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Esta es la historia del oso que se ganó un premio Óscar

‘Historia de un oso’ es la metáfora de un exilio. El del abuelo de Gabriel Osorio, director del corto animado que le entregó a Chile su primer Óscar. Prohibido olvidar.

13 de marzo de 2016 Por: Lucy Lorena Libreros | Reportera de El País

‘Historia de un oso’ es la metáfora de un exilio. El del abuelo de Gabriel Osorio, director del corto animado que le entregó a Chile su primer Óscar. Prohibido olvidar.

 

Historia de un Oso/Bear Story (2014) dir. Gabriel Osorio from Nayo Aragon on Vimeo.

El teléfono de la casa de Villa Zaror, en Maipú, repicó cuando estaban cerca las 3:00 de la madrugada. Nacía el lunes 29 de febrero de 2016 y en esa populosa comuna de Santiago de Chile un hombre de 86 años intentaba entender lo que sus ojos habían visto, en la pantalla de un televisor, la noche anterior: su nieto, Gabriel Osorio, vestido de frac impecable, levantando  ante el mundo el primer premio Oscar que recibía Chile en su historia. 

¿Cómo lo viste, abuelo? ¿Cómo lo viste? preguntaba  el muchacho al otro lado de la línea. La  voz trémula, entrecortada. Lágrimas compartidas que se atoraban en las gargantas. Y tras eso, un largo silencio con el que ambos parecían decirse todo. 

Abuelo y nieto sabían  que ‘Historia de un oso’ —el cortometraje animado que acababa de quedarse con  una estatuilla dorada— era  una deuda saldada. La metáfora de un largo exilio cuyo prólogo comenzó a escribirse solo dos días después de que las bombas incendiarias de Augusto Pinochet cayeran sobre la Casa de la Moneda para poner fin  a tres años del gobierno socialista de Salvador Allende.

Leopoldo  Osorio, el abuelo feliz de Villa Zaror, se ganaba la vida por esa época como secretario privado de Allende. Un hombre de izquierda dedicado a responder  la nutrida correspondencia del mandatario, para quien trabajaba desde 1964 cuando este lo convenció de  renunciar a su vida de obrero de fábrica.   

Al principio le mostraba las respuestas  para que las aprobara. Pero un  día Allende le dio un espaldarazo: “Compañero, yo confío en usted. Responda, no más”. Y así  Leopoldo se vio de repente  contestando las misivas que bien podían llegar a nombre del presidente argentino Juan Domingo Perón o bien del mexicano Lázaro Cárdenas del Río.

En ese orden andaba su mundo cuando  el 11 de septiembre de 1973 la radio despertó a los chilenos con la noticia de que la Marina estaba sublevada. Un Golpe de Estado era cuestión de horas. Y sucedió. Y lo que ocurrió después, lo escuchó Gabriel de niño muchas veces: que su abuelo paterno, como todos los colaboradores de Allende,  fue arrestado violentamente. Que estuvo en la Cárcel Pública de Santiago junto a otros ‘allendistas’  —entre ellos el general Alberto Bachelet, padre de la actual presidenta de Chile—. Y que luego el único camino que se abrió delante suyo fue el exilio. Leopoldo se refugió en Londres por casi dos décadas. Fue uno de los 300.000 exiliados políticos que dejó un gobierno de hierro  que se prolongó hasta 1990.  

Ese relato se quedó a vivir para siempre en la memoria de Gabriel. Y la única manera que encontró para ponerse a salvo de ese recuerdo amargo fue recrear poéticamente la historia de Leopoldo. “No se trataba de hacer una recreación literal”, asegura Gabriel, desde Santiago. “Pero ‘Historia de un oso’ tiene muchos elementos de  ese abuelo vivo, pero invisible. Del modo como mi familia sintió su partida y su ausencia. Quería cerrar una parte de mí que estaba sin terminar”.

Y la historia que narra este chileno de 31 años  es sencilla y poderosa a la vez. Una narración silente que nos deja delante de un oso solitario y entrado en años que, a través de un teatro portátil construido por él mismo, cuenta cómo un oso es arrebatado de su casa por tipos que quieren convertirlo en atracción de circo. El oso no tiene más remedio que partir con ellos, pero un día decide fugarse de sus captores para reencontrarse con su esposa y su hijo.

[[nid:516719;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2016/03/gabriel-osorio.jpg;full;{Gabriel Osorio y Patricio Escala, director y productor del corto animado ‘Historia de un oso’, celebran el premio Oscar que ganaron el pasado 28 de febrero.Foto: AFP}]]

La idea permaneció  cuatro años puliéndose en las pantallas de los equipos  de PunkRobot, productora de animación que Osorio fundó en 2008 en complicidad con Patricio  Escala, Antonia Herrera y Mari Soto-Aguilar. Y de la que han salido cortos para canales como Netflix.

Cuatro años en los que Gabriel exhumó el dolor de su familia. Y las pistas con las que poco a poco   tropezó  para entender cómo era el abuelo, que ni siquiera pudo permitirse una llamada a los suyos.   “Uno de esos recuerdos —dice— era la grandiosa colección de cajitas de música que tenían en mi casa,  atesorada por mi abuelo. Fue de allí que nació la idea de un oso que recorriera calles viejas de Santiago cargando un teatro musical”.

Allá en su casa de Villa Zaror, Leopoldo sabía que su nieto  trabajaba en un proyecto cinematográfico. Lo cuenta él, al otro lado de la línea, aún embriagado de orgullo ante la hazaña de Gabriel. “No quise intervenir mucho, aunque Gabriel  me iba contando una que otra cosa. Pero no quería permear su idea. Ni él discutió conmigo los detalles del corto. Me dijo: no te preocupes abuelo, sé exactamente lo que sucedió en ese tiempo”.

Fue por eso tal vez  que desistió en un comienzo, la noche de entrega de los Oscar, de aguardar pacientemente como el resto de Chile a que anunciaran al ganador de la categoría de Mejor Corto Animado. O tal vez fue que aún tenía en carne viva el dolor de la muerte de Nelly Fernández, la mujer que lo acompañó con devoción durante los últimos 60 años y que había fallecido  un mes atrás. 

“Me fui a dormir esa noche, pero un hermano me despertó. Y cuando vi a mi nieto en pantalla no entendía nada. Ni sabía que se trataba del primer Oscar para Chile, ni esas cosas.  Es que  fui siempre pesimista. Pensaba, qué van a premiar en Hollywood  una historia inspirada en un socialista que  odia a Estados Unidos”.  

Los diez minutos del filme  vino a verlos a la mañana siguiente cuando su nombre ya era tendencia “en esa cosa llamada Twitter” y tenía frente a su casa a un enjambre de periodistas de todo Chile. 

Fue entonces, ayudado por uno de esos reporteros, cuando intentó reconocerse a sí mismo en ese oso de ojos tristes a quien una noche sacan a empujones de su casa para llevárselo, junto a otros animales, a un circo lejano. Tal como habían hecho con él los policías de Pinochet el 13 de septiembre de 1973.  “Lo mío fue igual: entraron a mi casa y empezaron a golpearme. Finalmente, un golpe en el estómago me hizo caer y me dejó inconsciente. Para mí el circo fue la Cárcel Pública de Santiago, en la que estuve preso dos años y tres meses. Tuve suerte, porque en medio de ese proceso militar en mi contra di con gente muy  humana que  me permitió huir de Chile para poder exiliarme”.    

A su país solo regresaría hasta 1991, un año después de que un plebiscito le pusiera fin a la era Pinochet. Leopoldo hasta entonces había mantenido el cordón umbilical con su familia a través de esporádicas cartas  de  un hermano que se las ingenió  en medio de las férreas restricciones del gobierno. 

Pero lo único que  no se atrevió a confesarle es que, justamente en su ausencia, había fallecido el padre de Gabriel en un accidente en moto. La muerte había ocurrido solo  meses antes de su retorno definitivo.

Leopoldo se recuerda en compañía de Mónica, la médica madre de Gabriel, visitando la tumba de ese hijo al que le quedó debiendo el último abrazo. Un golpe más fuerte que el propio exilio. 

 Hoy, tan solitario como el oso que protagoniza el cortometraje de su nieto, Leopoldo reconoce que solo hasta ahora vino a entender que su historia tenía un propósito:  unir, en torno a la alegría de  un Oscar, a un país que durante más de 40 años ha estado dividido políticamente.

¿Cómo lo viste, abuelo? ¿Cómo lo viste?

 

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