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“El futuro de la paz está en manos de todos, no solo de la izquierda”

Entrevista con el sociólogo y editor Hernán Darío Correa a propósito de su libro ‘Como marcas en la brecha’ presentado esta semana en Cali.

20 de septiembre de 2015 Por: Redacción GACETA

Entrevista con el sociólogo y editor Hernán Darío Correa a propósito de su libro ‘Como marcas en la brecha’ presentado esta semana en Cali.

Hernán Darío Correa nació en Medellín en 1951, pero --caprichos  del destino-- sería en Cali donde viviría la experiencia que marcaría el camino de su vida. Y es que aunque tuvo una suerte de  aterrizaje forzoso  en esta ciudad de andenes calientes y cielo sin nubes, donde, confiesa, nunca pudo adaptarse a las “intensidades vallunas”, no pasarían muchos años para que aquí se le revelaran esos mundos apasionantes y misteriosos que esconden los libros.

Así lo confiesa en su libro autobiográfico ‘Como marcas en la brecha’, que presentó en Cali el martes pasado y en el que dedica un capítulo completo a esta ciudad en la que vivió siete años.

Sociólogo y editor, muy cercano a las filosofías de izquierda democrática, hablamos con él sobre esos años definitivos.

Hernán Darío, usted creció  en Cali en una época en que se gestaban figuras sumamente interesantes, que años más tarde serían fundamentales para el desarrollo del arte y la cultura en Colombia: Andrés Caicedo y sus ‘buenos amigos’, Lucy Tejada, Estanislao Zuleta...¿por qué siente que nunca pudo adaptarse a las que usted llama ‘intensidades vallunas? 

Bueno, viví la Cali de los sesenta entre los 9 y los 16 años.  Y figuras como las que mencionas se cruzaron por mi vida antes de ser lo que fueron como intelectuales o artistas, o aún no estaban en la ciudad, como Zuleta, quien llegó cuando yo ya había partido hacia Medellín y luego hacia Bogotá. Con Andrés Caicedo, en cambio, coincidí uno o dos años en el colegio San Luis,  de donde muy pronto fue excluido y se fue, creo, al Colegio del Pilar... Pero alcancé a disfrutar de esa su primera obra, si no estoy mal, una pieza de teatro que se llamó ‘La piel del otro héroe’, la cual Germán Cuervo y el mismo Andrés me pidieron que presentara en su  estreno en el teatro del colegio.

Lucy Tejada, como cuento en el libro, era vecina en la calle 18 con novena, entre los barrios Granada y Santa Mónica, y sus hijos Claudia y Alejandro muy rápido se hicieron amigos de mi hermana y hermano. 

Pero mi vivencia en  Cali tuvo que ver  al mismo tiempo con la extrañeza que me impusieron mis circunstancias de recién llegado de Barranquilla,  donde había crecido, y los contrastes de las formas culturales caribeñas con las del Valle; las intensidades de la adaptación adolescente al mundo; y las tensiones de una ciudad  de propietarios agrarios excluyentes, que por entonces crecía aceleradamente por la masiva migración de gentes expulsadas  del campo en la década anterior, y dominada por oleadas de miedo  y de violencia que se resumían en figuras amenazantes como la del Monstruo de los Mangones, los crímenes  sonados como el del 10-15, cerca de Santa Rosa, o en otro plano, fiestas que derivaban casi inexorablemente en competencias etílicas, sexuales y a los puños entre los jóvenes. Esos son los temas que la memoria fue rescatando y que se describen y en algún sentido se analizan en el  libro.

A pesar de esa desadaptación, Cali fue fundamental para alimentar su pasión por los libros, que a la postre  se convertirían en su proyecto de vida. Y es que, como lo cuenta en el libro, usted tuvo aquí una experiencia reveladora cuando   lo dejaron solo en la biblioteca de un viejo. Ese episodio lo marcaría para siempre... ¿Por qué?

Ese fue  un momento de los que describe Mircea Eliade como “sagrado” que sucedió al quedar solo en lo que se me fue revelando como una gran biblioteca personal, excluido de los espacios más íntimos de la casa del abuelo de mi amigo Rodrigo Jordán (teníamos algo así como 9 o 10 años), en frente del Conservatorio, en el barrio El Peñón.

Las ventanas hacia la calle de dicho espacio dejaban entrar una media luz magnífica, el fresco que dominaba el ambiente de calor de la ciudad, y un cierto desorden medio laberíntico de cerros de libros en el suelo, sobre algunos asientos en torno al escritorio, y las paredes cubiertas de libros abrían el recinto hacia infinitos caminos... y me sentí al mismo tiempo adentro y afuera del espacio que pisaba.

Recuerdo ahora de la colección de bolsilibros la biografía de Mosquera de Antonio García,  que se me ofrecían como ventanas hacia el pasado.

Aquí también hizo parte de sitios sagrados en materia editorial, como  la Librería Nacional de la Plaza de Caycedo y  Santa Rosa.¿Qué recuerda de esos espacios? 

En la Nacional la visita a los anaqueles casi siempre se acompañaba del placer del aire acondicionado, y no faltaba la ocasión de disfrutar de un helado mientras se ojeaba  se empezaba a leer el libro recién adquirido, como la biografía de López Pumarejo de Zuleta Ángel, de Editorial Bedout. 

En Santa Rosa era todo lo contrario, pues allí era esculcar los libros entre cajas o mostradores horizontales abiertos y al alcance de la mano, en medio del bullicio y del abigarramiento de transeúntes y tráfico callejero, pero  tan placentero como el anterior, porque la intimidad con un texto entrevisto y muy pronto entre las manos se construía con facilidad: nadie molestaba  a quien se evadía del torrente urbano, allí, de pie, bajo los árboles, sobre el suelo de tierra o a la vera del camino en cualquier recodo el parque. En mi memoria y en mi propia biblioteca conservo libros conseguidos allí como la biografía de  Núñez, de Indalecio Liévano Aguirre. 

¿Cómo recuerda sus primeras lecturas de Estanislao Zuleta y cuáles de sus conceptos lo sedujeron para ahondar en sus lecturas?

Se trataba de transcripciones mecanográficas de conferencias sobre asuntos siempre  candentes de nuestras existencias y de nuestras expectativas de vida o de lucha política. Recuerdo ahora los textos sobre ‘¿Qué vende el maestro?’ o ‘Veinte varas de lienzo igual una chaqueta’ (título de una frase de Marx en el Capital), o ese magistral texto sobre el fetichismo de la mercancía. Para algunos de esos textos debíamos esperar a la continuación de una  transcripción  de su segunda conferencia...

Justamente desde sus primeros años de juventud usted sentiría inclinación por las ideas de izquierda. ¿Cómo recuerda sus primeras lecturas a Marx?

En cuanto a Marx, tuve la fortuna de empezar a leerlo por sus ‘Manuscritos económico-filosóficos’ y sus textos de juventud  como ‘La ideología alemana’, a los cuales me llevó la feliz circunstancia de haberme podido asomar al espacio  de lectura y discusión que abrió en la Universidad de Antioquia Klaus Meschkat en el año 69, cuando hice dos semestres de estudios generales en mi tránsito desde Cali hacia Bogotá por algunas circunstancias familiares.

Y como todo Marx, y siempre los clásicos, esas lecturas fueron al mismo tiempo de revelación y de transformación interior, de fruición y goce, y de apertura del horizonte espiritual, y sobre todo de fundamentación crítica de la mirada que empezábamos a  construir sobre el país y el mundo. 

Usted participó en el movimiento estudiantil de los años 60, luego en los movimientos sociales, la llamada ‘lucha de masas’ en los años 70. A la luz de lo que vivió en esos años, ¿cómo ve hoy a los estudiantes en Colombia? ¿Han perdido ese interés por los procesos colectivos?  

Bueno, comparar generaciones no siempre es el mejor camino para reconocerse o reconocerlas… pero si algo habría que empezar a ver es a dónde condujo inevitablemente mi relato de vida desenvuelto hasta finales de los años 80 y en algunos casos puntuales (las muertes de Raúl Gómez Jattin,  y de mi hermano Fernando, en el año 97), es que hoy los jóvenes están creciendo en un país devastado por la violencia brutal que ha producido más de 7 millones de víctimas, la mezquindad y perversión de una política del establecimiento carcomida por la corrupción y el cinismo, y sobre todo envilecida por  el pragmatismo del todo vale en medio de una profunda crisis de representación, y despojada de metáforas y de poesía, y la escala de valores impuestos por el mundo del narcotráfico.

 Pero también que se levanta parada sobre los hombros y los logros de muchos de nuestros empeños juveniles de los años 60 y 70: las contraculturas del rock y de la salsa, del hipismo y la crítica de la familia burguesa, lo que se llamó liberación femenina,  una política de transformación profunda del sistema capitalista, ya desde entonces en crisis de justicia social, y un poco después de lo que se reveló y amplió como problemas ambientales,  los cambios vertiginosos en el mundo de las comunicaciones y de la información, en fin, revoluciones cruzadas que transformaron el mundo en estas décadas, así no fuera por los caminos que pensamos.. Y hoy, ambas generaciones estamos enfrentadas  a una reinvención de la política y del concepto de desarrollo que no excluye a ningún país…

¿Qué piensa hoy de las posibilidades de la izquierda colombiana en un escenario sin guerrillas, ¿cómo cambiaría el panorama político colombiano si hay  acuerdo de paz?

El  gran reto de la paz es la transformación del modelo de desarrollo imperante, financiero-extractivista, que está excluido de las agendas de La Habana, y cuyo futuro en el mundo de la globalización es incierto, por razones del mercado, de los límites ambientales y de justicia social de capitalismo, etc. Por ende, el futuro de la paz está en manos de todos, no sólo de la izquierda, y el reto de ésta es entender todo esto…  (un gran riesgo, por lo demás, es del desarrollismo que al parecer se disparará en el post-acuerdo,  lado y lado del espectro político, como una fuga desesperada por construir la paz… ).

Los intelectuales siempre han estado a la vanguardia de la crítica, en una especie de oposición lúcida y pasiva que, aunque acertada en algunos casos, poco influye sobre los destinos y las políticas reales del país, ¿Cómo cree que deben ayudar a que tengamos un país más civilizado, menos polarizado y a que sus ideas sean realidades, es decir, que tengan utilidad práctica? 

La influencia de la “intelectualidad” en el país ha sido tan inmensa como paradójica…  En un país asolado por los fenómenos mencionados, hemos mantenido una enorme reflexividad sobre los que nos pasa… sus orígenes y causas; y sin la antropología o la sociología, sin la historia o la ciencia política  como disciplinas, ni mucho menos sin la literatura, y especialmente las novelas, los cuentos y hasta la poesía de las nuevas generaciones en el país, ello no hubiera sido posible, como no se habrían abierto camino las revelaciones de verdad en medio del conflicto (en casi todos los países azotados por conflictos de violencia, dictaduras, etc., ha habido que esperar al postconflicto para despejar la verdad), o los procesos de justicia de la parapolítica…

Aquí el conocimiento, el pensamiento crítico o la búsqueda de la verdad, ha sido contemporáneo a extravío de la violencia o de las  manipulaciones mediáticas, así falte tanto  o los logros hayan sido medianos… Y al respecto no es sino mirar los informes de la Comisión Histórica sobre la Violencia, que ya pasan de treinta títulos… o la leer las novelas de autores nacionales nacidos desde los 70s del siglo pasado… o incluso repasar algunos de los títulos que de algún modo me ayudaron a transitar por esa brecha cuyas marcas de lectura y vida me permitieron escribir esta historia personal pero también colectiva que ahora nos tiene conversando, y de algún modo me ayudaron a cambiar de piel en los últimos tres años…

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