podía con tanta dureza. “Son la comprobación  de que todos tenemos muertos a quienes llorar”, dice Pilar.  

Y es que si algo no tenían presupuestado en el momento de creación es que los foros al final de cada presentación iban a ser casi tan largos o más  que la misma obra. Porque sucede que cuando termina la escena final, la gente no se va. La gente siente la necesidad de hablar. 

“De alguna manera se produce el efecto de la tragedia en el espectador, que es la catarsis, una especie de limpieza. Porque la gente narra cosas impresionantes que han vivido, se vuelve un espacio de comunicación que de cierta manera es mágico. Uno siente que lloran del lado del público y luego el llanto viene del lado de los actores. Es ahí cuando uno entiende que la obra es necesaria. No solo por su valor como denuncia de los sucedido, sino como un acto de memoria, justamente para que lo sucedido no se repita”.

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