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Los niños entrenan los martes y jueves para participar en competiciones deportivas los fines de semana. La idea, según Yesid Zapata, es crear un proyecto futbolístico serio con varias categorías en esta zona del Distrito de Aguablanca, donde predomina la violencia. | Foto: Giancarlo Manzano / El País

DEPORTES

La apuesta de un exfutbolista caleño para combatir la violencia en Aguablanca

Yesid Zapata, un exjugador profesional, emprendió desde hace siete años un ‘activismo deportivo’ para contrarrestar los altos índices de violencia en el Distrito de Aguablanca. Su programa ya cuenta con varios niños, que sueñan llegar a la cúspide del fútbol.

16 de septiembre de 2017 Por: Jamir Mina Quiñónez / reportero de El País 

Con cada golpe al balón, la sensación de libertad se extiende por toda la cancha y da paso a una alegría inimaginable que brota de pequeños aventureros, quienes sin importar las adversidades solo corren al encuentro de la ‘pecosa’.

La escena se repite todos los martes y jueves en la cancha El Dorado del barrio Bonilla Aragón, comuna 14, Distrito de Aguablanca. Allí, 25 niños se congregan en las noches para sentirse libres en un campo de 27 metros de largo por 16 de ancho.

Los entrenos de estos pequeños, entre 5 y 12 años, se realizan a partir de las 7:30 p.m.; a esa hora, las energías acumuladas durante el día se liberan en un juego intenso.

El pitazo inicial siempre lo da Yesid Zapata, un exjugador profesional de fútbol, quien se desplaza hasta ese lugar para transmitir sus conocimientos deportivos a estos niños.

Él es uno de esos ejemplos de que desde el Distrito sí salen jugadores de categoría: debutó en el Deportivo Cali en el año 2000, luego jugó en varios equipos del rentado nacional y Centroamérica, hasta que una lesión en el 2009 lo alejó de las canchas.

En aquella temporada, recuerda, coincidió con futbolistas como Iván René Valenciano y Máyer Candelo. “En mi primer partido ellos me decían que estaba asustado y, la verdad, sí sentía muchos nervios...”

La frase queda suelta en el aire, cortada bruscamente por un pitazo enérgico. Yesid detiene el juego y con su cuerpo, de 1,82 de estatura, empieza a explicar con el ejemplo. Toma el balón y lo dirige a sus largas piernas para luego simular un golpeo cuando queda de frente al arco. Todos los niños prestan atención; luego el esférico vuelve al aire y el cotejo continúa.

“Como le decía —prosigue—, ese día tenía muchos nervios, tal como los que siento cada vez que voy a dirigir a estos niños. No son nervios por perder o ganar, es una sensación que va más allá y hace cuestionarme sobre a cuántos de ellos podré ayudar a cambiar su realidad”.

En los entrenos su preocupación se convierte en exigencia. Recorre el campo de fútbol hecho en asfalto y desdibujado por la presencia de pequeños huecos. Cada cinco minutos detiene el juego para dar instrucciones. Como dicen las pocas madres que acompañan la práctica desde las deterioradas graderías: el entrenador suda la camiseta.

Yesid, de 36 años, parece no cansarse nunca. No lo hizo cuando en muchas ocasiones le cerraron las puertas para jugar al fútbol profesional, tampoco desfalleció en el momento en que sus rivales trataban de diezmar con violencia su buena técnica con la pelota, propia de un volante creativo, y no sucumbió a las pretensiones de su rodilla derecha que quiso alejarlo para siempre del balón.

Al contrario, con ese hecho volvió a nacer, dice. “Eso me sirvió para reconocer que toda la vida había estado errado, siempre pensé en crecer para mí, pero no para los demás; por eso, apenas me recuperé de esa lesión empecé a trabajar para lograr, a través del deporte, un cambio social para Cali”.

Desde ese momento se dedicó a hacer activismo deportivo, intervenir sectores socialmente vulnerables y llevar a esos lugares una de las alegrías más lindas del mundo: el fútbol.

“En el día yo trabajo como entrenador deportivo en otras instituciones, y en la noche vengo a realizar esta labor con los muchachos del sector. Aquí buscamos formar deportistas y personas integrales, para que de esa manera ellos lleven una bendición a sus hogares, alejándose de situaciones negativas”.

Yesid, quien vive en el barrio Mojica, sabe que con cada entrenamiento le quita niños y jóvenes a la violencia, que se pasea campante por muchas calles del Distrito, una zona donde se registraron 8726 asesinatos entre el 2000, año de su debut en el fútbol profesional, y el 2015, según la investigación ‘El mapa de la muerte: 15 años de homicidios en Cali’, realizada por el diario El País.

Por esa razón, Yesid, a pesar de no recibir ningún pago oficial por esta labor, sigue en pie de lucha. “Los jóvenes de acá si juegan fútbol no estudian, muchos no tienen su padre ni su madre, son de hogares disfuncionales. Con el entorno que los rodea es muy fácil que lleguen a malos escenarios”.

Para los niños, en cambio, ser el mejor en el fútbol es una forma de ganarse el respeto del barrio, soñar con estadios llenos coreando sus nombres y tener mucho dinero para ayudar a los menos favorecidos.
James, Falcao, Toni Kroos, Messi y Cristiano Ronaldo son algunos de los nombres más pronunciados por los pequeños cuando se les indaga por sus ídolos. Todos ellos coinciden en un sueño: jugar al fútbol profesional para sacar a sus familias de pobres.

Dicha realidad fue resumida por el escritor uruguayo Eduardo Galeano, antes de morir en el 2015: “El niño pobre, en general negro o mulato, encuentra en el fútbol la posibilidad de ascenso social, que no tiene otro juguete que la pelota: la pelota es la única varita mágica en la que puede creer”, dijo.

El atuendo para jugar al fútbol es lo de menos, algunos niños lo hacen con desgastados uniformes, otros no tienen, unos más hacen gala de su indumentaria deportiva y, los más desafortunados, patean el balón con agujeros en sus zapatos. Para ellos, nada de eso importa si la bola se cuela en el arco contrario.

“Me gusta venir a entrenar porque podemos jugar unidos, todos nos ayudamos y el ‘profe’ nos enseña eso y a ser buenas personas; yo quiero entrenar mucho para ser como Toni Kroos y jugar en el Real Madrid”, dice Freddy Alejandro Chará, quien por su parecido físico con el volante colombiano Freddy Guarín, adoptó su apellido dentro de las canchas.

Los entrenamientos en esta zona se llevan cabo desde hace un año. Las jornadas deportivas cuentan con algunos conos, par de balones y muchas ganas. “Hay momentos adversos como el no acompañamiento de algunos padres, eso desgasta un poco, pero yo tengo la convicción de que aquí hay mucho talento que motiva a seguir adelante”, explica Yesid.

Es tanto el entusiasmo, que ya piensa en llevar su activismo deportivo a otros sectores del Distrito y beneficiar, de esta manera, a la población residente en este lugar, la cual cuenta con alrededor de 614.697 habitantes, según el último censo adelantado por la Alcaldía de Cali en el 2014.

“La meta es seguir especializándome y agregarle más estudios a mi carrera de entrenador. Ya tuve la fortuna de realizar un curso técnico en la Escuela Nacional del Deporte y ahora voy camino a la especialización”, dice.

Mientras eso ocurre, detiene el balón por última vez, da una charla antes de que la alegría del partido se divida en 25 fracciones, que toman rumbos distintos hasta el próximo entreno. Por ahora, el juego terminó.

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