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El genio musical de Ala Voronkova

La talentosa violinista ucraniana opina que Putin quiere apoderarse de los antiguos territorios de la Unión Soviética “y la única manera de conseguirlo es a través de la agresión y de la fuerza”.

4 de mayo de 2014 Por: Margarita Vidal Garcés | Especial para El País

La talentosa violinista ucraniana opina que Putin quiere apoderarse de los antiguos territorios de la Unión Soviética “y la única manera de conseguirlo es a través de la agresión y de la fuerza”.

Ala Voronkova nació en Kiev, Ucrania, cuando esta hacía parte de la URSS, y cuenta que su padre era un ingeniero con escasas reservas económicas.Por las consabidas exigencias machistas la madre debía permanecer en casa y los hijos fueron solo dos porque las familias de esa región no son prolíficas. Producen pocos niños, pero llevan la música en la piel –dice- y a los pequeños los llevan a conciertos especializados mientras los adultos acuden a la ópera y al teatro, dentro de una vida cultural variada y muy rica.No tiene memoria de cuándo empezó a gustarle el violín, pero manifiesta que seguramente nació para tocarlo, porque apenas levantaría un palmo del suelo cuando se opuso al empecinamiento materno que la quería como concertista de piano. Dice que como su madre era inteligente llegaron a negociar y Ala llegó ser también una excelente pianista.El profesor Dasar Bendersky fue su maestro. Cuando se la presentaron, a los 6 años, él la miró desde su gran altura a través de un monóculo irisado y le vaticinó que a pesar de su cortísima estatura, ella sería muy buena violinista, porque tenía carácter y genio. Y le enseñó las bases, la técnica y cómo andar por la vida superando dificultades en un aprendizaje que no termina nunca. La preparó para llegar a Moscú y al legendario maestro ruso Yuri Yankelevich, su otro maestro.Ala dejó todo atrás para establecerse en la capital, sola, a sus escasos 12 años. Terminó sus estudios de conservatorio, se casó con un pianista y tuvieron dos hijas. Pero las cosas se tornaron feas y en el año 91, caído ya el Muro de Berlín, en medio de la Perestroika y el Glasnot de Mijaíl Gorbachov, Ala y su marido salieron de la Unión Soviética, o lo que quedaba de ella y se fueron a vivir a Barcelona.“Fue una decisión difícil, porque los rusos tenemos una capacidad enorme de nostalgia y de sufrimiento. No lo digo en plan de crítica, ni mucho menos, pero siento que los norteamericanos tienen el mundo por casa y eso me resulta envidiable, porque para mí, mi país es mi casa. En eso León Tolstoi retrató divinamente al pueblo ruso. La situación en ese momento era muy difícil, con golpe de estado de por medio y mi marido temía por el futuro de nuestras hijas. Él quería darles una oportunidad en otro país y yo no podía hacer nada distinto que seguirlos, porque se llevaban con ellos mi corazón. Pero en realidad no era algo que yo quisiera hacer. Sin embargo, en vista de todo lo que ha pasado y está por pasar hoy día, no me arrepiento”.Es reconocida como una eminencia en el repertorio ruso y sus intereses musicales la han llevado a grabar estéticas contemporáneas como la obra completa para violín de Xavier Montsalvatge o las sonatas para violín y piano de Pavel Juon. Entre sus grabaciones es importante la dedicada a los Cuartetos de Cuerda de Eduard Toldrà, Premio Ciudad de Barcelona.Para referirse a su interpretación de los famosos e intrincados Caprichos de Paganini hay que ir a la leyenda y recordar que el músico italiano alimentó siempre la especie macabra de haber hecho un pacto con el diablo para que lo convirtiera en el mejor violinista del mundo.Era la época de los “castrati” y de las sopranos que dominaban el ‘bel canto’, pero Paganini logró convertirse en algo así como en la primera estrella mundial de rock de la época, cuando, maquillado como un muerto y poseído por Mefistófeles, reventaba las cuerdas del violín y seguía tocando con frenesí con la única cuerda que quedaba.Alto, flaquísimo, sarmentoso, tenía unas manos kilométricas y una melena alborotada que sacudía furiosamente para hacerla revolotear mientras tocaba. Su padre, un comerciante ambicioso lo había conminado de niño a ser “el más grande violinista del mundo”, y lo hizo estudiar sin reposo, a base de golpes y maltratos, hasta que el joven genio atormentado lo logró.Al final, Niccolò Paganini iluminaba con fuegos estratégicos y sombras calculadas el escenario donde tocaba como un poseso frente a abigarrados grupos de entendidos, donde no faltaban grandes coros de prostitutas y mendigos, que anhelaban secretamente un encuentro con el diablo.Verdad o mentira, este músico que hacía del virtuosismo un arte, fue el gran inspirador de genios como Schumann, Chopin y, Liszt, quien al oírlo tocar, a los 15 años, prometió que sería al piano lo que Paganini era al violín y se convirtió en el virtuoso del piano más grande de la historia.La Voronkova es menuda, emotiva y carismática. Y cuando abraza su Maggiati se transforma y crece, crece en la música, crece en el gesto, crece en la pasión que la domina. Hechiza al público y demuestra por qué la llamaron “niña prodigio” en Kiev.Hoy está en Colombia para dar varios conciertos, en especial piezas de Dmitr Shostakóvich, uno de los grandes compositores rusos del siglo pasado, por el que siente gran admiración, y para estrenar el concierto que escribió para ella el compositor catalán Moisés Beltrán que vive en Bogotá y es profesor en la Universidad Nacional.¿Cómo logró dominar los Caprichos frente a los que todos tiran la toalla?Risa. 24 Caprichos es probablemente la obra más difícil jamás escrita para violín. Ni siquiera Paganini la tocaba y, a mi manera de ver, la escribió para burlarse un poco de los músicos, al tiempo que enseñaba las grandes dificultades técnicas del violín. Pero también demostró que con el tiempo y cantidades industriales de estudio y un tesón a toda prueba, los niveles técnicos se van alcanzando, y hoy ya hay músicos que pueden tocar los Caprichos, incluido el último, que es el más hermoso y difícil.¿Es cierto que Paganini tenía una rara enfermedad en las manos?Sí, eran sumamente largas y flexibles, y él aprovechó esa circunstancia para hacer cosas que otros no podían hacer, ni en sueños. Para sus Caprichos, investigó también los límites de las posibilidades humanas normales – y yo soy un ejemplo de ello– para buscar caminos no ortodoxos y trucos técnicos, para lograr ciertos movimientos sin romperse las manos o los dedos, y alcanzar el virtuosismo necesario para interpretarlos.¿Tuvo usted momentos en que pensó que no podría?Sí, en el Capricho 3 hay un intervalo muy grande, una distancia entre el primer dedo y el meñique. Cuando intenté tocarlo por primera vez me salió un bulto en la base de la mano, que por fortuna desapareció a los cinco minutos. A primera vista había dificultades que parecían insuperables, pero Paganini sabía muy bien que todo tropiezo encontraría su solución si el intérprete buscaba caminos no convencionales. Ensayé una y otra vez numerosas posiciones hasta encontrar el giro exacto en que mi mano pudo coger ese intervalo. Hoy día lo hago con facilidad.¿Por qué admira tanto a Shostakóvich?Porque lo considero la Biblia del siglo XX, especialmente por su Concierto No. 1, a través del cual se revive ese horrendo y cruel período de la historia de nuestro país que fue la dictadura de Stalin, y que aquí no es una crónica fría sino una suerte de novela sicológica, de un pensador apasionado como Shostakóvich. Lo considero un relato de gran fuerza artística. Algo único y muy valiente, porque en el tiempo en que lo escribió, todo aquel que se atreviera a hablar contra el régimen era ejecutado. A finales de los años 50, Shostakóvich sufrió ataques implacables y su música fue estigmatizada, lo obligaron a “reeducarse” y lo humillaron en una forma atroz. Pero cuando regresaba a casa, él escribía ese monólogo trágico y bello, el Concierto No. 1 y convertía todo ese horror político en una joya musical incomparable. No lo eliminaron porque ya era un músico de fama mundial y grandes maestros interpretaban sus obras. Hubiera habido un gran escándalo, pero lo castigaban de la peor forma posible. Cuando usted dice que frente a lo que está sucediendo hoy en Ucrania no se arrepiente de haberse ido, ¿expresa temor por lo que pueda llegar a hacer Vladimir Putin?Claro, en términos generales me preocupa mucho la situación de mi país y lo que se está gestando a su alrededor. Me da mucho temor el regreso a una dictadura que podría llegar a ser peor que la de Joseph Stalin. Pienso que Vladimir Putin está siguiendo sus pasos, así como los de Adolfo Hitler. En Rusia ya hay censura de prensa y la información proviene solo de los periódicos oficiales. Y aunque los rusos le pararon los pies a Hitler en la Segunda Guerra Mundial, en unión con los aliados, hoy allí se llega al extremo de decirle a la juventud que Hitler no solo rescató a Alemania, sino que consiguió devolverle su esplendor. Y hasta llega a negarse el Holocausto Judío y el horror de una guerra en la que murieron 60 millones de seres humanos.¿Cree que el pueblo ruso aguantaría un movimiento similar al nazismo? Durante varios años todos formamos parte de la Unión Soviética y aunque después del derrumbe construimos nuestras propias identidades como pueblos, hoy me sorprenden ciertas reacciones como las de los pro rusos en Ucrania, un país bilingüe en donde, de repente los rusos nos atacan y nos insultan fuertemente a los ucranianos. ¿Qué es lo que hemos hecho de malo? Nada. Putin quiere apoderarse otra vez de los antiguos territorios de la Unión Soviética y la única manera de conseguirlo es a través de la agresión y de la fuerza, de dividir a los pueblos y enemistar a los que ayer eran hermanos. Sin embargo, hoy hay también gente osada y honrada capaz de levantar la cabeza y expresarse en contra de un Putin imperialista, pero son una minoría porque hoy los que mandan son la economía y el dinero. Antes de irse a Barcelona, ¿podía salir a dar conciertos por el mundo?No, no me autorizaban la salida. Solo luego de casada y de tener a mis hijas pude hacerlo, porque ellas se quedaban en la URSS y esa era la garantía de que yo no me quedaría por fuera.Y a propósito, ¿cómo conoció a su marido Guerassim Voronkov?Él es director de orquesta y un músico polifacético: toca violín, viola y piano. El último disco que grabamos, Salut d’Amour, es precioso y romántico: Mendelssohn, Bach, Rimski-Kórsakov, Grieg, Wieniawski, Dvôrak. Lo conocí en la Escuela Especial de Música en Moscú donde nunca le presté atención porque vivía ensimismada en mi trabajo del Bolshoi (ver recuadro), donde estuvimos seis años con la orquesta organizando conciertos. Él me dice que siempre se fijó en mí y que mi indiferencia fue la que lo decidió a conquistarme y a pedirme matrimonio. Y lo logró. Risa.¿Cómo consiguió su violín Maggini, hecho en Brescia en 1600?Fue un milagro que todavía no logro descifrar. Un luthier francés estaba en un concierto mío y como enviado por el destino llegó al otro día a mi casa y me presentó ese instrumento maravilloso diciéndome que quería que yo lo tocara. Era muy costoso y lo primero que mi marido me dijo fue: mira tus manos, este violín es 16 milímetros más grande que uno normal. Pero ya no había nada que hacer. Era amor a primera vista y yo le contesté: no importa, ¡es mío!

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