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Entrevista a Molano: El viajero que mira

A la manera de los viajeros del Siglo XIX, Alfredo Molano anota sus impresiones y de charlas con gente anónima salen sus historias.

7 de abril de 2012 Por: Redacción de El País

A la manera de los viajeros del Siglo XIX, Alfredo Molano anota sus impresiones y de charlas con gente anónima salen sus historias.

lfredo Molano reconoce que no ha publicado 17 libros, sino 17 capítulos de una misma historia, porque los protagonistas de los nuevos libros descienden de los que figuraron en los primeros.El más reciente, ‘Del otro lado’, contiene seis relatos de colombianos que viven en el Ecuador, adonde llegaron huyendo de la guerra o de la situación económica. “Y algunos de la justicia, porque tienen algún ‘muñeco’ detrás”, explica.Esos colombianos se asentaron en Sucumbíos, en la región amazónica, y en Esmeraldas, a orillas del Pacífico: “La primera es una colonización campesina proveniente del Tolima, Caquetá y Putumayo, que se adentró en el Ecuador y tiene relación con el cultivo de la coca. La segunda tiene relación con el narcotráfico. Es gente que llega de Barbacoas y Antioquia como pequeños mineros y peones en los cultivos de palma africana”. Más que hablar del libro, Molano contó qué le impulsa a escribir y contar:Usted da voz a los que no tienen voz...Yo converso informalmente y cuando la persona, su vida o sus experiencias me parecen interesantes, hago una entrevista más profunda. Así sale la historia, que integra en primera persona hechos que cuentan otros y detalles de todo lo visto. Eso me permite mirar en muchas direcciones desde un ángulo definido, que es la visión del que cuenta la historia central. Son biografías en primera persona, no autobiografías. Entonces hay licencias literarias, más propias de la ficción que del periodismo.Sí, claro. En estos relatos una persona puede contar un hecho de otra, no como si lo hubiera vivido sino como si se lo hubieran contado. Lo que me da el tono es la relación con el protagonista y las sensaciones que me causa. Es algo más emocional y no es susceptible de ser editado.Usted es como los viajeros del Siglo XIX, que anotaban sus impresiones.Ya quisiera ser un cronista del Siglo XIX, pues más que sociólogo y escritor, me considero un viajero que mira y cuenta. ¿Qué hace con las historias no relacionadas con el tema que recoge?Nada. Una vez escribo el libro, rompo con el origen de las historias. Por eso tengo un cajón lleno de entrevistas que no han sido clasificadas ni quiero clasificar. A diferencia de los viajeros del Siglo XIX, usted se mueve muy rápido...En las zonas donde escojo escribir algo, trato de no demorarme. Llega un momento en que tengo suficiente información y la que llega después casi que la rechazo. Todo tiene un límite: el límite del sufrimiento. Entonces, es el momento de escribir y si lo dejo pasar, se seca. Usted halla todos los días muchas historias. ¿Cuál es la seña para saber que una u otra merecen ser escritas?Francamente, no lo sé. Creo que es un ‘click’ emocional. No es literario, ni político, ni demagógico. ¿Y debe salir con dosis de sufrimiento?Sin duda. Lo que no me hace sufrir, y no lo digo en forma masoquista, no lo tomo. Por eso se me ha hecho tan difícil escribir sobre personajes importantes: no me tocan y no sufro con sus historias.Uno siempre lee de usted historias duras. ¿Las historias bellas no lo tocan?Casi todas las dolorosas son bellas. Quizás el dolor les da una luz muy humana, que toca los límites de la belleza. La gente que sufre es la más bella, porque sufre con cierta nobleza, con generosidad. Por eso me espantan los que se victimizan, porque buscan un elogio a través del lamento.¿Cómo dejarse tocar por esas historias y no dejarse afectar?Oyéndolas. Su pregunta es clave, porque uno casi no escucha por vivir juzgando. Si uno escucha a la otra persona, ella le llega a uno. Si la juzga, pone una talanquera.Las historias duras son como el café: dejan sedimento. Y en el periodismo la acumulación de ese sedimento se transforma en escepticismo o en cinismo......o en pasión. Usted no escribe muchas obras, sino un libro único con muchas entregas.Sí, sí. Uno siempre cuenta todas las historias desde una misma perspectiva, la de su mirada del mundo. Cualquier periodista cuenta cualquier historia a través de su vida. Por otra parte, me encuentro con una cosa sorprendente: de los colonos que están en Sucumbíos, sus abuelos estaban en el Tolima, y usted puede seguir su camino. Ésta es la cuarta o quinta generación desde los años 30, entonces es una saga que se cuenta por episodios.¿Cómo no cae en la tentación de escribir moralejas a esas historias?No, no, no. La moraleja es una manera de borrar. Por eso no trato de concluir. Ese problema tienen mis columnas y lo hago así para dejar el tema vivo. Cerrar ya tiene algo de moraleja y uno debe dejar que la gente sufra con lo que uno sufre.¿Se pregunta si tiene suficiente ilustración con libros, como 'Del otro lado'?Sí, y sin embargo, me sale otro. Siempre que termino un libro, pienso que ya no hay más. Y siempre hay más, porque la historia de la gente no concluye. Pensé que con ‘Del otro lado’ había terminado la saga, pero la gente sigue yéndose. Cuando se tiene más de 60 años hay tendencia al sedentarismo. ¿Ya le llegó?Me muevo mucho y me gusta moverme. Cuando paso un tiempo en Bogotá comienzo a desesperarme y entonces busco para dónde irme. Mis hijos me preguntan dónde estoy, pero les digo que no pregunten. El día que me muera por allá, ni sabrán dónde queda eso. ¿Ir adonde sea, en lo que sea?Cada vez es más difícil. Ya no me monto en un caballo brioso, y si me esperan ocho horas sentado en la tabla de una lancha, hago el recorrido en tres jornadas, pero sigo viajando. Eso se debe a que soy campesino y por eso mantengo la ilusión de moverme. No quiero parar todavía.

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