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Expectativas y realidades

Son muchos los frentes críticos en un país ávido de cambio y con múltiples expectativas, polarizado en lo político y dividido en temas de fondo, con una situación fiscal muy compleja, y una oposición que será implacable, dado que tiene la mirada puesta en la elección de 2022.

1 de julio de 2018 Por:

Iván Duque fue elegido con la votación más alta en la historia de Colombia y tiene un mandato claro. No obstante, el suyo no promete ser un gobierno fácil. Son muchos los frentes críticos en un país ávido de cambio y con múltiples expectativas, polarizado en lo político y dividido en temas de fondo, con una situación fiscal muy compleja, y una oposición que será implacable, dado que tiene la mirada puesta en la elección de 2022.

Sin desconocer avances muy importantes en la reducción de pobreza e infraestructura y el desarme de las Farc, el nuevo gobierno recibe un país plagado de corrupción, con un proceso de paz controvertido y con su credibilidad minada, inundado en cultivos de coca y con una criminalidad creciente, con una fractura profunda entre las regiones y la institucionalidad central y una discusión acalorada sobre el modelo de desarrollo.

En razón de lo anterior, la mayoría de colombianos votó por un gobierno que enfrente sin contemplación la corrupción, fortalezca la seguridad, garantice el imperio de la ley, ponga en cintura los cultivos ilícitos, impulse la descentralización y demuestre que el modelo de desarrollo económico y social del país -cimentado en una iniciativa privada responsable y sostenible- sí funciona y que puede generar crecimiento con equidad.

Es decir, aspiran además y con razón a una mejor calidad de vida. Hay clamor nacional por una educación y por un sistema de salud asequibles y de calidad y por una mejor movilidad en las ciudades, responsabilidades estas del orden regional y local pero que el nuevo mandatario no podrá obviar. Igual ocurre en otros frentes en los que el país tiene enorme potencial como el agro y el turismo y que requieren del apoyo nacional.

Pero lo más complejo y sensible para el nuevo gobierno será revisar el acuerdo con las Farc sin hacerlo trizas. En especial, verificar que por la vía reglamentaria no accedan a más beneficios, que le cumplan a las víctimas, y que respondan -como se le prometió al país- por los crímenes de guerra y de lesa humanidad. Una alta cirugía, a realizar sin poner en riesgo la desmovilización y desarme logrado, de la mayoría de esa guerrilla.

Todas estas tareas requerirán determinación y presupuesto. Lo primero no pareciera faltarle al nuevo mandatario, quien ha demostrado firmeza y sindéresis. Encontrará sí, un país fiscalmente apretado y endeudado pese al respiro reciente proporcionado por el sector petrolero. No bastará reducir la evasión y recortar el gasto público, como lo pretende el gobierno entrante: se necesita crecer la torta, con confianza inversionista.

Y deberá hacerlo en cuatro años y con una oposición que promete ser férrea. Lo lógico sería que los contendores electorales de Duque estén dispuestos a construir acuerdos con el gobierno en lo fundamental, en línea con lo que proponían. Pero unir al país no será sencillo y menos en el encumbrado mundo político; algunos le apuestan a que le vaya mal al presidente entrante para construir sobre ese peldaño sus aspiraciones.

Se inicia entonces un período presidencial exigente por el cruce de intereses, loables y mezquinos. Ojalá quienes desean que al nuevo gobierno le vaya mal, cualquiera sea su motivación, recuerden que si le va mal al país, nos va mal a todos. No se trata de estar de acuerdo en todo pues el disentimiento es necesario en una democracia. Se trata de privilegiar el interés nacional, aquel difuso norte que cada cual interpreta a su antojo.

Sigue en Twitter @FcoLloreda

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