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Beatriz González y 'su segundo original' en la Tertulia

La obra de Beatriz González sigue tan vigente como en los años 60. Hasta enero pasado hizo parte de una muestra de arte pop en la Tate Gallery de Londres. ‘El segundo original’, la exposición con la que regresa a La Tertulia.

6 de marzo de 2016 Por: Catalina Villa | Editora de GACETA

La obra de Beatriz González sigue tan vigente como en los años 60. Hasta enero pasado hizo parte de una muestra de arte pop en la Tate Gallery de Londres. ‘El segundo original’, la exposición con la que regresa a La Tertulia.

'Los suicidas del Sisga’, una de las obras más emblemáticas del arte en Colombia, fue producto de una desesperación. Corrían los años sesenta y a Beatriz González, una joven egresada de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Los Andes, la abrumaba un presentimiento terrible: convertirse en una señora que pinta. 

Hasta entonces, año 65, ya había demostrado que tenía talento. Sus versiones de la ‘La encajera’ de Vermeer y fragmentos de ´La rendición de Breda’ de Velásquez habían sido alabados tanto por la crítica de arte Marta Traba como por su profesor y amigo, Juan Antonio Roda. Pero ella sentía que esa perfección no era lo que buscaba. 

Por eso, cuando en el diario El Tiempo descubrió una pequeñísima foto que acompañaba una noticia en la página judicial sobre  una pareja que se había tomado una foto antes de lanzarse  al vacío en un acto suicida, la imagen la dejó tan perpleja que no pudo más que ponerse a pintarla. Lo hizo con trazos bruscos. Con colores fuertes. Sin volumen. Entonces se convirtió en la Beatriz González que hoy conocemos.   

“Era una época terrible de machismo. Tanto que circulaba por los pasillos de la Universidad un mal chiste: que los papás matriculaban a sus hijas en bellas artes para que consiguieran allí un buen marido, un gran economista”. 

El cuadro, del que posteriormente hizo dos versiones más, ganó un premio en el Salón Nacional ese mismo año, y se convirtió en un ícono del arte colombiano del Siglo XX. Cuarenta años después la obra sigue tan vigente, que el año pasado las tres versiones que hizo del cuadro fueron invitadas a hacer parte de la exposición ‘The World Goes Pop’ de la prestigiosa Tate Gallery de Londres. 

Un cuadro al que le debe mucho:  el no ser una señora que pinta.

Beatriz, usted ha dicho varias veces que la versión que más le gusta de ‘Los suicidas’ es la que está en Cali’. ¿Por qué?

[[nid:514119;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/03/p8gentemar6-16n1photo04.jpg;left;{‘Los suicidas del Sisga II’, hace parte de la colección de La Tertulia. Fue adquirida en 1965.Especial para GACETA}]]

No siempre fue así. La de Cali era la que menos me gustaba. La historia es así, yo hice el  primero y empecé a dudar  porque lo había pintado sobre otro cuadro, y pensaba que  con el tiempo iba a empezar a salir lo que estaba debajo, cosa que ha sucedido. Tiene su pequeña aparición. 

Después hice el de Cali, pero me pareció muy light, muy rosado, y ella muy gordita; no me gustó. Y  después hice uno para mi gusto completo que está en el Museo Nacional y que el ramo de ella es de unas azucenas amarillas. 

Ahora, algo que me gustó mucho es que en esa época yo iba mucho a Cali. Allí tenía un público cautivo al igual que en Medellín, cosa que no me pasaba en Bogotá. Y era en esas dos ciudades donde yo sentía que me estaban entendiendo. Por eso me gustó tanto cuando Maritza Uribe compró el cuadro;  que se quedara allá.

Ahora, con el tiempo, ese es el que más me gusta. Y es curioso porque pienso cómo cambia uno con los años. 

¿Por qué tres versiones y no más o menos?

Cuando estaba pintando el tercero llegó Marta Traba a mi estudio y me dijo, “pero tú no te vas a quedar toda la vida pintando ‘Los suicidas del Sisga...’ Era una llamada ética, una llamada moral, es cierto. Pero lo que ella no entendía es que estaba buscando a los suicidas perfectos, los que  me llenaran completamente. Así que allí paré.

Luego vinieron los muebles. ¿Tenía que ver también ese cambio de soporte en su obra  con ese afán de alejarse del estigma de la señora que pinta?

Por completo. Pintar al óleo era muy fino. Así que lo primero fue dejar los bastidores y el lienzo. Pero el primer mueble llegó más por azar. Yo había  acompañando a mi esposo a comprar unos materiales de construcción y allí nos encontramos con una cama metálica que imitaba la madera.

Y pregunté si la vendían, y la compramos. Por esos días yo ya estaba pintando el ‘Señor de Monserrate’ en una lámina y cuando lo puse encima de la cama, encajó perfecto. Fue un encuentro fortuito. Desde allí empecé a hacer los muebles.

Ese etapa suya es muy urbana. Pero al principio fue un arte incomprendido...

Muchísimo. Una periodista de Cali, de hecho, aseguró que yo me había enloquecido, que me debían meter a un sanatorio. Le pareció horroroso lo que yo hacía, los colores chillones, las deformidades. Yo creo que la gente se confundió, porque veían una obra mía muy distinta a la que venía haciendo. Cómo sería que hasta el crítico Eugenio Barney  me llamó la atención. Él me mostró cómo yo había pintado una nariz de un perro con una deformidad, ¡pero eso era lo que a mi me gustaba!

También fue señalada de copiar una obra...

Sí. Fue un periodista muy famoso de la época, Arturo Abella. Creo que fue en el 69 con una obra de Bolívar que presenté al Salón Nacional y ganó el premio. Él se enfureció porque decía que yo había robado una obra del artista de la colonia, Pedro José Figueroa. Pero eso además ni siquiera era cierto. Yo había tomado como imagen de referencia dos medallones en miniatura en donde estaban las imágenes de Bolívar y Santander.

A mi en ese momento me dio mucha tristeza que la prensa le diera tanta difusión a eso, porque me preocupa lo que dijeran mis papás en Bucaramanga, que pensaran que yo estaba plagiando. Yo  misma tuve que salir a explicar cómo lo había hecho y obviamente tuve todo el respaldo de la crítica. 

De eso, justamente, se trata esta exposición en La Tertulia, ‘El segundo original’. Es una aproximación a su obra a partir de la imágenes que las detonaron, que les dieron vida. Por que sus obras son tomadas de imágenes ya vistas, pero a su vez son originales...

Exacto. Esta exposición es el resultado de una investigación muy grande que hizo la Universidad de Los Andes para hacer mi catálogo razonado, que no es otra cosa que el catálogo completo de lo que ha hecho el artista, con bocetos y todo. Fruto de esa investigación los curadores José Luis Ruiz y María Fernanda Domínguez se encontraron con las fuentes, es decir con los recortes y los dibujos que yo tenía archivados o enrollados por ahí, pero que nunca había mostrado. Ellos propusieron hacer una exposición y fue aprobada por la Universidad.  Es una exposición muy distinta a las demás. ¿Cómo se las ingenió para guardar tanto soporte? Los papapelitos, como dicen los curadores... Yo soy archivista por naturaleza. Guardo no solamente lo mío sino que guardo grandes archivos de muchas cosas, artistas, arte colombiano... Mi archivo de Botero que era bastante extenso se lo regalé al Museo Nacional.El de Santamaría también. Es algo natural en mí, no sé por qué razón. ¿La sorprendió haber encontrado algo que no recordaba? 

[[nid:514118;http://contenidos.elpais.com.co/elpais/sites/default/files/imagecache/270x/2016/03/p8gentemar6-16n1photo01.jpg;right;{Beatriz González en sus años de juventud.Especial para GACETA}]]Sí, encontré cosas que me conmovieron, por ejemplo el dibujo grande de la cama del Señor de Monserrate. Perdóneme que le diga esto, pero yo no me acordaba que era tan bueno. Eso me conmovió de una manera extraordinaria.

La exposición refleja, además, esa libertad suya de moverse de un lado a otro, sin ataduras, a lo largo de los años... Primero las versiones de Vermeer, salto a los Suicidas, salto a los muebles, salto la violencia, crítica a la política, y así... Eso se lo debo a la libertad que siempre tuve de poder trabajar sin tener que ganar dinero para poder sostenerme. A nosotros nuestros papás nos dejaban hacer, no fueron unos padres que decían que buscáramos  una profesión que nos diera dinero. Lo que yo sentí es que yo podía hacer lo que yo quería.  Esa libertad siguió después cuando me casé; mi marido también me dejó. Aunque no teníamos muchos recursos no me pidió que colaborara ni que vendiera nada. Hay una anécdota con Feliza Bursztyn. Ella una vez me dijo, “es que tú no eres profesional”. Y yo pensaba que eso de ser profesional era hacer bien las cosas. Pero ella se refería a explotar el arte, a venderlo. Mi libertad fue romper esa cadena de trabajar porque se tiene que producir. Una de sus series más interesantes y quizá más conocidas es la que se da en los años ochenta con las figuras de presidentes como Turbay y Belisario. Es una crítica directa a la política. Fue muy sorpresivo para mí verme metida en ese camino. Pero llegó un momento en que entendía que estaba trabajando en algo muy filosófico: cómo se transforman las obras en un país sub desarrollado. Y dije no más. Ahí empecé a dibujar a Turbay, no como arte comprometido, de lucha, sino como crítica al poder. Y por ahí seguí. Crítica al poder del narcotráfico, crítica a la violencia. Sí hubo un corte muy grande ahí. Esta exposición evidencia más que nunca su estrecha relación con la prensa. ¿Qué sería de su obra sin la prensa? ¿Me preguntas qué pasaría si se acaban los periódico? (risas). Es cierto, desde ‘Los Suicidas’ e incluso mucho antes, yo empecé ese ejercicio de cortar y guardar que ha alimentado mi obra desde entonces, incluso mucho más en años recientes.  La verdad es que a mi Internet no me inspira ni tampoco la televisión. Y me gustaba mucho más la prensa de antes que era muy mal impresa. El que más me gustaba era Vanguardia Liberal de los años 70 con todas sus imperfecciones, porque eso era lo que yo buscaba. Y la verdad es que cada vez me toca buscar más en los periódicos porque la fotos y las ilustraciones son mejores. Así que en los últimos años he tenido que intervenir más las obras porque siento que algo le falta. Finalmente, ¿qué significa para usted regresar a Cali? ¿Regresar a La Tertulia? Tengo el mejor recuerdo de Cali. Como te dije expuse mucho aquí y tengo muchas obras en La Tertulia. Pero además tengo gratos recuerdos de infancia, porque mis tías vivían en Cali. De niños nuestra aventura era venir a Cali desde Bucaramanga por tierra.  Ellas vivían a una cuadra del Club San Fernando. Cali solo me trae buenos recuerdos.   

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