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Trauma

Estuve deprimida antes de las elecciones, no solo porque no quería a ninguno de los dos candidatos a la cabeza del país, sino también y, sobre todo, porque los niveles de agresividad que se vivieron dejaban poco espacio para creer en un cambio.

17 de julio de 2018 Por: Redacción de El País 

Estuve deprimida antes de las elecciones, no solo porque no quería a ninguno de los dos candidatos a la cabeza del país, sino también y, sobre todo, porque los niveles de agresividad que se vivieron dejaban poco espacio para creer en un cambio. “Estamos divididos por dolores profundos y por las interpretaciones excluyentes sobre lo que nos ocurrió en el conflicto”. Esas, como las que siguen, son palabras de Francisco de Roux: “La paz es un tema que nos divide cuando debería unirnos”. ¿Pero por qué? ¿Cómo es que un país llega a preferir la guerra sobre la paz?

“La paz es el más importante de los valores hoy en nuestro país, si se tiene conciencia personal y colectiva del dolor de las víctimas de todos los lados, y de la idéntica dignidad en los seres humanos”, dice Francisco de Roux en La audacia de la paz imperfecta.

Como a él y como a millones de colombianos, me dio muy duro el resultado del plebiscito. Sin embargo, encuentro un consuelo en la voz conciliadora de este hombre al decir que tal suceso le dejó como lección la necesidad de comprender el pensamiento de los otros e incorporarlo creativamente. “La legitimidad viene de la participación sin restricciones, donde hay que partir de la base de que el otro, quien piensa distinto a nosotros, tiene buenas intenciones”. Nada más distinto fue lo que vivimos en las elecciones, donde cada una de las partes afianzaba ante la opinión pública la visión del candidato opuesto como enemigo del pueblo.

El problema detrás de esta guerra, es que más allá de la firma de los acuerdos de paz no logramos reconciliarnos como sociedad. ¿Pero por qué no lo logramos? ¿Qué nos impulsa a la violencia aún cuando la paz está servida en bandeja? La explicación en su libro, lo más cercano a un ejercicio de reconciliación que he tenido, es que una historia de violencia interminable nos ha convertido en una sociedad traumatizada.

De acuerdo con el análisis de J.C. Alexander, De Roux interpreta que la devastadora violencia sufrida como nación, nos ha llevado al trauma, el cual se establece cuando “la necesidad de dar una explicación racional por la barbarie sufrida da lugar a dos o más narrativas ideológicas y simbólicas controladas por grupos con intereses económicos y políticos, y estas visiones se confrontan en el espacio público de una manera excluyente y llena de pasión por el dolor y el sufrimiento que cargan. El resultado es que la sociedad, desde las vísceras culturales y simbólicas, queda atrapada en rivalidades que actúan en contra de la posibilidad de la unión constructiva, desde las diferencias enriquecedoras de un nosotros incluyente”.

¿Es entonces ese trauma lo que nos hace pasar por encima de las personas con tal de ganar una discusión? ¿El que nos mantiene aferrados al odio y a la criminalización del pensamiento contrario? ¿Por qué le damos más poder a nuestras creencias que a la experiencia y sensibilidad de los demás? ¿Hay en el fondo una desconfianza hacia el otro tan antigua y normalizada que nos impide siquiera tratar de entender su posición antes de atacarle? El mismo padre se ha visto por estos días acusado de criminal, guerrillero y comunista. ¿Estaremos condenados a repetir nuestra historia de violencia en un espiral infinito? Por desgracia, si miramos nuestra historia, así lo parece.


Sigue en Twitter @melbaes

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