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‘Dios no está muerto’: la evidencia detrás de la película

Esta película ha empezado a venderse en las redes como una historia que reafirma la fe. Sin embargo, no es ni una gran producción y no logra superar su anécdota inicial. Parece, más bien, una propaganda religiosa bastante obvia y muy orquestada.

27 de junio de 2014 Por: Claudia Rojas Arbeláez Especial para GACETA

Esta película ha empezado a venderse en las redes como una historia que reafirma la fe. Sin embargo, no es ni una gran producción y no logra superar su anécdota inicial. Parece, más bien, una propaganda religiosa bastante obvia y muy orquestada.

En el cine, pocas cosas resultan más aburridas y decepcionantes que encontrarse con películas que dejen ver su final desde sus primeras secuencias. Producciones hechas con el único propósito de demostrar la premisa que se propone la historia, sin darnos a los espectadores el derecho mínimo de pensarnos otras posibles alternativas. Estas películas que muestran solo un lado de una situación y que pretenden, ante todo, demostrarnos que allí está la verdad absoluta, deberían venderse con una etiqueta que alerte sobre el manejo de su contenido. ‘Dios no está muerto’ narra la historia de Josh Wheaton (Shane Harper), un estudiante universitario que asiste a una clase de filosofía donde el profesor Radisson (Kevin Sordo) pretende imponerles a los alumnos su ateísmo, haciéndolos escribir en un papel la frase “Dios está muerto”. El chico, creyente, no puede hacerlo, y en su acción desafía al profesor, quien le advierte que tal osadía podría costarle el curso que, curioso, es el más difícil del primer semestre que adelanta. Y ¿dónde radica lo complicado del curso? Ni idea, porque es bien sabido por todos los alumnos de esa universidad, que si hacen todo lo que el ‘profe’ diga, se gana sin rollo. Pero regresemos a esa primera secuencia: el alumno impávido sostiene su lapicero en el aire y no lo asienta sobre el papel, sin importarle la mirada inquisidora del profesor que le exige que escriba las tres palabras si es que le interesa ganar el curso. El muchacho, sin embargo, no se acobarda. Dice que no, que no lo escribe, no lo escribe y no lo escribe. Su acción, por supuesto, es un claro desafío al ya muy enojado profesor, quien lo reta a demostrar su teoría en las tres siguientes clases. Al final, sus compañeros decidirán si Dios existe o no, de acuerdo a los argumentos expuestos entre profesor y alumno. Tomando esta acción como punto de partida, la película podría haberse proyectado a escenarios filosóficos y morales, a discusiones muy interesantes, pero no lo hace. Por el contrario, todo resulta fácil y la discusión es ganada de manera casi infantil por un estudiante creyente que desbarata el argumento de un doctor en filosofía, con demasiada obviedad. ¿La razón? Se trata de una producción cristiana que está pensada, escrita, dirigida y actuada solo para mostrar su propósito: su manera de ver la vida. Entonces, desde allí, ya empezamos mal. No porque no se puedan hacer películas que expongan ideologías, religiones y doctrinas; claro que se puede. ¡Pero no de esta manera! Este tipo de producciones deben dejar de mirarse el ombligo y permitir que el espectador elabore sus propias conclusiones. Llevarlo, sí, a donde ellos quieran, pero por lo menos permitirle hacer el camino. Y es que este suele ser el error más frecuente en el que en caen: mostrar solo una cara de la realidad, y en el caso de ‘Dios no está muerto’, es tan obvio su final que podemos preverlo desde la primera secuencia. El chico termina por convencer al salón y a su maestro de que él es quien tiene la razón y que con Dios la vida es distinta.Como si fuera poco, paralelo a esto, ocurren otras historias: de decepciones, búsquedas y hallazgos que llegan al mismo río. También esto se ve venir como un gancho directo que no sorprende ni emociona. No se me tome a mal, no estoy en contra de nada de esto, pero sí exijo un trato inteligente por el espectador, por más creyente que este sea. Los escritores, realizadores y productores de contenidos religiosos están en la obligación de asumir su trabajo de creadores con responsabilidad, inteligencia y respeto hacia quien los mira. Basta de pensar que los espectadores, por muy creyentes que sean, merecen historias corrientes, de personas fregadas que se cambian sin experimentar un verdadero conflicto interno. Basta de la obviedad, de la repetición, de morderse la cola con el mismo discurso. Ahí está el reto, demostrar lo mismo pero con historias sorpresivas, construidas con giros inesperados y conclusiones más inteligentes. Estoy segura de que existen y que las anécdotas gratuitas y la narrativa amañada no son la única ruta. Con una duración cercana a las dos horas, ‘Dios no está muerto’ se ha convertido en un éxito taquillero no solo en las salas de diferentes países, sino también el internet donde rompió record de visitas en un tiempo relativamente corto. Es fácil deducir quienes han puesto las cifras.* Docente de la U. Autónoma

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