El último adiós a Carlos Ordóñez, maestro de la cocina vallecaucana
El genial Carlos Ordóñez partió, pero nos ha dejado una herencia invaluable en obras como el Gran Libro de la Cocina Vallecaucana. Vamos a recordarlo con comida.
El genial Carlos Ordóñez partió, pero nos ha dejado una herencia invaluable en obras como el Gran Libro de la Cocina Vallecaucana. Vamos a recordarlo con comida.
Ayer fue despedido por su familia y sus amigos más cercanos el estudioso de la cocina colombiana Carlos Ordóñez Caicedo, autor del Gran Libro de la Cocina Colombiana y el Gran Libro de la Cocina Vallecaucana. Lea también: A los 87 años murió Carlos Ordóñez, defensor de la cocina vallecaucana.
Fue despedido en el Cementerio Metropolitano del Norte con un sonoro y efusivo aplauso que, entre lágrimas, le ofrendaron sus seres queridos, al tiempo que su gran amiga Gloria Castro, fundadora de Incolballet, hizo sonar la canción A mi manera, en la voz de Frank Sinatra, que resume a la perfección lo que fue la vida del bailarín, actor, mimo, empresario, chef, escritor, perrero, hombre de teatro, guionista, coleccionista de arte, gocetas y goloso irredento.
El final ya está cerca. Y enfrento el último telón. Amigo, lo diré sin rodeos. Hablaré de mi caso, del cual sé mucho. Tuve una vida satisfactoria, recorrí todos y cada uno de los caminos. Y más, mucho más aún, lo hice todo a mi manera..., dice la canción que arrancó las lágrimas de todos los presentes, entre ellos los chefs de la ciudad y la historiadora del arte y columnista gastronómica Soffy Arboleda. Así concluyen 80 años de dar y recibir afecto, en especial a través de la cocina.
Para quienes no lo conocen, Carlos Ordóñez fue el hombre que les enseñó a los bogotanos a comer aborrajados, marranitas, lulada y tamal valluno. En los años 80 abrió un pequeño local en la Calle 81 con Carrera 9a de Bogotá y montó un pequeño sitio de sánduches cubanos. No cabían más de diez personas flacas, contaba con la gracia y el sentido del humor que fue su sello.
Un día se le ocurrió su mejor idea: vender tamales, y sancocho los domingos. Con tan buena suerte que una famosa crítica gastronómica fue a mi restaurante y escribió que el mejor sancocho del país lo vendían en un garaje de Bogotá. Al día siguiente se me llenó el negocio. La gente llegaba en carros, llegaban con ollas y se llevaban el sancocho, contó en su última charla con El País, de la que compartimos los siguientes apartes:
Ese fue el inicio del muy exitoso restaurante Fulanitos. Pronto no tuve uno sino seis y no hice más porque no me dio la gana, uno pagaba el otro y no supe ni por qué. Me volví profeta de la cocina valluna, relataba.
Fue entonces que su gran amiga, Aura Lucía Mera, lo convenció de recorrer el país de punta a punta para un libro de recetas nunca antes hecho.
Manos a la obra, Carlos Ordóñez se embarcó en esta aventura que lo llevó desde La Guajira hasta las profundas selvas amazónicas, probando y preguntando.
En La Guajira me secuestraron, porque creyeron que yo era de la Dian o de la CÍA y que venía a denunciarlos por contrabando. No me creían que yo solo pretendía escribir un libro de cocina, eso les sonaba rarísimo, recordaba.
En otras poblaciones lo sacaron amenazado con pistolas y gritos de furia, pues creyeron que venía a robarles las recetas para montarles la competencia, pero también fue recibido con los brazos abiertos enmuchas regiones del país.
Saqué 2000 recetas en un año y medio. Fui a todos los rincones del país y hoy es la Biblia de la cocina colombiana porque ese trabajo nadie lo ha vuelto a hacer, que yo sepa, dijo.
Tras esta travesía editorial, su glotón interior quedó empoderado y jamás regresó a la normalidad. Hace cinco años, Carlos Ordóñez tomó una decisión trascendental: como no tuvo hijos les entregó, con todo y escrituras, sus seis restaurantes a sus leales empleados de toda la vida. Y ellos a cambio, en agradecimiento por este gesto de generosidad, jamás desampararon a su mentor.
Al preguntarle por este episodio y por el vínculo que lo unía a sus empleados-herederos, sus ojos se llenaban de lágrimas y concluía: Lo he tenido todo, lo tengo todo, estoy agradecido con la vida.
Seres de su talante y su singularidad son irremplazables. Paz en su eterna morada, donde ya mismo debe estar gozando de grandes banquetes espirituales.
Como la mejor forma de recordarlo es comiendo, a los lectores les compartimos algunas de las recetas que reposan en su Gran Libro de la Cocina Vallecaucana*.
Y para brindar por él en tiempos de calor, nada mejor que su sorbete de chontaduro con receta importada de Juanchaco y Ladrilleros:
1 litro de leche, agua o mezcla de las dos.2 tazas de chontaduro cocido y pelado.1/2 panela raspada o más al gusto.Hielo picado.Licúe la leche y el chontaduro, cuele para sacar la fibra. Coloque nuevamente en la licuadora, agregue la panela y el hielo, bata y sirva. Como diría Carlitos Ordóñez: ¡Y a hacer hijos!.