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Conozca al caleño que se ganó los dos premios nacionales de dramaturgia en 2015

El dramaturgo caleño Enrique Lozano con sus obras ‘Noche oscura, lugar tranquilo’ y ‘Los lobos no van a la guerra’ se quedó con el Premio Nacional del Ministerio de Cultura y el Premio de la Universidad de Antioquia.

4 de octubre de 2015 Por: Catalina Villa | Editora de GACETA

El dramaturgo caleño Enrique Lozano con sus obras ‘Noche oscura, lugar tranquilo’ y ‘Los lobos no van a la guerra’ se quedó con el Premio Nacional del Ministerio de Cultura y el Premio de la Universidad de Antioquia.

Refugiado en unos lentes de sol y una camisa a cuadros, Enrique Lozano parece cualquier cosa menos un dramaturgo. Pero decir que parece un publicista (carrera que estudió y que aún considera la gran equivocación de su vida) sería injusto.

Con un aire desenfadado y un discurso sin pretensiones, Lozano encarna, en realidad, a ese nuevo escritor del teatro colombiano que se inscribe en la llamada ‘Primavera Teatral’; una etiqueta con la que no todos están de acuerdo pero que intenta reunir a esa pléyade de jóvenes menores de 40 años cuya relación con el teatro ha oscilado entre la academia y las tablas.

Es justamente el caso de Lozano quien a sus 42 ha escrito 16 obras y tiene a cuestas un postgrado en dramaturgia de la Universidad de Antioquia, otro del programa de dramaturgia del Instituto Nacional de Arte Dramático de Australia, y un máster en escritura creativa de la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Sydney.

Pero quizá su mayor virtud radica en esa búsqueda incesante que inició hace 15 años cuando, al fundar Cualquiera Producciones en compañía de Ariel Martínez, sintió que lo que se hacía en teatro no era lo que él soñaba, y decidió explorar caminos menos transitados, específicamente aquellos en que se disocia la palabra de la acción. ¿Qué pasa si el diálogo no está relacionado con lo que pasa en la escena? se preguntó. Esa fue la punta del hilo que comenzó a tirar.

Lozano aún recuerda BAM (Breve Anotación de Movimiento), una obra del 2002 en la que un fracasado triángulo amoroso, un gusano que transita de un cuerpo a otro y una guía para preparar cadáveres humanos son las tres espirales de la trama. “BAM es la que mejor reúne lo que estábamos buscando en ese momento, disociar los diferentes elementos del teatro, incluyendo lo sonoro. Allí hay un trabajo con la sonoridad muy importante porque no solo se buscaba crear atmósferas sino que la sonoridad misma fuera casi que el motor de la emoción del actor que estaba en un monólogo. Me parece una obra muy compleja y completa, y muy divertida también”.

Sin embargo, si tuviera que escoger una obra, aquella de la que se siente más cercano, escogería ‘Los difusos finales de las cosas’ que ganó el Premio Nacional de Dramaturgia en el 2006 y que justamente se estrena a finales de noviembre en Monterrey, México. “Allí llevé a un extremo mi pregunta de qué pasa si la narración en el teatro desplazara al diálogo, porque la narración implica una brecha entre la instancia narrativa y el evento narrado que para el teatro es muy interesante. En la narrativa, la narración es el procedimiento por excelencia y el lector imagina la instancia narrativa, pero cuando la narración aparece en el teatro no hay manera de imaginar la instancia narrativa porque estamos siendo testigos de ella. Esa ha sido una exploración extrema muy importante para mí”.

Esta obra ha sido estudiada en varios teatros del mundo y actualmente hace parte de una cátedra de doctorado en Toulouse, Francia.

Lozano siente que haberse alejado de un teatro más clásico y menos arriesgado bien ha valido la pena. Muchas de sus obras han sido reconocidas dentro y fuera del país. Este año, en un lapso de un mes, recibió los dos reconocimientos más importantes que hay en materia de dramaturgia: el Premio Nacional de la Universidad de Antioquia por ‘Transmigración: Los lobos no van a la guerra’ y el Premio Nacional del Ministerio de Cultura por ‘Noche oscura, lugar tranquilo’.

Esta última obra que, curioso, tiene ovnis y hasta un canicidio, cuenta la historia de una pareja sumergida en una crisis muy profunda en la que el hombre decide irse al campo a escribir una novela y la mujer se va con él. Allá tienen un encuentro con el dueño de la casa, un argentino que lleva 20 años huyendo de algo que no sabemos qué es, y ese encuentro de los tres personajes resulta ser el detonador para la resolución de las crisis de pareja.

Lozano admite que se trata de una pieza extraña dentro del conjunto de su obra pues tiene una pulsión más realista, lejana a sus trabajos anteriores. Pero destaca el hecho de que se trate de una obra de subtextos. “En ella los problemas que aparecen superficialmente están escondiendo los problemas reales que están poniendo en conflicto a los personajes. Es una obra que sí construye personajes, seres psicológicamente complejos; sí tiene una historia como columna vertebral del texto, pero el reto mío con la escritura fue trabajar por las posibilidades de vacíos o de huecos en esta estructura más clásica y tradicional”.

Para Orlando Cajamarca, director y dramaturgo de Esquina Latina, un veterano del teatro que mira con buenos ojos el arribo de la sangre nueva a las tablas, Lozano sorprende con una situación casi Chejoviana donde al parecer no pasa nada pero sucede todo. Eso dice, lo logra a través de diálogos encriptados que van edificando una trama densa desde el lenguaje de la “incomplitud”. “Lozano reivindica el trabajo de una serie de dramaturgos de los últimos tiempos que, pese a haber dado el salto y transitar con alta intensidad por los pasillos herméticos y mucha veces confusos de la ‘academia’ que acredita y desacredita, conservan un pie en el escenario, lo cual los mantiene vigentes en la escena nacional con cada vez más proyección internacional”.

Lozano, hay que decirlo, tiene una relación distante con generaciones anteriores. Sin embargo, admite que no es un asunto personal sino, más bien, una falencia en el teatro colombiano. “A diferencia de otros países, como Argentina donde he vivido los años recientes, hay un diálogo constante entre diferentes generaciones. Eso nos falta en Colombia. Aquí cada generación del teatro cree que es fundacional. Un ejemplo de ello fue el Nuevo Teatro Colombiano que nació con Enrique Buenaventura; parte de su presupuesto era que antes de ellos no había habido nada, cosa que sabemos que no es así. Y ese diálogo nos hace mucha falta”, dice. “Es necesario”.

Con Enrique Buenaventura, eso sí, mantuvo una relación cercana y cordial. De admiración. No tanto por su estética sino por su proyecto de vida, el TEC. Eso lo impulsó a hacer una adaptación de ‘Proyecto Piloto’, una obra de Buenaventura sobre un país en el que los seres humanos empiezan a convertirse en ratas. “La tomé en 2005, bajo el gobierno de Álvaro Uribe. Me parecía una buena metáfora en momentos en que había una toma del poder de sectores radicales de la derecha”, cuenta.

La obra es, claro, un homenaje. “Enrique fue un hombre de teatro que puso el nombre de Colombia en ámbitos donde no había estado nunca. Y es una lástima que, a pesar del esfuerzo de Jaqueline Vidal y del equipo del TEC, su obra se ha ido olvidando, se ha disminuido la importancia capital que tuvo Enrique en el movimiento teatral colombiano del Siglo XX. Y esta era una manera de traerlo de vuelta”.

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