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Pombo y Beatriz Monsalve junto a Mike Stern, exguitarrista de Miles Davis, que participó hace tres años en Ajazzgo. | Foto: Especial para El País

AJAZZGO

El cuento de Pombo, gestor de Ajazzgo

Diego Pombo, gestor de Ajazzgo, el festival de jazz más importante de Cali que culmina hoy, ha sido músico, artista, rebelde y ecologista. Sus mil y un facetas.

17 de septiembre de 2017 Por: Isabel Peláez / reportera de El País 

Diego Pombo, quien es hoy en día un caleño que crea y respira por su ciudad, no sabe a ciencia cierta cómo fue que terminó en la capital salsera de Colombia.

Le cuentan que llegó a Cali a la edad de 3 años, proveniente de Manizales — nació el 7 de agosto de 1954—. Su padre, Heberth Pombo, huilense, se enamoró de su madre, la maestra Isabel Buriticá, cuando fue trasladado a la capital caldense por la Singer, empresa de máquinas de coser donde trabajaba como mecánico. De ese amor nacieron Diego y sus tres hermanos, Juliana —a quien le lleva cuatro años—, Óscar y Kike, el menor.

“Llegamos al Parque Alameda donde tuvimos nuestra primera casa”, cuenta. El Pombito de aquel entonces estaba lejos de imaginar que varios cuadros suyos sobre Simón Bolívar los compraría años después un presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías; que una Jovita Feijóo de 4,1 metros de altura esculpida por él adornaría —desde 2007— el Parque de los Estudiantes, al frente del Colegio Santa Librada; o que su estatua del emblemático cantante Piper Pimienta Díaz habitaría desde el 2014 el Parque Eloy Alfaro, del barrio Obrero.

Tampoco estaba entre sus planes tocar bajo. El creador de Ajazzgo no sabía qué era el jazz y le esperaba una larga trayectoria por colegios privados de Cali, de los que saldría expulsado.

¿La casa de Salamandra, donde funciona Barco Ebrio, era de su familia?

De mis abuelos. Allí viví cuando estaba terminando bachillerato en el Politécnico que funcionó un tiempo donde ahora es el CAM. Por esos días vivía en la casa de Salamandra con mis abuelos, hasta que compraron una en Salomia, y en 1985 compré la casa de los abuelos que luego volvimos teatro.

¿Es cierto que fue despedido de varios colegios privados? ¿Era muy rebelde?

Sí, era muy travieso, me gustaba burlarme de los profesores y todo me lo celebraban los compañeros. Me volaba de clases, sabía que no iba a tener una profesión convencional. Estaba convencido de que iba a ser…

¿Músico o pintor?

Músico, futbolista o dibujante.

¿Cómo le iba de futbolista?

Creí que tenía talento para eso, pero me di cuenta que no. La mayoría tenía más cuerpo y yo no iba a crecer más, ni era veloz, pero me gustaba la sensación de estar en una cancha. Luego llegó la duda de si iba a ser músico o artista plástico, y anduve en esas hasta grande.

¿Primero fue el rock, luego la salsa y después el jazz?

Sí. Primero fui roquero. La salsa me gusta porque tiene que ver con nuestra identidad, tengo una colección grande de guaracha, música vieja cubana, y Richie Ray me motivó la afición.

¿Siendo un estudiante díscolo, cómo cogió oficio?

Después de que me echaron del Politécnico, mis padres probaron conmigo en la nocturna y tampoco pudieron. Me llevaron a Manizales de nuevo y no me fue bien. Había conocido a unos pintores allá y me escapaba de clases. De vuelta en Cali conocí a Hernán Nicholls, que tenía su agencia Nicholls Publicidad en La Morada. Comencé en el Sena a estudiar dibujo publicitario por sugerencia de mi tía y de Hernán. Era cheverísimo, me pagaban por hacer lo que me gustaba.

¿Allá era dibujante?

Pega-pega. Aún no había computadores, los textos de los avisos se hacían en tipografía. Esos papeles con texto impreso me los daban a mí, como pega-pega, que era el último grado del departamento de arte encargado de cuadrar cada aviso con unas escuadras y pegarlo con solución en un cartón que traía Carlos Duque de Estados Unidos. Él hacía que llevaran ilustraciones. Armando Rosales, mi jefe inmediato, a veces me soltaba tareas de dibujo.

¿Era el niño del grupo al que también llegaron Andrés Caicedo y otros personajes del arte de esa época?

Sí, tenía 15 años. Antes de que llegara Caicedo estaba Carlos Mayolo. Todos los comerciales de cine los hacía él; Fernell Franco dirigía el departamento de fotografía; Hernán Nicholls era el copy, dirigía las ideas, le decían el profeta y era un hippie, con pelo muy largo y barba hasta al pecho. Caicedo llegó después como copy. Pasaron por allí Gerardo Rivera y William Ospina.

¿Y cómo era su look? ¿Quiénes más iban a la oficina de Nicholls?

Yo era melenudo, hippie, eran los años 70, la época de Woodstock. A la oficina iba ‘El Indio’ Lozano, que andaba con una moto como la de ‘Busco mi destino’ de Peter Fonda, película mítica de la época. Al comienzo Óscar Muñoz y Fernell Franco trabajaban juntos planeando las fotografías; estaba también Eduardo ‘La Rata’ Carvajal, ahí se gestó Caliwood. Carlos Duque era mi jefe inmediato, él diseñó el logo de los Juegos Panamericanos.

¿Cuánto estuvo allí? ¿Por qué se fue?

Estuve con ellos tres años. Me fui porque Hernán me echó. Años después Carlos Duque lo llevó a mi retrospectiva en el Museo La Tertulia y vio toda mi obra desde su silla de ruedas. Para mí fue bellísimo ver que mi jefe me reconociera como artista plástico.

¿Por qué lo echó?

Me fui poniendo arisco con que no me dejaran ser creativo, les dije: “Estoy desperdiciado”. Yo no iba a demandar a Carlos Duque, pero les pedía más ‘chico’ de crear, que me dejaran mover el pincel o hacer ilustraciones completas.

¿Cómo se la llevaba con ese grupo?

Súper bien con todos. Pero me fui cansando de que no me dieran oportunidad creativa y comencé a no querer hacer las cosas. Hasta que Hernán me llamó a su oficina: “Tengo un problema con vos Diego y es de una C”, “Vos tenés toda la aptitud para ser un gran ilustrador, pero te falta actitud”. Y yo le dije: “No, es que si yo no voy a ser el creativo no me interesa, poneme de creativo”. Es que había unos creativos muy tesos y yo apenas tenía 16 años. Rodé por agencias, determiné que la publicidad era mentirosa y dije: “Voy a dedicarme a ser un artista”.

¿Cuando se independiza, de qué vive?

De hacer algunos dibujos publicitarios, y artísticos, surrealistas. Felipe Domínguez, que comercializaba arte, me llevó a Estados Unidos.

¿Antes de ser pintor fue músico?

Sí, tenía un conjunto, Chiminangos. Después de mi primera exposición en La Gaceta, galería de arte a la vuelta de La Tertulia, me metí de lleno a ser artista. Toqué con Larry Joseph, baterista, quien heredó una discoteca enorme de jazz de su papá. Me influyó Woodstock, luego Santana y Richie Ray cuya llegada a la Caseta Panamericana fue un acontecimiento.

¿Por qué dejó la música?

Me cansé de esa vida de trasnocho y bohemia, había muchos celos. Cada músico se creía mucho, nos creíamos genios, nos peléabamos mucho.

¿Qué instrumento interpretaba? ¿Heredó el talento para la música
y la pintura de su familia?

Tocaba el bajo. Heredé lo del dibujo de mi abuelo que pintaba los guayacanes de afuera de la casa, mi papá también pintaba, pero nunca pensé que se volvería algo serio. Y en casa (Salamandra) mis tíos y abuelos tenían por vecinos una familia que tocaba folclor andino.

Reinas de corazones

Para Beatriz Monsalve fue alucinante ver a Diego Pombo, un día que fue a visitarlo a El Saladito, en una de sus mágicas sesiones con el guitarrista Barry Wedgle. Mientras su amigo —quien falleció el año pasado— interpretaba la guitarra, él daba pinceladas al ritmo de la música.

Recuerda Diego que se conocieron en los años 80 con Beatriz, estudiante de ingeniería agrónoma y de cerámica, en un taller que tenía una amiga en común en el corregimiento de El Saladito. “Nos volvimos novios al mes. Me impactó su creatividad, su capacidad para ingeniar imágenes y mezclas de colores. Desde el primer día que lo conocí, la música y la pintura fueron protagonistas”, dice Beatriz, su compañera de camino desde hace más de 30 años.

“Mi formación musical se la debo a él, he conocido a muchos compositores y creadores de jazz, de música clásica, y por él aprendí fotografía”, afirma la esposa de Diego y madre de su hija María.

“Él es muy buen padre, entregado, dedicado, amoroso, solidario, generoso”, dice Beatriz, quien reconoce en Diego el mismo defecto que ven sus amigos, “es impaciente”. “Él anda corriendo por la vida, es aceleradito, siempre está lleno de proyectos. Es algo que tiene que manejar. Yo siempre le digo que él pinta en acrílico sobre tela, porque en óleo se demora mucho y que él no podría ser director de teatro, porque implica ensayar una y otra vez y rehacer si es necesario”, advierte ella.

Pombo y Beatriz están unidos por el arte. Cuenta él que ella le ayudaba a Enrique Buenaventura en el Teatro Experimental de Cali, en el taller de máscaras y en las escenografías. “Yo me iba a ver trabajar a Enrique, era un dibujante increíble y pintor. Después me invitó a hacer con ellos una gira por España y Portugal, me fui dibujando, me pagué la parte mía y compartía mi lecho con Beatriz”.

Por muchos años fueron una pareja sui géneris. “Vivimos durante un tiempo cada uno en su cabañita, en El Saladito, a cien metros de distancia la una de la otra. Después ella se consiguió un apartamento en el parque San Antonio y yo compré la casa —en los años 80— donde ahora funciona Salamandra, en cinco millones y medio. El abuelo, que había sido segundo dueño, la había comprado desde el año 29 en $14.000 con sus cesantías de toda la vida trabajando en la Gobernación”, cuenta Pombo.


En 1994, este quijote y su dulcinea fundaron el Teatro Salamandra del Barco Ebrio, justo después de hacer la gira teatral. “Beatriz y el grupo de actores del TEC estaban cansados de estar bajo el cobijo de Enrique (Buenaventura), que ya estaba muy mayor, ya no dirigía y ellos querían abrirse y hacer su propio proyecto. Así nació el Barco Ebrio”, relata Pombo.

El artista, además de ser el eterno enamorado de Beatriz, lo ha sido, artísticamente hablando, de personajes caleños que ha convertido en protagonistas de sus cuadros.

Un beso de Jovita Feijóo —una loca ilustre de la ciudad— en su juventud pronosticó la que sería años después una de sus musas. Pombo salía de su casa del barrio Salomia en un bus que lo dejaba a pocos pasos del Puente Ortiz. Una mañana Jovita se agarró de su brazo y le pidió ayuda para cruzar la Avenida Colombia. Y como un gesto de agradecimiento, ella le plantó al chico de 13 años y pelo negro, un beso. Su labial rojo encendido en las mejillas de Pombo le ocasionó la burla de sus compañeros de colegio.

Claro que no comenzó a pintarla sino años después. “La pinté porque Javier Tafur, el biógrafo de Jovita, comenzó a decirme que la pintara a ella y no solo al Loco Guerra, que me gustaba por contestatario y corrosivo. Y aunque ya la había fotografiado Fernell Franco y la habían pintado otros, empezó a aparecer en mis cuadros, luego la volví tridimensional y Mariana Garcés, que en ese entonces era secretaria de Cultura, se fue con la pesada maqueta escaleras arriba del CAM y se levantó la plata para hacerle la escultura”.

El Libertador

Cuando Miguel González invitó a Pombo en el 2005 a hacer una retrospectiva de su obra en el edificio nuevo de La Tertulia, ya este se había movido en Bogotá y en Cali. En 1981 se dio a conocer con sus obras. Musas, ninfas, locos, músicos, políticos, próceres, vírgenes y prostitutas formaron parte de la fábula pictórica de Pombo. Lenguaje que, dice él, halló en los años 80 de tanto almorzar en Los Turcos.

“Allí llegaba la gente del cine, escritores, músicos, traficantes, muchachas de la vida alegre y se acentuó en mi la idea de pintar lo popular. Los locos llamaron mi atención por pasar por encima de las jerarquías de la sociedad”. Eugenio Cosme Guerra, El Loco Guerra, a quien él invitaba a comer en Los Turcos, lo inspiró para crear la serie ‘La banda de Guerra’.

Pombo, quien intervino una de las Gatas del Río, ‘Anabella, la gata superestrella’, fue criticado por Katherin Laura Molina Astudillo, hija de Piper Pimienta, quien definió la escultura que Pombo hizo del cantautor como “una caricatura irrespetuosa de la imagen que es mi padre como artista y representante para la cultura de Cali”.

Ajeno a las críticas, Pombo vive metido en su cuento. El año pasado con su serie ‘Bolívar enamorado’, conquistó Europa: “Es un personaje muy latinoamericano, un superhéroe, el latin lover. 49 amantes documentadas en su biografía. Lo pinté llevándoles serenata a sus novias, lo volví músico, aunque él fue bailarín y andaba con una banda de músicos junto a su ejército y armaba fiestas antes y después de las batallas”.

Años atrás Pombo llegó a través de sus cuadros del Libertador a Chávez. En 2005 lo invitaron a Santa Marta y conoció a Piedad Córdoba, Álvaro Uribe y a Hugo Chávez. Córdoba le compró varios cuadros y le habló de su grupo ‘Colombianos y colombianas por la paz’. “Yo, anarquista por convicción, le dije como Ismael Rivera: ‘Mi arte no queda ni en la derecha ni en la izquierda, queda en el centro de un tambor bien legal’”. Aclarado el punto, viajó a Venezuela con Yuri Buenaventura. Allá, Nicolás Maduro, emisario de Chávez, le dijo a Pombo:

“El número uno manda a decir que quiere unos cuadros suyos. Por la noche nos reunimos con el presidente, (yo me pintaba la barba de rojo) y Chávez me dijo: ‘Maestro Barba Roja, qué maravilla esos cuadros, quiero que me deje unos’. No sé a dónde fueron a parar, pero me los pagó muy bien y le hablé de Ajazzgo. Me mandó a la Banda Simón Bolívar, con todo pago y nos dio una buena plata para ayudar al Festival”.

El año pasado Pombo llevó a Holanda su serie de shungas o grabados eróticos sobre el Libertador.

Antes de la pintura, en 1975, Pombo tocó el bajo en bandas locales de salsa, rock y jazz. En 1982 viajó a Nueva Orleans, invitado por Eduardo Mejía, a exponer sus cuadros. Allá conoció a Wynton Marsalis y Bobby McFerrin, hoy famosísimos y múltiples ganadores de Grammy, en ese momento unos desconocidos que tocaban en la esquina de donde él se hospedaba. Se volvió adicto al jazz. Aunque a sus 27 años dejó la música y se dedicó a pintar, creó Ajazzgo en 1999, por sugerencia de amigos músicos que hicieron de Salamandra su sede. El Festival se realizó allí hasta que el sitio se hizo pequeño. “En el tercer Ajazzgo nos fuimos para los Cristales y tuvimos a Chocolate Armenteros —sin patrocinadores—. Para el siguiente trajimos bandas de Nueva York y de Cuba. En el quinto tuvimos más países invitados.

Pombo prepara una serie pictórica basada en el anamorfismo —deformación de la imagen producida mediante un proceso óptico—.

El verdadero amor

Diego Pombo confiesa que cuando María —su hija con Beatríz Monsalve— llegó a su vida, dejó de ser rumbero y de trabajar por la noche, que fue como trabajó toda su vida. “Dejé de estar metido en los bares toda la noche. Un hijo es el verdadero amor” .

Tiene tres hijas, seis nietos y un bisnieto gringo. “Tengo dos hijas de un amorío que tuve a los 18 años, la mamá de ellas tenía 16 en ese entonces y ellas viven en Estados Unidos desde hace 30 años. La una tiene 39, la otra 41. La una vive en Alabama, la otra en Nueva York.

Confiesa que como papá es “sobreprotector, sobremimador y alcahueta. Ella hace conmigo lo que quiere”.

María cumplirá 20 años el próximo 30 de septiembre y acaba de llegar de Argentina donde estuvo estudiando comunicaciones. “Estuvo seis meses, pero no aguantamos ni nosotros ni ella estar tan lejos”.

“Soy muy impaciente y eso me lo critican María y Beatriz. Es que a veces siento que pasa el tiempo y no logramos lo que nos hemos propuesto”, admite Pombo.

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