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El 'Gabo' que su amigo Lisandro Duque conoció

'Gabo', el amigo, el guionista de cine, el cantante, el esposo, el buscador de nombres, el agorero, según su amigo Lisandro Duque

18 de abril de 2016 Por: Lisandro Duque | Especial para El País.

'Gabo', el amigo, el guionista de cine, el cantante, el esposo, el buscador de nombres, el agorero, según su amigo Lisandro Duque

Recuerdo que una vez  íbamos para la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, en La Habana, Cuba, que queda en un lugar alejado en el centro, íbamos oyendo  música de Rocío Jurado con bastante volumen, el aire acondicionado encendido y el ruido dentro del carro impedía que él estuviera atento a los carros que venían detrás. Lea también:Dos años después de la muerte de 'Gabo' su recuerdo sigue vivo. Le pregunté : "¿A tí te gusta Rocío Jurado?", me dijo: "A mí me gusta cualquier cantante que cante repertorio de Manuel Alejandro, aunque sea Julio Iglesias", en ese momento Gabo volteó a la derecha para entrar a la Fundación, no se fijó y venía un camión cañero gigantesco detrás, y por él no haber puesto las luces direccionales, casi nos estrella y nos mata. El camión frenó  a los dos metros, levantó una polvareda.  Lea también: 'La Gaboteca', el universo de Gabriel García Márquez a un solo clic. Yo empecé a mamarle gallo y él me dijo: “Sí, que pena,  por la música y el aire acondicionado, me descuidé” y le dije: “Yo no quiero morir el mismo día que tú, porque  me va como a los perros, me imagino lo que dirían los titulares de la prensa internacional: "Murió Gabo. Lo acompañaba un cineasta, o otro colombiano, y yo moriría en un anonimato  terrible". Él se molestó: “No digas pendejadas, ese cuento está muy malo”, dijo. Y yo insistí: “A mí me enterrarían a los dos días y no iría casi nadie porque  todo el mundo tendría que  ir al velorio tuyo, que eres el importante”. “No sigas con ese chiste que está muy malo”, dijo él y me paró. Gabo, aparte de escritor era buen cantante, le gustaba cantar rancheras, vallenatos, cuando se achispaba, y tenía buena voz, porque durante sus mocedades se ganó la vida  cantando durante un tiempo. Tenía además una memoria matemática excelente. En medio de un trancón enorme en México, contó mentalmente con total precisión las botellas de gaseosa que había en un camión enorme frente a su carro.   Para mí García Márquez retrató al país en sus excesos y precariedades, porque identificó una Colombia real que solo después de convertida en un acto literario se volvió inverosímil. Los colombianos deberíamos copiarle su respeto por el otro, su sentido de la ética, la concepción de sus relaciones sociales, políticas, amistosas, su convicción de que no hay que hacerle daño ni ultraje a nadie.   Él tamizaba mucho sus expresiones con un amplio sentido del humor, y el humor tiene un fuero especial que inmuniza tanto a quien habla como a quien escucha con respecto a cualquier daño. Le escuché varias veces decir frente a terceros e incluso, frente a mí mismo, cuando intenté hablarle de alguien que estaba ausente, aunque no fuera una persona que simpatizara con él: ‘Delante de mí no quiero que se hable mal de los ausentes”. Decía la palabra “cabrón” y “me encabroné”, pero podía decírsela a alguien amistosamente: “Ese es un cabrón”, aunque muy de vez en cuando porque prefería los términos suaves. Cuando él me presentó a Álvaro Mutis, me dijo: “Es Mutis, el hombre más querido del mundo”. Le gustaba mucho decir: “El más... del mundo”, “El oficio más duro del mundo” (decía a propósito del cine donde creo que se equivocaba), “Esa es la mujer más bella del mundo”.   Se notaba que tenía un pensamiento mágico en sus expresiones coloquiales. Una vez me preguntó por qué yo había propuesto el nombre de Evelia para el nombre del personaje de mi película 'Milagro en Roma', porque le gustaba encontrarle sentido a los personajes de ficción. Y le expliqué que porque yo tenía una  prima hermana que se llamaba así y que mi mamá decía que era una santa, y me dijo ‘ah, bueno’. No buscaba explicaciones exhaustivas ni curiosear más al respecto. Yo a ‘Gabo’ lo conocí después de que vio 'Visa Usa' en México. Él tenía la costumbre, cada que iba a Cuba, de averiguar qué películas nuevas en coproducción con Colombia se habían hecho. Le dijeron que 'Visa USA' y él pidió un VHS y se lo llevó para México, primero vio  la película solo y después invitó a un grupo de cineastas mexicanos y a Álvaro Mutis y les dijo: “Pa’ que aprendan a hacer cine cabrones”. Y en medio del festejo en que estaban, averiguó mi teléfono con amigos míos y me localizó en Cali. Yo me alistaba para la premier de mi película en el Hotel Aristi, me llamó y me dijo: “Ese guion no tiene ni una sola grieta”. En eso era escolástico y académico, analizaba los guiones en sus virtudes y unidad temática.   Y agregó: “Y los diálogos me gustaría que me contaras cómo los haces, porque son muy buenos, estupendos, son  mejores que los de las películas mías que salen muy literarios”. Y al mes estábamos trabajando juntos en el guion de 'Milagro en Roma' y construíamos diálogos juntos. Él ponía una grabadora y empezábamos a improvisar una escena donde él hacía el papel de Margarito Duarte y yo hacía el rol del cura francés que roba a  Margarito en Roma y echábamos una conversación llena de improvisaciones y él la desgrababa y la  ponía en la transcripción del guion. Él en una conferencia en México, en el lanzamiento de la adaptación en cine de ‘El Coronel no Tiene quien le escriba’ de  Arturo Ripstein,  (hasta ese momento se habían hecho unas 26 películas con base en su obra), dijo que la adaptación que le gustaba más era 'Milagro en Roma' . Cuando se la mostré en La Habana, estábamos  él, Mercedes Barcha, Pastor Vega, director del Festival y yo. Apenas terminó, me dio una palmada en la rodilla y me dijo: “¡Qué verraquera de película! Pensé que iba a ser en forma de comedia, pero salió muy triste, muy bella”.  Él era un enamorado del neorrealismo italiano, había estudiado todas las películas de ese género, le encantaba Umberto D, Vittorio de Sica, ‘Roma Ciudad Abierta’ de Rossellini, ‘Rocco y sus Hermanos’ de Luchino Visconti,  consideraba un prodigio la película ‘El gatopardo’ y ‘Obsesión’ de Visconti. Además había sido discípulo de Sabatini en Roma y después fue muy amigo de él, con quien aprendió las técnicas académicas del guion. Gabo se sabía la esencia de la estructura del guion aristotélico   le gustaba en sus guiones quebrantarla, trasgredirla. También sintió mucho afecto por el director de ‘Quemada’,  Guillo Pontecorvo. Entre sus amigos estaba el cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea, director de Memorias del Subdesarrollo, y Julio García Espinosa (que murió el jueves), con ellos había estudiado cine, en La Habana, y con ellos y Fernando Birri fundó la Escuela Internacional  de Cine de San Antonio de los Baños, que ha provisto a la industria cinematográfica en Colombia de unos 200 directores, editores y fotógrafos.  Él eludía el lugar común en la redacción de su literatura, siempre quería describir un hecho literariamente de una forma estrictamente personal y que nunca a nadie se le hubiera ocurrido. Era muy recursivo con el léxico. Exprimía el texto. Era sumamente disciplinado. Volvía ficción todo lo que le ocurría, cuando contaba una anécdota sobre su vida, la versión siguiente  ya la había perfeccionado y la contaba distinta, pero había incorporado los elementos que ya habían sido un acierto en la primera versión y los iba volviendo cada vez más complejos y graciosos. Una vez en una reunión  Mercedes Barcha, su mujer, estaba a tres metros de este conversando  con Vilma Espín,  la mujer de Raúl Castro, una guerrillera histórica, del movimiento 26 de Julio, y Vilma le dijo a Mercedes: “Imagínate en qué me embarcó la chismosa esta, Juana Matrera”, y Gabo que estaba  conversando conmigo y con alguien más, le dijo a Vilma “¿Cómo es el nombre de esta mujer?”, sacó su libretica y apuntó, y me dijo: “Qué buen nombre este para un personaje”.  Y le pregunté “¿Cómo te inventas los nombres de tus personajes?". “Yo en todas partes donde escribo tengo un directorio telefónico de La Guajira y del Cesar, busco nombres y apellidos y los revuelvo, para que no me salga alguien que de pronto existe.  Pero me he dado cuenta que los mejores nombres son los que no tienen teléfono". Ese era el típico remate que Gabo le daba a todo lo que decía.  Yo tengo un amigo en común con Gabo, que ya murió, argentino, Salvador Samaritano. Una vez otro amigo estaba hablando por teléfono con Salvador y Gabo que estaba cerca le dijo: “¿Qué? ¿Hay un hombre que se llama Salvador Samaritano? ¡Pásamelo!”. Salvador estaba abrumado, emocionado y Gabo le dijo: “Es que con ese nombre me mataste, ¿Me dejarías utilizar ese nombre en cualquier personaje de aquí en adelante?” y  el argentino le dijo, “Pero claro, Gabito, para mí sería un honor, me inmortalizás”,  y así lo hizo en la novela El Amor en los Tiempos del Cólera en el que fue el capitán del barco Nueva Fidelidad, figura clave para el desenlace de la novela. Otro dato curioso de Gabo es que tenía un agüero con las rosas amarillas. Yo una vez que fui a México le llevé un ramo de rosas rojas y me dijo: “A mí me gustan son las rosas amarillas, estas son rosas de amor, y por eso tampoco se las voy a  dar a Mercedes, porque tú no tienes porqué darle rosas rojas a ella. Las pondré en un lugar donde nadie las vea”.  Yo le conocí a él cuatro casas, en La Habana, en México, en Bogotá y en Cartagena y su mobiliario siempre era blanco,  amaba profundamente este color y eso le daba a su entorno doméstico una solemnidad y calidez distintas.  Por otra parte, Mercedes siempre era la que decía la última palabra, fue siempre su guía, su horizonte y tomaba las decisiones finales con mucho respeto, sin ninguna autocracia, pero él le había delegado a ella la autoridad sobre muchos asuntos.  Lisandro Duque, cineasta de Sevilla, Valle. Entre sus películas están El Soborno del Cielo, Visa USA, Milagro en Roma, Los Niños Invisibles, Los Actores del Conflicto. 

 

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