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"El que no ha leído mucho no ha vivido otras vidas": escritor Jorge Zepeda

El escritor mexicano Jorge Zepeda Patterson habla de su primera novela de ficción, Los Corruptores, que devela la relación entre el poder y las demás estructuras sociales que campea en los países latinoamericanos.

5 de enero de 2014 Por: Margarita Vidal Garcés | El País

El escritor mexicano Jorge Zepeda Patterson habla de su primera novela de ficción, Los Corruptores, que devela la relación entre el poder y las demás estructuras sociales que campea en los países latinoamericanos.

Jorge Zepeda Patterson es un destacado escritor mexicano nacido en Mazatlán, Sinaloa, hace 61 años. Es economista, sociólogo, escritor, periodista y analista político. Ha sido fundador y director de periódicos y revistas y ha ganado varios premios, entre ellos el María Moors Cabot, que otorga la Universidad de Columbia. Actualmente colabora en el diario El Universal y en la Revista Digital Sin Embargo.mx, que también dirige. Es autor de varios libros sobre economía, sociología y política. Acaba de lanzar en Colombia su primera novela de ficción, Los Corruptores, un revelador ‘thriller’ en el que revela literaria y crudamente no sólo la enorme corrupción de políticos, funcionarios y traficantes, común a varios de nuestros países, sino también su horrenda estela de violencia y de muerte.¿Cómo recuerda la época de su niñez, sin los problemas de violencia y narcotráfico de Sinaloa, de hoy?Era, literalmente, otro mundo, pero tampoco es conveniente idealizar en exceso todo tiempo pasado. La nostalgia es un sentimiento útil sólo en cierta dosis. Crecí con hermanos que estaban muy cerca entre sí porque eran seguidos, yo no, y creo que esa sensación de pertenecer a algo y, al mismo tiempo, de no pertenecer, va generando una buena circunstancia para el que quiere escribir.¿En qué sentido?Escribir, de alguna manera es una forma de observar la vida y para hacerlo uno tiene que retrotraerse a ratos y no ser exclusivamente protagonista. Es esa observación de las condiciones en la que los otros están sumergidos, la que va dando el material para luego poder construir una visión de la realidad. Esa sensación permanente que tiene el escritor de ser y, al mismo tiempo, de no ser parte de algo, es casi una condición sine qua non para escribir.¿El escritor tiene una sensación de desarraigo?Sí, sin duda. Hay un elemento en el escritor que lo convierte en una especie de extranjero en su propia tierra. Eso lo veo una y otra vez.¿Cómo lo definiría? Creo que es eso de no tener las herramientas completas para pertenecer a algo, para socializar, para mimetizarse, para subsumirse –digamos- como otros lo hacen. El buen escritor está en una reunión y al mismo tiempo no está, hay una parte suya que está en la esquina del cuarto observándose a sí mismo y a los demás.¿Eso es bueno, o malo?Ambos. Es bueno para producir y malo porque da una sensación de “otredad” con la que se tiene que bregar. No siempre la buena literatura está vinculada a una condición de felicidad por parte del autor.¿Sensaciones de plenitud o de felicidad no son las mejores para escribir?No, hay una especie de desazón del espíritu que es muy propicia para tomar la pluma o aporrear el teclado. El otro componente tiene que ver con el trabajo propiamente artesanal del instrumento, que es la escritura. Alguien puede tener un talento musical maravilloso, pero si no domina el piano o el violín, etc., es inútil. Y viceversa, alguien puede escribir muy bien, pero si no tiene sustancia, tampoco cuaja. ¿Cómo operó en usted?Tenía dudas sobre la segunda parte: si tenía madera, o no, para ser novelista. Me fue más fácil hacer un ‘thriller’ político que literatura- ficción, pero tampoco está en las antípodas de lo que había hecho: crónica periodística, descripciones de la realidad, develaciones de procesos de la vida pública. ¿Por qué es tan importante que un escritor haya leído (y lea) mucho?Porque si uno no ha leído mucho, no ha vivido otras vidas, ni ha comprendido situaciones que son ajenas a su propia biografía. Ser lector de buena literatura permite, literalmente, viajar, trasladarse en el tiempo, ser hombre, ser mujer, ser rico, ser canalla, y ese músculo es el que eventualmente permite construir personajes creíbles.¿Qué buscó con su libro Los Amos de México, que habla de las diez o doce familias más ricas de su país, amos y señores de un mercado enorme?Forma parte de un esfuerzo para tratar de entender qué es el poder y cómo opera, porque muchas veces los periodistas terminamos subyugados por un poder mal entendido. La inmediatez de la cobertura periodística hace que creamos que el problema es sólo ese individuo que está de gobernador, secretario, presidente, o funcionario canalla, que desde luego debemos denunciar. Pero eso no basta porque es el sistema el que los reproduce y eso es lo que a mí me interesa develar.¿Qué quiere demostrar sobre el poder, la riqueza, los monopolios de su país?Uno, que afecta nuestras vidas cotidianas, dos, que no tiene por qué ser así. Que depende de nosotros -del resto de la sociedad- que eso se repita porque los mecanismos de reproducción tienen que ver con nosotros mismos, no sólo con ellos. Ése es el tema: la cosa pública es demasiado importante para dejarla en manos exclusivas de las élites. Tenemos que impedir que se convierta en una “Cosa Nostra” para las mafias políticas y empresariales del país. Y ni siquiera cargo las tintas sobre esos miembros de las élites que en el fondo no son más canallas, ni más heroicos que la gente de a pie.¿Quiere decir que cualquier ciudadano del común, si tiene la posibilidad, haría lo mismo?Desde luego que no. Hay periodistas y políticos honestos. Todos los días en mi país cae muerto un policía que no aceptó el dilema de “plata o plomo”. Lo que sí quiero decir es que son las circunstancias las que favorecen que buena parte, o la mayoría, acabe cediendo a esas tentaciones del poder y de la corrupción, porque las estructuras del poder están hechas para que no haya rendición de cuentas, ni transparencia, ni participación de los ciudadanos. ¿No es solo un problema de ética?No, las cosas no pueden ser libradas simplemente a un tema de ética personal. Si las estructuras están podridas porque la condición humana, es la condición humana, eso es lo que me interesa mostrar. Y que si la impunidad no es soberana, se puede apelar a que la gente tenga un buen comportamiento en ese entorno. ¿Esa noción le faltó al presidente Felipe Calderón?Justo eso, él creyó que deshaciéndose de los capos y de los carteles, vendría el triunfo, pero fue un enorme fracaso. En diciembre de 2006, el ejército se fue a la lucha, con todo. Ocho años después, contabilizamos setenta y tantos mil muertos. La cifra de los primeros doce meses de Peña Nieto es de más de 9 mil víctimas; lejos de atenuarse, el problema se acrecentó.¿Qué lo alimenta?Que detrás del desmantelamiento de un cartel, del asesinato de una cabeza, de la aprehensión de un capo, surge inmediatamente, como ustedes muy bien lo saben en Colombia, cinco lugartenientes, con una consecuencia peor: ellos se van a destrozar entre sí para reemplazar al capo, con un escalamiento de violencia que no había originalmente. Es decir, otra vez son las estructuras, no la condición humana. Allí donde hay un mercado de consumo de tal magnitud aparecerá otra banda criminal. Es una cuestión de teoría económica o de condición humana trasladado a las instituciones corruptas. Una cosa adicional es la presión de los Estados Unidos, que no permite un cambio de metodología en el combate contra el narcotráfico.Apunta usted a una cosa central. En el tema hay muchísima hipocresía. La distancia que hay entre las Sierras de Sinaloa, donde se cultiva amapola y marihuana y la frontera con Estados Unidos, es muchísimo menor que la distancia que hay desde esa frontera a Nueva York, a Chicago, a Baltimore. Lo que quiero decir es que el trasiego fundamental de drogas transcurre en territorio norteamericano, no mejicano, porque se da en miles de kilómetros de carreteras norteamericanas donde hay patrullas, sheriffs, FBI, DEA y, sin embargo, la política gringa insiste en que la guerra se traiga a nuestro territorio.¿El remedio sería legalizar u otra manera de combatir las drogas ilícitas?Absolutamente sí. No hay soluciones fáciles, pero sí creo que estamos ya en el momento de explorar el tema a fondo. Es un tema de teoría económica. Hablamos de un negocio que multiplica en mucho cualquier otro: los ingresos que se generan para México por el tema de las drogas suman entre 25 mil y 40 mil millones de dólares. Un ingreso mayor que la renta petrolera de mi país, que produce mucho petróleo y que mientras siga siendo así, será un fenómeno absolutamente imparable.Usted ha sufrido amenazas. ¿Es Los Corruptores un ajuste de cuentas con los poderes que ha denunciado?En efecto, mi propósito fue sumar mucho de lo que como periodista he ido encontrando a lo largo de la vida y que, por una u otra razón, es imposible publicar, básicamente porque muchos de los casos no son demostrables para efectos periodísticos, ni se pueden documentar por falta de un testimonio, aunque uno sabe que sucedieron.¿Cómo lo soluciona en el libro?Hago una trama de novela negra, de ‘thriller’ político, una historia fuerte de suspenso que se constituye luego en un escándalo en la ficción y eso me permite evocar muchos expedientes reales que he conocido como periodista.Hay allí críticas al periodismo. El protagonista enfrenta una hecatombe personal por su ligereza al publicar datos no comprobados, ni contrastar fuentes. ¿Es usual en México? La novela intenta mostrar que la vida pública la constituyen muchas personas y muchos oficios que, como el periodismo, están llenos de claroscuros contra los que trato de ajustar cuentas. Los periodistas a veces fallamos en nuestra oficio de bisagras entre lo público y lo privado y nos hemos obsesionado exclusivamente con la clase política, a tal grado que hemos llegado algunas veces a convertirnos en una especie de subclase política. ¿Se dejan sobornar por dinero, o por temor? Muchas veces no es por dinero, ni por intimidación, hay otras formas más sutiles. Muchos periodistas cayeron o perdieron su nota aguda, independiente y crítica, no por la corrupción directa, ni por haber recibido necesariamente un sobre con dinero, sino por haberse convertido en amigo del poderoso al invitarlo, o ser invitado, a su mesa, y en esa medida pierde todo su potencial crítico, de denuncia y de cuestionador de los vicios de la vida pública.

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