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Así se vive el rock en 'la capital mundial de la salsa'

El fin de semana pasado Cali vivió tres días de rock intensivo: la Guerra de Bandas y Calibre, que reunieron a cerca de 9.000 aficionados de este género músical. Paralelo a esto, varias bandas caleñas están lanzando sus álbumes de manera independiente mientras otras están haciendo videos de gran factura. ¿Qué está pasando con el rock en la capital de la salsa?

16 de noviembre de 2014 Por: Juan Andrés Valencia C. | Periodista de GACETA

El fin de semana pasado Cali vivió tres días de rock intensivo: la Guerra de Bandas y Calibre, que reunieron a cerca de 9.000 aficionados de este género músical. Paralelo a esto, varias bandas caleñas están lanzando sus álbumes de manera independiente mientras otras están haciendo videos de gran factura. ¿Qué está pasando con el rock en la capital de la salsa?

¿Y cuánto vale una banda nueva? No los $5.000 que cada músico debe pagar por una hora en cualquiera de las dos salas de ensayo que Ático-Studio tiene en el barrio Limonar. Poncharelo, su dueño, lo justifica con una imagen emblemática, decadente: “Los grupos tienen esa cultura de empezar en un garaje y sufrir tocando en una situación precaria, pero eso es parte del movimiento que se vive como banda, que es hasta bonito”. Una banda nueva tampoco vale los $12.000 que cuestan las cuerdas de guitarra D’Addario en Sinfonía Musical, una de las nueve tiendas de instrumentos que hay en la calle octava con carrera décima, porque según Wilfredo Martínez, uno de sus vendedores, si un roquero puede arreglarla lo hace, pues de seguro no tiene el dinero que los grupos de las iglesias cristianas sí disponen para comprar guitarras Fender o Gibson, que están por encima del millón.Una banda nueva definitivamente no vale los $18.000 que cuesta una camiseta de Agente Naranja, una marca alternativa que hace 15 años empezó a venderlas estampadas con los logotipos de los grupos más famosos en su almacén de la calle quinta con carrera quinta. Ni tampoco los $25.000 que en promedio ha costado cada uno de los 1.311 álbumes de rock que Entertainment Store, la tienda de discos más grande de Cali, ha vendido en lo que va del año.Y una banda nunca, jamás, valdrá los $60.000 que puede costar una hora de grabación en Krönös Estudio, del músico David Corkidi, uno de los mejor equipados de Cali, ni los 150 millones de pesos que da la Secretaría de Cultura, cada año, para la organización de los seis festivales que hacen parte del circuito de rock local: Cali Underground, Cali Gothic, Cruzada del Fuego, Unirock, Calibre y Rockópolis.Una banda nueva vale, en realidad, cada gota de sudor enjugada en un pañuelo, cada newton usado al golpear cualquier batería. “Como el arte no es respaldado por el gobierno como debería, hay que trabajar incansablemente, atropellarse, caerse, levantarse y seguir. Pero eso no importa, porque mientras tenga clara la meta, no habrá obstáculo que me pare, nada me va a detener”, dice Lida Villamarín, una de las cantantes más destacadas de la Cali rockera. Los tres días de rock del fin de semana pasado en Cali dicen mucho de la buena onda roquera que hay en la capital de la salsa. La Guerra de Bandas, por ejemplo, es un emprendimiento del caleño Peter Laurence, quien ideó un formato de confrontamientos musicales en distintos bares de la ciudad mientras un jurado conformado por Andrés Felipe Bravo, de Superlitio; Jorge Fresquet, de Krönös y Juan España, fanático y promotor, escogía un ganador en cada sesión.La final se llevó a cabo el viernes pasado y reunió a cinco bandas caleñas en el antiguo Club San Fernando: Cirkus Funk, Suburbia, La Boheme, Los Hotpants y Lida Villamarín. Cerca de 2.200 personas los vieron en vivo. Otras 1.800 ya lo habían hecho antes en la etapa de eliminatorias.Para España, la aceptación del público tiene una explicación: “El rock siempre ha estado allí. Otra cosa es que como Cali se mueve de acuerdo a la moda musical, los que hacen rock no han encontrado otra forma mejor de llevar su música que a través de los festivales”. Otra razón es la calidad. Y Alejandro Díaz, organizador de Cali Underground, la destaca: “Hace diez años se hacían demasiados ‘covers’, pero ahora hay mejores propuestas e interpretaciones que suenan más internacionales, lo cual es excelente porque rompe la brecha del colombiano que no consume colombiano. Finalmente el público caleño es ‘crossover’, así que solo hay que darle canciones que le impacte”.Rock para los dientesCamisetas de Mötorhead, camisetas de Metallica. Camisetas de los Misfits, camisetas de The Ramones. Camisetas de Cannibal Corpse, camisetas de Slayer. Chaquetas de cuero negro, chaquetas de taches, chaquetas con parches. Cabezas rapadas, peinados punk. Pelos teñidos de rojo, de azul verdoso, de color violeta. Olor a marihuana. Písanlov. Gente sentada en el césped, gente riendo. La gente habla y escucha, la gente está expectante. Ellos están en el Parque de la Retreta. En Calibre, uno de los festivales más esperados de la temporada. Se esperan 7.000 personas durante sus dos días de duración. Todo aquel que quiera entrar tendrá que donar un libro. “Das cultura, recibes cultura”, reza un eslogan.Alexandra Castaño, una cucuteña como salida de Woodstock, mira sonriente la tarima. A ella le gusta Led Zeppelin y Grateful Dead, pero ahora mismo está escuchando a Supertriumph, una banda de reggae, y luego bailará al ritmo de Ustedes, otra banda de swing.Más atrás está César Garzón, un caleño del barrio Los chorros que no se anda con rodeos a la hora de mostrar a través de su indumentaria su rebeldía: “Vine a soyarme las bandas, a Polikarpa y sus Viciosas, a Los Sucios. Son de parceros. Tocan punk. ¿Que si voy a poguear? Claro pana, el soye es completo, porque pogueando te liberás, te sentís a gusto, sacás toda la energía que tenés adentro. Es algo muy sano, uno respeta al otro, nunca se pelea. Y si hay conflicto, se resuelve rápido, sin problemas”.Cerca de él, en el piso, está Juan Camilo López, quien tiene el pelo de color verde azulado y anda en muletas. No se fracturó un hueso de la pierna pogueando sino andando en motocicleta. “Yo tengo una banda que se llama Disgusto Social. Estamos aprendiendo, arrancando con las uñas. No es tan difícil tener una banda. Si hay ganas, se puede lograr. Todo es autogestionado. Nosotros nos pagamos todo. La idea no es lucrarnos sino compartir ideas”, dice. Los agujeros en sus lóbulos son grandes. La culpa la tienen sus ‘piercings’.–¡¡¡Quiubo hijueputaaaaaa!!! –grita Ikki.Decenas de hombres se dirigen exaltados formando un semicírculo delante de la tarima principal. –¡¡¡Seguimos en pie de luchaaaaaa!!! –vuelve a gritar Ikki.A su lado otro miembro de su banda acomoda un trapo en el que se lee las siglas N.O.F.E. Entonces empiezan a sonar los crudos acordes del hard core. Abajo aquellos hombres empiezan a dar pequeños pasos sin rumbo fijo. Luego empiezan a sacudir sus cabezas. Cuando la batería se acelera, comienzan a lanzar puños y patadas al aire. Pero lo hacen con ritmo, casi sincronizadamente. No hay salvajismo, no hay dolor. Se trata de dar y recibir. Hace parte de su música, de su vida. Es como inhalar y exhalar: algo orgánico, casi natural. Al final se abrazan. No hay sangre. Solo sonrisas cómplices.–¡Vamos a poner esto emocionante! ¡Esto es una fiesta! ¡Recuerden que hoy Cali se puso su mejor traje que es el rock, parceeerooos! –remata Ikki Grajales, el vocalista.Entonces se arman dos líneas, una frente a otra. Como en las antiguas líneas de fuego, solo que aquí todos se abrazan. Una descarga de guitarra y batería sirve como detonante. Entonces cada línea se va contra la otra, como si dos olas chocaran entre sí para desencadenar un remolino de golpes y patadas. El vocalista grita con aspereza uno de los eslóganes de Calibre: “Se da cultura, se recibe cultura”. La canción se titula ‘Odio’. La maniobra de ir al choque se llama ‘wall of death’. Atrás, en la pantalla de video, aparece proyectado un escudo de la Policía Nacional. Miembros de la Defensa Civil contemplan absortos la escena.Luego de su presentación, Julián Montoya, bajista de N.O.F.E., explica que eso no es pogo, que eso se llama ‘mosh’: “El hard core te da mucha fuerza, sus letras te hacen sentir fuerte, y eso termina reflejándose en la gente que se enfrenta en la gramilla. Que el público se entregue de esa forma apenas escucha nuestras canciones es emocionante”. Queda claro que los golpes en un concierto de hard core tienen el mismo efecto del aplauso en cualquier otro género musical. Quince minutos después, la gente en Calibre vuelve a estar como antes: sentados en el césped, hablando, escuchando y riendo. Cada quien con su camiseta de Motörhead, de Metallica, de los Misfits, de The Ramones, con sus chaquetas de cuero negro, con taches y parches, sin ninguna gota de sangre, sin ningún rastro de violencia. Un olor a marihuana se pasea por el aire. Písanlov, písanlov.‘Cálido Sound’Cuando Superlitio empezó su carrera artística, hace 18 años, la escena del rock local era muy diferente a la de hoy. No había tantas bandas como ahora –varios conocedores del tema estiman que en la ciudad puede haber entre 150 y 200–. Siete álbumes después y tras muchos años de esfuerzo, pocos dudan que esta banda ‘made in Cali’ sea la mejor del rock nacional.Y es que es mucho lo que ha pasado en tantos años. Martyn Smith, el galés de 60 años que llegó a Cali en 1981, es una autoridad en el tema, pues su mítico bar Martyn’s, que ha estado abierto de manera ininterrumpida desde 1983, trajo la cultura del rock a la ciudad.“En los últimos 30 años ha cambiado mucho la escena. Yo recuerdo que traía discos y casetes de Inglaterra de grupos que no hacían parte del top 10 de la Billboard. También que en Todelar ponían mucho pop, y yo llegué con el rock clásico, el punk y el new wave. No eduqué a las personas que frecuentaban mi bar, pero sí les mostré otra música. Pero ahora, con Internet, cualquiera tiene acceso a todo”, explica Martyn.La tecnología, es clave para Jorge Fresquet, quien lleva más de 35 años haciendo música: “Hay muchas propuestas de calidad porque van de la mano de la modernización de los medios de comunicación. Y obviamente hay interés de los artistas por hacer sus producciones y mostrar su talento. Hay un auge muy grande del rock, pero como la mayoría de los músicos ni son empresarios y ni saben cómo manejar el negocio, lastimosamente los medios los desconocen”. Por eso la labor que hace la artista y gestora cultural Sandra Hernández a través de Rockópolis es muy importante. Ella forma vocalmente a los artistas de rock, entendiendo su voz como su instrumento más preciado. Pero no se queda en eso: “A la hora de proyectar un artista hay otros elementos que entran en juego como la puesta en escena, el lenguaje, el ‘booking’, la producción, el diseño, y que sea una persona integral, porque la idea es que cada artista sea empresa unipersonal”. Una de las bandas que han entendido muy bien ese concepto es Electric Sasquatch, que no solo ha logrado construir una obra conceptual sólida en cuatro años, sino que está apoyada por un universo sonoro y audiovisual que no tiene ninguna otra banda del país: “Grabar nuestro primer álbum, tocar en Bogotá e irnos de gira a México son cosas que hemos gestionado con una política de no poner dinero de nuestros bolsillos. Todos los recursos los hemos conseguido organizando conciertos, bazares y vendiendo mercancía alusiva a nuestra banda”, dice Alejandro Orejuela, uno de sus integrantes.Esa es la evolución de la que habla Juan España: “Hay una profesionalización de bandas y consumidores que han entendido que cuando las cosas se hacen bien, dejan buenos dividendos”. Y esa es la calidad en la que tanto enfatiza Alejandro Díaz: “La moraleja final es que una sola canción puede llenar un estadio, una sola puede llevarte de gira, una sola canción puede hacerlo todo; así que a lo que hay que dedicarse es a hacer buena música”.

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