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Anatomía de un futuro 'crack'

Tiene 17 años, 230 goles oficiales y a equipos de Brasil y Europa detrás de su pase. Se llama Joao Rodríguez, nació en Cali y el Chelsea, al parecer, será su próximo destino. ¿De dónde salió este chico que hace goles mientras masca chicle?

23 de junio de 2012 Por: Jorge Enrique Rojas - Editor de Crónicas de El País

Tiene 17 años, 230 goles oficiales y a equipos de Brasil y Europa detrás de su pase. Se llama Joao Rodríguez, nació en Cali y el Chelsea, al parecer, será su próximo destino. ¿De dónde salió este chico que hace goles mientras masca chicle?

A esta hora, las seis menos cuarto, la ciudad parece haber quedado muy lejos de este rectángulo de pasto donde el sol proyecta sus últimas sombras. La hierba ha dejado de verse ya verde y sedosa y desde la raya que separa la cancha del resto del mundo todo allá adentro luce una solemnidad que rebasa la escasez de luz que anuncia el final del día sobre el césped. A ratos, quienes corren de un lado para otro haciendo equilibrio con el balón, se ven como operarios de una cristalería más pendientes de algo que se les fuera a caer que como los adolescentes que entrenan con la Selección Colombia en la sede del América de Cali. Los chicos, todos menores de 17 años, se mueven sincronizados, justos, sin sobresaltos; algunos patean con el ceño fruncido como si supieran lo que es caminar sobre vidrio molido. El fútbol es un juego muy serio y los 'cracks' en formación aprenden a convivir con el drama como rutina de vida. Ni siquiera la nube de mosquitos jején que pasa y pasa devorándolo todo logra perturbarlos. ¿Qué tan inquebrantable es la voluntad de un futbolista que todavía no tiene cédula?Al fondo, un chico estrella la mano contra uno de sus muslos. Lo hace mientras le devuelve el balón a un compañero y sus movimientos son igual de naturales: tan fácil como aplasta el zancudo contra su pierna hace un pase de derecha; al tiempo que se rasca la picadura, patea el balón con efecto billarista. El chico, también, es el único que masca chicle. Lo hace entreabriendo la mandíbula tan despacio que su mueca casi puede advertirse en slow motion, la cámara lenta que utilizan las transmisiones de fútbol para repetir jugadas destacadas en televisión. El fútbol es un drama espectacular y sus protagonistas más emblemáticos lo saben: cuando era una jugada de gol, Cristiano Ronaldo voltea hacia la cámara y aprieta los dientes, arruga la boca, afea su semblante de galán de cine en señal de vergüenza; cuando pierde un partido, Riquelme, el diez de Boca, suele esconder su cabeza dentro de la camiseta como un genio decapitado. Ante una pifia, Falcao, consagrado Atleta de Dios, mira al cielo con ojos de mártir. El fútbol no sólo se juega con los pies y el chico de esta tarde rompe la solemnidad de la cristalería haciendo bombas de aire con su goma de mascar.La ciudad que ha quedado atrás con su bullicio a veces se hace presente en la cancha en forma de gritos que llegan desde la avenida. El fútbol, como las telenovelas, es un drama televisado que sirve de desahogo social y la gente, a veces, cree que los jugadores sin importar su edad, interpretan un libreto que los obliga a aguantar insultos y burlas: ¡Petardos!, ¡Troncos!, ¡Patacones!, vociferan ocupantes de buses, camiones, autos, en contra de esos muchachitos que se preparan para representar al país en un Suramericano Sub 17 el otro año. Entonces el chico, mientras se soba la roncha, masca chicle y hace pases con ambas piernas, también levanta la mano para saludar a esa hinchada motorizada que se mofa de ellos; saluda sonriente, bajo la luz moribunda del final del día, como si estuviera acostumbrado a romper algunos de los dramas del fútbol con un solo gesto. Y puede que sí: en la precocidad del talento adolescente, quizás no sea casual que el Chelsea se haya fijado en él y lo haya enviado a entrenar por tres meses en sus campos de Inglaterra. Joao Leandro Rodríguez, el chico al que le gritan desde la carretera mientras lanza pases precisos con la misma espontaneidad con la que hace bombas de chicle, tal vez sea un astro en gestación; un genio disperso para el que jugar al fútbol resulte tan sencillo como soplar y hacer botellas. Ahora es el tiempo sin tiempo. En Youtube Joao tiene 12 años, guayos blancos y el número siete en una camiseta que le queda grande. Es enero del 2009 y en los veinte minutos de vida que tiene suspendidos en aquella dimensión, el chico aparece haciendo goles que también se ven muy grandes para su tamaño: remates de treinta metros, vaselinas, tiros al ángulo, definiciones de frialdad asesina luego de dejar dos o tres rivales aniquilados en el suelo. El video fue grabado en el Pony Fútbol de Medellín, un torneo del que ese niño, por entonces jugador del Boca Juniors de Cali, salió goleador con el Fátima, equipo al que fue prestado para que se fogueara. Un equipo en el que no conocía a nadie. Un equipo que no era el suyo. Aún en la inocencia de un campeonato infantil bautizado con el nombre de un caballo enano, el fútbol es un espectáculo que siempre esconde una tragedia. En las celebraciones de los goles, Joao casi siempre cae de rodillas, eleva los brazos al cielo, cierra los ojos, agradece. Joao cree en Dios. Alex Cortázar fue entrenador de Joao en la Selección Valle prejuvenil que el año pasado ganó el campeonato nacional. El chico llegó a ese equipo luego de haber salido campeón en el 2010 con una categoría dos años superior a la suya. En América, donde inició su formación futbolística, en el Boca, en el Quindío, dueño de su pase, también ha pasado lo mismo: Joao está acostumbrado a que los uniformes le queden grandes. Cortázar está en su casa y al escuchar el nombre del chico que hace bombas de chicle mientras juega, infla las mejillas mientras expulsa el aire en un gesto que casi suena como silbido de admiración. Es como si Cortázar, al pensar en aquel talento precoz, se imaginara una de esas cosas para las que el ser humano a veces no alcanza justicia en la descripción: un paisaje, un eclipse, un milagro. Joao, en torneos oficiales, ha marcado 230 goles. "Joao es un jugador diferente", dice el técnico. Afuera de la casa, el viento silba. ¿Qué otro oficio habría podido tener un chico que fue bautizado Joao Leandro en honor al fútbol brasilero? Andrea González, la mamá, tiene memoria para pocas pilatunas cometidas por su hijo que no hayan estado relacionadas con un balón. En la historia de este chico acostumbrado a romper la solemnidad del fútbol hay, pues, reseñas de vidrios rotos. En la unidad residencial de la Avenida Pasoancho donde antes vivían, por ejemplo, Andrea tuvo que pagar una cuenta de ochenta mil pesos para reponer la ventana de una vecina en la que Joao, tal vez, vio una portería desierta. De resto, en su listado particular de travesuras sólo aparecen dos distintas: una moneda tragada cuando era bebé y alguna vez cuando al entrar a un parqueadero subterráneo se quedó atascado en su bicicleta.Los prodigios con predisposición genética para el fútbol pocas veces tienen un talento sobresaliente para resolver problemas diferentes a los que les da el balón. En La Masía, la escuela donde el Barcelona convirtió al niño Messi en genio, ningún profesor se acuerda de ‘La Pulga’ como estudiante. En Akademos, un colegio acelerado donde Joao cursó noveno grado, Alejandro Melo tampoco recuerda a su amigo como alumno. Lo que sí recuerda es que siempre le dijo que un día jugaría en Europa. Y que todo el tiempo escuchaba música. Joao nació el 19 de mayo del 96. Joao es Tauro. Tauro, en el zodiaco, es signo de la persistencia. Y también es un signo con inclinaciones artísticas. Ahora, cuando hace un gol, Joao celebra bailando. A Joao le gusta el reguetón. El papá de Joao es Willi Rodríguez, un ex delantero del Cali más recordado por su fortaleza para chocar con los defensas que por su exquisitez para definir. En este momento tiene la cabeza rapada, los pies descalzos y una camiseta deportiva expandida por la musculatura de sus brazos. Sentado en el sofá de su sala se ve como un gladiador en reposo. Willi también habla como un gladiador cuando el tema es el Chelsea. Entonces sus palabras son hachazos: ¡No es del Chelsea! ¡Joao no es del Chelsea!, insiste remarcando sus sílabas, separándolas una a una, como si en efecto tuviera un hacha. Al gladiador, sin embargo, le brillan los ojos cuando recuerda las proezas de su hijo: el año pasado, en un Suramericano Sub 15 que jugó en Brasil, Joao fue el segundo goleador del torneo y quedó elegido entre la selección ideal del campeonato. En Brasil, el talento del colombiano con el nombre más brasilero, fue un estruendo; como una quebrazón en una cristalería. Willi, despojado ya del hacha, cuenta pues que allá mismo, a través de sus veedores, el Santos, el Cruzeiro y varios clubes europeos manifestaron su interés en fichar al chico. Y así fue como llegó una invitación del Chelsea para que Joao viajara a Londres junto a su familia y conociera las instalaciones del Club. “Pero te repito, no es del Chelsea. No-es-del Chelsea”, dice el papá desde su casa de Ciudad Jardín.A esta hora, las siete menos cuarto, la raya que divide cancha y mundo ha quedado ya extraviada en algún lugar de la hierba. Joao camina hacia el bus que lo devolverá a la ciudad y el silencio de un cuarto de hotel donde cumple concentración. Joao mira a lo lejos. Cuando no está jugando, el rasgo más particular del chico está en sus ojos. Los suyos, un tanto caídos, le otorgan una mirada distraída, una mirada que en apariencia no mira, un gesto de falsa inocencia como aquel que esconde la inteligencia del que no necesita esforzarse para ver lo que necesita. Joao es delantero.Joao mira entonces a la cámara y sonríe. Posa con la naturalidad con que mata un zancudo, con la que hace un gol. Estalla el flash y él posa sonriente como si todo eso que le sucede no fuera extraordinario sino su mayor cotidianidad. El fútbol es un espectáculo se cinismos sutiles. Los días en Chelsea fueron los más felices de su vida, dice. Y contrario a su papá, sin separar las sílabas, revela que su futuro está allá, en Londrés. De su vinculación con el club apenas da una pista: durante el tiempo que estuvo entrenado, el equipo le puso un profesor personalizado para que le diera clases de inglés todos los días. Cuando termine este ciclo con la Selección volverá a Inglaterra. Lo están esperando. Joao sonríe. Y masca chicle. Joao tiene 17 años. El Chelsea es uno de los mejores equipos del Mundo. El motor del bus ronca junto a la cancha. Un silbido del viento se escucha al fondo.Frase"Yo diría que él es un jugador que hace fácil lo más difícil. Que tiene una capacidad para definir que es innata, natural. Que es exquisito con el balón en los pies", Álex Cortázar - técnico de la Selección Valle Prejuvenil.

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