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Entre la luz y la oscuridad

‘El club’ de Pablo Larraín narra la historia de cuatro sacerdotes excomulgados que yacen recluidos en un pueblo costero de Chile, asistidos por una religiosa. Un evento inesperado pone fin a la vida reflexiva y los encara con sus mayores miedos llevándolos a tomar decisiones radicales.

15 de noviembre de 2015 Por: Por Claudia Rojas Arbeláez

‘El club’ de Pablo Larraín narra la historia de cuatro sacerdotes excomulgados que yacen recluidos en un pueblo costero de Chile, asistidos por una religiosa. Un evento inesperado pone fin a la vida reflexiva y los encara con sus mayores miedos llevándolos a tomar decisiones radicales.

En una pequeña y casi inadvertida casa amarilla, en un feo y frío pueblo de pescadores, viven cuatro hombres, una mujer y un galgo.  La amistad que los une les permite compartir la emoción de ver a su perro competir y ganar en las carreras locales, algunas conversaciones alrededor de la mesa y la oración.  Por cierto, los cuatro son curas y ella es un religiosa que cuida de ellos.  De la vocación casi nadie habla, tampoco de los títulos, solo del perro y de lo veloz que es.  Poco después, con la llegada de otro, descubrimos que el recién llegado, al igual que los cuatro que lo preceden, ha sido aislado de su parroquia y recluido en esta casa por algún escándalo.

La vida contemplativa que alternan con el negocio clandestino que sostienen con el can se ve interrumpida con un evento inesperado y trágico que sin duda los pone en un aprieto.   De repente su vida aislada se pone en la mira de los superiores y se convierte en el foco de la investigación por parte de otro hombre, uno con menos años, más cartones y poder, que carga con la fama de ir cerrando a su paso casas como la suya. De ahí en adelante la película transcurre entre entrevistas, conversaciones suspicaces y planes secretos, en medio de la tensa recolección de pruebas y la búsqueda de una verdad aparente que nadie quiere encarar.

Esta es la película ganadora del último Festival de Cine de Berlín.  Se llama ‘El club’ y está dirigida por el  chileno Pablo Larraín, quien ha construido su carrera con historias de personajes poco convencionales, narradas sin tibiezas.  Primero lo vimos con Tony Manero (2008), luego con Post Mortem (2010), las dos poseedoras de argumentos inquietantes y ubicadas en momentos históricos difíciles y complejos.  Después de esto y llegado el año 2012, Larraín  rodó  ‘No’, una película teñida con tintes optimistas y un tanto comerciales que estaba basada en la historia de Renée Saavedra, uno de los publicistas que lideró la campaña publicitaria que buscaba que el pueblo chileno votará por el “no” en el referendo que se realizó en 1988 convocado por Pinochet.

De algo no hay duda.  Larraín es un gran investigador, una especie de historiador hambriento que siempre está en busca de momentos imperceptibles para algunos pero vitales para él.  Y así como lo hizo antes con la toma del poder de los militares y con el abandono del mismo, ahora pone los ojos en la Iglesia y habla de sus silencios y complicidades.  Tema que investigó a profundidad y que le ha permitido hablar con la soltura que lo hace en ‘El club’.

La película  arranca con la cita “Dios vio que la luz era buena y él la separó de la oscuridad”, extraída del Génesis y con la que Larraín expone la paradoja sobre la que se mueve su narración. Aquella que hace referencia a la dualidad que habita en el ser, aquella con la que se acostumbra a convivir, sin llegar a separar jamás.  De allí que luz y oscuridad se debatan y posean la una a la otra en medio de un conflicto que cada vez se hace más grande, dejando al descubierto la esencia última de supervivencia y poder.  

En este juego dramático el director se acompaña de actores increíbles entre los que no podía faltar su compañero de cuitas Alfredo Castro, que ha protagonizado varias de sus producciones anteriores.  Actores a los que, como parte de su estrategia, nunca les compartió el guión sino que dirigió de una manera bastante particular, utilizando los primeros planos y las confesiones a cámara.   Un ejercicio en el que nunca perdió de vista a sus personajes, a quienes cuidó y trató con profunda humanidad, permitiendo que los espectadores logren comprenderlos a pesar de sus atrocidades.

De esta  forma, con ‘El club’ labra una nueva senda y ¡de qué manera! Pisando fuerte y llevando su filmografía a otro nivel.  A pesar de que poco antes de encontrarse con ella Larraín planeaba hacer otra, como las cosas buenas esta inquietud llegó para quedarse.  Hizo la investigación, escribió el guión en tres semanas y rodó en dos semanas y media.  Sin perder jamás de vista su particular manera de ver el cine y no solo me refiero a ese arrojo dramático al tomar a la Iglesia como protagonista sino al manejo de la fotografía.  La película se cuenta con tonos azules y grises y con una que otra distorsión.

Para ‘El club’ se usaron lentes y filtros especiales que le permitieron  trabajar con condiciones de luz natural extrema, buscando una atmósfera para la historia. Algo muy importante para el desarrollo de la trama que ocurre en un pueblo alejado donde la justicia la imparte la sociedad y el silencio abre paso al olvido.  

En su camino, la película ha conseguido  más palmas que censuras.  Lo que la Iglesia opine es otro asunto que al chileno parece no importarle. Tampoco debería hacerlo. 

 A fin de cuentas lo que detona la historia no es más que un secreto a voces que, al igual que en la película, sale a la luz de manera incómoda y ruidosa. Esto es algo que al chileno le ha interesado dejar bastante claro y que ha manifestado en más de una ocasión. 

Que de lo que le interesa hablar es de esa  variedad de razones que – como enfermedades mentales, abusos de autoridad, pérdidas de fe--, atormentan a hombres que al igual que los otros, pueden desencantarse o simplemente poner sus ojos en otros intereses.

@kayarojas 

Docente Universidad Autónoma de Occidente

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