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El documental de Jericó que seduce a los festivales del mundo

‘El infinito vuelo de los días’, ópera prima de Catalina Mesa, cuenta la cotidianidad de las mujeres en la tierra de la santa Laura Montoya: Jericó, Antioquia.

8 de mayo de 2016 Por: Santiago Cruz Hoyos | Periodista de GACETA

‘El infinito vuelo de los días’, ópera prima de Catalina Mesa, cuenta la cotidianidad de las mujeres en la tierra de la santa Laura Montoya: Jericó, Antioquia.

Ruth Mesa vivió en Jericó, el pueblo donde nació la santa Laura Montoya, en Antioquia.  Ruth era tía abuela de Catalina (Mesa) y pese a sus diferencias de edad, eran grandes amigas.  Siempre que se encontraban pasaban horas contándose historias. Porque Ruth era algo así como la escritora de su generación, y Catalina, de la suya. 

Cuando Ruth se enfermó de gravedad, Catalina la filmó narrando los relatos del pueblo. Eran cuentos sobre su infancia, o sobre su juventud, historias  de color, de humor, historias hermosas. Filmarlas era una manera de protegerlas. Porque con la enfermedad, y después con la muerte, Catalina entendió que se iba la memoria de unos tiempos remotos que nadie más que su tía abuela, por lo menos en la familia, podía contar.

Cuando eso pasó precisamente, cuando Ruth murió, Catalina se hizo una promesa: en el momento en que estuviera lista, técnicamente lista, madura, se iría a vivir unos meses a Jericó para encontrar mujeres como su tía, que encarnan con tanta gracia y tanto carisma el espíritu femenino de la cultura antioqueña.  Y grabarlas, claro. 

Muchos años después  lo hizo.  Catalina se sentó en la plaza del pueblo junto a sus herramientas – una cámara-  y sintió que era el momento de proteger  el espíritu femenino del pueblo. “Es parte de mi memoria, de mi identidad, encarna los valores que fundan la cultura antioqueña, se decía. Además estas señoras ya están grandes, tienen una edad avanzada y por ello una oralidad, unas expresiones, unas historias que una vez ellas se vayan,  nunca se van a volver a contar”. 

El afán de Catalina, y su recompensa al mismo tiempo, era dejarle a Jericó la memoria de esas mujeres. 

De la plaza, entonces, se dirigió al Museo de Arte y Antropología del pueblo, dirigido por Roberto Ojalvo. Él la puso en contacto con Nelson Restrepo, un hombre muy conocido, quien una vez escuchó su proyecto le pidió a Catalina que sacara un lapicero para que escribiera los nombres de las mujeres que debía entrevistar. Eran mujeres que son algo así como instituciones en Jericó, muy importantes para el pueblo y sus veredas. 

La lista inicial era de 20 de ellas. Después se redujo a doce. Por cuestiones de técnica, ritmo narrativo, tiempos, en la película aparecen ocho, aunque los otros cuatro testimonios hacen parte de los contenidos paralelos del filme.

Después, claro, Catalina necesitaba un lugar para vivir. En Jericó iba a estar durante dos meses. En su primera semana su vecina le decía Catica, pásate por el arequipe; Catica, te traje postre de brevas; Catica, vení por estos plátanos.

 Fue cuando se dio cuenta que el pueblo, repleto de casas de colores, calles empedradas, árboles frondosos, es uno de los más bellos de Colombia  pero quizá  a sus visitantes fugaces les puede suceder un poco lo del cuento de Alí Babá: quedarse contemplando una puerta de piedras preciosas y sin embargo nunca tener las palabras mágicas para entrar al interior de esa cueva donde se hallan los mejores  tesoros.

 Porque Jericó  es así, dice Catalina. “Una vez  abres esa puerta de piedras preciosas e ingresas al interior de cada casa, de cada familia, y ves cómo hablan, cómo se relacionan, cómo viven,  encuentras el verdadero tesoro, una   experiencia totalmente amorosa”. 

Todos los días, además de entrar en las casas, Catalina salía a la calle con las mujeres que había elegido  para filmarlas en su día a día.  

Su  intención era esa: grabar  la cotidianidad, la vida tal y como es. En el amasar las arepas, hacer el quesito, tejer las colchas, tomar el café en la mañana, ir al trabajo, las mujeres iban revelando su vida interior, su intimidad, su infinito, la relación que tienen con el más allá.  Porque, más que religión, en realidad  las mujeres de Jericó tienen una relación muy particular con lo transcendental. Ellas les hablan a los santos, pelean con los santos, hablan con la madre Laura Montoya, hacen tratos con la virgen, tienen ciertas supersticiones con las mariposas. 

Así que más que un retrato de la religiosidad, lo que quería Catalina  era hacer un retrato de esa relación tan íntima, tan personal, tan auténtica,  con lo que no se ve. La espiritualidad. Retratar, también, el amor.

Por eso el título del documental: ‘El infinito vuelo de los días.’  La película es la contemplación del día  a día de la intimidad de las mujeres del pueblo y cómo a través de esa simplicidad, de esa realidad tan anclada, concreta, se revela  la relación que ellas tienen con lo  infinito. Aquello hace eco con el poema con el que inicia el film. Son versos de la poetisa  Oliva Sosa que dice algo así como que este, mi bello Jericó, es muy lindo, enclavado en el sol de la montaña, el monte azul rozando el infinito y el infinito entrando a la cabaña. 

La película, dice Catalina, al final  habla de eso. De cómo el cielo toca la tierra y la tierra  toca el cielo.

Largo camino[[nid:533979;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/05/p6gacetamay8-16n1photo01.jpg;left;{Catalina MesaFoto: Carlos Tobón | Especial para El País}]]Catalina Mesa, primero, fue bailarina de ballet. Se formó  en la academia de Silvia Rolls en Medellín y luego en la academia de Claudia Cadena. Enseguida viajó a Boston, donde obtuvo su diploma de management y comunicaciones, para después viajar  a Nueva York donde trabajó en una productora.  La caída  de las Torres Gemelas en el 11 S, sin embargo, le cambió los planes. Catalina viajó a Europa y decidió estudiar todo lo que le gustara, “lo que me hacía vibrar y era importante para mí”. Estudió francés, hizo  una licenciatura en historia del Arte del espectáculo en la Sorbona, se matriculó a letras, siguió viajando:  India, Japón, Bhutan. Fue en ese país donde nace su primera obra literaria, llamada el ‘Elixir del Dragón’, un libro de fotografía y poesía. Porque además de directora de cine, es escritora. Lo del cine llegó después de que explorara el video, la edición, cinematografía digital y dirección. Entonces crea  en París su casa productora Miravus. Después comenzó la historia de ‘El infinito vuelo de los días’: regresó a Colombia con el fin de   preservar la memoria del espíritu femenino de su cultura de origen en Jericó, el pueblo de sus ancestros. De esta inmersión cultural y el encuentro con las mujeres de este pueblo nace entonces este  primer largometraje, que será estrenado en octubre próximo en el país en las salas de Cine Colombia.

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