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Cuando Gabo ‘echaba’ cuentos

La entrega reciente de la primera versión del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez reabrió las páginas de una de las facetas literarias menos conocidas del Nobel colombiano: ser un narrador de pequeñas historias.

14 de diciembre de 2014 Por: Lucy Lorena Libreros | Periodista de GACETA

La entrega reciente de la primera versión del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez reabrió las páginas de una de las facetas literarias menos conocidas del Nobel colombiano: ser un narrador de pequeñas historias.

Que las generaciones recientes de escritores no tenían nada que valiera la pena destacar. Que no se veía por ninguna parte, en tantos libros publicados, a un nuevo cuentista. Menos, a un nuevo novelista. Corría 1947 y esa era la queja que Eduardo Zalamea Borda hacía pública en el suplemento literario del diario El Espectador, que dirigía. A él —decía— se le reprochaba que solo abriera sus páginas para escritores viejos. Pero la verdad, insistía Zalamea en esas líneas de desahogo, “es que no hay jóvenes que escriban”.Gabriel García Márquez era por entonces un estudiante del Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá, embebido en la poesía ‘piedracelista’ gracias a su profesor Carlos Julio Calderón Hermida, a quien años después dedicaría ‘La hojarasca’. Empujado por los consejos de su maestro y por “un sentimiento de solidaridad para con mis compañeros de generación” —como escribiría en sus memorias— el muchacho se aventuró con un cuento y lo envió sin mayores expectativas a las oficinas del diario bogotano. “El domingo siguiente, el 13 de septiembre de 1947, cuando abrí el periódico, vi mi cuento a toda página y una nota del propio Zalamea en la que reconocía haberse equivocado; decía que evidentemente con ese cuento surgía un genio de la literatura colombiana o algo parecido. Hasta entonces —escribió Gabo— a mí nunca se me había ocurrido que pudiera ser escritor”. El relato que apareció publicado se llamó ‘La tercera resignación’. Y el resto es historia. Se trata de la primera evidencia que conservan los ‘gabólogos’ sobre los afectos del Nobel colombiano por las historias breves. Por el cuento. Porque ya en esas líneas se intuía su tremenda voluntad narrativa: “Estaba pesado y duro aquel ruido. Tan pesado y rudo que de haberlo alcanzado y destruido habría tenido la impresión de estar deshojando una flor de plomo”.Muchos años después, aún alumbrado por la notoriedad de ‘Cien años de soledad’, García Márquez le confesaría a Luis Harss —autor de ‘Los nuestros’, la biblia del Boom— que aborrecía esos primeros cuentos de El Espectador, al punto de que él mismo sería capaz de quemarlos. Aquello, enhorabuena, no solo nunca sucedió sino que el escritor colombiano dejó para la eternidad cuatro volúmenes de cuentos.El primero, ‘Ojos de perro azul’, responde a la fascinación de Gabo en sus primeros años de letras por el cuento fantástico. El libro es un testimonio de los catorce cuentos que escribió entre 1947 y 1955. El poeta y periodista Juan Gustavo Cobo Borda los define como “relatos oníricos” en donde comienzan a asomarse “algunas de sus obsesiones literarias, como el muerto que está en el ataúd y que la gente observa, aunque él sepa bien que no está muerto”. Una influencia contundente, dice, de ‘La metamorfosis’ de Kafka, “que leyó siendo muy joven” y de Allan Poe y “sus historias de sueños irrealizados o deseos incumplidos”. El segundo en aparecer, en 1965, fue ‘Los funerales de la Mamá Grande’ que arropa a dos de sus cuentos más difundidos —‘La siesta del martes’ y ‘Un día de estos’— y es un libro para tomárselo más en serio. Situémonos: García Márquez tiene 35 años y en un lustro dará a luz a su novela cardinal sobre estirpes que no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra. Así que no es fortuito que allí, en esas páginas, ocurra la fundación de uno de los escenarios más famosos de las letras mundiales: Macondo.En ‘La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y su abuela desalmada’ asistimos en 1972 a un autor que sigue la línea de ‘Los funerales’; muy distante ya del escritor experimental de ‘Ojos de perro azul’. A quien leemos aquí es al Gabo que más queremos todos, con ese estilo intenso y mágico que iluminó ‘Cien años de soledad’. Ese estilo que nos entregó en este volumen de cuentos dos de sus relatos más entrañables: ‘Un señor muy viejo con unas alas enormes’ y ‘El ahogado más hermoso del mundo’. La última de esas antologías, ‘Doce cuentos peregrinos’, se editó en 1992. Son relatos de una pluma consagrada que nos lleva en un viaje por Europa. Por París. Por Barcelona. Por Roma. Por Nápoles. ¿Alguien puede acaso salir ileso de ‘El rastro de tu sangre en la nieve’? Es un clásico del García Márquez cuentista: una chica recién casada, esposa de un dandi que alardea con carros de lujo, se hiere en el dedo donde lleva el anillo de bodas y va dejando su rastro rojo sobre la nieve inmaculada. Es el Gabo de las exageraciones, es el Gabo periodista que pretende hacernos creer, como nos decía John Lennon, que la realidad le deja mucho a la imaginación.Se trata de una obra que, según el escritor bogotano Guido Tamayo, “es una clarísima declaración de aprecio de Gabo por el cuento”. Tamayo fue uno de los hombres detrás del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, liderado por el Ministerio de Cultura, y fallado hace apenas unas semanas. Un galardón que buscaba ‘reivindicar’ una de las facetas menos celebradas del Nobel de Aracataca: la de ser un narrador de pequeñas historias.Para Tamayo resulta inútil detenerse en la discusión de si fue mejor el Gabo novelista que el Gabo cuentista. “Lo único que se necesita saber es que Gabriel García Márquez fue un extraordinario contador de cuentos. Y que, como él mismo lo explicó alguna vez, novelas suyas como ‘Cien años de soledad’ y ‘El otoño del patriarca’ están confeccionadas con pequeñas historias”. Lo cree también el escritor cartagenero Roberto Burgos Cantor, autor de libros de cuento como ‘Lo amador’ y ‘De goces y desvelos’. “Hay grandes novelistas que no se animaron a escribir cuento. Nunca les interesó. García Márquez lo hizo casi como un compromiso con su propia infancia. Con esas historias fantásticas que le contaban su abuelo Nicolás Márquez y su abuela Tranquilina Iguarán. Era un compromiso con toda esa rica oralidad del Caribe que puso al servicio de su literatura”.Pero, ¿por qué siguen siendo tan poco difundidos los cuentos del Nobel colombiano? ¿Por qué fue necesario crear un concurso para recordarnos a todos que Gabo no fue solo un espléndido novelista?Guido Tamayo encuentra una respuesta en la indiferencia misma que la industria editorial ha tenido por el género. “Si uno se pone a mirar el ‘Boom latinoamericano’ encuentra que fue un movimiento de género y no de autores. Muchos decían que, con este, nuestro continente había alcanzado la mayoría de edad porque ya publicaba novelas. Fue por eso que el ‘Boom’ excluyó a grandes como Onetti y Borges”. Juan Gustavo Cobo no se atreve a inferir si el propio García Márquez era consciente de esa etiqueta injusta. De lo que sí tiene certeza es de que la prosa de los cuentos del hijo del telegrafista conservan la misma gracia y contundencia del resto de su obra. “Cuando uno lee ‘Los funerales de la Mamá Grande’ encuentra la mejor y más aguda sátira de lo que es Colombia. De todo ese patrimonio intangible del que parecemos no darnos cuenta: gobernantes corruptos, reinados de belleza por todo y esa aparente legalidad con la que pretendemos justificar la ilegalidad”. Mundos como ese fueron el resultado de su larga búsqueda por las páginas de autores como Hemingway, Virginia Wolf y el ‘Pedro Páramo’ de Juan Rulfo que es también una novela llena de pequeños relatos. Una búsqueda en la que también tropezó con el Faulkner cuentista y con Yasunari Kawabata, ese clásico de las letras japonesas que le dejaría en las manos el sabio catalán Ramon Vinyes en los tiempos de La Cueva de Barranquilla. En opinión de Tamayo el único cuento del que Gabo “no salió bien librado fue ‘Memorias de mis putas tristes’, un cuento que no sé si la editorial o el propio escritor quiso alargar forzosamente para convertirlo en novela breve”.Roberto Burgos tercia en la discusión y prefiere creerle a J. M. Coetzee, quien en un ensayo se refirió a esta novela como “un capítulo que se independizó de ‘El amor en los tiempos del cólera’. Lo único que nos debe importar es que son pocos los que logran descubrir con la mirada un hecho significativo. Descubrir que en un asunto aparentemente elemental se mueve algo que nadie más ha visto. Ese ojo lo tuvo Gabo. Y lo que descubrió con ese ojo nos ha hecho inmensamente felices. ¿Importa acaso si fue en sus novelas o fue en sus cuentos?”.

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