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Gerardo Bedoya, editor de opinión de El País asesinado por sicarios en 1997. | Foto: Archivo de El País

Apuntes para el futuro: 20 años del homicidio de Gerardo Bedoya

Han pasado ya 20 años desde que la violencia apagó la vida del periodista Gerardo Bedoya, cuya última columna versó sobre la necesidad de respaldarr la extradición a narcotraficantes en momentos en que Cali y Colombia sufrían la más sangrienta fase del flagelo de las drogas. Hoy recordamos su pensamiento y sus advertencias.

19 de marzo de 2017 Por: Redacción de Gaceta


En 1997, el entonces editor de Opinión de El País, Gerardo Bedoya Borrero, escribía una columna titulada ‘Aunque me digan pro yankee’ que bien podía calificarse como una apasionada y lúcida declaración de principios, ante una Cali, ante un país, asediado por el narcotráfico.
Entre todos sus párrafos, asì como ocurre con todas las letras honestas que no buscan la complacencia sino el alumbramiento de la consciencia, los lectores de El País de Cali encontraron frases que sacudieron sus pensamientos, sus ideas y que, sobre todo, pusieron en el tapete uno de los temas más complejos de su tiempo: la influencia del narcotráfico en la política y en la sociedad.

"Los narcos han corrompido al Estado, al gobierno y a la sociedad. Han generado violencia. Han cambiado los modelos éticos y económicos. Nos han desacreditado ante el mundo", dice un fragmento del texto.
Los adjetivos para calificar no solo aquella columna sino toda la obra periodística de Bedoya Borrero son muchos: honesta, valiente, lúcida, erudita.

Pero hay uno que quizá resuma con mayor certeza lo que la lucha del periodista contra el narcotráfico y la corrupción, desde su trinchera de palabras, fue: ‘esclarecedora’.

Basta leer la columna publicada en marzo de 1997 que le habría de costar la vida a manos de un sicario pagado por los capos, tesis posible de su asesinato, para vislumbrar que Bedoya Borrero comprendía muy bien toda la decadencia a la que el narcotráfico estaba llevando a la sociedad colombiana.

La decadencia no solo de sus instituciones públicas y políticas, sino de todo el país. Desglosada frase a frase, en su columna se puede comprender la realidad nacional: los cambios de los modelos éticos del ciudadano común y corriente, que ve en el narcotráfico y el crimen la posibilidad del dinero fácil.

La desacreditación ante el mundo que la complacencia con el narcotráfico habría de traerle al país, y que, aún hoy, cuando el fantasma de los grandes carteles de la droga parece superado, sigue siendo un estigma para los colombianos que salen al extranjero.
La generación de una violencia de la que hoy parece que no nos hemos recobrado sino, al contrario, acostumbrado.

Gerardo Bedoya lo dijo todo sin titubeos, como lo dictaba su carácter, según lo recuerda Luis Guillermo Restrepo, actual jefe de Opinión de El País.

“A Gerardo le era casi imposible abstenerse de decir lo que opinaba, de defender lo que quería y en lo que creía, cuando lo estimaba necesario”, escribió sobre él Restrepo.

Y esa honestidad y fortaleza intelectual le permitieron ser lo suficientemente lúcido como para aceptar que, si bien juzgaba necesaria la participación de EE. UU. en la política antidrogas estadounidense, también era cierto que el país del norte sostenía una doble moral en esa lucha.

“Sé muy bien que los gringos tienen doble moral, que no han hecho lo suficiente para reducir el consumo y que allá hacen poco para combatir a la mafia nativa. Pero a nosotros nos han hecho un favor: nos han abierto los ojos sobre el horror del narcotráfico y nos han obligado a terminar con la tolerancia que aquí se practicaba a todo nivel en torno del narcotráfico”, escribió Bedoya en la columna que le valió la vida.

La habilidad de jamás callar
Luis Guillermo Restrepo no se cansa de enfatizarlo: Gerardo Bedoya Borrero era un intelectual a plenitud. Conocía como un erudito la historia universal, de modo que bien podía tener una conversación casual con cualquier persona sobre la Segunda Guerra Mundial, el Imperio Romano o el ascenso del marxismo en occidente.

Pero su capacidad intelectual sobrepasaba los límites del rigor académico y teórico, y estaba también impregnada de sensibilidad.
Gerardo Bedoya amaba la poesía, y solía recitar en francés versos de poetas como Rimbaud o Baudelaire, y escribió a sus 18 años el poemario ‘Con mis duras palabras’, en el que ya se prefiguraba uno de los rasgos fundamentales de su intelecto: la angustia existencial, el pesimismo, pero también la esperanza cifrada sobre todo en la existencia de Dios como explicación del universo.

“Su conservatismo no era un apego sectario a los dogmas, ni su fe respondía a obediencias ciegas al culto. El origen de todo ello estaba en su largo recorrido por las fuentes del saber, por las creencias y los hallazgos que han influido en la formación de lo que definía como la civilización occidental. Fue lo que lo llevó a creer en Dios como origen y fin de todas las cosas y todos los seres. Y en la inutilidad de negar su presencia en cada rincón del universo”, escribió sobre él Luis Guillermo Restrepo el 20 de marzo de 2007, en la conmemoración de los 10 años del homicidio.

Diego Martínez, director de información de El País, hace hincapié sobre uno de los mayores atributos de Bedoya Borrero: su franqueza que llegaba a ser, incluso, brutal.

En un mundo manchado por la corrupción, por la mentira, por la hipocresía que condujo al país el narcotráfico, la honestidad era un riesgo, y la fuerza para decir la verdad un valor cada vez más en desuso.
Una honestidad que no era complaciente con nadie, ni con los narcotraficantes, ni con los políticos con quienes mantenía diferencias.
“A pesar de haber desempeñado cargos de relevancia como la Secretaría General de la Alcaldía de Bogotá, la Secretaría de Gobierno del Departamento del Valle o ser Ministro Plenipotenciario ante la Comunidad Europea y de haber sido elegido por dos períodos como representante a la Cámara, sus cuestionamientos le produjeron grandes obstáculos”, escribió Luis Guillermo Restrepo sobre él.

El periodista bogotano Enrique Santos Calderón, por su parte, en un homenaje que le hizo a Bedoya Borrero luego de la conmoción que su muerte significó para el periodismo, escribió:

“Aquí han existido columnistas como Gerardo Bedoya, que nunca inclinó su pluma ante la amenaza o el soborno”. Bedoya fue un “hombre que representó la integridad, el valor y la decencia del periodismo colombiano”.

A 20 años de su muerte, su obra adquiere las dimensiones de lo que podría llamarse un clásico del periodismo: columnas que se vuelven a leer para comprobar la necesidad que tiene nuestro tiempo de otros hombres como él, para comprobar que hace más de 20 años, Gerardo Bedoya hablaba de lo esencial y, por tanto, sus palabras nunca perderán sentido.

Hace menos de dos semanas, dos periodistas de El País viajaron hacia El Tambo, en el Cauca, para realizar un informe sobre el aumento de los cultivos ilícitos en el país y fueron intimidados y retenidos por presuntos miembros del ELN que no les permitieron hacer su trabajo. Que no les permitieron contarle al país de esa Colombia que parece obligada al olvido.

A 20 años del asesinato de Gerardo Borrero, su figura se convierte en un imperativo para las nuevas generaciones del periodismo: la necesidad de no negociar nunca los principios y de jamás permitir, aunque los corruptos lo deseen así, que bajo ninguna circunstancia impere la ley del silencio.

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