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El fútbol, la gran pasión de Rossy

En medio de un calor abrasador, pero bajo el refugio frondoso de un árbol, sus piernas temblaban anhelando un balón mientras hablábamos. Su deseo de estar en la cancha reflejado en sus pupilas y su hambre incontenible de salir a ganar lograron contagiarme.

26 de agosto de 2011 Por: Jaime Arango Ortiz - Especial para El País

En medio de un calor abrasador, pero bajo el refugio frondoso de un árbol, sus piernas temblaban anhelando un balón mientras hablábamos. Su deseo de estar en la cancha reflejado en sus pupilas y su hambre incontenible de salir a ganar lograron contagiarme.

En medio de un calor abrasador, pero bajo el refugio frondoso de un árbol, sus piernas temblaban anhelando un balón mientras hablábamos. Su deseo de estar en la cancha reflejado en sus pupilas y su hambre incontenible de salir a ganar lograron contagiarme.Se podía ver cómo ella se visualizaba anotando; se podía sentir el grito del gol durmiendo en su garganta; se podía sentir la importancia de sus enganches y el cañón latente en sus piernas para su equipo. El partido de fútbol once de la Escuela Nacional del Deporte, a la que pertenece, contra la Javeriana, estaba por comenzar y al término de éste, Rossy Caicedo, oriunda de Candelaria y nacida hace 23 años, se quitaría los guayos y se calzaría los tenis. El de fútbol sala estaría por comenzar.Sentados bajo el árbol me decía, “desde los 5 años estoy jugando fútbol, incluso mi mamá dice que en el vientre ya pateaba durísimo.” Le creo, el primer gol que marcó en el partido de campo grande fue un bombazo. Y aunque en el colegio también disfrutó del voleybol, su pasión siempre fueron las canilleras, el olor a grama y la sensación de inflar una red con un balón.Su talento le alcanzó de sobra para adquirir una beca en la Escuela Nacional del Deporte (actualmente estudia la carrera Profesional del Deporte), militar las filas de una Selección Colombia, participar en unos Juegos Bolivarianos y, con apenas 15 años, ganar la medalla de plata detrás de Perú. Luego, jugó varios partidos con la sub 20, donde infortunadamente llegaron las lesiones.Ahí fue cuando descubrió su vocación de entrenadora, de profesora, pero más que de fútbol, de comportarse como un buen ser humano. “Primero hay que ser persona antes de jugar bien al fútbol”, profesa a sus estudiantes en la Escuela de Fútbol Prados del Limonar.Ahora alterna su vida entre la enseñanza y las canchas, entre sus chicos y los goles. Juega con la Selección Valle, con la Escuela Nacional, entrena duro, va al gimnasio y se prepara a diario esperando el llamado, aquel que la invite a regresar a una Selección Colombia de fútbol once o a inaugurarse en una de fútbol sala. Pero en medio de sus sueños intangibles de momento, el partido frente a la Javeriana por Copa Loyola estaba por comenzar y frente al torneo me dice la goleadora con claridad que el objetivo es ganar. “A las personas les gusta ganar si es una competencia”, y humildemente descarta su condición de goleadora si colectivamente no progresa.Su entrenador apura la charla, es hora de realizar los movimientos precompetitivos porque en un momento saldrá de delantero, o volante, o defensa, no importa, Rossy es “polifuncional”.“Quisiera jugar fútbol hasta que el cuerpo no me dé más”, me dice Rossy, veloz y de gran remate en la cancha. “Luego quisiera ser una empresaria del fútbol femenino, pertenecer al cuerpo técnico de la Selección Colombia y enamorar a los chicos de esta disciplina”.Su lema aún retumba en mi cabeza, sublime, personal. “Más que una idea, más que una realidad, pasión por la vida, pasión por el fútbol”.

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