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A la sombra de 'dios' Gabo

Ante el éxito avasallante de Gabriel García Márquez, mucho se habló de la sombra que opacó a algunos escritores de su generación; una suerte de maldición que los condenó a un segundo plano. ¿Injusticia? Talvez. ¿Mala suerte? Definitivamente. Es que tuvieron la mala fortuna de coincidir en el tiempo con un genio.

27 de abril de 2014 Por: Catalina Villa | Editora de GACETA

Ante el éxito avasallante de Gabriel García Márquez, mucho se habló de la sombra que opacó a algunos escritores de su generación; una suerte de maldición que los condenó a un segundo plano. ¿Injusticia? Talvez. ¿Mala suerte? Definitivamente. Es que tuvieron la mala fortuna de coincidir en el tiempo con un genio.

Alguna vez, hace muchísimos años ya, muchos escucharon al magnífico escritor y poeta sucreño Héctor Rojas Herazo, quejarse del efecto neutralizador que los triunfos literarios de García Márquez producían en sus pares de la época. Y era entendible. Al menos en parte. Autor de novelas de una alta talla literaria como ‘Respirando el verano’ y ‘En noviembre llega el arzobispo’, no es difícil imaginar la sensación de ahogamiento, de impotencia incluso, que pudo haber producido en él, y en otros escritores de esos años, ver cómo un colega acaparaba todos los focos de atención —absolutamente todos— mientras los demás literatos eran abandonados a su suerte, en la penumbra del ‘foyer’, a la espera de un segundo acto.Es que a partir del éxito literario de ‘Cien años de Soledad’, publicada por primera vez en 1967, el prestigio de Gabriel García Márquez y su obra creció de manera exponencial. Fue tal el éxito de la novela que incluso hoy, casi 50 años después, no hay discusión de que fue esa alucinante historia sucedida en Macondo —pequeño pueblo perdido en el sopor de la ciénaga al que llegaban los gitanos orientados por el canto de los pájaros y regresaban los muertos para hablar con los vivos— la que partió en dos la historia de la literatura en Colombia. ¡Perdón! de Hispanoamérica.Rojas Herazo, pues, no la tuvo fácil. Tampoco el cartagenero Germán Espinosa, autor de novelas como ‘Los cortejos del diablo’, catalogada por la crítica como una obra excepcional, y de cuentos maravillosos como ‘Noticias de un convento frente al mar’, incluido en docenas de antologías del cuento latinoamericano. En 1982, cuando su novela ‘La tejedora de coronas’ —que narra los recuerdos de Genoveva Alcócer cuando es juzgada ante el Tribunal del Santo Oficio por bruja y hereje—, fue incluida por la Unesco en su lista de libros ‘Patrimonio de la Humanidad’, Espinosa ascendió a las ligas de gran escritor. Pero sucedió algo curioso: su brillo nunca fue igual al de Gabo. Es que al lado de Gabriel García Márquez nunca nada pareció brillar con el mismo resplandor.Muchos años después, frente a las páginas de su biografía ‘La verdad sea dicha’, Germán Espinosa no ocultaría el malestar que le produjo a lo largo de su carrera el haber sido desplazado por el manto del realismo mágico impuesto a las letras nacionales. “Yo critico dos cosas…”, dijo también en entrevista a Sebastián Pineda, “La propensión europea a creer que, fuera del realismo mágico, ninguna otra forma de narrativa es auténticamente latinoamericana; y la propensión de ciertos escritores (acuérdese de Isabel Allende) de sacrificar su tesoro personal por imitar servilmente a García Márquez. No hallo sino dos verdaderos realistas mágicos en nuestra literatura: Rulfo y García Márquez. Lo demás es imitación (…) Siempre creí que mi generación estaba obligada a apartarse (sin que por ello lo cuestionara) del boom”.¿Injusticia? Tal vez. ¿Mala suerte? Definitivamente. Una primera aproximación a estos casos de ‘exclusión literaria’ es que a Rojas Herazo y Espinosa, (al igual que a un puñado de escritores de los años 50 que parecía representar el futuro de las letras colombianas pero que hoy pocos recuerdan: José Stevenson, Policarpo Barón y, en menor medida, Antonio Montaña), les tocó la mala fortuna de coincidir en la misma generación con un genio. Lo explica el poeta y novelista antioqueño Darío Jaramillo Agudelo, quien al referirse al tema es contundente: “Gabriel García Márquez es el escritor colombiano más importante de todos los tiempos, de toda la historia. Con él sucede lo mismo que con Gardel: primero es él, y después nadie, y solo después, mucho después, que venga cualquiera. A García Márquez tenemos que mirarlo en esa dimensión”.Jaramillo destaca el valor de la obra de Espinosa en particular y asegura que si bien no tuvo toda la figuración que ha tenido García Márquez, sí ha sido traducido a muchos idiomas y es bien conocido. “Su novela ‘La tejedora de coronas’, que es la que más vale la pena, todavía se lee. Pero hay que decir que no es ni la sombra —nadie aquí es ni la sombra— de García Márquez. Es que todos somos unos pigmeos al lado de él”, advierte.Por eso, más allá del daño colateral que el Nobel de Literatura pudo ocasionar a sus colegas de la época, e incluso de generaciones posteriores, Jaramillo prefiere destacar el beneficio que su figura significó en la literatura colombiana. “García Márquez les abrió camino a muchos escritores, en el sentido de que para un editor en Alemania o en Francia pensar en publicar a algún otro colombiano ya no era tan extraño, como sí lo fue antes de que existiera un monstruo como él”.En eso coincide Moisés Melo, quien desde Norma fue el editor del Premio Nobel entre 1994 y 2005. “El principio general que opera en la literatura, no solo con García Márquez sino con todos los escritores, es que un buen libro conduce a otro libro. Así que cuando un buen escritor nos seduce, eso hace que queramos leer más y caigamos en este vicio que es la lectura”.Hoy, ya retirado del mundo editorial, en el que año tras año recorrió las mejores ferias del libro de Europa y América, Melo recuerda cómo la pregunta que le formulaban en el exterior era siempre la misma: ¿Qué otros escritores tienen aparte de García Márquez? “Era tal la fascinación por el autor de ‘Cien años de Soledad’, que estaban ávidos de conocer otros talentos de estas tierras”. Uno de los primeros beneficiados, dice el mismo Melo, fue Álvaro Mutis, descubierto en buena medida por los reflectores internacionales que posaron su foco en Colombia.Las puertas, pues, se abrieron para muchos escritores que venían detrás, como Óscar Collazos, Héctor Abad Faciolince, William Ospina, Tomás González. Para Jaramillo Agudelo, ese beneficio empezó mucho antes, incluso. “Fue justamente Gabo quien impulsó la edición de obras como la de Álvaro Cepeda Samudio, su amigote de La Cueva, y de José Félix Fuenmayor, fundador del llamado Grupo de Barranquilla”, cuya narrativa llegó a comparar con la de Juan Rulfo por la “naturalidad sobrenatural” con la que narraba las historias. Gracias a sus buenos oficios, novelas como ‘La casa grande’ fueron editadas en Argentina.¿Qué hay, entonces, de escritores importantes como R. H. Moreno Durán? ¿No fue él un damnificado de los daños colaterales de un Nobel? “No, nunca”, dice Darío Jaramillo Agudelo. “R. H. Moreno Durán era más de 20 años menor que García Márquez, no tiene comparación cronológica. A Moreno Durán lo que le pasó es lo que le pasa a casi todo el mundo: una ley que enunció el poeta mexicano José Emilio Pacheco que se acaba de morir. Él decía que cuando un escritor como, digamos, Moreno Durán, se muere, entra en una catalepsia de 15 a 20 años. Si a los 20 años no ha resucitado, quiere decir que ya se quedó así, cataléptico. Si a los 20 años resucita, pues se llama Cortázar. En Argentina fueron muy injustos con Cortázar, porque no hablaban de él, todo era para Borges. Solo ahora que están celebrando sus cien años se han dado cuenta del gran escritor que fue. A Moreno Durán, que murió en 2005, no lo han vuelto a editar, y está como en esa catalepsia, pero llegará el día en que a lo mejor resucite. Pero su caso no tiene nada que ver con García Márquez”.Para el profesor de la Universidad del Valle, Manuel Silva, quien ha estudiado de cerca la obra de Germán Espinosa y dedicó su tesis doctoral precisamente a su novela cumbre, ‘La tejedora de coronas’, es una verdadera lástima que su obra no se conozca más y que haya pasado inadvertida en algunos momentos. Sin embargo, admite algo: “Frente a la vastedad de la obra de García Márquez, frente a su grandeza, a toda la riqueza de los géneros que dominó, no hay mucho qué comparar”, dice. Quizá, pues, tenga razón Darío Jaramillo, cuando dice que primero es García Márquez, y después nadie. Entonces, “solo después, mucho después, que venga cualquiera..”.

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