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Diálogo con el polémico Emilio Hernández, el escultor de las furcias

Ganó en 2011 el premio a mejor escultor en la Feria de Arte de Nueva York. En Cali ha expuesto en varios centros comerciales y ahora prepara una nueva entrega de sus obras: ‘Mis Líneas Furcias’, un elogio de la mujer y su sagrada sexualidad.

11 de diciembre de 2016 Por: Yefferson Ospina / Periodista de Gaceta

Ganó en 2011 el premio a mejor escultor en la Feria de Arte de Nueva York. En Cali ha expuesto en varios centros comerciales y ahora prepara una nueva entrega de sus obras: ‘Mis Líneas Furcias’, un elogio de la mujer y su sagrada sexualidad.

Insiste en que no es un tipo excéntrico. A primera vista esa afirmación puede tener la fuerza de un teorema: en su pequeña casa, a las afueras de Cali, todo está en perfecto orden: el comedor impecable, el piso completamente limpio, la sala perfectamente dispuesta.

La salvedad es que ese pequeño apartamento está construido en el aire. Sí,  en el aire, sobre una estructura de metal en la que descansa el piso, en la que están erigidas las paredes y el techo y que, por su misma concepción, no modificó la forma de la montaña en la que está incrustada.

La casa, diseñada por él mismo, podría ser la imagen perfecta de la dualidad de Emilio Hernández, arquitecto y escultor caleño que ganó en 2011 el premio a mejor escultor en la Feria de Arte de New York: la dualidad de un hombre que insiste en que el adjetivo de la excentricidad no encaja del todo con él, pero que es capaz de diseñar una casa sobre el aire en las márgenes de una montaña.

Probablemente se trate de un excéntrico minuciosamente deliberado, es decir, uno de esos artistas que hacen del caos un concepto, que procuran mantener un orden, un cierto control sobre sus propios impulsos de desbordada creatividad. 

Las mujeres que esculpe pueden ser una ilustración de esa definición: son cuerpos de líneas exageradas, de sensualidades excesivas, resultados de una creación aparentemente furiosa, desatada, en las que, sin embargo, todo tiene una explicación, una justificación.

Cada detalle es el resultado de un razonamiento. 

Se diría, entonces, que Emilio Hernández, caleño, quien estudió arquitectura en la Universidad Tadeo Lozano de Cartagena, se hizo artista por una inclinación irresistible, hizo en la  Universidad Politécnica de Cataluña un doctorado en restauración y paisajismo de Gaudí y ha sido el primer artista latinoamericano en ganar como mejor escultor en la Feria de Arte de New York, es un excéntrico de los conceptos. Un hombre a primera vista convencional pero que deja en sus obras todas las huellas de sus turbulencias intelectuales. 

Ahora prepara su nueva exposición, a la que llamará ‘Mis Líneas Furcias’...

Bueno, esta exposición tiene una historia particular. A mí me ha dado por hacer en estos últimos años varias caminatas, entre ellas el camino de Santiago de Compostela y el de Francigena, que va desde la frontera entre Italia y Suiza hasta Roma. En la primera parada que hago me encuentro con que, en el hotel en el cual voy a dormir, hay un prostíbulo y allí mismo empecé a reflexionar sobre el modo en que juzgamos a la gente todos los días. Empecé a pensar en por qué  decimos lo que decimos de las otras personas y por qué yo juzgaba a esas mujeres que estaban allí. Esa fue la semilla que me llevó luego a concebir las nueve figuras que comprenden esta exposición. 

 ¿Hay entonces un cierto propósito moralizante?

No, no necesariamente. ‘Mis Líneas Furcias’ es, como te digo, una exposición de 9 figuras femeninas, cada una con una conceptualización específica del sexo y del erotismo. Sobre todo eso, el erotismo: estas figuras son muy eróticas y precisamente buscan que quienes las observen se acerquen sin prejuicios al erotismo, a la sensualidad. Se acerquen sin juzgar y sin sentirse juzgados. Muy seguramente, cada persona sentirá una predilección por alguna de ellas y eso será como si se mirara en un espejo: cada una de las figuras dice algo de la personalidad de quien las admira. 

[[nid:601045;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/563x/2016/12/emilio-hernandez-3.jpg;full;{Emilio Hernández en su taller en la vía a Cristo Rey. Jorge Orozco | El País}]]

¿Cómo ha sido el proceso de elaboración de cada una de las esculturas?

Están hechas en fibra de vidrio. Yo hice inicialmente un molde en arcilla y luego vertí la fibra de vidrio. Pero, además de eso, cada una tiene un trabajo minucioso en los detalles, que en su mayoría están hechos con materiales reciclables como llantas, ductos de aire acondicionado, tapas de gaseosa, llaves, ganchos de ropa, cucharas... 

Algunas tienen relojes, otras cuernos, hay una especie de simbología en cada una de ellas...

Sí claro, una por ejemplo tiene un candado en el vientre, que simboliza el cinturón de la castidad. La que está sobre la media luna (ver foto principal) tiene una pezuña escondida y yo la llamo ‘la uñiguardada’. Yo desarrollo unos conceptos del erotismo y el sexo muy del común de la gente en cada una de las nueve figuras: una de ellas es sadomasoquista, otra es más tierna, otra es dominante...

Evidentemente son figuras en las cuales el erotismo está presente de un modo fuerte. Por otro lado, uno puede ver ya un estilo decantado en sus esculturas, ¿cómo desarrolla ese estilo? ¿Por qué esa especie de obsesión por los cuerpos femeninos?

Eso lo he ido logrando poco a poco. Yo, de hecho, no empecé con este tipo de esculturas de mujeres. Cuando fui a Nueva York lo hice con una exposición que yo llamo quijotesca, en el sentido de que el Quijote como figuraba aparecía reiteradamante. Esa, además, fue mi primera exposición realizada en Popayán, en 1990, y se llamaba ‘Los anales de La Mancha’. Con el tiempo he ido forjando esta identidad en mis esculturas y yo creo que eso sucede como en toda creación artística: las obsesiones de uno van surgiendo y van tomando forma.

¿Y en Cali sí hay mercado para vender sus esculturas? Se lo pregunto porque uno tiende a creer que en la ciudad el arte en general no tiene un gran mercado

 Es muy difícil. Como artista debo ser sincero y decir que en Cali sí se compra arte, no mucho, por supuesto, pero tampoco se puede decir que esté mal del todo. Yo he vendido muchos cuadros, porque además también soy pintor y me sorprende que la mayor parte de mis compradores son jóvenes. En el caso de las esculturas, yo no trabajo pensando en que se van a vender. Yo no vivo exactamente de mi arte, yo más bien vivo para mi arte y por eso trabajo por instintos personales, lo hago en primera instancia para mí mismo y luego vienen las exposiciones y el público. En el caso de ‘Mis Líneas Furcias’, cada una de las esculturas está acompañada por un cuadro que para mí es como el catálogo del prostíbulo. Yo creo que son más fáciles de vender los cuadros que las esculturas, pero bueno... 

[[nid:601048;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/12/emilio-hernandez-4.jpg;right;{Emilio también se destaca como pintor. Jorge Orozco | El País}]]

 ¿Usted ha expuesto y vendido cuadros en España, Italia, EE. UU.; cómo ve a Cali en términos de creación artística? Aquí hay mucho talento, de eso no hay duda, pero no hay dónde exhibir. Hay gente joven produciendo, haciendo cosas, pero no hay espacios para las exposiciones. Uno pensaría, por ejemplo, que en Bellas Artes podrían tener una sala con exposiciones durante todo el año, pero no hay ese tipo de actividades, a pesar de que cuentan con los espacios. Ellos le están dando más fuerza a la música. Ahora bien, en Cali sucede que hay un pequeño mundo de artistas y de personas que escriben sobre arte y dentro del cual se decide qué es lo bueno y qué es lo malo. Eso en cierto sentido también afecta a los artistas, porque parece que hay que pasar siempre por la aprobación de ciertas personalidades en Cali para poder tener acceso a un espacio de exposición. A mí, por ejemplo, cuando empecé a exponer en Cali, los críticos me destrozaron, escribieron de todo sobre mi obra y no propiamente elogiándola. A mí me afectó un poco, pero finalmente decidí que más allá de las críticas, uno como artista debe seguir, creer en su trabajo.  Hablemos ahora de su vida..., ¿cómo es que un arquitecto de profesión termina como artista?Son cosas que están en uno, que hacen parte de uno. La arquitectura combina mucho del arte y se nutre del arte. En mi caso, yo empecé a notar desde que tenía alrededor de 20 años la necesidad por expresarme como artista, por pintar, por crear. Y empecé a hacerlo como creo que todo artista debe hacerlo: en silencio, en soledad, sin pretender  vender ni pretender renombre. De hecho, mi primera exposición la hice porque un amigo que vio lo que estaba haciendo me lo sugirió, no por iniciativa propia. De ahí en adelante he seguido, igual, por mí mismo y ahora tengo una sala de exposición, un ‘show room’ en el barrio Granada, que es un espacio para exponer mis obras.  Y ¿cuáles son sus principales referentes?El Greco es uno de los artistas que más admiro. También sigo mucho a Oswaldo Guayasamín, el artista ecuatoriano. He descubierto que tenemos muchas cosas en común. Es raro que le guste El Greco, un pintor casi religioso, teniendo en cuenta los motivos de sus esculturas...La verdad es que yo soy un tipo bastante religioso, después de todo. Yo nací el día en que se celebra a la Virgen de Guadalupe, el 27 de noviembre. Supongo que por eso soy un creyente de la Virgen y de hecho tengo varias imágenes de ella. Pero bueno, yo creo que el sexo y el erotismo no tienen por qué verse arruinados por la religión, de hecho, no son cosas necesariamente incompatibles. Yo acepto mi condición de ser humano que ama y siente y también acepto que hay un ser superior a todos nosotros.  Y mis obras son precisamente una reivindación de lo que ese ser superior creó en nosotros. Sin duda, usted es un tipo excéntrico... Parece que sí. (Risas).  

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