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30 años sin Martha Traba

Expulsada del país en 1965 por Carlos Lleras Restrepo, Marta Traba fue la mujer que más dinamizó el arte colombiano en el Siglo XX. Treinta años después de su trágica muerte, reproducimos la última entrevista que concedió al curador caleño Miguel González.

1 de diciembre de 2013 Por: Redacción de GACETA

Expulsada del país en 1965 por Carlos Lleras Restrepo, Marta Traba fue la mujer que más dinamizó el arte colombiano en el Siglo XX. Treinta años después de su trágica muerte, reproducimos la última entrevista que concedió al curador caleño Miguel González.

Marta Traba se convirtió, a partir del segundo lustro de los años cincuenta, en una fervorosa y apasionada crítica del arte nacional. Su figura alcanzó popularidad cuando complementó sus artículos polémicos y la cátedra universitaria con un programa televisado: ‘Puntos de vista’. Para esa época había publicado un libro de poemas y ensayos sobre arte contemporáneo; luego vendrían sus ensayos alternando con novelas. Fue la primera directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá, desde 1963 hasta 1968, año en que abandonó el país teniendo como hogares frecuentes Montevideo, Santiago, San Juan, Caracas y Washington. En su primer matrimonio con el escritor y periodista Alberto Zalamea tuvo dos hijos: Gustavo y Fernando. En 1969 se unió al crítico uruguayo Ángel Rama. Marta Traba llegó en 1953 a Colombia. En 1965 fue expulsada del país por el entonces presidente Carlos Lleras Restrepo, debido a sus declaraciones políticas; luego fue derogada la determinación y treinta años después, el Presidente Belisario Betancur le concedió la nacionalidad.¿Cuáles son las ventajas de una nacionalidad?Yo no tenía país. Perdí la Argentina porque resolví no tener nada que ver con un lugar en el que están permanentemente funcionando las dictaduras en su nivel más horrible y sanguinario. Cuando uno viaja de un lado para otro, y es una especie de nómada, se tiene una inestabilidad muy tremenda. Ahora, es como absurdo que yo venga a Colombia, tome la nacionalidad y me vaya a vivir inmediatamente y por dos años a París. Pero me siento partícipe de un grupo humano, y tengo no solo los documentos sino el derecho de estar en un sitio. Eso es verdaderamente importante. Toda esa carreta de la patria es en el fondo muy cierta, así no se viva en ella.¿Cuáles son las desventajas de pertenecer a un país como Colombia?Bueno, es bastante complicado. Existen millones de papeleos, no ha resuelto sus dificultades burocráticas; siempre hay que estar demostrando que sí eres, y que sí haces lo que estás haciendo. En ese sentido se parece a los países socialistas, es casi como Rumania o Bulgaria.¿La invitación del señor Presidente la presiona a declarar que es belisarista?No. Resulta que el belisarismo es muy anterior. Desde las pasadas campañas o contiendas me parecía importante que Belisario saliera porque es un autodidacta político, a pesar de que pertenece a un grupo que es el conservatismo; es un hombre capaz de acercarse más al realismo, sin ser un doctrinario. Por su extracción social y haberse hecho él mismo, salido de una familia pobre antioqueña –y todas esas cosas que parecen demagógicas–, no pertenece a las dinastías, que para mí son lo nefasto de este país. Es un señor descomprometido y sus simpatías puede manifestarlas hacia el sector popular.¿Qué le recomendaría a Belisario Betancur para su programa cultural de gobierno?La política cultural de un gobierno que se ha interesado por favorecer a los desatendidos tiene que estar prioritariamente sujeta a la expansión del conocimiento hacia estratos menos reducidos y elitistas. Pero ¡cuidado!, no estoy hablando de que se haga una cultura de tipo populista, folclórica, etc. Estoy recomendando que las grandes manifestaciones culturales sean usufructuadas por sectores mayores. No estoy cambiando el núcleo de la producción. Es importante que las actividades de los Museos de Arte Moderno como los de Cali, o Medellín, o Bogotá, amplíen su número de beneficiarios. No creo en la vulgarización de la cultura, en establecer el vallenato como la única música, o las mariposas amarillas, o todas esas banderas oportunistas. Estoy por la popularización de los grandes valores a través de distintos medios: televisión, libros, exposiciones, casas de cultura, películas… Esto es lo que debe hacer un gobierno de corte popular como el de Belisario.¿Cuáles son sus intereses inmediatos?Creí haber dejado el ensayo sobre arte. El motivo principal: porque hay importantes relevos, todos ustedes, que están haciendo crítica de arte y mantienen el interés. Sin embargo, ahora se me ha presentado la oportunidad –con una beca norteamericana– para escribir la historia del arte moderno latinoamericano; será un trabajo culminante dentro de mi producción. Una vez terminado ese compromiso, quiero dedicarme a la novela por completo. Quisiera cada vez trabajar menos. Estoy en la etapa del ocio marxista: trabajar poco, divertirse más y escribir novelas, que son como una especie de descanso.Si hace un examen crítico de sus intervenciones, ¿cuáles serían sus aciertos y cuáles sus arrepentimientos?Arrepentimientos casi ninguno. Tal vez ‘El museo vacío’ era un librito muy pretencioso, de filosofía del arte, terreno en el cual no me muevo bien. Soy pragmática y tengo que trabajar con sistemas analíticos más empíricos. A partir de allí trabajé sobre el terreno una crítica que podría considerarse de tipo sociológico, bastante inspirada en Pierre Francastel. No tengo arrepentimiento de los trabajos parciales; era la única manera de hacerlo. Quizás las ‘Dos décadas vulnerables’ es el trabajo más amplio que he hecho, con la Beca Guggenheim. Y el libro ‘Historia abierta del arte colombiano’, para La Tertulia de Cali, que es un texto que me gustó hacer y pienso algún día actualizarlo. Sus artistas protegidos en los años cincuenta, los grandes maestros del arte nacional, parece que han entrado –en su gran mayoría– en decadencia productiva, en una especie de ‘crepúsculo de los dioses’...Yo no creo en la decadencia, ni en el crepúsculo de los dioses, porque si aceptara… me tocaría también a mí. Tengo que salvar la eterna juventud de los artistas de los cincuenta… No creo que un buen artista tiene que hacer siempre cosas extraordinarias, como para ganarse el derecho de estar en la historia. Me refiero, por ejemplo, a Obregón; ahora le han caído encima todos porque está pintando mal. Veo que está pintando re-mal, y encuentro absolutamente espantosas esas mujeres redonditas y llenas de alitas, pero esto no me invalida para nada su personalidad. Yo lo separo por completo y creo que toda época de los cincuenta y sesenta es extraordinaria; tuvo una visión del país que queda para siempre en todos sus argumentos; eso es definitivo. Sus cóndores, su violencia… Ese es mi Alejandro Obregón, el gran artista, el pionero. Algo parecido me pasa con Botero; a mí me gustan sus obras de los cincuenta; por ejemplo, el ‘Homenaje a Mantegna’, de 1958, es un logro extraordinario, trabajo capital en el mundo del arte de todo el siglo XX. Esa época tironeada por el expresionismo abstracto norteamericano y su libertad expresiva, al tiempo que pinta el motivo. Ahora no me acaba de convencer completamente. Sin embargo, sus esculturas actuales blancas y en bronce son estupendas; no sus obras en resina sintética; me parece que esa modalidad la había desarrollado suficientemente Niki de Saint Phalle. Esa decadencia no me vale. Creo en la obligación de un artista de tener apogeo. Greta Garbo hizo una última película que fue un bodrio, pero todos lloramos con ‘Reina Cristina’ y con ‘La dama de las camelias’. Marilyn Monroe, otro de mis amores perpetuos, también hizo cantidades de películas atroces, pero por esas dos o tres buenas siempre la recordamos.A esa generación que impulsó a través del Museo de Arte Moderno, ‘los nuevos’ de los sesenta, ¿ahora cómo los ve?Son el contingente más sólido del arte colombiano. ¿Quiénes fueron? Beatriz González, Álvaro Barrios, Ana Mercedes Hoyos, Santiago Cárdenas, Luis Caballero, Feliza Bursztyn, Pedro Alcántara, Norman Mejía, Beatriz Daza, Olga de Amaral, son los grandes… Seguramente faltan, pero esos son básicamente.En los años setenta, a pesar de que no vivía en Colombia, su presencia fue tan frecuente como para observar de cerca los acontecimientos; incluso organizó una muestra para el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas: Los novísimos colombianos. En esa década las alternativas fueron el realismo o hiperrealismo y el arte conceptual...Esa diferencia es bastante acertada. Efectivamente enriqueció el arte nacional, le dio una nueva dimensión con el arte conceptual; incluso en los ‘Novísimos’ entró gente como Antonio Caro. El conceptualismo fue refrescante y posibilita al arte hacia nuevos terrenos; por ejemplo, Alicia Barney. Fíjate que el arte colombiano es una especie de embudo: la parte más pequeña está en los cincuenta con seis artistas…; la gente trabaja mejor con seis artistas. Luego se amplió con los museos, básicamente con el de Bogotá y La Tertulia de Cali. En los setenta creció con los conceptuales; ellos han jugado un gran papel y yo los aprecio mucho en la medida en que fueron nuevos; pero ya no lo son más y me aburre muchísimo que se siga sosteniendo esa tesis de la novedad que es mentira y es pura ignorancia de los acontecimientos. Esa apertura de los setenta se vio claramente en ‘Los novísimos colombianos’ en Caracas, que yo organicé gracias a todos ustedes, ya que no tenía la información suficiente para agrupar tantos artistas; resultó verdaderamente importante y la selección fue lo más justa posible.Últimamente, en sus respuestas a reportajes televisados, de revistas y periódicos, he visto exclamaciones en contra de las más recientes manifestaciones plásticas que se están desarrollando en Colombia. ¿Cómo se explica eso en una persona siempre preocupada por todo lo que pasa en las artes plásticas? ¿No cree que obedece a una contradicción?Las vanguardias definitivamente me excedieron, me aburrieron infinitamente. Se ha perdido el control frente a la palabra misma. El arte moderno, en realidad, se ha movido gracias a las vanguardias; no hay nada que se haya hecho que no pertenezca a las vanguardias. Siempre hay algo novedoso con respecto a lo que precede y por consiguiente abren un campo nuevo. Hay otras también llamadas ‘vanguardias’ sin relación con nada, autoconsideradas perdiendo su relación histórica, autodenominándose. Esto me pasa con ciertos artistas colombianos actuales, que no son vanguardia ni con respecto al arte de hoy ni al arte nacional. Esas cosas no son rupturas, ni campos nuevos. Son más bien repeticiones. Dos cosas me hacen rechazar ese tipo de ‘vanguardia’: primero, que es falso que lo sean; segundo, que están autodeterminándose como el camino a seguir, y cualquier autodefinición de ruta es un error. Fue un fatal equívoco que los muralistas mexicanos dijeran “no hay más ruta que la nuestra”. Cada vez que se dice eso es un desacierto porque se quita cualquier otra posibilidad. Es una forma doctriniana y fascista. (...) Lo mismo resulta al apoyar solo lo que es considerado vanguardia, y condenar e ignorar lo que no es: sencillamente resulta ridículo. Ahora todo el mundo hace cosas distintas y no vale para mí solamente apoyar lo extravagante por el solo hecho de serlo… Esa es mi crítica en realidad a ciertas ‘vanguardias’ colombianas.* Publicada en el diario El Pueblo en febrero de 1983.

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