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Las guerras de Tuluá

Tengo en alta estima a Gustavo Álvarez Gardeazábal, no solamente por haber nacido en Tuluá sino porque pertenecemos ambos a familias que se distinguieron por el amor al solar nativo

24 de octubre de 2018 Por: Elpais.com.co

Tengo en alta estima a Gustavo Álvarez Gardeazábal -o simplemente Gardeazábal como le conoce todo el mundo por la mayor sonoridad del apellido vasco-, no solamente por haber nacido en Tuluá sino porque pertenecemos ambos a familias que se distinguieron por el amor al solar nativo, del que ambos fuimos alcaldes, y del que hemos pretendido ser heraldos, desde luego él en mayor dimensión, como que el pueblo fundado por Juan María Céspedes ha sido protagonista importante de varias de sus novelas, entre ellas la famosísima ‘Cóndores no entierran todos los días’, de la que Francisco Norden hizo excelente versión cinematográfica.

Gustavo es diez años menor que yo, y por eso he logrado seguir su trayectoria literaria desde que publicó su primer libro -‘Piedra pintada’- del que hicimos reseña en ‘Voces Liberales’, el periódico que publicó este servidor en su primera campaña a la Cámara de Representantes.
Mi paisano fue elegido gobernador del Valle del Cauca, con altísima votación. Uno de esos votos fue el mío.

Álvarez Gardeazábal es nieto de don Marcial Gardeazábal, el inolvidable librero del Parque Boyacá, en cuyo almacén comprábamos los libros que traía para felicidad de la gente. También tenía imprenta y en ella se imprimían folletos y tarjetas. Tengo viva en la memoria la imagen de don Marcial, quien con doña María, su esposa, tuvo hijos e hijas a los que todos queríamos, como el genial Chalo, y Maruja, la madre de Gustavo.

‘Cóndores’ es la más conocida novela de mi coterráneo. Como pertenece a ese género literario, no refleja con exactitud lo que vivió Tuluá en esa época atroz cuando la violencia se apoderó del pueblo, bajo la siniestra actividad criminal de ‘El cóndor’, que era el comandante de los ‘Pájaros’ de todos los colores, pues los hubo ‘verde’, ‘azul’, todo el espectro del arco iris. Lo que padeció Tuluá va más allá de lo que Gustavo consignó en su obra, y algún día, él o yo o cualquiera, tenemos que registrar para la historia ese periodo de 1947 a 1957.

Desde luego, he leído toda la obra de Gardeazábal. Tiene, aparte de la citada novela, libros magníficos como ‘La boba y el Buda’, ‘Los míos’, ‘La tara del Papa’, en fin, toda una amplia narrativa, siempre escrita con el estilete propio del autor, que no tiene compasión por nadie.

Sale ahora ‘Las guerras de Tuluá’, una serie de relatos que uno empieza a leer y no es capaz de soltar hasta terminar el libro. Lo leí de un tirón en un vuelo a Cartagena y quedé encantado, pues ahí está un Gardeazábal renovado, con un manejo del idioma perfecto, que a veces se me antoja influido por García Márquez por la musicalidad que vierte sobre las palabras que usa.

Es posible que sea un texto que emocione más a quienes conocemos la historia sangrienta de Tuluá, que ha sido escenario de todas las guerras que se han librado en Colombia, incluyendo la década de la Violencia. No hay que olvidar que a diez kilómetros del pueblo se libró la batalla de ‘Los Chancos’, una de las más crueles de las tantas confrontaciones que hubo en el Siglo XIX. Tremenda la referencia que hace de ‘El Chirimero’.

La nueva obra de Gardeazábal está en la Feria del Libro de Cali. A los tulueños, a los vallecaucanos y a todos los amantes de la alta literatura la recomiendo. Les gustará tanto como a mí. Van mis felicitaciones por esta creación del amigo que mira correr la historia desde su refugio campestre de ‘El Porce’.

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