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El coreógrafo que regresó a buscar sus orígenes en Incolballet

El coreógrafo caleño Roberto Zamorano está en Cali preparando un montaje para Incolballet. Una buena excusa para volver a la escuela donde creció su sueño de recorrer el mundo de la mano del ballet.

8 de febrero de 2015 Por: Por Ricardo Moncada Esquivel l Periodista de El País.

El coreógrafo caleño Roberto Zamorano está en Cali preparando un montaje para Incolballet. Una buena excusa para volver a la escuela donde creció su sueño de recorrer el mundo de la mano del ballet.

El poeta austriaco Rainer María Rilk escribió alguna vez que “la verdadera patria del hombre es la infancia”. Y, de cierto modo, esa frase puede describir la experiencia que vivió hace unas semanas el ex bailarín y coreógrafo caleño Roberto Zamorano quien, luego de varios años de ausencia, regresó a su ciudad y a la escuela que le vio crecer: el Instituto Colombiano de Ballet, Incolballet.Bastó con tomar un taxi por la carretera Panamericana, en la salida sur de la ciudad y desviarse por el Callejón del Pío XII, para que todos los recuerdos se le vinieran encima. Como aquella vez en que se fugó de la institución para mirar qué había más allá de sus límites y terminó picado por las abejas. Pero también muchos momentos compartidos con sus compañeros y profesores con quienes formó una gran y casi indisoluble familia.Una memoria que lo acompaña desde que emprendió ese viaje maravilloso por el mundo de la danza y que lo ha llevado por países de Europa y América. En ese periplo ha trabajado para compañías como el Ballet Contemporáneo de Caracas, el Northern Ballet Theater de Londres, el Ballet Florida de Estados Unidos o el Aterballetto, de Italia, donde cerró su carrera de bailarín. Ha sido llamado a trabajar como maestro invitado en Alvin Ailey en American Dance, en Estados Unidos; en Staatsoper Hannover, de Alemania; en Noor Nederlandse, de Holanda; en el Balletto del Teatro di Torino y Aterballetto de Italia, entre otras compañías.A su llegada a la sede de Incolballet, Zamorano se reencontró con varios de sus compañeros. Algunos habían estado con él en la tercera promoción de la Escuela. Hasta aquí ha llegado para realizar el montaje de una obra con la Compañía de Incolballet, para la novena edición del Festival Internacional de Ballet de Cali, que se realizará del 7 al 14 de junio de este año.Su visita se produce luego de múltiples intentos. Debido a la intensa agenda que tenía como bailarín de una compañía que giraba todo el año por el mundo, no podía cuadrar un espacio. “Sentí que ya era el momento de regresar y me parece que éste es el momento más justo. Poder estar al lado de la escuela, de la compañía y de la maestra Gloria Castro, en especial en los momentos difíciles que han vivido ella y la institución”, señaló.Y es ese sentimiento, mezcla de nostalgia, gratitud, reconocimiento, el que anima la propuesta que quiere cristalizar con Incolballet. “Durante todos estos años en el exterior me he encontrado con muchos compañeros de Incolballet y hemos hecho una gran amistad que ha estado unida, por que Incolballet fue para todos la plataforma que nos permitió crecer como artistas. Y sobre eso quiero trabajar en la obra: de ese puente que nos une a quienes hemos salido del país, de lo que soñábamos y proyectábamos cuando estábamos aquí. Pero no se trata de contar una historia, sino de mostrar esos sentimientos de una forma abstracta”, dice el coreógrafo. Zamorano dijo que quiere aprovechar su visita para aportar toda su experiencia internacional a los bailarines de la Compañía y proponer un trabajo de danza contemporánea a partir de la base clásica de los bailarines. “Ellos me han sorprendido gratamente y no es que esperara menos. Los veo con mucho entusiasmo, con mucha entrega por su compañía, a pesar de las incertidumbres que ha rodeado el ambiente de la Escuela, con la desvinculación de la maestra Gloria.Historia danzada.Zamorano hizo parte de los primeros miembros de la Escuela fundada hace 36 años. El exbailarín recordó cómo, mientras estudiaba tercero de primaria en una Escuela del barrio Alfonso López, llegó un grupo de personas a su salón para anunciar que había una nueva escuela que tenía una especialidad artística. “La verdad, el motivo por el cual quise ir a estudiar allí era porque la escuela donde estaba quedaba a la vuelta de mi casa y la nueva estaba más lejos”, dice entre risas.Y es que Roberto y su familia no tenían idea de lo que era el ballet. Tanto que cuando le dijeron que le harían un examen de admisión se preparó muy bien, ¡estudió matemáticas! Pero cuando llegó a Bellas Artes a presentarlo le pidieron que se quitara la ropa hasta quedar en calzoncillos, mientras lo miraban, le estiraban sus brazos y piernas y lo ponían a saltar y a cantar. “Tengo que admitir que durante el primer año pensaba que todo se trataba de gimnasia, si bien en mi casa me decían que me gustaba mucho bailar salsa y que era la atracción de las fiestas”, recordó.Pero todo cambió cuando cursaba segundo año. A Incolballet llegó una invitación para un concurso de coreografías en Bélgica. De repente Roberto, con apenas 11 años, estaba subido en un avión, recorriendo Caracas, Madrid, París, Frankfurt, hasta llegar a Bruselas. “Nosotros estábamos con los ojos abiertos, conociendo otros mundos, otras culturas, las historias de esas ciudades antiguas”, dice.En la competencia la escuela caleña participó con la coreografía de ‘La fosforerita’. “Apenas llevábamos dos años y era la primera vez que nos confrontábamos con escuelas de ballet de Europa. Los bailarines de allá admiraban nuestro talento y nosotros el de ellos. Al final ocupamos el segundo lugar. Fue entonces que dije, este es mi mundo, quería viajar por el mundo”. El apoyo de la familia fue fundamental. “El ballet es una disciplina muy sacrificada. Uno está siempre lleno de dolores y a veces no quieres resistir y lo más bonito es tener una familia que esté al lado que te apoya que te dice cosas que te ayudan a seguir”.Roberto considera que en su vida profesional el éxito ha llegado porque ha estado en el momento y en el lugar indicados. “Recuerdo que cuando nos graduamos, a los tres meses se creó el Ballet de Cali. Entonces tuve con mis compañeros la oportunidad de ejercer mi arte aquí en mi ciudad”.Roberto hizo parte de míticos montajes como ‘Barrio Ballet’, ‘Curán’ o ‘Carmina Burana’. “Todavía recuerdo las intensas jornadas hasta la madrugada para montar ‘Barrio Ballet’. Un proyecto arriesgado que encaró la maestra Gloria Castro, pues no es fácil llevar a la danza clásica una expresión popular. Pero el resultado mostró que la danza podía mostrar algo que nos resultaba cercano a todos”.La estela que ha dejado ‘Barrio ballet’ y otros de sus montajes es bien conocida. Zamorano, junto con la compañía, viajó por el mundo entero. Dice que bailó hasta el cansancio esa obra que mostraba la historia de la salsa y su arraigo en la ciudad.La vida en esos años para Roberto era más que cómoda. Por eso rechazaba las propuestas que le llegaban para irse al exterior. Estados Unidos, Chile, Panamá, Perú fueron algunos de esos posibles destinos. Hasta que en una oportunidad la venezolana María Eugenia Barrios le hizo una propuesta para estar por tres meses en su compañía en Caracas, pues le hacía falta un bailarín masculino. Zamorano aceptó. Y los tres meses se convirtieron en tres años. “En Caracas me trataban muy bien, hacía otras cosas y llegaban compañías de Europa. Luego una amiga me invitó para que fuera a Londres. Cuando llegué, al mes ya tenía trabajo, así comenzó mi viaje por el mundo”. Luego sintió curiosidad por conocer Italia y llegó a trabajar allí. Después, su novia de aquella época se marchó para Florida, en Estados Unidos, y el partió detrás de ella, para después regresar juntos a Francia. Luego de rodar tanto, finalmente Italia se convirtió en una sede más permanente para su carrera. “Cuando tenía 27 años decidí que era momento para encontrar un lugar donde me sintiera bien desde lo profesional y lo personal. Fue entonces cuando ingresé a Aterballeto en Italia y maduré como bailarín”.Cuando mira hacia atrás, Roberto descubre que ha vivido momentos inolvidables en escena, como cuando hacía para el Ballet de Cali ‘La muerte del cisne’. O la representación de ‘Romeo y Julieta’ en el Northem Ballet en Londres, donde la prensa lo llamó ‘el Romeo Latino’. También cuando participó en el Florida Ballet bailando el ‘Cascanueces’, en una fastuosa producción que costaba un millón de dólares. Luego, en Italia, con el afamado coreógrafo Mauro Bigonzetti, con quien además ha seguido trabajando, haciendo una versión contemporánea de Romeo y Julieta.Pero luego de estar hace cuatro años trabajando para el Ballet Jazz de Montreal, en Canadá, a su regreso a Italia, sentía que bailar no le despertaba tantas emociones. “Tenía 36 años y me sentía en mi mejor forma física y madurez artística, pero sentía que ya no disfrutaba cuando estaba en el escenario, porque siempre he sido un apasionado. Cuando bailo me gusta entregarme todo en la escena”, recuerda.Roberto dice que la vida del bailarín está cargada de mucho egoísmo. “Es algo que se vuelve necesario si quieres salir adelante, porque te llegan tantas cosas a la cabeza y la gente dicen tantas cosas que tú necesitas ser fuerte. Pero pensé que ya era momento de comenzar a compartir lo que sabía con otros. Fue entonces que pensé en enseñar”, dijo el coreógrafo. Mauro Bigonzetti, entonces director de Aterballeto, lo entendió y le dio la oportunidad de ser maestro en la Compañía. Y desde hace dos años y medio trabaja de modo independiente, a su propio ritmo. “Vivo en un pequeño poblado entre Parma y Modena, en la que paso cortos periodos, pues viajo a Roma, Nápoles, o como hace poco, hasta Sao Pablo, en Brasil, para desarrollar proyectos. Cuando estoy en mi casa, cojo mi bicicleta, voy a tomarme un café. Me gusta porque es un lugar muy tranquilo allí tengo mi espacio, mis cosas y mis amigos”.

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