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"Lo que más me satisface es ver progresar al país": Ministro de Hacienda

El ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, es un tecnócrata al que le entra por un oído y le sale por el otro el halago de que vaya a ser Presidente. Dice que debemos pagar más impuestos para poder luchar contra la pobreza.

16 de marzo de 2014 Por: Margarita Vidal Garcés | El País

El ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, es un tecnócrata al que le entra por un oído y le sale por el otro el halago de que vaya a ser Presidente. Dice que debemos pagar más impuestos para poder luchar contra la pobreza.

En julio cumple 52 años y no ha parado de crecer. Tiene unas piernas largas con las que mide todo el día a grandes zancadas su enorme y pulcra oficina en el Ministerio de Hacienda. Es economista de la Universidad de los Andes con una maestría en economía de la misma universidad y un doctorado en la Universidad de Berkeley, California, donde estudió con la Beca Lauchlin Currie, otorgada por el Banco de la República. Con solo 31 años fue nombrado Viceministro de Industria, Comercio y Turismo y un año después César Gaviria lo nombró Ministro de Desarrollo Económico. Fue director de Fedesarrollo y regresó al sector público como Ministro de Transporte de Andrés Pastrana y en 1999 pasó a la Dirección de Planeación Nacional.Nunca quiso alejarse de la academia y por eso fue muchos años profesor asociado de la Universidad de los Andes y profesor e investigador visitante en universidades de la talla de Berkeley y Harvard. En 2011 ocupó el Ministerio de Minas y Energía y desde hace año y medio ostenta el importante y azaroso cargo de Ministro de Hacienda. Tiene fama de cumplido y estricto en las citas y, según sus colabores, exhibe un orden mental que le permite pensar en varias cosas a la vez. Dicen sus allegados que es un hombre tranquilo y optimista, que no habla mal de la gente, que adora su profesión y que, habiendo sido un gran deportista en sus años mozos, hoy se lo piensa mejor y prefiere descansar un poco en las rarísimas oportunidades que le permite su cargo. A pesar de haber ocupado cuatro ministerios dice que su mayor presea en la vida y la que más lo llena de orgullo es haber recibido el encargo de pronunciar el discurso de grado de Berkeley, su Alma Mater, en el año 2000 donde pudo contarles a los graduandos cómo la tolerancia y la apertura de mente forjadas en esas aulas le dieron el temple necesario para trasegar desde los erizados predios del área de despeje, como miembro del Comité Temático, hasta los estirados salones del FMI, para negociar como director de Planeación Nacional.A través de nexos familiares ha tenido mucho contacto con el Japón, un país que admira y donde viven dos de sus tres hermanos. Dice que la familia entera profesa un culto por la exquisita cultura japonesa, que define como una gran manifestación de la decencia y las buenas maneras, de la cortesía y de la belleza. La marca Uniandina lo cobija como a tantos de sus compañeros de marcha entre los cuales se cuentan personajes como Mauricio Santamaría y Alejandro Gaviria, y profesores como José Antonio Ocampo, Guillermo Perry y Hernando José Gómez, hombres que por sí solos conforman una especie de think-tank del pensamiento económico en el país.Usted pertenece a un clan de profesores y alumnos de la Universidad de los Andes que ha manejado la economía del país durante muchas décadas.Sí, es lo que han llamado la ‘tecnocracia’. Ha sido así por 30 años y gravita mucho alrededor de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes. Obviamente, tiene sus ramificaciones: Fedesarrollo, Banco de la República, Planeación Nacional y todos hemos desarrollado nuestras carreras en ese mundo donde se premia ante todo el rigor, la seriedad y el hecho de no ser en modo alguno referentes de un partido político. Hay críticas en el sentido de que ustedes se engolosinan con el mismo modelo económico.Pero no es excluyente porque esa tecnocracia, a diferencia de lo que pasaba en Chile, por ejemplo, no es ideologizada ni dogmática. Tampoco se podría calificar como una tecnocracia neoliberal porque aquí hay un grupo de personas -entre las que me incluyo- que siempre hemos creído que el estado tiene que jugar un papel muy importante en la sociedad y no solo el mercado.¿Y dónde está el justo medio?A mí me gusta mucho la frase del presidente Santos, siguiendo la línea de la Tercera Vía, que dice: “El mercado hasta donde sea posible, el sector privado hasta donde se pueda y el estado hasta donde sea necesario” y refleja también mi forma de pensar.¿Qué tuvo que ver José Antonio Ocampo con su ida a Berkeley?En los procesos para hacer un doctorado juega un papel muy importante la persona que lo promueve a uno. Como los cupos para hacer doctorados son muy escasos, es importante que haya un profesor que se la juegue por uno.¿Se la ha jugado usted por sus pupilos?Desde luego que sí, esa es una lección de vida que ha sido parte de mi carrera. Siempre me he preocupado por promover tanto a las personas que han trabajado conmigo, como a mis alumnos, para que vayan a hacer sus doctorados. Muchos ya volvieron y están aportándole al país.¿Cómo fue el contraste de pasar de una universidad privada como Los Andes, un poco elitista, a una pública como Berkeley?Fue un cambio muy interesante pasar de la universidad privada, a la universidad pública, mucho más liberal y más abierta. Berkeley es una universidad donde se gestan y se dan los primeros pasos del cambio a diferentes niveles. Allí se gestan debates que después se convierten en tendencias sociales en el mundo.Entre Stanford, privada, y Berkeley, pública, situadas relativamente cerca, hay una gran rivalidad y un espíritu muy competitivo. ¿Eso le resultó estimulante?Claro, porque sus facultades de economía compiten en ser cada una la mejor de los Estados Unidos. Es una rivalidad permanente muy saludable. Cuando yo era director de Planeación, en el año 2000, la universidad me invitó a dar el discurso de grado y ese es el honor mas grande que me han dado en la vida. Fue una gran emoción y le trabajé fuertemente al discurso. ¿Y sobre qué versó ese discurso?Yo estaba muy metido en los diálogos de paz y les contaba a los graduandos que me tocaba estar un día sentado con las Farc en el Caguán y a la semana siguiente en una mesa de juntas negociando con el Fondo Monetario Internacional. El mensaje era cómo le enseña a uno Berkeley a adquirir el talante necesario para navegar entre dos mundos opuestos. No fue muy nerd en el colegio pero el prurito de la excelencia le entró en Los Andes. ¿Qué cambió?Era buen estudiante, pero no de los mejores en el colegio. Digamos que era normal y le gastaba mucho tiempo a los deportes, cosa que mis hijas no se alcanzan a imaginar porque ya no muevo un dedo. Después tuve la suerte de pegarle a una carrera que me encantó y me cautivó por completo, de modo que no tenía que hacer ningún esfuerzo. Cambiando de tema, ¿cómo será la siguiente reforma tributaria contra la evasión?Yo parto de la base de que el estado que funciona es aquel capaz de darle bienestar y resolverle los problemas a la gente, porque es capaz de recaudar impuestos. Los países desarrollados lo son en buena parte porque tienen esa capacidad y a partir de allí cuentan con los recursos para eliminar la pobreza, hacer infraestructura y crear empleo. Los impuestos son la premisa sobre la cual está edificado el estado, pero aquí hay es una cultura de la evasión por parte de personas y de empresas.Deme un ejemplo ilustrativo...Sí, normalmente las empresas y las personas cuando mandan a hacer su declaración de impuestos le dicen al contador que las cuadre para que lo que les toque pagar sea lo que les retuvieron, y se inventan gastos. Debe ser al revés: no es cuánto quiero pagar, sino cuánto tengo que pagar. Eso exige un cambio de mentalidad para que la gente sienta que no cumplir las normas tributarias tiene consecuencias. Así era en Italia hasta que convirtieron la evasión en delito. Cuando los italianos vieron a Sophia Loren tras las rejas supieron que la cosa iba en serio.¿De verdad cree que ese cambio sería factible en un país tramposo como el nuestro?Creo que sí. Fíjese que en este momento ha habido un cambio cultural importante con la ley de conductores ebrios. De un día para otro el país tomó conciencia y concluyó que no se podía combinar el volante con el alcohol. Ese tipo de leyes son las que necesitamos en el caso de los impuestos.¿Pero el esfuerzo de Juan Ricardo Ortega en la Dian no ha sido enorme en el aumento de recaudo?Muchísimo, impresionante. Nosotros recibimos el país con un recaudo de $60 billones y el año pasado terminamos con $100 billones. Esos $40 billones de diferencia nos han permitido hacer mucho más en materia social y de infraestructura. ¿Cómo va la economía?Hoy el país se destaca como uno de los más sólidos en materia económica, tenemos una buena marca y nos diferencian, sobre todo en una coyuntura como la actual, en donde ha habido problemas en economías emergentes como Argentina, Turquía o Sudáfrica. Colombia ha estado muy protegida, tiene una buena reputación y es un país serio que ha logrado manejar muy bien su economía y eso nos está dando muy buenos dividendos y posibilidades.Dicen que usted no esconde su intención de llegar a ser Presidente de la República...No, yo creo que sí la escondo. (Risa). Si la esconde es porque la tiene. ¿Le gustaría?Yo vengo de un mundo que no es político sino técnico. Me encanta lo público, para lo que tengo vocación. No soy una persona con un interés particular por lo material porque lo que más satisfacción me da en la vida es ver progresar el país. Soy consciente de que ser Ministro de Hacienda lo inhibe a uno de aspiraciones políticas personales porque este es un ministerio que hay que manejar con un criterio netamente técnico. Aquí entra mucha gente y seguramente para endulzarle a uno el oído le dicen que va a ser presidente, pero a mí eso me entra por un oído y me sale por el otro, porque tengo neutralizados esos cantos de sirena.La guerra y la pazUn tema gordo para el gobierno que viene es el de la financiación de la paz si se firman los acuerdos. ¿Qué tan grande es la cifra? Es una plata grande, sin duda. Yo periódicamente me reúno con los negociadores, me informo y aunque nunca intervengo en el proceso ni participo porque hay una verdadera muralla china entre lo que ellos hacen en La Habana y lo que nosotros hacemos en Bogotá, sé que los temas económicos no están en negociación y que si los acuerdos se llevan a buen puerto esta economía será aún más exitosa. La paz va a costar mucho, pero cuesta más la guerra.¿Cuánto nos cuesta anualmente?Con los recursos que tenemos que aportar al sector de defensa y seguridad y los hay que invertir en la reparación de víctimas sumados, puede ser fácilmente un 6 % del PIB, o sea unos $35 billones al año. Pero el costo más grande es lo que dejamos de producir y que estimamos en dos puntos de crecimiento por año.

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