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El escritor Hernando Urriago presenta su nuevo poemario

Con su nuevo poemario ‘La piel en pena’, el ensayista y poeta vallecaucano insiste en el poder de la palabra para sanar las heridas perennes del hombre.

13 de abril de 2014 Por: Redacción de GACETA

Con su nuevo poemario ‘La piel en pena’, el ensayista y poeta vallecaucano insiste en el poder de la palabra para sanar las heridas perennes del hombre.

Hernando, ¿cómo se da su incursión en el mundo de las letras?Yo recordaba hace poco una frase de Heidegger que dice que “La obra de arte es el origen del artista”. En esa medida, yo creo que uno se hace escritor o poeta a partir del momento en que uno escribe. Tuve la fortuna de escribir muy temprano, hacia los 12 años, mis primeros cuentos y poemas. Pero realmente fue en 1998, cuando tenía 24 años, cuando obtuve un premio de poesía del Ministerio de Cultura, que encontré realmente el valor de la vocación poética. Y en eso, claro, influyeron las lecturas que hice de niño.¿Cuáles fueron esas grandes influencias literarias de infancia?Mi papá, a pesar de que se dedicaba al comercio, siempre tuvo una biblioteca importante y estuvo muy pendiente de inculcarnos el hábito de la lectura por los suplementos dominicales. En esa medida, los domingos eran mágicos en casa. Y de las tiras cómicas hice la transición a las lecturas profundas. Pero creo que también influyó que cuando cumplí 8 años mi papá me regaló una edición de ‘El Quijote’. A partir de allí me fui encontrando con otros textos y poco a poco la vocación fue creciendo, pero sobre todo alrededor de la poesía. ¿Poesía en la infancia?En realidad, el punto de quiebre fue en la adolescencia. Soy un convencido de que el primer amor, que es platónico, lo lleva a uno a la poesía, porque tiende uno a idealizar a ese ser, y la poesía también idealiza. Por eso fue importante leer a Neruda, Octavio Paz, Homero Aridjis, Rulfo... Aunque confieso que me han influido más los novelistas que los poetas. También, influyó haber perdido un año lectivo (risas). Leía día y noche, y ese refugio en la literatura terminó por convertirse en una pasión. Su primer poemario, al menos el de mostrar, fue ‘Magisterio de ceniza’, que obtuvo un premio departamental del Ministerio de Cultura. ¿Cómo fue el proceso de escribirlo? Es curioso, pero fue un poemario que escribí casi de una sentada, casi que de manera insomne, en una suerte de trance. Este recogía ecos de Juan Carlos Onetti, de Rulfo, de Fuentes, pero con la densidad poética fuerte de la prosa. ¿Por qué la ceniza? Porque me parece que el poeta debe avivar siempre ese fuego que queda en las cenizas. Al mismo tiempo, estas representan lo que nosotros somos: polvo eres y en polvo te convertirás. Uno nace de las cenizas y deviene cenizas. Ese poemario lleva esa mirada. Y luego viene ‘Esplendor de las cenizas’... ¿juega aquí con la misma idea?Sí, también incide en ese símbolo de la degradación, pero también en la posibilidad de sacar de allí la chispa. Ahora aparece ‘La piel en pena’, su tercer poemario, publicado por la Universidad del Valle. ¿De qué se trata esta propuesta?Este recoge un trabajo de siete años, en torno a tres grandes momentos: la vocación poética, lo erótico en esa palabra poética, y la voz de la historia en la poesía. Como decía Heidegger, el poeta se debe a una voz de la historia, y la recoge. Entonces aparecen símbolos como la fosa común, o los que penan por los desaparecidos. Muchas veces, la poesía ha sido declarada muerta, pero ella insiste en seguir allí, muy viva. ¿Cuál es, para usted, el estado actual de la poesía?La poesía no muere porque, como dijo alguna vez el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, la poesía es la única prueba real de la existencia del hombre en la tierra.¿Los temas de la poesía siguen siendo los mismos para las nuevas generaciones?Siguen apareciendo los temas de la poesía moderna: la calle, que fundó Baudelaire; el amor, que está presente desde los griegos; la muerte; y, como no, el entorno tecnológico de ahora, que es un símbolo del entorno contemporáneo.¿Por qué escribir poesía?Porque hay una herida perenne en el ser humano que debe ser atendida. Además, la poesía debe estar allí para recordarnos que, en un mundo en el que ya no hay dioses, ella nos permite ver lo que es imposible ver de otro modo.

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