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“El detective es el último intelectual”: Ricardo Piglia

Considerado uno de los mejores novelistas de América Latina, Ricardo Piglia regresa con un libro en el que reflexiona sobre la sociedad estadounidense.

10 de noviembre de 2013 Por: Patricia Lee | Especial para GACETA

Considerado uno de los mejores novelistas de América Latina, Ricardo Piglia regresa con un libro en el que reflexiona sobre la sociedad estadounidense.

El apartamento del escritor Ricardo Piglia, a una cuadra de la Avenida Callao en el centro del Buenos Aires, está invadido de libros. Los encuentras en el piso, en la mesa, en los estantes. Desde la entrada hasta el fondo de las habitaciones hay libros por todas partes. En una mesa que sirve de escritorio también hay jugo de naranja, agua y frutos secos. Entonces Piglia toma asiento. Faltan pocos días para su viaje a Santiago de Chile donde recibirá, de manos del presidente Sebastián Piñera, el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas. Se trata de una nueva distinción para quien hoy es considerado uno de los principales escritores latinoamericanos, cuyas obras han inspirado películas, óperas y muchas tertulias. Desde 1981, cuando Piglia se atrevió a romper el silencio impuesto por la dictadura de Jorge Rafael Videla -luego del golpe militar asestado en 1976- muchos advirtieron en él una pluma precisa y contundente. Y es que fue su novela de entonces, ‘Respiración artificial’, la que, gracias a un lenguaje cifrado, logró poner sobre el tapete lo que pocos se atrevían a decir: hablar sobre el miedo, la oscuridad y la incertidumbre en las que se hundía la sociedad argentina por aquellos días. Desde entonces, Piglia no ha dejado de sorprender a la crítica.Su última obra, ‘El camino de Ida’, trata sobre su vida en Estados Unidos en donde se desempeñó como profesor durante quince años en la Universidad de Princeton. Su alter ego, Emilio Renzi, tiene una relación con una brillante profesora de literatura, Ida Brown, que muere misteriosamente.Con su alma de detective, Renzi decide investigar el hecho y llega hasta Thomas Munk, personaje inspirado en el Unabomber, un brillante matemático de Harvard que se aisló en una cabaña sin luz ni agua en Montana, desde donde empezó a mandar cartas bomba a personalidades del mundo académico matando a tres personas e hiriendo a muchas más, y que solo pudo ser atrapado por el FBI porque su hermano lo delató.¿Cómo es la relación entre arte y política y cómo influyó en su caso la caída de Perón en 1955?Mi padre era médico, muy tranquilo, pero cuando cae Perón, los que se quejaban de ser perseguidos pasaron a ser perseguidores y mi padre estuvo unos días preso. En América Latina nos ha preocupado siempre la forma como la política actúa en la vida privada de las personas. No es algo que tenga una distancia, como en Estados Unidos, donde la relación entre la vida privada y la política está muy mediada. A lo largo de la vida he tenido experiencias muy parecidas. Yo terminé la universidad en 1965, y en 1966 la universidad fue intervenida por los militares, de modo que mi generación estuvo fuera de la universidad desde 1966 hasta 1984. Durante la dictadura viví en Argentina, viajando a Estados Unidos. Algunos de nosotros podíamos quedarnos, no estábamos en primera fila, yo no tenía contacto con las organizaciones guerrilleras. Hacíamos una revista con Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano que se llamaba Punto de Vista, que era una manera de tratar de reincorporar una relación entre los intelectuales.¿Cómo empieza su relación con Estados Unidos?A Estados Unidos empecé a viajar en 1977 como profesor visitante, hasta que acepté una propuesta de Princeton, donde estuve desde 1997 hasta 2012. De modo que si por un lado tenemos esa relación entre vida política y privada, por el otro tenemos esa circulación cosmopolita, algo muy argentino: somos muy argentinos pero siempre estamos viajando y moviéndonos entre culturas, tenemos relaciones muy fluidas con tradiciones que no son las nuestras. Para hacer una síntesis un poco irónica, esa relación donde la política incide sobre la vida cotidiana y esa especie de cosmopolitismo, de estar siempre al margen de las culturas centrales pero interesado en ellas, es lo que podríamos definir como marca de mi vida.Pero en su generación había un interés por la cultura norteamericana...A diferencia de la tradición anterior, la generación de los años sesenta -mi generación-, empezó a interesarse por la fuerza de la cultura norteamericana, la literatura, el cine, el jazz, y empezamos a ver Nueva York con más interés que a París. Eso me llevó a interesarme por la literatura policial. Ir a Estados Unidos estaba muy acompañado por una admiración por su cultura, que yo distinguía muy bien del Estado y de las tradiciones políticas. Éramos de izquierda, pero no confundíamos la cultura con la política. Por un lado, mi formación es muy argentina, de hecho me formé como historiador, pero la historia y la cultura argentina son muy breves, son 150 años, hay que leer diez, doce libros y cualquiera se convierte en un experto. Pero junto con esta tradición muy fuerte, Borges, Arlt, Cortázar, estaba el interés por la ‘beat generation’, los escritores y el arte de Estados Unidos. Esas dos líneas fueron muy importantes en el momento de definir mi interés personal.¿Cómo es esa relación entre el hombre de letras y el detective que usted creó, Emilio Renzi?A contramano de la imagen del detective como hombre de acción, el detective es lo que podríamos llamar el último intelectual, el que se ocupa de resolver los problemas que la sociedad encuentra como sus conflictos centrales, el crimen, el delito, la inseguridad. De pronto surge un personaje que inventó Edgar Allan Poe, y que luego empezó a existir en la vida real, un investigador, a mitad de camino entre la policía y el delito, que tiene muchas relaciones con ellos, como una membrana entre el mundo de la ley y el mundo del delito. Se puede ver en el detective una especie de metamorfosis de la figura del intelectual, como aquel que actúa sobre los problemas de la sociedad y que está muy interesado en la lectura como método de conocimiento, en descifrar signos, que sería la cualidad máxima de la lectura literaria, ver detrás de esos signos el sentido oculto.Emilio Renzi podría ser una suerte de álter ego...Emilio Renzi es un doble; hace todo lo que a mí me hubiera gustado ser y no pude: es un periodista, aunque yo nunca lo fui. El es un crítico de libros, pero un día falta el reportero de judiciales y lo mandan a cubrir una historia y a partir de ahí empieza a aparecer en distintos momentos ligado a situaciones policiales. En el caso de la novela ‘Respiración artificial’, su tío, un profesor de historia que seguramente ha ayudado a alguno de sus alumnos en dificultades, es un desaparecido durante la dictadura, y cuando siente que lo están acosando, trata de que su sobrino, Renzi, se quede con su archivo.En ‘El camino de Ida’, Renzi se enamora de una profesora en una universidad norteamericana, algo bastante biográfico, la muchacha muere, y todos los colegas quedan implicados, porque no se sabe qué pasó, la policía va al campus y empieza a preguntar. Renzi se empieza a poner incómodo, porque es argentino, piensa que se metieron en su casa, que le están escuchando conversaciones, y tiene un amigo detective a través del cual se mantiene informado de la investigación.Usted escribió que en las novelas de detectives las mujeres pasaron de ser las víctimas a ser las asesinas. ¿Qué papel ha querido que juegan ellas en sus novelas? En la literatura, las mujeres tienen un lugar estereotipado que no tiene nada que ver con mis amigas y las mujeres con las que he vivido, que son inteligentísimas, muy arriesgadas. Me pareció que era bueno pensar a las mujeres como muy activas en el desarrollo de la trama. Ida, la protagonista del último libro, escapa al cliché. Yo la veía muy conectada con las chicas militantes en Argentina en los años setenta. Si bien las profesoras norteamericanas no son así, en Argentina era muy común encontrar grandes intelectuales, chicas muy brillantes, con grandes porvenires, que no sé qué hacían a la noche. Eso le da a Ida una actitud más argentina de lo que podría ser verosímil en una profesora de literatura en una universidad de elite que gana una fortuna, donde son muy izquierdistas, pero en el aula. Siempre hay algo autobiográfico, fragmentos de la realidad que se van incorporando.Usted critica ese mundo académico donde son muy izquierdistas pero muy alejados de la acción. ¿Ida Brown es la unión entre esos dos mundos?Así es. Ida está a la altura de lo que piensa. Después, uno puede tomar la decisión moral que quiera sobre ella. El novelista tiene que plantear los problemas y no juzgar a los personajes. Comprenderlos, no decir lo que está bien o mal a priori, dejar que los lectores tomen la decisión. Ida hace cosas, o se insinúa que hace cosas muy extremas, como el personaje de Munk, pero yo traté de eliminar cualquier actitud de juicio. La vecina rusa, Nina, funciona como la que tiene la memoria de la experiencia rusa, y tiene algo que ver con Nina Berberova, una escritora rusa exiliada en Estados Unidos, a la que conocí. La experiencia de la revolución rusa fue ese momento único, de triunfo, cuando toda una tradición de pensamiento socialista se realizó. Cómo terminó después, es una de las grandes tragedias. Nina era la condensación de esa experiencia: venía Renzi con sus ideas de Argentina y ella lo miraba con un poco de ironía. En un sentido también es una novela sobre lo que fue la revolución, ese momento de intentar cambiar la sociedad, en la medida en que eso puede ser encarado por una novela.Su personaje de Munk, basado en Unabomber, es la expresión del individualismo extremo. ¿Cómo valora la sociedad norteamericana?Yo hago una valoración escindida: admiro la tradición de la cultura norteamericana, de crítica a la propia sociedad, de lo que supone ser norteamericano, de las tradiciones de lucha por el pacifismo, contra la guerra en Vietnam y en Irak, una tradición moral que valoro, la lucha por la igualdad racial, las luchas actuales de los latinos. No creo que se pueda ver a la sociedad norteamericana como un todo con su estado, con las políticas de su estado. Princeton es un lugar bellísimo, como fuera del mundo, con gente de mucho dinero. No hay rejas, la vigilancia no se percibe, son sociedades muy seguras en una región totalmente blanca, y es la experiencia de vivir allí para alguien que viene de la Argentina donde la represión es visible. Ahí empecé a encontrar sistemas de control más sofisticados, lo que le provoca a Renzi una paranoia particular, nunca sabe si se imagina que lo están vigilando, o si es verdad.Se ve una cordialidad excesiva, una sociedad muy estructurada y por abajo hay signos de violencia muy poderosos. Los norteamericanos atribuyen la violencia a sus enemigos, pero la propia sociedad es muy violenta.Me interesó la gente que hace las cosas que hace Munk, alguien que es echado de su trabajo y de pronto se sube a la terraza y empieza a matar gente. Yo hago un chiste y digo que les falta un poco de peronismo, un sindicato. La hipótesis es que hay una relación entre estas locuras sociales que parecen psicóticas, pero que siempre encierran un nudo político. Este es mi interés por el personaje de Unabomber, cómo un hombre con sus posibilidades de triunfo se convirtió en esa figura. En la novela, Ida Brown recibe a Renzi, en Princeton, con la frase: “Bienvenido al cementerio donde vienen a morir los escritores”. ¿Qué hay de cierto en esta afirmación?Las universidades son lugares donde los escritores van porque el espacio social de la literatura está en crisis, lugares tranquilos donde se puede sobrevivir con calma. Algo de verdad tiene la frase, si bien hoy es difícil imaginar a los escritores en Estados Unidos ajenos a la universidad. Yo estoy muy agradecido con mi experiencia, porque una de las características de la universidad es que las discusiones no están ligadas a la cultura de masas. La personalización extrema, los escritores como las grandes figuras más que los libros, los escritores viajamos mucho pero los libros no viajan de un país al otro. El mundo académico tiene su propia lógica de lectura y organización, no hay que trabajar sobre aquello que está en el centro de la escena. Ese elemento de isla desierta es atractivo.En su libro ‘El último lector’ hace un recuento de famosos escritores y lectores: Borges ciego, don Quijote que lee y Sancho analfabeta, Hamlet leyendo cuando aparece el fantasma de su padre. ¿Cuál es esa relación entre lector y escritor?La lectura es un modo de aislarse de la realidad y entrar en otra, mantener un contacto conflictivo. Yo trabajo mucho la idea de la interrupción, un fantasma muy común en la cultura contemporánea en el sentido de que la interrupción a veces es continua, porque tiende a ser una cultura fragmentada, de distintas alternativas. Estamos leyendo y atendiendo el teléfono, mirando la televisión, los e-mails. Yo quería rescatar el momento puro de la lectura, cuando uno ve a una muchacha joven leyendo en el metro y tiene la sensación de que está en una cápsula. La lectura es una actividad muy privada donde un mundo de palabras se convierte en una serie de asociaciones personales, una imagen que podemos contrastar con la fluidez, la velocidad, la fragmentación, la dispersión del mundo contemporáneo. Esta sociedad prefiere la imagen instantánea al tiempo que necesita la lectura. Pero no han logrado inventar un chip que nos permita leer más rápido, leemos a la misma velocidad que en los tiempos de Aristóteles, porque siempre hay que descifrar un signo tras otro. Hablando de la interrupción, algunas de sus novelas tienen finales inciertos, y usted pone el ejemplo de Kafka, que dejaba las frases por la mitad... Sí, sobretodo en la última novela. Me parecía que la historia debía terminar ahí y que el lector tenía que terminar de organizar el sentido, era mejor que esa experiencia no apareciera definida. Los finales son un momento muy importante de la escritura, pero hay buenos finales abiertos. La idea es que el lector perciba esa ambivalencia de lo real, donde las cosas no se descifran tan claras. ¿Por qué incluyó al Che Guevara como uno de los últimos lectores?Es lo mismo que pasa con el detective: me llamó la atención que no se insistiera en este aspecto cuando se habla de Guevara, porque siempre aparece la idea de que estaba leyendo, como la foto donde está subido a un árbol leyendo. Él dice en su diario que se aleja de la gente para leer, era un intelectual que estaba haciendo el esfuerzo de convertirse en hombre de acción, que muchos otros intentaron en América Latina, pero nunca perdió ese lazo con la figura del intelectual que se construye con la lectura. Es el esfuerzo de convertirse en un hombre de acción, no es la de un hombre de acción como Fidel Castro. Ya en la guerrilla, el Che vuelve a esa figura, como cuando cree que va a morir al desembarcar en Cuba y se acuerda de un cuento de Jack London, y trata de morir con dignidad como el personaje del cuento. En Bolivia, cargaba en el morral libros muy pesados.¿Cómo es su rutina, se toma mucho tiempo para escribir un libro?Me levanto relativamente temprano y trabajo entre las nueve y las dos de la tarde, trato de aislarme, no contesto el teléfono, no miro los mails, trato de tener un tiempo que no esté invadido por las urgencias de la realidad, porque el arte tiene que ver con poner en suspenso la realidad, y ese movimiento es muy difícil. Lo que se llama inspiración es cuando uno tiene la sensación de que está en un lugar que no está invadido por las urgencias o las distracciones múltiples y para conseguirlo, en mi caso, se trata de cierto hábito que consiste en dejar unas horas libres de cualquier contaminación.

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