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Así ve el cine José Luis Guerín uno de los ganadores del Ficci

El cineasta español tiene una estrecha relación con Cali, Univalle, ‘Caliwood’ y su comandante, Luis Ospina. ¿Qué es lo que tanto le atrae de la ciudad? GACETA conversó con él tras el estreno en el Ficci de su más reciente película: ‘La academia de las musas’.

13 de marzo de 2016 Por: Santiago Cruz Hoyos | Periodista de GACETA

El cineasta español tiene una estrecha relación con Cali, Univalle, ‘Caliwood’ y su comandante, Luis Ospina. ¿Qué es lo que tanto le atrae de la ciudad? GACETA conversó con él tras el estreno en el Ficci de su más reciente película: ‘La academia de las musas’.

El cineasta español José Luis Guerín tiene los ojos muy abiertos, como de alguien sorprendido. Sonríe. Le acaban de informar que este reportaje se publicará en la  revista GACETA de El País de Cali, un dato que definitivamente le agrada.

- ¡Voy mucho a Cali! Tengo grandes amigos allá, como el documentalista Óscar Campo. También Luis Ospina. En España rodé dos escenas de la película testamentaria en la que Luis cuenta la historia de ‘Caliwood’, ‘Todo comenzó por el fin’. Cuando a él le cogió el patatús y tuvo que ingresar al hospital, me pidió que grabara el encuentro con Clarisol Lemos, a quien Andrés Caicedo le dedicó ‘Que viva la música’.

A Guerín sí que le interesa la obra de Andrés, así como la filmografía del Grupo de Cali. Es parte de su ancla con la ciudad. También su pareja sentimental. Es una caleña. 

Además, dice Óscar Campo, a Guerín le seduce la relación entre la Universidad del Valle y el cine. En Cataluña, su tierra, se ha construido el cine a partir de la academia,  algo muy similar a lo que sucede en Cali. Gran parte del cine más importante que se ha hecho en Colombia ha surgido de Univalle, donde Guerín ha dado clases en el Diplomado Internacional en Documental de Creación. Con algunos alumnos, recuerda Campo, alguna vez filmó en el Distrito de Aguablanca.

Sin embargo fue Luis Ospina quien lo presentó en público cuando José Luis llegó por primera vez a Colombia.

- Antes de conocerlo ya había visto su excelente película ‘En construcción’, que me impactó profundamente. Unos años después lo conocí cuando vino a una Muestra Documental en Bogotá. Era 2007 o 2008.  Debí presentarlo al público y ser su interlocutor en una charla que él dio. Posteriormente, en Lima, asistí a un master class dictado por él y en el que me enseñó muchas cosas sobre el documental y sobre las diferencias del documental y la ficción.

José Luis es un gran expositor y muy buen profesor; ha enseñado en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y en la Escuela de San Antonio de los Baños. Desde que lo conocí me puse en la tarea de ver su filmografía completa, desde sus primeros cortos, pasando por su primer largometraje ‘Los motivos de Berta’  y películas posteriores como ‘Innisfree’, ‘En la Ciudad de Sylvia’, sus video correspondencias con el cineasta lituano Jonas Mekas y su última película, ‘La academia de las musas’.

Con Guerín se puede hablar horas de cine y tenemos en común que ambos pertenecimos en nuestra juventud a una cuadrilla o pandilla de cinéfilos para los cuales no había una división entre la vida y el cine”.

Enseguida, Luis Ospina agrega: “Guerín  es quizá el mejor documentalista español de su generación. ‘En construcción’, en el momento en que se estrenó,  fue el documental de mayor éxito en la historia de España. Su carrera es  heterogénea porque cada trabajo suyo es distinto al anterior. Algunas películas son muy habladas, en cambio otras son más contemplativas. Aunque su filmografía no es muy extensa, tiene en su haber ya varias obras maestras”.

Sandro Romero Rey, otro de sus amigos de la ‘pandilla’ de Cali, asegura que ‘La academia de las musas’ es su obra maestra.

José Luis toma asiento en un salón del Centro de Formación de la Cooperación Española, en Cartagena. Al frente, la plaza Santo Domingo.   Está vestido con una camisa blanco hueso de manga larga doblada hasta los codos, un pantalón gris oscuro, su tradicional boina que pareciera no abandonar jamás. Como la huella dactilar.

Después de lamentar el inminente tránsito  de El País de España a lo digital, “el papel siempre  invita a una lectura más reflexiva”, inicia este diálogo exprés con GACETA. Nos han dicho que tenemos diez minutos para conversar, una premura que José Luis  no entiende. Al fin y al cabo,  es un hombre de voz pausada.

El cine siempre ha sido mi manera de relacionarme con el mundo. Desde niño fui un espectador apasionado.  Para mí, ver cine y hacerlo son dos actividades reversibles. Tanto como escribir y leer,  una consecuencia lo uno de lo otro. Así que   hacer cine  en mi caso también tiene  algo de gesto  de gratitud por todo lo que me ha dado.  

Desde que era un adolescente hacía mis películas de una manera muy solitaria. En ese tiempo – era todavía la España de Franco – no había escuelas de cine, no había dónde estudiar cine, pero estaban los cines, y yo iba mucho. Ahora hay muchas escuelas de cine, muchos libros, pero la gente no va al cine. Es una paradoja.  En las escuelas de cine te das cuenta que los estudiantes han visto muy pocas películas.

En la época de Franco, por supuesto,   había  censura. Era un obstáculo  que hacía al cine más deseable. Soy de los que creo que no hay deseo sin obstáculo.  Por eso a menudo hacía  viajes a Francia para ver películas que estaban censuradas. Creo que ahora que el cine es tan accesible -  se pueden ver películas en el ordenador –  es mucho menos deseado.

Cuando yo empecé a filmar, grababa a las chicas que me gustaban. El cine en mi caso iba muy ligado al deseo. Yo intenté alguna vez fotografiar, pero en la fotografía  no capturaba  lo que me interesaba, no capturaba esa belleza que me conmovía.  Sentía que necesitaba el tiempo. El tiempo te da un plano que no tiene la fotografía, que congela un instante. En cambio capturar un trozo de tiempo te permite capturar una respiración,  un ritmo interior, algo donde yo reconocía esa belleza.

Entonces probablemente, aunque suene muy banal, o muy frívolo, mi deseo de hacer cine  va muy ligado al deseo. Aunque hay personas que les parece una frivolidad el deseo. A mí no. Ha sido muy importante  en mi educación como persona. Yo me interesé primero en ver a la actriz italiana Claudia Cardinale que por el director Luchino Visconti. Yo iba a ver una película para ver a Claudia  y luego me fijaba que el tipo que la filmaba se llamaba Visconti. Es decir que ese componente lúdico del cine fue muy importante para mí. Y no me siento culpable de haber mirado.

Cuando grababa a las chicas que  me gustaban era interesante. De un lado quizá estaba el componente de una cierta posesión, chicas que no podía poseer de otro modo. Pero también había algo más profundo: hacer algo juntos. Una imagen que hemos hecho juntos. Y claro, solo he hecho imágenes de gente que ha deseado compartirlas. Nunca he filmado a nadie que no quisiera ser filmado porque para mí, desde que era un chaval, el cine es sobre todo  una manera de generar vínculos.

No sabría entonces cómo filmar al enemigo, por ejemplo. Algo que cinematográficamente puede ser muy necesario también. Pero para mí el cine nace de esa idea de afecto, de esta relación con la persona que tengo al frente de la cámara.

Ahora, cada una de mis películas son fruto de un proceso singular.  ‘Tren de sombras’ surge como una celebración íntima del primer centenario del cine y por el deseo de filmar a una muchacha que no hablaba. De ahí que en esa película no haya diálogos, aunque no sea exactamente una película muda.

‘En la ciudad de Sylvia’, de otro lado,  parte de un trabajo cine-fotográfico previo que realicé en Estrasburgo, titulado ‘Unas fotos en la ciudad de Sylvia’. Me gustaba la idea de partir de un mismo canon argumental para narrar cosas muy distintas.

El trabajo fotográfico y la película constituyen una suerte de díptico. Parte de un hipotético encuentro  entre un joven y  una fugitiva. A partir de ese encuentro se relatan historias muy diferentes. En el trasfondo tenía las lecturas de ‘Sylvie’, de Nerval, y de ‘La vida nueva’ de Dante, traducida por el profesor Raffaelle Pinto, protagonista de ‘La academia de las musas’. Siendo una película que parte de una base literaria, carece de diálogos.

‘Recuerdos de una mañana’, por otra parte, surge de la necesidad de reconciliarme con mi propia calle tras un evento dramático que la ensombreció.‘En construcción’, en cambio, es un documental que hice en mi ciudad, Barcelona.  Nunca había filmado en mi ciudad porque había concebido el cine como una forma de ponerme en relación con otros lugares, con el viaje. Y me plantearon el tema de la construcción. Yo no sabía nada de la construcción. Pero siempre parto de la base de que no hay temas buenos ni  malos, sino que hay miradas que saben ver cosas y miradas que no ven. Y si me hacen una propuesta, hay un presupuesto y me dejan la libertad para mirar, nunca me niego.  La idea era contar qué pasaba en torno a la construcción de un edificio. Y ahí se podía ver un poco un retrato del mundo, del mundo de fin de siglo. El fin de siglo lo filmamos en una casa. La mutación de un viejo barrio popular que se va transformando en un vecindario nuevo, con unos vecinos distintos, con otro poder adquisitivo, otra clase social.  Se veía un movimiento del mundo grande. Era esa idea de que contemplando una hoja del árbol puedes descubrir todo el árbol. La construcción además era un mundo muy interesante porque los obreros vienen de muchas partes del mundo, ves muy bien la inmigración, entonces se trataba un poco de la mutación del paisaje urbano, trasladar  la mutación del paisaje urbano al paisaje humano.  Cómo a partir de algo que podía ser muy local, la transformación de un barrio, se podía crear una crónica que pudiera entender todo el mundo.Aquel es un principio del cine: aspirar a crear un relato universal. La mirada es fundamental para lograrlo. Es como en la pintura. ¿Qué es lo que nos entusiasma en un cuadro de ¿Cézanne? ¿Las manzanas? Las manzanas no nos interesan particularmente. Lo que nos interesa es lo que es capaz de ver él a través de unas manzanas. El cine es una cuestión de mirada, no solo de cómo encuadras, a qué distancia, cómo te sitúas, sino también al nivel de la composición, de cómo organizas un relato, qué puntos de vistas favoreces, dónde empieza la secuencia. Todo eso va definiendo la mirada de un cineasta. En el caso de ‘La academia de las musas’ partí de un riesgo: unos personajes que están hablando de literatura,  de poetas renacentistas,  pero en el montaje me esforcé para  que no se necesitara conocer claves literarias previas para entender la película.  Es decir: todo lo que se necesita entender se cuenta, se ve.Aparentemente estos personajes no hablan sino de sonetos, pero en realidad el espectador reconoce que está pasando otra cosa en estas personas. Que son relaciones de amor, de deseo, de celos, de manipulación, relaciones de poder también, cosas que todo el mundo puede entender.  Es decir  que es una película que puede ver cualquier espectador a condición de que no tenga prejuicios. Es una película para un espectador que tiene una predisposición de curiosidad. Es el espectador que prefiero. Aunque hablando de musas, fíjate que yo no creo tanto en esa idea de las musas. A menudo trabajo a partir de una postalita, una imagen, a veces un fotograma, algo que me devuelve lo esencial de la película, que crea una ilusión.  La musa puede ser un viaje, un paisaje, una pintura. Creo sinceramente que la idea de una academia de las musas a mí me parecía completamente inverosímil.Fue una idea de las alumnas y del profesor que protagonizan la película, y fui invitado a experimentar cinematográficamente alrededor de esa idea.  Mientras filmaba encontré un placer muy raro en cómo algo que no me podía creer, ellos lo hacían tan creíble.  En la medida en que  discutían sobre cómo estas chicas pueden ser la musa de este muchacho y tal, ¿cómo no me voy a creer la academia de las musas si está ahí con ellas? Entonces era una idea que me remetía a Hitchcock.  Hitchcock decía que cuando más inverosímil era una idea, más verosímil tenía que ser el tratamiento. Por esa razón no he dejado que  ‘La academia de las musas’ se vea en ninguna  muestra de cine documental, aunque me lo han pedido. Porque al principio crees que es un documental, pero a medida que avanza la acción te das cuenta de que es una ficción. De alguna manera sucede algo parecido con ‘Caliwood’. Luis Ospina ha sido su máximo divulgador y a veces  lo veo como una pura ficción del propio Ospina. Fue a través de él  que  me llegó esta historia. En esa banda de jóvenes que de un modo desbordado descubre el cine, el amor, las drogas, la literatura, la música y el activismo, nos podemos reconocer todos los que fuimos jóvenes en los 70. Ese modo apasionado y precario de llevar una revista o un fancine, un cine-club, de iniciarse en el cine y en el amor, esa es nuestra historia. 

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