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Seis contra uno

Como ocurre en el mundo de hoy, las batallas globales se libran en Twitter, donde el intercambio de frases ácidas del francés Emmanuel Macrón y el canadiense Justin Trudeau contra Trump están como para alquilar balcón.

8 de junio de 2018 Por: Redacción de El País

En estos días se celebra en Quebec la cumbre anual del Grupo de los 7 (G-7), integrado por Canadá, EE.UU., Inglaterra, Francia, Italia, Japón y Alemania. Este foro nació de una reunión de ministros de finanzas convocado por la Casa Blanca en 1973 para buscar una salida a la crisis petrolera mundial. Desde entonces, sus líderes, cuyos países representan más del 60% de la economía mundial, se reunen anualmente para coordinar iniciativas económicas y afrontar conjuntamente los vientos en contra. Estas cumbres, que suelen ser aburridas y marcadas por aisladas protestas callejeras contra la globalización, se han convertido este año en una guerra de sables entre Donald Trump y sus seis coequiperos. En vez de diálogo colectivo para enfrentar retos mundiales, se ha convertido en una sucia guerra interna.

El tema de la discordia son las medidas proteccionistas impuestas por Trump a los otros países del grupo. Argumentando que Estados Unidos debe reducir su déficit comercial, en los últimos meses decidió imponer barreras al ingreso de acero y aluminio desde Canadá, Europa y México. Pronto llegó la retaliación: Canadá atacó con impuestos al whisky, Europa a los bluyines y las motos, y México a la carne y las frutas provenientes de Estados Unidos. Una verdadera guerra comercial entre aliados tradicionales. Trump, que hace política electorera con estas medidas comerciales, prefiere enojar a los jefes de Estado mientras complace a la América profunda que lo llevó al poder, prometiendo reestablecer empleos y fortalecer la industria en estados de clase media. No tiene mucho sentido práctico, pero su discurso populista es efectivo en el centro de Pennsylvania, Wisconsin, y otros estados trumpistas, y le recuerda al mundo que año y medio después de su elección, Donald Trump sigue en campaña.

Como ocurre en el mundo de hoy, las batallas globales se libran en Twitter, donde el intercambio de frases ácidas del francés Emmanuel Macrón y el canadiense Justin Trudeau contra Trump están como para alquilar balcón. Macrón, que hace poco llenó de besos al presidente americano en el jardín de la Casa Blanca, hoy amenaza con firmar un acuerdo de los seis integrantes restantes del G-7, y dejar por fuera a Estados Unidos. Trudeau, quien también había estado muy sonriente con su contraparte americana, no se quedó atrás en su indignación, burlándose públicamente de sus argumentos. Trump, siempre dispuesto a ponerse los guantes, respondió a los jóvenes líderes con un amenazante “Tengo muchas ganas de verlos mañana”, y acortó su agenda para estar lo mínimo necesario en el territorio hostil de la cumbre.

Pero más allá de las palabras eléctricas y peleas electrónicas, y de las medidas y contramedidas caprichosas de los líderes, hay un trasfondo preocupante. En medio de una creciente ola mundial de populismo, agitada por discursos en contra del comercio, de los inmigrantes, y la globalización, se empiezan a cerrar los espacios de diálogo entre países democráticos. En estas cumbres, que a veces parecen inútiles, se tocan colectivamente temas trascendentales de seguridad mundial, el desarrollo social, y la protección ambiental, a la vez que se mantiene una especie de blindaje contra los gobiernos autoritarios. El nacionalismo oportunista de Trump dentro de estos recintos no solo distrae la atención de la agenda real, sino que fragmenta un espacio de diálogo histórico que tiene un papel indispensable en la política global. La sugerencia de Trump de invitar a Valdimir Putin al grupo sólo demuestra que su incoherencia en política exterior está convirtiendo a EE.UU. en un país marginal.

Sigue en Twitter @Muni_Jensen

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