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Así nació el Festival Petronio Álvarez

El antropólogo e historiador Germán Patiño, padre del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, recuerda para GACETA los inicios y la evolución de este, su hijo más querido.

10 de agosto de 2014 Por: Germán Patiño | Especial para GACETA

El antropólogo e historiador Germán Patiño, padre del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, recuerda para GACETA los inicios y la evolución de este, su hijo más querido.

Dieciocho años atrás, siendo gobernador Germán Villegas se comenzó a sentir la necesidad de restaurar y fortalecer los vínculos del valle geográfico del río Cauca con el Litoral Pacífico y pensar un hecho cultural que hermanara a caleños y vallecaucanos con la gente de la costa. Al principio se escogió a la música popular, que ya tenía antecedentes de buena recepción en públicos urbanos del Valle. Músicos como ‘Caballito’ Garcés y, en especial, Néstor Urbano Tenorio ‘Peregoyo’, habían logrado que las armonías del Pacífico fueran apreciadas en Cali.Era 1996 cuando nació un experimento musical, ‘Cununo 2000’, que contó con la colaboración del periodista Medardo Arias, Juana Francisca Álvarez Arboleda, hija de Petronio Álvarez; Hugo Candelario González, director del Grupo Bahía; Fátima Lozano ‘La chocoanita’ y el músico nariñense Hugo Villegas. Lo que nació fue álbum con dos canciones: ‘El porteñito’ y ‘El rey del río’, una del Pacífico Sur y otra del Chocó. Al grupo que las interpretó, que incluía a Fátima, lo dirigió Hugo Villegas, pues Candelario tuvo que viajar a Londres a acompañar a Totó la Momposina.El deseo era presentar la música del Pacífico con arreglos orquestales y utilizar instrumentos no tradicionales para que fuera comprendida por la audiencia de la ciudad. Los conciertos de ‘Cununo 2000’ en Cali y Buenaventura fueron exitosos y recibieron buenos comentarios críticos. Pronto se hizo evidente, pues, que no bastaba con grabar canciones: se debía atraer a los músicos de la ciudad para que arreglaran e interpretaran la música del Pacífico.Un viaje por las músicas del Pacífico.Desde la gerencia Cultural del Valle se convocó a una serie de personas con interés en la música popular, entre ellas a la propia Fátima Lozano, a Hugo Candelario, Villegas, Carlos Alberto Roldán, Andrea Buenaventura, Luis Guillermo Restrepo, Umberto Valverde y Rafael Quintero, para escuchar conceptos y tomar alguna decisión. Y se hizo: se convocó un concurso de orquestas y conjuntos para que interpretaran música del Pacífico en Cali, pues podía brindar mejores escenarios, alojamientos y condiciones técnicas, además de una numerosa colonia de gente del pacífico colombiano. Era 1996. Lo que siguió fue la elaboración del reglamento del Festival. Para ello fue necesario visitar varias localidades del Pacífico. Comenzamos en Esmeraldas, que en el pasado colonial abarcó poblaciones como Esmeraldas, Borbón y San Lorenzo en Ecuador; Tumaco, Iscuandé y Barbacoas en Colombia —Nariño—; se siguió en la provincia del Micay (Guapi, Timbiquí y López de Micay); Buenaventura, cuyo corazón es el gran puerto, la región de Puerto Merizalde y las aldeas ribereñas de Cajambre, Yurumaguí, Anchicayá, Bajo Calima y Palestina; la provincia del San Juan, en Chocó, con centro en Condoto, Itsmina, Nóvita, Tadó, Sipí y varias poblaciones más. La provincia del Citará, con sede en Quibdó y toda la cuenca del Atrato; y la provincia del Baudó, con Nuquí, Bahía Solano, Pizarro y otros poblados.Del recorrido, que se hizo casi todo junto a Hugo Candelario, surgió una gran duda: en la mayoría de esos pueblos, la música que se interpretaba no era popular y urbana, sino tradicional y campesina. Era una sonoridad diferente, casi siempre con instrumentos que no están afinados en la escala occidental. Había pasión y fervor alrededor de esa música, pero no parecía que pudiera ser entendida por la audiencia caleña. Además, no encajaba en el formato de conjuntos y orquestas como se había acordado. Pese a ello, se decidió seguir adelante con el proyecto y empezar a considerar como orquestas a las agrupaciones que contaran con más de diez integrantes y conjuntos a los que tuvieran menos.El proyecto se socializó ampliamente en el Pacífico y se tramitó ante Colcultura. Recibió apoyo entusiasta del entonces director, Juan Luis Mejía, y luego de Isadora de Norden, quien se convirtió en una verdadera madrina del Festival.Y nació el Festival.El gobernador Villegas dio carta blanca a su realización, cuya primera versión se convocó para agosto de 1997. Las eliminatorias se realizaron en el paseo Bolívar y la final en el Teatro Los Cristales. Para sorpresa nuestra, gran parte de las agrupaciones provenían de los ríos del Pacífico y eran grupos de música tradicional, con instrumentos acústicos, lo que generó dificultades casi insalvables para técnicos e ingenieros de sonido. Pocas orquestas o conjuntos propiamente dichos participaron del evento.Pese a ello, el festival fue un éxito. El público era, en su mayoría, afrodescendientes del Pacífico y sus familias, residentes en Cali. No lo fue tanto en la competencia musical, pues resultó absurdo que un grupo de marimba de Guapi se enfrentara con una ‘big band’ del Chocó como ‘La Contundencia’ o una orquesta de salsa como Bemtú, lo que en efecto sucedió. Llegaron críticas entre el jurado y sectores del público. Sin embargo, el festival dejó buen sabor entre asistentes y medios de comunicación. La lección quedó aprendida. Y con aportes de Francisco Zumaqué, miembro del jurado, y los músicos Aléxis Lozano y Jairo Varela se entendió que no se podía poner a competir a grupos tradicionales con agrupaciones de música urbana.Buscando mejorar, se hizo un nuevo viaje desde Esmeraldas hasta Chocó donde se compartió con los músicos de cada poblado. La sensación fue que la música del Pacífico seguía viva, no en los conjuntos de música urbana con instrumentos electroacústicos, sino en agrupaciones tradicionales campesinas.Pero surgió un problema adicional: la radio había hecho que la juventud le diera la espalda a la música tradicional y, si bien participaba de rituales comunitarios en donde esta música reinaba, no formaba parte de sus diversiones usuales. Reinaba el desinterés en niños y adolescentes hacia instrumentos como la marimba de chonta. Durante el viaje se pudo constatar y escuchar el mismo problema, de voces autorizadas de viejos marimberos como ‘PapᒠRoncón, en Esmeraldas; Isaac Castro, en Tumaco; Silvino Mina, en Guapi; Guillermo Ríos, de Timbiquí y Baudilio Cuama, en Buenaventura. En realidad, en todo el recorrido, al preguntar por intérpretes de marimba que fueran a la vez constructores del instrumento, sólo existían unos pocos y de avanzada edad. Los jóvenes, era triste, vivían de espaldas a la tradición. El diagnóstico no pudo ser más demoledor: la música tradicional se hallaba en peligro de extinción. Lo mismo sucedía en Chocó con el conjunto de chirimía y otros formatos inusuales como los conjuntos de percusión con marímbula.Urgía entonces replantear el festival. Ya lo importante no era la música del pacífico ‘orquestada’ a la manera de Peregoyo, sino la propia fuente de la que mana esta música. Nacieron entonces las categorías de conjunto de marimba y de conjunto de chirimía, que se correspondían con el tipo de agrupaciones musicales preponderantes en los dos grandes sectores del litoral: el Pacífico Sur y el Chocó. Se creó además la categoría libre, para seguirle dando espacio a la música ‘orquestada’, pues ella también tenía vigencia, sobre todo en Esmeraldas, Tumaco, Buenaventura y Quibdó. Y era la que estaba más al alcance de Cali y de otras ciudades de Colombia. El festival adoptó así su forma casi definitiva y con las modificaciones el segundo festival superó las expectativas: las inscripciones de grupos rebasaron lo previsto y la afluencia del público resultó extraordinaria. Para nuestra sorpresa, el público asistente se emocionó más con los grupos de las categorías tradicionales que con los de las agrupaciones libres. Y lo sigue siendo hasta ahora.A partir de la tercera versión, el escenario de las presentaciones comenzó a quedarse corto, pero permitieron la participación de agrupaciones de gran calidad, algunas de las cuales habían grabado discos. ‘Bahía’, ‘Saboreo’, Markitos Micolta con ‘La Sabrosura del Litoral’ y ‘La Contundencia’, protagonizaron una competencia electrizante que llevó al público al paroxismo. ‘Saboreo’ logró imponer ‘La vamo’ a tumbar’, que se convirtió en éxito comercial. Desde entonces el Festival no dejó de crecer y ganó a su favor una audiencia numerosa de jóvenes universitarios de Cali que, cada año, organizan lo que ellos llaman “el parche del Petronio”. El Festival dejaba entonces de ser para afrodescendientes del Pacífico y se convirtió en un evento masivo y multicultural. Por eso, de nuevo fue necesario cambiar de escenario y trasladarse a la Plaza de Toros.Al tiempo, seguían sucediendo cosas en lo musical. Pronto comenzaron a aparecer conjuntos campesinos que traían violines, contrabajos, guitarras, tiples y percusión, procedentes del antiguo cantón vallecaucano de Caloto y del valle del Patía. Interpretaban jugas, bundes, torbellinos y bambucos negros, una música similar a la de los conjuntos de marimba, especialmente. Pero no encajaban en ninguna categoría y cada vez se inscribían más en cada versión. Fue preciso, pues, realizar otro sondeo, esta vez a cargo del investigador Carlos Alberto Velasco, quien inventarió a 45 de estas agrupaciones en el norte del Cauca y el Patía. La realidad impuso la creación de otra categoría: los ‘Violines caucanos’. Y esos violines han tenido tal impacto en las regiones de donde vienen que en ellas renació el interés de los jóvenes por aprender la música de sus mayores. Ahora, son relevantes grupos como ‘Palmeras’, de Santander de Quilichao, y ‘Las Cantadoras del Patía’.Hoy, 18 años después, la dicha de quienes gestamos este festival no puede ser más grande. En 1996, cuando esto era apenas un proyecto, apareció un libro sobre los grandes compositores de la música popular vallecaucana, pero en sus páginas no aparecía ningún afrodescendiente, pese a que para entonces, según datos de Sayco, ‘Mi Buenaventura’ era la segunda canción más interpretada universalmente de la música colombiana. Y además existían otras voces como Edmundo Arias, ‘Caballito’ Garcés, Tito Cortés y Piper Pimienta. Lo que soñamos en esa época era celebrar el aporte de una etnia que el racismo latente en el interior del Valle quiso desconocer. Por eso, el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez tenía y tiene aún ese rasgo reivindicatorio. Hoy, miles de personas se reunen para agitar sus pañuelos al son del Litoral. Y no solo afrodescencientes. Hay que sonreír: el esfuerzo valió la pena.

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