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Conozca a la capital de Dinamarca a bordo de una bicicleta

Desde 1880, pedalear por las calles de la capital de Dinamarca es una costumbre en sus habitantes. Más de la mitad de la población de la ciudad, sin importar que llueva, haga sol o caiga nieve, se mueve en bicicleta. Guía, en bici, por la “bahía de mercaderes”.

19 de marzo de 2013 Por: Wilmar Cabrera Pinzón ? Especial para Gaceta

Desde 1880, pedalear por las calles de la capital de Dinamarca es una costumbre en sus habitantes. Más de la mitad de la población de la ciudad, sin importar que llueva, haga sol o caiga nieve, se mueve en bicicleta. Guía, en bici, por la “bahía de mercaderes”.

Copenhague tiene una altura media de 31 metros sobre el nivel del mar y su punto más alto, el monte Mollejoj, se encuentra a 172 metros. Así, la capital de Dinamarca es una invitación constante a subirse en una bicicleta y pedalear para conocer la ciudad recorriendo sus totalmente planos ¡390 kilómetros de carril de bici!Sin embargo, antes de tomarse la foto obligada junto a La Sirenita, a la entrada del puerto principal, de disfrutar con el arte y las pinturas del Museo Nacional o de visitar los Jardines del Tívoli y subirse a la montaña rusa más antigua de Europa, lo primero para gozar y comenzar a dar pedales es conseguir un ‘caballito de acero’.Esa es una expresión que en nuestro país acuñaron los locutores radiales de las competencias ciclísticas y que se sigue utilizando, aunque hoy la mayoría de bicicletas no estén hechas con este material sino con otros metales y aleaciones más moldeables y menos pesadas.Estando de paseo en uno de los lugares en donde vivió el poeta y escritor Hans Christian Andersen hay dos formas para hacerse a una cicla o ‘burra’, como le dicen en mi natal Palmira, otrora ciudad de bicis y hoy reemplazadas por ese ruido llamado motocicleta. Pero esa es otra historia.Lo primero, la bicicleta Volviendo a la que nos compete, la primera manera de hacerse aquí a una bicicleta es alquilar la que más le guste. En Copenhague existen muchos lugares para rentarlas. Puede escoger entre una por un día, 10 euros, o una por una semana, 50 euros. La otra manera es tomar una bici pública de los 125 puntos que están distribuidos estratégicamente por la ciudad. Sólo tiene que depositar una moneda de 20 coronas (3 euros) y, al terminar el viaje y dejar la bici en otra estación, el sistema le devolverá su dinero. ¡Fácil! Ahora sí, a pedalear.Respiro. Hondo. Profundo. Aspiro y expiro. No tengo un aparato para medir el nivel de contaminación en el ambiente, pero el hecho de ir en una bici, moviéndome por esta ciudad, frente al estrecho de Oresund, que conecta al mar del Norte con el mar Báltico, y sabiendo que la mitad de sus habitantes utiliza este medio de transporte, me dan la seguridad de que es poca. Por no decir: mínima. De acuerdo con el European Enviroment Bureau, después de Berlín, la capital danesa es la ciudad con mejor calidad de aire en el Viejo Continente. Así que, estando aquí, porque no abrir bien la boca y degustarlo, como bien hace el viajero al comer una pizza en Italia o beber un trago de tequila en México. En estos tiempos de cambio climático y crisis medioambiental, Copenhague bien podría presumir de tener “aire con denominación de origen”.Para lograr eso, el velocípedo de dos ruedas ha ayudado mucho. “La bicicleta es una cultura en esta ciudad. Las personas hicieron a un lado el uso recreativo y lo transformaron en una manera cotidiana de ir de un lugar a otro. ¿Por qué? Porque es práctico y sencillo”, explica Mary Embry, una joven mujer, rubia, de ojos claros, que forma parte de los apóstoles que van por el mundo predicando la palabra de la bici, para “copenhaguizar” otras ciudades.Y es que montar en bicicleta en este lugar no es una moda. Es un estilo de vida que comenzó por allá, en 1880, con los primeros diseños del vehículo. En los años 20 y 30, del siglo pasado, su uso ganó popularidad. Sin embargo, luego, tras la segunda guerra mundial, los daneses reemplazaron sus bicis por ciclomotores y automóviles hasta que la crisis del petróleo, en la década del 70, les hizo pensar en una ciudad que, de cara al futuro, se preocupara más por el medio ambiente.De esa manera, al primer carril bici construido en 1910 se le fueron uniendo tramos y trayectos en los últimos 25 años, hasta alcanzar la friolera de 390 kilómetros dentro de la ciudad. Son vías anchas que permiten desplazarse sin problemas. A esos hay que sumarles las nuevas avenidas para bicicletas que conectan a Copenhague con los municipios en el área metropolitana y con el aeropuerto. Todo pensado dentro de un programa que propende por la Cultura Ciclista para la Sostenibilidad, que pretende para 2025, que la ciudad consiga ser neutra en emisiones de carbono y que esas emisiones se reduzcan en un 20 por ciento para 2015.En uno de los folletos que reparten voluntarios de chaquetas rojas, que sorprenden premiando en la calle con chocolates, botones y adhesivos a los ciclistas que siguen las normas de tránsito dentro de las bicirutas, se puede leer que estas son las ciclovías más concurridas del mundo. “Por eso, explica Frits Bredal, de la Danish Cycling Association, hubo que agregar carriles extras. Pero lo importante, para su buen funcionamiento, radica en tres palabras fáciles de entender y de aplicar para el ciclista urbano y para el danés en general: tolerancia, respeto y educación”.1,2 millones de kilómetros de ciclorruta Respiro de nuevo. Hondo. Profundo. Mi bici es una tipo Kronan. Un modelo urbano basado en aquellas diseñadas por el ejército sueco en los años 40. Con poco esfuerzo muevo sus tres velocidades y en cada semáforo, su freno contrapedal funciona perfecto. Desde el sillín, lo primero que me sorprende es la cantidad de gente que va y viene en bicicleta. Según me dicen, siempre es así, a cualquier hora del día y en cualquier época del año. Veo mujeres de vestido y zapatos de tacón. La mayoría de ellas sobre bicis de marca Centurión, que no hacen que pierdan el estilo sino todo lo contrario, lo realza y las hace ver más elegantes. Algunas hasta adornan con flores la cesta -a veces de mimbre- que llevan, delante del manubrio, en donde guardan una maleta, una cartera o la compra de la tienda.A mi ritmo, sin transpirar nada, dejó atrás La Sirenita y la zona del Kastellet. Por momentos me siento Tim Krabbé, el exciclista holandés y ahora escritor que narró, en la novela ‘El ciclista’, sus vicisitudes en una carrera de un día, el Tour del Mont Aigoual. Yo no estoy compitiendo, pero en cada carril el tráfico es tal, que se forman grupos como si del Tour de Francia o la Vuelta a España se tratara. Hay que ir con cuidado. Las bicis son de todos los tamaños y marcas. No faltan los padres que llevan a sus pequeños en el asiento trasero y si la familia es más grande, hay modelos tipo triciclos de carga, para llevar a los niños adelante, muy cómodos. No importa si hace frío, viento o llueve. Si eso pasa, una chaqueta impermeable para el que mueve los pedales y una capa de plástico que se cierra con cremallera, para los pasajeros adelante, los hace a todos felices.Alegría que se subraya con cifras locales. De acuerdo con datos del Ayuntamiento, para hacerse a una idea de lo que es la bicicleta en Copenhague, el carril de Dronning Louises Bro, que atraviesa los lagos Soerne y Peblinge So, casi en el centro de la ciudad, es recorrido cada día por unos 36.000 ciclistas. Ese lugar es uno de lo que más contribuyen para que cada año, la cifra recorrida por los “urbans cyclists” sea alrededor de 1,2 millones de kilómetros. El doble de la distancia que la gente hace en el metro durante ese tiempo. Incluso la mayoría de los políticos (el 63 por ciento) van en bicicleta al Parlamento danés, situado en el castillo de Christiansborg.El caballito de Troya Ahora me muevo en Nyhavn (Puerto Nuevo), un trayecto que hay que hacer a pie, con la bici de la mano. En frente del canal hay una gran cantidad de fachadas multicolores. Antiguamente fueron casas de pescadores, marineros y burdeles donde todo se conseguía y todo se permitía. La leyenda dice que Andersen vivió en una de ellas. Hoy son restaurantes y cafés, en donde la gente se siente a beber una cerveza Carlsberg y a esperar su turno para abordar el barco que los llevará de paseo por los canales que cruzan la ciudad.Me subo de nuevo en la Kronan, voy paralelo al canal Oresund, con rumbo sur. Sopla el viento de cola. Eso facilita y hace mi desplazamiento más rápido. Casi no pedaleo. Hasta la brisa marina está a favor de mi paseo en esta ciudad en donde reina el diseño. Aprovecho para detenerme en una tienda de Lego. Dejo la bici aparcada en uno de los tantos lugares que están hechos para ello. Son cientos de bicis. “Allí, me contaría un amigo, el peligro no es que te la roben sino el no encontrarla”. Ya dentro del almacén, descubro un inmenso monumento a la bicicleta y sus usuarios, hecho con millares de fichas y bloques Lego, que supera el tamaño de un niño de cinco años.Una vez afuera, retomo mi camino rumbo a Christianshavn (Christiania), el final de este paseo en bici. Desde Nyhavn hasta allí, atravesando por Torvegade, son alrededor de dos kilómetros. El barrio de Christiania es una comuna libre, levantada sobre un viejo campo militar. Un experimento de vida alternativa, que comenzó en 1970. Actualmente dentro de ella viven casi mil personas, que combinan una cotidianidad rural de granjas y cabañas, a orillas del canal Stadsgraven.Allí me explican que en esta Copenhague, cuya planeación urbanística está pensada para este tipo de transporte sobre el resto de vehículos, algunos se refieren a la bicicleta como “el Caballo de Troya de la Sostenibilidad”. En palabras de los responsables del proyecto Danish Cycling Cultura for Urban Sustainability: “Cuando los ciudadanos adopten la cultura de la bicicleta, consciente o inconscientemente, la ciudad y los espacios urbanos pasarán a ser más sostenibles en cuanto al transporte, pero más incluso en cuanto a calidad de vida”.Una meta que Copenhague y sus habitantes están logrando a punta de pedal. Una meta que les hará levantar los brazos ante mundo, como los ganadores del Tour de la Sostenibilidad y el Medio Ambiente. Una carrera que se corre a diario, en la calles, por los cientos de kilómetros que atraviesan la ciudad. Una carrera en la que ellos son los ganadores porque entendieron que sin bicicletas no hay paraíso.

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