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De Bodega por Barcelona, un recorrido por el tesoro de la tradición catalana

Visitar la capital catalana es una experiencia sin igual. La arquitectura de Gaudí, el mar Mediterráneo y el F.C. Barcelona son, entre otros, algunos de los atractivos que guarda esta ciudad. Sin embargo, en cada esquina existen las bodegas. Pequeños bares que, al descubrirlos, son tesoros para el paseante de a pie.

19 de febrero de 2013 Por: Wilmar Cabrera ?Redacción Gaceta

Visitar la capital catalana es una experiencia sin igual. La arquitectura de Gaudí, el mar Mediterráneo y el F.C. Barcelona son, entre otros, algunos de los atractivos que guarda esta ciudad. Sin embargo, en cada esquina existen las bodegas. Pequeños bares que, al descubrirlos, son tesoros para el paseante de a pie.

No se confunda. No todo bar donde se sirvan vinos, cervezas, patatas bravas, vermuts, olivas y anchoas es una bodega en Barcelona. Al estar en una de ellas, confírmelo. Verifique que tiene una barra, mesas y barriles de vino de madera. Una nevera con puertas de madera y tiradores metálicos. No debe haber televisor ni escucharse música ya que son como pequeños clubes sociales de barrio que le rinden culto a la conversación de la gente”.Quien habla es el escultor Josep Lluís Cots, un barcelonés convencido de que los casi sesenta locales, que antes servían para vender el vino a granel y que ahora se conservan, rinden culto a la Barcelona de otras épocas. “De niño siempre venía con mi padre. Nada como el olor del barril de madera mezcladocon el vino”, dice Jordi Ibáñez, que ahora es uno de los dueños de la bodega Salvat, en la calle Sagunt,de Sants, cerca de la estación del mismo nombre en la ciudad.Tan convencido está Cots de las bodegas y su tradición de reunir amigos, familia, viajeros o simples conocidos alrededor de la bebida y la comida, que fundó el Movimiento de Defensa de las Bodegas de Barrio (Mededebebe). “Queriamos tener contacto con los bodegueros, con la gente que gusta de venir a tomar el vermut, con las personas que llegan a beber una copa sin los afanes de los cafés franquicia o los bares multitudinarios. Aquí está la Barcelona real, la de los estudiantes, la de los obreros, la de los artistas”, dice.Desde su creación, el movimiento Mededebebe define como bodega de barrio “todo establecimiento abierto al público destinado a la venta y consumo de productos alcohólicos”. La asociación se creó con el ánimo de defender, preservar y apoyar estos locales porque son parte de su patrimonio histórico y cultural. Y lo más importante, que facilitan la comunicación oral y festual de la gente.El mismo Cots explica que en el siglo pasado había hasta doscientas bodegas en la ciudad pero como, tras los Juegos Olímpicos de 1992, Barcelona tomó el camino de lo nuevo, lo fashion, se fue olvidando de ellas. Ahora, algunas han sido renovadas solo lo justo para mantener viva esa costumbre, se han convertido en punto de encuentro de la vieja y nueva generación.Es viernes por la mañana y en el número 91 de la calle Providencia, Antonio sirve unas olivas con anchoas y dos copas de cava a una pareja que está sentada bajo los toneles y los carteles que también adornan el local de la bodega Casas, situada en el barrio de Gràcia. “La gente viene, hablan de suscosas, beben algo, compran el vino y se dejan aconsejar para lo que quieran llevar. Puede ser de botella de marca o, como se ha hecho desde que nosotros estamos aquí, hace cincuenta años, se abre el grifo de la bota, barrica o tonel escogido y se llena la garrafa”, acota este bartender del pasado.A primera mirada, la bodega Casas tiene aire de viejo almacén, con sus vigas de madera a la vista, que hacen juego con los toneles que conservan el vino. Llama la atención el sistema interno de tuberías que conectan las barricas a los grifos y las dejan disponibles, al alcance de la mano, para el preciso momento de ser usados. Casas es fresca y diáfana, y al fondo tiene un salón amplio para grupos más grandes que quieran disfrutar de unos buenos berberechos en conserva, el “quinto” (media cerveza) o la copa de vino tinto.La tradición...Los sábados o los domingos, antes del almuerzo, “o cualquier otro día”, me confiesa otro tabernero, en estos locales se desarrolla uno de los rituales más importantes dentro de la cotidianidad de los habitantes del barrio. “Hacer el vermut”, dicen los catalanes, que no es otra cosa sino tomarse un vaso de esta bebida casera o cerveza, acompañado de olivas, jamón o queso, previo al almuerzo.Xavier, quien lleva cuarenta años en una bodega que se inauguró en 1893, la bodega Montse, me cuenta que hace más de un siglo que un importador italiano se llenó los bolsillos de dinero al traer ese aromático brebaje, a base de vino, ajenjo y otras hierbas. Y que la costumbre de tomarlo antes del almuerzo es algo que data de los tiempos de Hipócrates. “Pero -aclara- no hay que confundir el vermut con el comer tapas en vez de almorzar. La costumbre es una copa y una ración, y después comer. Ese es el rito del vermut que es casero, hecho aquí mismo”.Mientras me como una tapa de anchoas del Cantábrico, acompañada de un vino blanco de La Mancha, el mismo Xavier, un apasionado por la historia y los libros antiguos, cuenta que el auge de las bodegas comenzó a finales del siglo XIX. Cuando los campesinos alimentaban el comercio de Barcelona. “Venían a por hielo, agua y sifones. Luego, poco a poco se han ido adaptando a lo que son ahora. Por la mañana la clientela son personas mayores del barrio, pero por la tarde conviven con grupos de gente joven y extranjeros”.Sin embargo, con el pasar de los años, muchas bodegas han bajado la persiana definitivamente. Sus dueños se han jubilado y retirado del oficio. Mientras algunos locales cierran sin la esperanza de ser abiertos, otros tienen mejor suerte. Esos son los casos de la bodega Quimet y la bodega Costa Brava, ambas en el distrito de Gràcia.La bodega Quimet lleva toda la vida en el número 23 de la calle Vic. Fue regentada durante dos generaciones por la familia Quimet. Pero en el 2010, él Quimet de turno -Eugeni- se jubiló y traspasó el negocio a dos hermanos: David y Carlos Moreno, quienes se comprometieron a mantener el espíritu dellugar.“Mucho de lo que ves aquí -dice Carlos-, estaba venido a menos y nosotros hemos metido mano para arreglarlo y ponerlo a punto. Y esa nevera gigante no funcionaba. Ahora me encanta el ruido que hace cuando la abres. Lo oyes y sabes que estás en una bodega”.Y vaya sí han cumplido la palabra de continuar con el espíritu de la bodega. Tanto que muchas veces no hay sitio para una persona más. Cruzar el dintel de la puerta es pasar a otra época. Aquí la especialidad son los embutidos extremeños. Con una tabla de ellos, junto con algo de queso y vino de Extremadura o Cataluña seguro se pasará un buen momento. Y si hay suerte, quizás una noche, hasta haya una cata de vinos, que los Moreno organizan a menudo, en la que expertos hablan de sabores, aromas y cuerpos de la bebidaCon palabras de más o de menos, la historia de la bodega Costa Brava –mi favorita– es algo parecida a la Quimet. Hace un año, su dueño, Albert se jubiló, y los mesoneros que atendían unieron fuerza y dinero para seguir con ella.Adentro del número 58 de la calle L’Alzina, a unas tres cuadras del Parc Güell, mesas de láminas delgadas de mármol con pies de hierro y sillas de madera esperan a los clientes. Aquí, además de los tradicionales chorizos, longanizas y jamones, también se pueden probar empanadas chilenas, que son de carne, pollo o vegetales. Todo acompañado de un vino o una cerveza y buena conversación. Sin duda, este puede ser el lugar para comenzar o terminar la ruta del vermut en su próxima vista a la ciudad. Porque si se está aquí, nada mejor que irse de bodegas por Barcelona.

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